PROYECTO PIBE LECTOR

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lunes, 10 de octubre de 2022

La historia del zapatero

 


                                                                                                         dedicado a Leo García

Durante la época de mis viajes a La Plata, una vez hablé con un señor que solía ver frecuentemente en la parada de Avenida de Mayo y 9 de Julio, compañero de las madrugadas destempladas y ventosas de la espera del micro.

Despertaba mi curiosidad que viajara frecuentemente, temprano, sin importar inclemencias del tiempo. La casualidad hizo que se sentara junto a mí una mañana y tuviera ganas de hablar. Esta es la historia que me contó:

Cuando era chico, había sido muy pobre. Su abuelo le había enseñado el oficio de zapatero a su papá, pero éste se había dedicado a la vagancia y no había honrado la profesión. De adolescente, notó la tristeza mezclada con desprecio en los ojos del viejo zapatero cuando se fijaba en el hijo. Así describió lo que hizo: "Lo que continuaría haciendo a lo largo de toda mi vida". Quiso reparar el dolor ajeno, se acercó a su abuelo y le pidió que le enseñara.

Fue zapatero y ahora era el dueño de la zapatería. Su vida había transcurrido mansamente dentro de un local antiguo y polvoriento, porque cuando su abuelo murió, le dio pena modificar ese microclima sagrado y ancestral que le dejó por herencia. Le gustaba decir esa frase intrincada a quien preguntara por qué la zapatería estaba en ese estado de abandono. En realidad, lo que impedía que moviera algún objeto era su fracaso: la expresión en los ojos de su abuelo no había cambiado jamás, a pesar de sus esfuerzos. La de su padre, burlona y cargada de resentimiento, tampoco.

Se había enamorado de la mujer correcta. El problema era que vivía lejos, y no había querido mudarse cerca de la zapatería. Todavía era joven cuando tomó la decisión de que ése era un detalle sin importancia, y había dedicado su trabajo como zapatero al pago de un crédito bancario, de esos que te daban antes, me dijo, a pagar una casa enorme, en Moreno. A dos cuadras de la casa de sus suegros. Con muchas habitaciones y un gran patio, para llenarla de hijos.

Tuvo que acostumbrarse a viajar. Comenzaron a transcurrir cincuenta años de levantarse de noche y tomar unos mates amargos ante el espejo colgado en el cuartito del patio. El caserón enorme había quedado vacío; en sus palabras, Dios no había querido mandarles ningún hijo. (Fue en ese momento de la conversación que me miró durante unos segundos, por única vez; me miró sin verme, pero yo pude entender la expresión a la que se refería cuando describía la que tenía su abuelo cuando miraba a su padre). Ante un galponcito sin puerta, se afeitó a navaja prolijamente durante medio siglo, se peinó y abotonó camisas y sacos, partió sin despedidas hacia el tren, el colectivo, el micro y luego el último colectivo, de ida primero y luego de vuelta, hacia la zapatería.

-       - ¿A dónde queda la zapatería, señor? ¿En La Plata?

En Ensenada, quedaba. Me pareció que le molestó que mi voz interrumpiera su relato, y también me pareció que lo había contado tantas veces que había quedado despojado de emociones y sentido. Posiblemente era ese alivio lo que buscaba al contarlo, el adormecimiento que lleva a cualquiera a relatar historias. Insistí:

-       - ¿Y viaja todos los días?, ¿No tiene empleados?, ¿Su mujer lo acompaña a veces?

-      -  No.

En ese punto, decidió quedarse callado durante el resto del viaje. No volvió a sentarse a mi lado, aunque el asiento estuviera frecuentemente vacío. Años después, dejé de verlo, oso gigante envuelto en impermeables raídos, manos en los bolsillos, bufanda al cuello o pañuelo, según hiciera frío o calor, para protegerse del viento de la 9 de Julio, seguramente. Supuse durante la última vez que pensé en él que su vida había continuado hasta enfermarse, que su mujer había muerto antes que él y que ningún hijo zapatero había pasado una franela anaranjada sobre los cajoncitos de madera de la zapatería ni sobre su cabeza atormentada. Imaginé el caserón vacío y el espejo reflejando una parra. Una pileta de material, inútil ante la falta de niños, de veranos y tiempo. Escuché el silencio y, antes de que se me escapara del todo la imagen, pude ver en un destello las baldosas antiguas que llevaban el nombre ante las puertas de madera encadenadas de la zapatería cerrada. Adivino ahora una silla y una frazada marrón a cuadros envolviendo una silueta ante una vidriera. Escribo la historia del zapatero precisamente porque no me acuerdo qué decían las baldosas, y cuando intento recordar me parece que la expresión de mis ojos se contamina con esa cosa detestable de cargar con sufrimientos y culpas ajenas que tiene tanto que ver conmigo cuando me convierto en pariente de zapateros.

miércoles, 22 de abril de 2020

¿Qué blog? (¿Igual había que hacer cosas de la escuela?)




   Ya pasó más de un mes desde la última vez que estuve adentro del aula, con mis alumnos.  Nos habíamos levantado temprano, acicalado, teníamos útiles más o menos nuevos en las mochilas; nos habíamos abrazado y saludado, nos habíamos reído y amontonado adentro de un salón más sucio que limpio en un mundo por ahora imposible por lo diferente.

   Basta con que cualquiera de nosotros necesite algo que quedó guardado adentro de la cartera o mochila “del trabajo” para que experimentemos la sensación de extrañeza al palpar eso que perteneció al pasado, a cuando todo estaba bien y vivíamos sin pensar en la existencia de los virus y las pandemias.

  Escribo esto pensando en el desconcierto que me produce el cambio de paradigma abrupto del que somos protagonistas y en el problema que estamos viviendo los que integramos las comunidades de la escuela pública. Hay quienes piensan que la desigualdad que se está viviendo es ocasionada por la ausencia de tecnología apropiada o de internet en los hogares de los alumnos humildes. Otros piensan que el desconocimiento del uso correcto de las tecnologías existentes es "El Factor." Yo creo que el problema pasa por todos esos lugares, que es algo complejísimo y que necesitará de perspectiva temporal para ser apreciado correctamente, pero que por ahora puede denominarse como, lisa y llanamente, un problema de comunicación.

  Pocas escuelas públicas contaban con plataformas virtuales activas y eficientes. La mayoría de las  páginas eran administradas por docentes que lo hacían voluntariamente y sin un salario. Eso es fundamental para comprender el caos y las diferencias existentes entre la forma de enfrentar la incomunicación ante la pandemia.

  De buenas a primeras hay que dar clases en forma no presencial. ¿Hay que enseñar a distancia? ¿Cómo se hace? En las redes circulan videos graciosísimos de padres atrapados bajo toneladas de tareas junto a sus hijos. ¿Mandamos las actividades por mail? ¿Sabemos los correos? ¿Hacemos grupos de whatsapp? ¿Abrimos un classroom? ¿Usamos un blog que abra alguien que entienda de eso y le damos la contraseña a todos los profesores para que suban sus materiales? ¿Todos saben manejarse con la tecnología de la misma manera? ¿Todos disponen de computadoras personales, celulares modernos, de internet ? ¿Subimos links a páginas de internet y ponemos un cartel para que los alumnos descarguen todo por sí mismos?  

  El solo enumerar estas cuestiones provoca angustia. Se tuvieron y se tienen que ir buscando soluciones rápidas para todo lo que surge, se necesita que se involucren especialistas en educación y que se invierta dinero para resolver esta emergencia. Mientras tanto, lo están haciendo los docentes con buena voluntad y en forma que excede sus horas de trabajo pagas, con resultados diversos que se van corrigiendo sobre la marcha. Por ejemplo, una de las cosas que me desvela sobre todas las demás cuestiones, es encontrar la respuesta al siguiente hecho tragicómico: de cada cinco alumnos que logro contactar, cuando les pregunto si entraron al blog de nuestra escuela ( blog gratuito administrado voluntariamente por alguien que le está dedicando muchísimas horas diarias y que probablemente el lector sospeche que soy yo), al menos tres me contestan: “¿Qué blog?”

Demasiadas preguntas. Qué blog, qué classroom, qué materia.  Qué mal. Cada escuela está sobrellevando la situación a su manera, sorteando obstáculos para lo que al principio iban a ser unas semanitas y ahora es algo incierto. El tiempo dirá si algunos de nosotros tuvimos o no éxito. A las preguntas planteadas, se suman las relativas al porqué los alumnos, a pesar de tanto sitio con fotos y tanto trabajo docente hasta altas horas de la madrugada, no están respondiendo como esperaríamos. ¿Estarán bien? ¿tendrán internet? ¿Tendrán computadoras o celulares? ¿Sabrán cómo descargar archivos, ingresar códigos, enviar correos con adjuntos?

La pandemia nos expulsó de las aulas, nos alejó presencialmente de los alumnos y nos dejó en un mundo desconocido que debemos explorar; afuera, munidos de barbijos y extrañas coberturas caseras, adentro de nuestras casas, descubriendo un camino viable para comunicarnos nuevamente con nuestros chicos y, más allá de lograr entregarles (y que entreguen) sus tareas, lograr enseñar, que es el objetivo de la escuela, esté o no adentro de un edificio.  

martes, 24 de marzo de 2020

El mundo que no sabe (El mundo sin escuelas)






Ya pasaron muchos días, pocos días, desde que nos vimos obligados a vivir en un mundo desconocido, y muchos profesores nos preguntamos si los alumnos estarán haciendo las tareas que estamos enviando por medio de internet. Porque las escuelas estarán vacías, pero los docentes fuimos buscando caminitos, más o menos convencionales, para llegar a los González, Gutiérrez y vaya a saber quiénes; el año comenzó y se puso de golpe en pausa, sin aviso, y las listas nuevitas con nombres agregados con lápiz quedaron guardadas hasta vaya a saber cuándo.

Quizás todos crean que saben, como siempre, porque la vapuleada escuela y sus alumnos son parte de las sociedades de una manera indisoluble y férrea. Cómo será en otros países, ni idea, pero acá los docentes sabemos perfectamente que hasta principios de marzo de este año todos siempre creyeron que sabían cuánto debíamos cobrar, cómo deberíamos hacer nuestro trabajo, qué contenidos  enseñar, y bla, bla, bla. Pero esta vez, por lo menos por ahora, esa cosa despectiva del argentino omnisapiente se rompió. O se puso en pausa, también, como el 2020. No se sabe. Esta vez, de verdad, no se sabe qué va a pasar con innumerables aspectos de nuestra vida; repentinamente no se saben cosas y mirás por la ventana y no ves a nadie, mirás la tele y te cubrís de un manto de espanto tejido de la frase “no se sabe” y en un impulso ancestral mirás hacia el cielo, ves un pajarito volando y te acordás de que el mundo era así y asá y tenés que mandarle trabajos a tus alumnos por internet.

¿Estarán haciendo las tareas, mis chicos?, pensás, mientras adjuntás imágenes que te parecen atractivas y geniales. En estos momentos de pandemia triste, es mejor no dejar volar la imaginación demasiado, pero no podés evitar preguntarte eso, al mismo tiempo que lo hacen, seguramente, millones (sí, ¡millones!) de profesores y maestros encerrados en sus hogares, sentados ante una pantalla.

Quizás no estén entregando las tareas porque no tienen mail y no saben cómo abrir uno.

Quizás las estén haciendo en papel y nos las van a dar en mano, cuando todo esto termine.

Quizás estén en un lugar donde no hay internet, o no tengan computadora, o no entiendan cómo ampliar la foto del libro, o no sepan cómo hacer con el código de classroom, o estén hacinados en algún lugar donde no están bien, o estén rodeados de problemas de convivencia por la cuarentena, o no tengan comida suficiente, o no se hayan enterado del blog, o del facebook, o del Instagram de la escuela, o no hayan dejado su mail.  

Es prematuro aún analizar por qué muchos alumnos no están enviando sus tareas. Es prematuro analizar si las clases virtuales son eficaces leyendo a quienes sí la están enviando hecha. Es prematuro aún todo pensamiento, porque en este mundo nuevo y cambiado, que quizás sea transitorio y quizás no, la escuela como la conocemos es imposible y todo lo que sabemos sobre ella se desvanece al confrontarlo con la imposibilidad de saberlo todo.

Termino de repasar cuidadosamente mi post. Es feriado y en el mundo de antes no había clases, pero en el de ahora quizás sí, quién sabe, así que hago click en comentarios y luego en “En espera de moderación”. Con alegría veo que hay algo esperándome, recuerdo el pájaro, sonrío apenas, me pongo los anteojos y finalmente leo un “Profe, tengo miedo”.

 No sé qué contestar.

domingo, 17 de septiembre de 2017

Feliz día del Profesor (a media luz, sin libro ni lapicera)




Este año,  el día del profesor tiene que ver con una pregunta y con alegrarme ante la proximidad de la primavera: amanece más temprano y eso significa para mí que en las aulas sin luz voy a poder comenzar a trabajar a las 7:30. ¿O vamos?

Cuando llueve, no hay luz y está nublado... voy a tener que seguir esperando. (¿O vamos?)

Los días que sucede eso me dedico un rato a observar con impotencia una escena que debe ser idéntica cuando hay luz, pero que a oscuras se vuelve impactante. El ambiente es la penumbra del aula que de a poco se va llenando (el horario de entrada es 7:20, pero son 7:45, 7:55, 8:15 y continúa abriéndose la puerta y oyéndose el traca traca del ruido de sillas que producen los chicos que van llegando tarde) y las sombras se mueven en las paredes proyectando siluetas producidas por el resplandor de los celulares, rectangulitos incandescentes que iluminan los rostros inexpresivos de mis alumnos que esperan que vuelva la luz, que salga finalmente el sol o la hora del desayuno.

Me pregunto si soy la única que espera dar comienzo a la clase... ¿espero o esperamos? Con este interrogante tiene que ver este año mi reflexión sobre el día del profesor.  Comienzo a leer el último capítulo de Crónica de una muerte anunciada en mi netbook, interrumpo y pregunto a los rostros iluminados por qué les parece que los personajes reaccionan en forma tan diferente ante la inminencia de la muerte de Santiago Nasar. Entre las sombras me contesta alguien en forma de pregunta: ¿"Quién es Santiago Nasar?". Me parece más inquietante aún que nadie se ría. Ningún alumno del curso compró ni consiguió el libro, a pesar de mis notas solicitándolo en el cuaderno de comunicaciones. La cooperadora de la escuela fotocopió cinco ejemplares y yo presté el mío, pero como no hay luz les pido por centésima vez que abran una versión en pdf en sus celulares. "No tengo internet en el celu". En esta escuela los profesores pagamos internet para que haya en las aulas. "No tengo suficiente memoria en el celu para que se abra". Si desde acá veo que estás mirando Netflix. Cerrá eso y abrí el libro, por favor.

Amanece.

Apelo a todas mis energías y me concentro en Santiago Nasar, que le agarró toda la panocha a la hija de la cocinera y que anduvo tirando cohetes y festejando con sus amigotes frente a la casa donde supuestamente estaba arriesgando su vida una mujer a quien le había quitado la virginidad. Gesticulo y me apasiono hablando del machismo, de las ideas que ese pueblito inventado por García Márquez, tan parecidas a las de pueblitos no inventados, hacen que la pobre novia deshonrada sea devuelta como un objeto y apaleada por su familia. La luz que entra por las ventanas me devuelve imágenes de rostros envueltos en bufandas, cabezas cubiertas por gorros, capuchas y pañoletas, auriculares disimulados entre las ropas, los benditos rectangulitos incandescente formando parte de cada mano y dándole que dándole a la intrascendencia imprescindible del chat. Pero yo sigo pidiendo que se concentren, leyendo, interrogando, hablando, diciendo cosas como que por qué podría decir que la vida de Santiago Nasar, dentro de la novela, era la medida justa para lavar la ofensa hecha a la honra de la familia Vicario.  ¿Y ustedes qué piensan? Los auriculares, Jorgelina, ¿qué pasaría si en la actualidad la gente pensara así? Sacate por favor los auriculares, Juancito ¿hay gente que piensa así? ¿Hay?

Algunos me contestan, surge un debate interesante. Como hay luz y yo irradio optimismo, les pido que abran las carpetas para que trabajemos con un pequeño texto sobre el concepto de la honra a través de diferentes épocas. Te dije que saques la carpeta, dale. "No tengo carpeta", "Me la olvidé", pero estamos en septiembre, nene... "¿Alguien tiene lapicera?", "Prestame una hoja", "Profe, ¿tenés lapicera?"

Termino de leer Crónica de una muerte anunciada en voz alta y anuncio que la terminamos de leer, a pesar de que escuché la pregunta acerca de la identidad de un tal Santiago Nasar y soy conciente de que no logré que todos los oídos se despojaran de sus musiquitas ni todos los celulares cedieran el paso al texto de García Márquez. Me esforcé mucho, pero no lo logré del todo. Todo escuché, todo vi, pero sigo esperanzada. Suena el timbre porque, como dije, finalmente volvió la luz y se van los educandos hacia el mate cocido mientras yo junto las fotocopias, mi librito y mis lapiceras desperdigadas. Dos chicas me dicen que se van a agarrar a piñas con una de quinto porque les rompió un cartel en la cara y es una atrevida y una desubicada. Cinco minutos más tarde finalmente salgo del aula, apaciguados los ánimos y con la promesa de que tendremos un diálogo con la "atrevida", sin piñas ni nada por el estilo. Se me acerca una chiquita tímida, se desliza silenciosamente a mis espaldas mientras giro la llave de la puerta del salón pensando que no tiene sentido porque el recreo debe estar por terminar y me dice con vocecita dulce: "Profe, me encantó el cuento, es el primer libro que me leen. Y me dio mucha pena Ángela Vicario. ¿Vamos a leer algún otro de ese autor?".

"No es un cuento, es una novela", me oigo contestar, porque nunca abandono mi esencia de vieja de Lengua. "Sí, Lili, vamos a leer muchas historias más y me alegra muchísimo que te haya gustado", agrego, mientras pienso que Lili me acaba de devolver la honra y lavado la afrenta, pero sin sangre ni tripas afuera como le pasó al pobre Santiago Nasar. Por la ventana entra una luz hermosa, se oyen los pájaros cantar entre el bullicio del recreo, recuerdo que me falta trabajar unas siete horas más ese día   y me siento feliz porque tengo el mejor trabajo del universo, al mismo tiempo que acongojada porque las condiciones en las que estoy trabajando no me ayudan y las cosas, cada año que pasa, parecen empeorar. ¿Será que la muerte de la lectura en la escuela es algo que saben todos menos yo?  ¿Los chicos están escuchando las explicaciones, leyendo, esforzándose, trabajando en clase, trayendo sus materiales, participando y no me enteré? Yo estoy, algunos están... pero, ¿estamos?


miércoles, 13 de septiembre de 2017

Palabras para Bety (Feliz Día del Maestro)

  Una de las cosas que unen prácticamente a la humanidad entera es la experiencia de haber sido alumno adentro de una escuela. Cada uno de nosotros sabe de primera mano, porque lo vivió y lo experimentó durante años,  lo que significa el sonido del timbre, tener que permanecer sentado en su silla durante una clase, lo que significan el recreo, los compañeros, los exámenes y los maestros.
  Los tiempos van cambiando y las generaciones adoptan formas nuevas, pero la escuela permanece prácticamente igual, atravesando el tiempo en un viaje que la ha golpeado y vuelto vetusta, pero no la ha derribado. Los alumnos crecen, transitan su niñez, dejan luego de ser adolescentes, dejan de ser alumnos y conservan dentro de su corazón el recuerdo de lo que fue ir a su escuela. Es en ese transcurrir que existió, existe y existirá donde todos aprendimos a leer, a escribir, a compartir, a razonar, a resolver problemas, a cuestionar, algunos mejor y otros peor, tengamos la edad que tengamos y hayamos ido a la escuela que hayamos ido. 
  Sin embargo, hay en esta experiencia escolar que describo como común, una vivencia que únicamente conocen los que son profesores o maestros. Año tras año, los que somos docentes recibimos a cada uno de esos grupos de alumnos y compartimos con ellos lo mejor de nuestras experiencias, nuestros saberes, nuestros valores, alegrías y emociones. Cada año es una oportunidad nueva para trabajar juntos y sembrar lo necesario en nuestros alumnos para que aprendan contenidos, adquieran habilidades y sean personas íntegras, buenas y solidarias.
Se es alumno durante una etapa, más o menos larga, depende del camino que vaya construyendo cada persona. Pero cuando se es docente, la escuela se transforma en tu otra casa. Las aulas se convierten en posibilidades, las horas compartidas con tus alumnos se vuelven la concreción de tus proyectos. ¿Y qué son los proyectos sino sueños? Un docente es un enorme soñador. Un docente es un soñador de mundos mejores habitados por personas mejores.
Escribo estas palabras pensando en Beatriz, una soñadora de personas que desde hace veinte años concreta sus proyectos dentro de este edificio que se le volvió su otra casa a fuerza de caminar sus pasillos, de engalanar sus paredes con sus carteleras cariñosas, de escuchar sus cuentos, sus poesías, sus historias y su voz. Veinte años dentro de la misma escuela significa haber sembrado una inmensidad en esta partecita de Ciudadela, haber unido generaciones de chicos y chicas por el sentimiento de la pasión por el aprendizaje, la curiosidad ante lo desconocido, el amor por el arte.
Intenté despojar de frases hechas mis palabras, pero no voy a poder evitar esta: se dice que la docencia es la profesión en donde uno siembra, pero no es el que cosecha. Yo creo que en el caso de Beatriz eso no sucede. Ella es tan apasionada en su tarea de concretar sus sueños que cada uno de sus alumnos y ex alumnos inmediatamente muestran sus frutos en sus conductas, en sus acciones, en sus aprendizajes, en el día a día de nuestra querida 18 y afuera, en el barrio, en lo que llamamos “la vida real”, mientras estamos viviendo inmersos en esta vida de sueños y posibilidades, a salvo, resguardados, siendo alumnos  adentro de la escuela.

Todos los profesores de la 18 recibimos a los alumnos de Beatriz o los compartimos con ella. Sabemos que es una profesora que ha sembrado, que ha dejado huella en cada uno de ellos. Cosechamos sus logros. Aprovecho este momento para decirle a Bety que en mí también ha dejado su siembra, y me atrevo a decir que en cada uno de sus compañeros de trabajo. Es mi mayor deseo seguir compartiendo muchos años más la experiencia de vivir cada día de la 18 con ella, soñando proyectos  de un futuro mejor, juntas.                                         

viernes, 24 de marzo de 2017

Qué hacer en caso de calificaciones

Este texto fue publicado en: http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/11/21/que-hacer-en-caso-de-calificaciones/index.html y pertenece a la serie Proyecto pibe Lector

33. Qué hacer en caso de calificaciones

Dalí


Efraín es la persona que lleva más tiempo en la Isla del Alumno Autodidacta y la que mejor conoce su funcionamiento. Por esa razón es a quien se debe recurrir en caso de dudas de cualquier especie.
Un tema especialmente peliagudo en la Isla es el de las calificaciones. “Para los docentes”, piensa Efraín, “porque son unos ineptos”. El Auxiliar siente una especial mezcla de repugnancia y desprecio por los profesores del Universo, que se guarda bien de mostrar. Efraín sabe guardar secretos, disimular emociones, manipular hechos. Se considera a sí mismo como un estratega invencible, un soberano en su reino. Finge una pizca de servilidad, escudado tras sus lentes enormes, y contesta solícito cuando se lo requiere.
Efraín es el Auxiliar, con mayúsculas.
Existe una página especial en el campus virtual de la Isla que contiene las calificaciones personalizadas de los alumnos, y los docentes se desviven por mantenerla actualizada entregando sus planillas en tiempo y forma. No saben (nadie sabe) que jamás tuvo visitante alguno. Ni un cibernauta perdido, mísero. Tampoco saben que esa información es guardada y paladeada placenteramente por el administrador de los datos y recepcionador de planillas: nada más y nada menos, que Efraín.
En diciembre los docentes se agolpan, desesperados, frente a su pequeña oficina-depósito de escobillones y plumeros.
_ Efraín, dígame: ¿Un alumno que tuvo un aplazo en el primer trimestre, se lleva a diciembre la materia?
_ De ninguna manera. Puede tener un 1, otro 1 en el segundo trimestre y un 2 en el tercero y la nota final puede ser 7. Igualmente resultaría sospechoso un profesor que califique con aplazos; usted debería revisar su desempeño y andar con cuidado si quiere continuar aquí.
En voz baja, los alumnos cuentan que cuando era joven, Efraín se metió en una clase de Educación Física con una chancleta en la mano y le dejó el culo bordó a unos pibes que andaban molestando a uno de sus sobrinos, que estaba becado en la Isla. Murmuran: el profesor que estaba a cargo quiso parar los chancletazos justicieros y se ligó uno en la cara que lo dejó tuerto de por vida.
Anécdotas como ésa rodean al Auxiliar como un halo y lo hacen parecer más alto, espigado.
_ Efraín: ¿Los números  van promediados con centésimos en la nota final?
_ De ninguna manera. El educando puede tener un 4, un 3 y un 6 y tener un 7 como nota final. Queda a criterio del profesor, que, por supuesto, favorecerá al educando. No vaya a ser que no podamos festejar tranquilos las fiestas en la Isla por culpa de alguno de ustedes…
Durante el tercer año de su gestión, el director De Álzaga se enfermó. Gozó de una licencia extensa, y Efraín aprovechó con fuición su ausencia. La Isla se volvió su territorio por completo, fue invadiendo oficinas y salones y se desparramó, repatingó y dormitó en cada rincón. De Álzaga regresó, renovado, y no se dio cuenta de los cambios. La Isla había funcionado perfectamente durante su ausencia: Efraín se había encargado del papeleo, de la actividad virtual, de las preguntas frecuentes de los docentes. En su ceguera y nadando en su propio ego, De Álzaga se acomodó ante su escritorio y cerró la puerta, dejando a Efraín solitario, amo y señor de su pequeño imperio.
_ Efraín: ¿Cómo califico a un alumno que vino una sola vez a mis clases-guía de “Administración de la Economía Hogareña”?
_ Con una sola vez, alcanza y sobra. ¿Qué hizo el chico ese día?
_ Nada. Le pregunté cómo se llamaba y me contestó.
_ Bueno. Si dijo su nombre en forma vacilante y usando tono bajo, merece un 7. Si alzó la voz y la miró a los ojos, póngale un 10.
“Universitarios”, piensa Efraín mientras contesta con sorna. “Son los peores”.
_ Efraín: ¿Tengo que calificar a Pérez? Se pasó las 100 horas de mi curso anual de “Prevención de Adicciones” durmiendo como una morsa …
_ Más morsa será usted, señor. No descalifique al chico. Póngale un 10. Uno mientras duerme no se puede hacer adicto a nada.
La lógica del Auxiliar, formidable. Con el tiempo, hasta había encontrado su propio Efraín: un nuevo profesor, doctor en Ingeniería Civil, poseía una personalidad tímida y había aceptado limpiar el edificio a cambio de que intercediera ante los alumnos para que no lo insultaran ni golpearan. “Mucho doctorado y cero manejo de grupo”, le había lanzado el Auxiliar, junto con una escoba.
_ Efraín: ¿Califico a los que figuran en el listado, pero no vinieron nunca?
_ Por supuesto. ¿Usted quiere que nos manden al Continente por falta de matrícula? ¿Quiere que nos cierren la Institución? De ninguna manera. Un 7 a todo el mundo ahorra problemas y todos contentos.
_ Efraín: Tengo a este caso que no sabe leer ni escribir y yo enseño “Discurso persuasivo para tener éxito en las ventas”. ¿Qué hago? No sabe ni escribir su nombre…
_ En primer lugar: no le diga “caso” al alumno; no estigmatice. En segundo lugar, hombre… la escritura está sobrevaluada en este mundo loco… Apruébelo y listo. Se lo merece por ser valiente y desafiar al sistema capitalista.
Efraín es un hombre de muchos secretos. Se rumorea que posee estrategias que los docentes ignoran para manejar situaciones difíciles; dicen que se desliza durante la noche por la Isla y espía y vigila…
_ Efraín: Este grupo de alumnos se pasó el año entero jugando al Call of Duty en mi cara y mandándome a la mierda. Amenazaron con matarme, con torturar a mis hijos, con desfigurar a mi mujer…
_ ¿Y por qué usted no me avisó antes?
_ Yo escribí unos sesenta informes y los dirigí a De Álzaga…
_   Pero no, hombre, al director no, de ninguna manera. Me tiene que avisar… Usted déjemelos a mí. Apruebe a todos y listo. Va a ver cómo lo dejan en paz.
Los “viejos” le cuentan a los “nuevos” que Efraín avanza despacito entre las camas donde duermen su sueño los alumnos, durante la noche isleña. Pone sus manos de dedos largos sobre los cuellos de los que califica en secreto de “rebeldes”, “patoteros”, “cabecillas”…y aprieta, aprieta, hasta que los ojos que miraban el sueño plácido lo miran a él, desorbitados, enrojecidos. Su estrategia es sencilla: aseguran que suelta cuando las venas de su presa están gruesas y oscuras como tronco de árbol.
“Shhhhhhhhhhhh”, les dice. “Ojito con joderme la vida”.
Eso basta.
Los “nuevos” se estremecen.
Jamás un alumno lo ha denunciado ni ha hecho un comentario, en voz alta o por escrito, sobre los terrores nocturnos asociados al Auxiliar.
Eso sí, una vez alguien descubrió el punto débil de Efraín, hecho que le costó el trabajo en la Isla.
Era una profesora nueva, que enseñaba-guiaba sobre “Control de la Natalidad”. Quiso saber qué hacer en caso de calificaciones porque un alumno se negaba a participar de sus clases por motivos religiosos. Le dijeron que le preguntara a Efraín, naturalmente. Tenía una vocecita aguda que se oyó por encima del ruido a adolescencia, cocoteros y mar:
_ Señor portero, ¿puedo hacerle una pregunta?
La Isla se detuvo. Fue como la caída de un rayo.
La despidieron al anochecer. Por la madrugada ya estaba en el Continente.
Su experiencia no fue en vano. Desde ese día, todos en la Isla aprendieron la importancia de no decir jamás delante de un auxiliar la palabra “portero”.

La Revolución del Agua Humana

Este relato fue publicado en: http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/11/14/la-revolucion-del-agua-humana/index.html y pertenece a la serie Proyecto pibe Lector

32. La Revolución del Agua Humana


Dalí


El niño se detuvo. Tomó aire, dirigió su mirada límpida hacia el cielo transparente. Desplegó el material sobre la Revolución del Agua Humana. Comenzó a indagar.
Al cabo de unos minutos un señor se le acercó, amable, para preguntar si necesitaba ayuda. El niño contestó apresuradamente que sería un honor escuchar la palabra de uno de sus mayores. El señor, entonces, habló:
_ En el año 2036 un investigador de la UNLP, en Argentina, hizo un descubrimiento que le pareció fenomenal: logró sintetizar el líquido que denominó “Agua Humana”, el néctar esencial, el maná, la fuente de la juventud, anhelada, buscada e imaginada por alquimistas y artistas durante milenios. La fórmula aún era imperfecta, pero la subió a internet en su blog personal.
En 2042 un jovencito hizo pruebas en su cuerpo basándose en la fórmula del Agua Humana. Incorporó el Inhibidor del Apetito y la perfeccionó. Quiso pasar a la posteridad como un héroe anónimo: no sólo envió la fórmula renovada a cada gobernante, a cada laboratorio, a cada universidad, sino que usó las redes sociales con tal habilidad que los datos se viralizaron. La gente de esa época estaba obsesionada con su imagen: seducida por la promesa de la pérdida de grasa corporal, fabricó la fórmula y empezó la Revolución.
El Agua Humana adelgazó a las personas, pero además las volvió sanas. Desaparecieron los problemas de los dientes, de los pulmones, de los riñones, del corazón… ya nadie se enfermó. Los organismos funcionaron como debían y la gente se volvió perfecta. Eso trajo consecuencias que el joven dadivoso jamás pudo imaginar, ya que fue asesinado por una horda enfurecida el mismo año en que la Revolución comenzó.
Ya no hubo necesidad de comer ni de beber. Hasta ese momento, la humanidad giraba en torno a la comida: a producirla, a consumirla. Ser comensal era un ritual social. Restaurantes, fábricas, supermercados, vida familiar, horarios, modos de crianza: todo cambió y se produjo un inmenso desconcierto.  A medida que la gente se desintoxicaba de milenios de consumir comida se volvía sagaz: nadie dudó acerca de la importancia de abandonar el paradigma obsoleto y las naciones, unidas, comenzaron a buscar nuevas formas para que la economía no estallara del todo.
El mundo cambió vertiginosamente: tampoco se necesitaban abogados, psicólogos, agricultores, ganaderos… Millares de máquinas, en meses, se transformaron en chatarra. Lo relativo a la estética era vestigio de una época olvidable. Fue demasiado. Hubo que reorganizar todo. La naturaleza se erguía, triunfante: dejaba de ser explotada. El ser humano asumía finalmente su rol como eslabón, como engranaje ínfimo perteneciente al Reino Animal. La gente no sólo no se dejaba engañar, sino que había perdido las ganas de engañar a otra gente. El Agua Humana rasgó el velo que mantenía la Humanidad en la oscuridad y la corrupción; fue un renacer después de una especie de Sodoma y Gomorra. La gente se volvió reflexiva y crítica, y dejó de preocuparse por el consumo. ¿Desplegaste alguna vez el Museo del s. XX?
El niño escuchaba atentamente. “Sí”, contestó.
_ ¿Y qué te pareció?
_ Me dio vergüenza ajena y compasión. Las personas vivían embrutecidas, pendientes de frivolidades. Trabajaban para comprar objetos innecesarios, sufrían por cosas carentes de sentido.
_ No sientas vergüenza. Es parte de nuestra historia. No olvides que estaban intoxicados por la alimentación. Gracias al Agua Humana
_ Sí, es suficiente. Muchas gracias por su tiempo, señor. ¿Usted llegó a tener padres con coincidencia biológica?
_ No, soy muy joven. Ni siquiera mis bisabuelos hubieran vivido esa época. ¿Querés que te hable de la Revolución Igualitaria?
_ No hace falta, muchas gracias. Fue cuando se decidió que tener hijos biológicos restaba igualdad de oportunidades a la Humanidad y los niños se volvieron comunitarios. Luego quedamos solos.
_ Exactamente. La Historia de la Humanidad fue siempre un baño de sangre, pero somos afortunados ahora. Que tengas un buen día, niño.
El niño cerró los ojos y la información desapareció. Se borraron las ciudades, las personas que caminaban apresuradas, los carteles de neón. En el siglo del niño, la gente no necesitaba nada. Mientras contemplaba nuevamente la serenidad diáfana del cielo, se preguntó si el señor que le había hablado amablemente sobre el Agua Humana pertenecía a la realidad o a los materiales históricos que se le había ocurrido curiosear. No supo qué pensar. Se le ocurrió que quizás hubiera soñado todo, que existía la posibilidad de que en ese exacto momento estuviera planteándose acertijos dentro de un sueño. Se le ocurrió que el soñador podía ser el señor, y él mismo, tal vez, fuese el producto de un sueño ajeno, en la soledad de unas ruinas con forma de círculo. Tampoco supo explicar el porqué del sentimiento de nostalgia que lo invadió al pensar todo eso.
Movió sus manos y desplegó el Agua Humana. Se sintió reconfortado. Había olvidado el episodio y los laberintos oníricos cuando comenzó a beber.

miércoles, 1 de marzo de 2017

#VoluntarioDocenteNoAlParo



La propuesta de convocar a los 60.000 voluntarios que se ofrecieron para quitar el derecho a la huelga que tienen los docentes me parece fenomenal. Me vienen a la mente muchas escenas posibles que se vivirían en las escuelas, en los clubes de barrio, en los comedores... ¿Qué mejor manera de visibilizar ante la sociedad lo que están reclamando verdaderamente los docentes con sus molestas huelguitas que infiltrar en el sistema 60.000 pares de ojos para constatarlo? Hagamos un ejercicio de imaginación: elijamos algún escenario posible y situemos al actor o actriz...

En mi elucubración, voy a elegir un voluntario docente jubilado. Sería una absoluta aberración permitir que se metiera en un espacio cerrado a educandos junto a un desconocido cualquiera, con las cosas que sabemos que suceden. Supongo que ni a Vidal, que está considerando posibilidades tan creativas, se le ocurriría que eso resultaría en algo positivo para nadie.

Primera escena: el docente que lleva años sin pisar un aula ingresa en... un comedor.
Pregunta: ¿por qué no podemos usar un aula como corresponde, con pizarrón, a pesar de que sea una antigüedad?
Respuesta: Tenemos clase acá porque desde hace años nos faltan aulas, no lo hacemos por excepción. Hay un curso en la biblioteca de la primaria y otro en el pasillo que da a los baños de arriba.
Pregunta: ¿Y el olor a comida? ¿Y el calor insoportable del horno? ¿Y los chicos que me dan la espalda? ¿Y las mesas que se mueven? 
Respuesta: Una de las razones de las huelgas docentes son y han sido los problemas tremendos de infraestructura escolar, que atentan contra la calidad educativa.

Segunda escena: ingresan los educandos en el aula-comedor. Podemos recordar la parte de "Un detective en el kinder", cuando el pintoresco personaje que encarnaba Schwarzenegger se mete en un aula (divina, el aula, no como la que invento) y los chicos, sin reconocer en él una figura de autoridad, parecen enloquecer.
Pregunta: ¿Esto que viví recién me pasó porque soy voluntaria y los chicos me odian porque escucharon cosas horrendas sobre mí en sus casas y medios de comunicación?
Respuesta: No, es algo habitual. Construir una relación asimétrica con los alumnos lleva tiempo y está a cargo de usted hacerlo correctamente. ¿Qué le sucedió?
Respuesta: Un chico estaba pegando patadas voladoras y lo saqué afuera del aula, pero inmediatamente me llamaron la atención diciéndome que no se puede hacer eso...
Respuesta: Es cierto.
Pregunta: ¿Y qué se hace cuando hay chicos que se portan mal?
Respuesta: No se dice "hay chicos que se portan mal", no se debe estigmatizar así a los alumnos. Se dice que en determinado momento, un chico se portó mal... No es siempre. Lo que se hace es hacer una nota para el Consejo de Convivencia, para que comience a reunirse y se elija una sanción reparadora...
Pregunta: ¿Y dónde está ahora el Consejo? 
Respuesta: La profesora coordinadora del Consejo, que hace todo esa trabajo fuera de su horario y sin recibir paga alguna, está de paro reclamando que haya mayores recursos destinados a la educación pública, entre ellos, Equipos de Orientación con psicopedagogos y psicólogos que permanezcan las horas necesarias en la escuela para ayudar a solucionar este tipo de situaciones y otras de diferente gravedad. 
Pregunta: ¿Y no le puedo poner amonestaciones al que me insultó cuando le pedí que se sentara?
Respuesta: Usted no entendió nada...

Tercera escena (y última, aunque se me ocurren centenares más): El docente voluntario, después de desgañitarse durante dos horitas intentando explicar lo que sucedía en un cuento que leyó en voz alta tres veces mientras peleaba para que los chicos se quitaran los auriculares y prestaran atención, escuchó el timbre del recreo y se dio por vencido. Últimas preguntas:
¿Qué le pasa a esa chica, que no quiso escribir ni siquiera su nombre en la hoja?
Ella no sabe leer ni escribir. Estamos trabajando arduamente para ayudarla desde el año pasado.
¿Y cómo puede estar en este año, si no sabe? No, deje, no me conteste. ¿Y qué pasa con los dos chicos pálidos y silenciosos que estaban atrás de todo? 
Seguramente no comieron nada. Uno de los reclamos de los docentes en huelga es que haya comedores y que la comida que brindan sea de mejor calidad. 
¿A dónde está la biblioteca?¿Y las computadoras?
La secundaria no tiene biblioteca. No tenemos bibliotecaria ni muebles para los libros que envió el gobierno durante los años anteriores, ni espacio para ponerlos... Computadoras no están entregando. Ése es otro reclamo..
Sí, ya sé, de la huelga absolutamente justa que estoy rompiendo como un carnero. 

¿No es cierto que serían unas buenas palabras para cerrar la escena? Una pena, porque así terminaría esta especie de scketch delirante y se me había ocurrido un final mucho mejor, que era más o menos así: Después de varias clases agotadoras donde los gritos, la música y el ruido infernal imperaron sobre el calor del horno de la cocina y el olor a cebolla, la/el docente voluntaria/o recibió una planilla con cuatro casilleros para "volcar las calificaciones" obtenidas por los educandos. ¡Ah! Y recibió la noticia de que había un padre bastante enojado esperándolo en la puerta del ...comedor. Y que tenía que entregar al día siguiente sus planificaciones diagnósticas... Y...

Quizás los 60.000 voluntarios, en unos pocos días, podrían contarle a la sociedad los porqué de las huelgas docentes y de los problemas de la calidad educativa que reciben los alumnos de la escuela pública mejor, mucho mejor, que cualquier especialista en educación.

 ¿No sería graciosísimo si no fuera tremendamente trágico?


Este texto fue publicado en Infobae: http://www.infobae.com/opinion/2017/03/02/60-mil-voluntarios-para-visibilizar-los-reclamos-docentes/


sábado, 17 de septiembre de 2016

Qué pensás de la escuela secundaria (Feliz día del profesor)


Este texto fue publicado en: http://www.infobae.com/opinion/2016/09/19/la-importancia-de-la-escuela-secundaria/

Hay gente que piensa que la escuela secundaria es una especie de guardería; el lugar donde la sociedad mantiene encerrados a sus adolescentes durante unas horas "para que no estén en la calle" o "para que larguen la compu un rato".

Otra gente piensa que es una institución obsoleta, con sus mesas, sillas, timbres, materias, horarios, profesores "incapacitados" y ceremoniales centenarios. En general, estas personas sostienen que lo que se intenta enseñar ahí "no sirve para nada", está fuera de contacto con la realidad y es una pérdida de tiempo.

Hay quienes dicen que la escuela secundaria pública actual es un espacio donde los pibes adictos, borrachos y delincuentes se mezclan en salones con pibes con capacidades diferentes, pibes de otras edades, víctimas de cualquier clase de violencia y, mayormente, pibes pobres. Dicen que esos chicos están ahí para "ser contenidos" o "comer", porque no se puede hacer otra cosa con ellos.

Y escribo "dicen", porque todos los que piensan estas cosas, las dicen. Los adolescentes (y los demás) los escuchan.

En este momento, miles de profesores están pidiendo a sus alumnos que guarden, por favor, su bendito celular, sin éxito. En este momento, en algún salón, un alumno está insultando a su profesor. En otro lugar, un alumno le pegó una piña en plena mandíbula a su profesora de matemáticas. En la dirección de algún lado, hay padres amenazando a la directora de un colegio. Hay alumnos que acaban de robarle la billetera a sus docentes. En centenares de aulas, en simultáneo, mientras alguien lee este texto, hay un griterío infernal.

Para mí, toda esa gente que piensa lo que afirmé en los primeros tres párrafos tiene parte de culpa en esos tristes sucesos.

Yo pienso que la escuela secundaria es uno de los lugares más importantes. En su interior, los adolescentes experimentan la tremenda metamorfosis que los lleva de ser niños a jóvenes, rodeados de pares y de adultos que los escuchan, contienen, educan y aconsejan bien. Es el único espacio donde la tecnología convive con los clásicos, con los textos escritos en papel, con las cuentas hechas a mano. Kafka, Stevenson, Poe, Borges, Cortázar, la mitología griega, la lapicera y los fibrones, las cartulinas para dibujar, la música que no suena en la radio ni en los boliches, la importancia de ser buen ciudadano, la Historia, los filósofos, los textos argumentativos, los valores, el teatro, todo desfila, interactúa, se mezcla con los pensamientos de los chicos arrancándolos por lapsos más o menos cortos de sus cotidianidades, acompañando y estimulando su pensamiento. Lo que suceda durante esa etapa condicionará el resto de la vida de cada uno de los alumnos.

Muchos de los que piensan algo parecido dedican su vida a escuchar, contener, educar, enseñar y aconsejar bien a los adolescentes adentro de las escuelas. No es una tarea fácil: hay que trabajar duro para poder hacerlo. Para todos ellos, mi agradecimiento y reconocimiento en el día del profesor.



sábado, 10 de septiembre de 2016

La luz mala

Para mis alumnos de 6to 2016, con todo mi cariño

imagen tomada de internet


Ahora que están de moda entre las personas de la ciudad las leyendas urbanas y las Creepypastas,  podría pensarse que las historias tradicionales, las que tienen cientos de años y circulan por nuestros valles, campos y montañas, han perdido su capacidad de producir miedo. ¿Puede competir la Dama de Blanco, deslizándose sobre baldosas por las calles de Buenos Aires por la madrugada, con la adorable Llorona, gimoteando por los campos en búsqueda de sus hijos? ¿Dan más miedo los fantasmas de La casa de los leones que la Viuda, el Pombero o el Lobizón? Como cierre de esta jornada de lectura, haremos un viaje que nos llevará lejos de los edificios, los colectivos y el cemento para trasladarnos con nuestra imaginación a cualquiera de los paisajes del noroeste argentino, entre cerros y quebradas.
       
     Por Jujuy, Salta, Tucumán, La Rioja y Santiago del Estero hay unos paisajes tan hermosos que de pararnos nomás ahí se nos ensancharía el alma. Hay cerros coloridos, montañas y valles, el cielo más celeste que se pueda pintar y un aire etéreo que para nosotros, acostumbrados como estamos a respirar contaminación de todo tipo, sería un placer desconocido. Se preguntarán ustedes cómo podría alguien experimentar miedo en lugares tan bonitos, mecidos por la brisa y rodeados de pajaritos cantores… Es que falta hacer algo importante con nuestra imaginación en este momento: apagar la luz y dejar que nuestro paisaje se sumerja en la noche.
           
Noche cerrada. La silueta de la cordillera se fue desdibujando con el atardecer, los cerros desaparecieron, los valles fueron perdiendo su color verde y ahora, en esta historia que te vamos a contar, vos sos el protagonista y  estás parado ante la nada porque está todo negro, y si te ponés la mano delante de la cara no la podés ver. Para peor es 24 de agosto, día de San Bartolomé, y como sos de la ciudad resultaste ser un chambón al elegir esa fecha para tu viaje, aunque sea imaginario, porque todo el mundo por los pagos del noroeste sabe que esta noche mejor estar arropado en casa, bien envuelto en el poncho.
           
El día de San Bartolomé es el único día del año que tiene Satanás libre de la vigilancia de los ángeles, y como encima es Satanás, por supuesto que lo aprovecha. El vientito que sentís ahora, parado ante la oscuridad total intentando ver sin éxito tu mano extendida ante tu cara es, probablemente, el aire purísimo del lugar, que se estremece del miedo que le da Mandinga vagando por la tierra en el silencio de la noche, buscando almas para llevarse. ¿No te da escalofríos pensar en eso? No te preocupes, nuestra historia aún ni comienza: seguís parado ahí haciéndote el que no creés en supersticiones y sacás, seguramente, el celular para mirar la hora… No se prende… quizás te quedaste sin batería… o pasa otra cosa.
            
 Allá a lo lejos, mortecina al principio, divisás una lucecita que lenta, lentamente, viene. Sí, digo “viene” y no “va”, porque se dirige directamente hacia donde estás vos. Pensás muchas explicaciones razonables: alguien notó tu ausencia y te viene a buscar; una bici o una moto (o un jinete a caballo, mejor), andan paseando en la oscuridad y el silencio porque la noche estaba fresca y linda para salir. Imposible. Ahora sí temblás un poco, y no por el viento, porque la lucecita no parece algo normal y se aproxima, un poco verde, un poco violácea, un poco neblina. Se desliza zigzagueante, como serpiente, por momentos despaciosa y de repente veloz, siempre hacia tu lugar, hacia donde estás. Escuchás los gemidos de los gatos salvajes que viste por la tarde, te rodean los rumores de los zorros del monte, los guanacos, alpacas y llamas que adivinás porque no podés ver nada, aterrado ante la posibilidad de que algún animal te ataque o, siquiera, te toque. “Viene la luz mala, el farol de Mandinga, a buscar mi alma”, balbuceás, y el sonido de tu propia voz ahí en la nada te aterroriza. Decidís escapar. ¿Hacia dónde? Los gatos salvajes (porque no pueden ser otra cosa) parecen bebés llorando, gritan en forma sobrehumana formando un coro horrendo mientras la luz ahora se dirige directamente hacia donde estás, te alcanza, ilumina de verde tus pies (los ves como dentro de un sueño, en plena pesadilla, las zapatillas se convirtieron en gastadas botas, son los pies de otro que no sos vos, unos pies antiguos, de algún hombre que atrapó el Diablo en otros tiempos)…

          
  Al rato te encuentran tus amigos, que te buscaban desesperados desde hacía horas. Mientras tomás café caliente y el médico te dice que tuviste un desmayo por el cambio de altura y que tuviste mucha suerte, llega un grupo de personas a buscar al médico que te está atendiendo, y de casualidad, escuchás la historia de la Luz Mala de boca de un habitante del lugar. Cuenta la historia que la luz aparece donde hay enterrados tesoros, porque es el alma de quien los guardó, que vigila que nadie se los arrebate. El hombre está diciendo que vio la luz esa misma noche, y que encontró el lugar. Viene a buscar al doctor porque fue a cavar con su hijo, para buscar el tesoro, pero cuando clavó la pala en el sitio salió una especie de gas y se le metió adentro al chico, que desde ese momento no para de toser y escupir pedazos de cosas verdes, y de puro desesperados ya no saben qué hacer. Ves cómo traen entre cinco personas al chico, ves al doctor asistirlo, ves que se revuelve sobre una mesa, como si estuviera endemoniado. Como buen habitante de ciudad pensás “Epilepsia”, pero la serenidad se te va al diablo cuando te das cuenta de que los pies del chico son los pies antiguos que viste en plena soledad de gatos gritando en la noche cerrada iluminados de verde. En ese momento, una señora muy viejita se abre paso entre el desastre de familiares del chico que lloran de desesperación, con un facón en la mano. Tus amigos y vos se asustan más, si es posible; los demás no. Todos saben por allá que si te enfrentaste con el espíritu de un difunto (y uno de esos es la Luz Mala), lo que hay que hacer es rezar una oración y morder la vaina de un puñal de plata. Contemplás al chico con el cuchillo en la boca, ya quieto. Tus amigos se ríen durante años de lo que hiciste después: te subiste a la mesa donde lo habían recostado al pobre, le sacaste el cuchillo lleno de espumarajos de la boca y te pusiste a morderlo tan fuerte que se te rompió un diente. 

domingo, 12 de junio de 2016

Vagones rosas para las princesas lavaplatos #Niunamenos




Resulta interesante leer en los diarios noticias como la del manual de Fiat, quitado de circulación ante las acusaciones de misoginia, o las declaraciones del señor Donnet, miembro del Tribunal Superior de Justicia de Chubut, acerca de que las mujeres "tienen muchas responsabilidades en la casa" como para ir a trabajar en el poder judicial. Pero lo que resulta más interesante aún es que Fiat no se haya dado cuenta de que estaba publicando una sarta de observaciones machistas hasta que desde las redes sociales se lo hicieron notar, o que este señor Donnet crea que sus declaraciones son inofensivas y naturales en pleno siglo XXI, después de cambios de paradigma extraordinarios y la segunda marcha por Ni una menos.

Resulta penoso leer en los diarios acerca de la posibilidad de un "vagón rosa" en el subte para que las mujeres puedan viajar sin ser manoseadas por los hombres, dando por sentado que es natural que los hombres manoseen a las mujeres y que es algo que no se puede evitar de otra manera.

Llueven mensajes ofensivos, desagradables, violentos y, a veces, desgarradores. Parece que no se dan cuenta, parece que no nos damos cuenta. Necesitamos que alguien escriba y señale lo que es obvio, lo subraye con fosforescente y nos haga sentir cuán idiotas somos a cada rato. "Los hombres ya piensan dos veces antes de soltar un piropo", titula un diario. Denevi, en una de mis novelas favoritas, expresa burlonamente y mejor que nadie lo que se siente al pasar ante un conjunto de hombres reunido en una esquina de Buenos Aires en 196... Cito de memoria las palabras de Leonides Arrufat: "Hay que ser mujer y atravesar ese campo minado para saber lo que es el ludibrio y el vejamen del sexo". La querida Leonides no exagera: las groserías y exhibiciones obscenas a las que son sometidas las mujeres en la vía pública comienzan, según estadísticas, desde la temprana edad de 9 años. 

Las publicidades continúan repitiendo el estereotipo de los príncipes que deben ser "atendidos" por las princesas arregladitas y delgadas. Las peores son las de detergentes y productos de limpieza. La bella durmiente que se levanta a limpiar los pisos porque el príncipe está llegando, para luego acostarse y fingir que está dormida (nótese qué natural parece que las mujeres que son buenas esposas y esperan a su marido con la casa limpia, finjan en la cama). Otro príncipe elige a la princesa que lavó más platos y tiene las manos suaves. Un niño (un varón, por supuesto) decidió "dedicar su vida" a buscar la fórmula de productos de limpieza que permitieran que las madres pasaran tiempo con sus hijos... con todo lo tremendo que encierra este mensaje para las mujeres, incapaces de encontrar la fórmula y malas madres por dedicar todo el tiempo a fregar grasa quemada. Seguramente un hombre inventó la canción pegadiza de otra propaganda espantosa, que repite el estribillo "será porque te vino"... Sin palabras. El humor que no es humor, el chiste ofensivo y los dibujitos que venden productos y objetos para que las mujeres sean bellas, delgadas, jóvenes, eficaces limpiadoras y atendedoras de hijos y maridos, brota de pantallas y revistas femeninas y hace natural lo que desde el discurso se pretende cambiar.

 El programa "más visto de la televisión argentina" sigue ofreciendo las imágenes en HD del cuerpo femenino casi desnudo, estático o en movimiento, como marco de cualquier cosa que suceda. Las "secretarias" continúan paseándose por los estudios de televisión cubiertas de prendas diminutas, las "participantes" permiten ser cubiertas de barro y que un hombre las rasquetee para encontrar letras escritas sobre su piel, a pesar de que les duele, con la excusa de que "es un juego".

No va a cambiar  nada si los medios continúan repitiendo estructuras que atrasan siglos para ganar dinero o poder. Consideramos "normal" lo que estamos viendo, lo que estamos leyendo, y hasta le ponemos "me gusta" sin pensar demasiado y lo repetimos en la escuela, en nuestros hogares, con nuestros hijos e hijas. Las redes sociales no son ajenas a estos estereotipos; circulan textos sobre "las mujeres de cuarenta" o cartas abiertas de dudoso origen como "lo que Brad Pitt escribió sobre su mujer " que cosechan infinidad de "likes" entre las féminas a pesar de repetir hasta el hartazgo que los hombres son seres superiores que no desean ser molestados mientras miran partidos de fútbol y deben ser atendidos por mujeres que necesariamente tienen que ser bellas, heterosexuales, esposas, buenas madres y hacendosas.

El paradigma está esbozado: sabemos que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres, que deben percibir el mismo salario por el mismo trabajo, que no son "criaturas emocionales" ni tienen un cerebro inferior compuesto de diferentes materiales. Sabemos que muchas veces las mujeres son víctimas de violencia por el mero hecho de ser mujeres, sabemos que eso puede acarrearles la muerte. Existe hasta una nueva figura legal en este paradigma teórico: el femicidio. En estos días se cumplen tres años de la muerte de Ángeles Rawson, una víctima entre miles de víctimas que cobró relevancia mediática y cuyo nombre nos recuerda el dolor que encierra la palabra "femicidio" cuando se concreta en la práctica.

¿Qué debemos hacer para que dejen de pasar todas estas cosas? ¿Podremos, como sociedad, lograr que lo que tenemos tan claro en la teoría se refleje en la práctica? ¿Llegaremos los de mi generación a ver una Argentina donde sea imposible que en un manual de uso de un auto se indique la necesidad de bellas piernas para la copiloto? ¿Donde un "vagón rosa" sea un absurdo y el hombre que manosee a una mujer en el transporte público sea visto como el degenerado que es?¿Donde las mujeres dejen de ser consideradas cuerpos, objetos que poseer y desechar? ¿Donde el asesinato de una mujer sea algo extinto, perteneciente a épocas de barbarie donde existían hombres embrutecidos que creían que amar a alguien era ejercer violencia?

Seguramente me olvido de muchísimas cosas importantes al escribir este texto, porque lo hago en un rato, desde el sentido común y no desde campo científico alguno. Lo escribo como mujer que hojea revistas femeninas y siente que la menosprecian, como mujer que siente con pena cómo muchas de sus alumnas adolescentes son víctimas de todo tipo de violencia en las calles y sus casas, como televidente que se indigna ante publicidades machistas, como lectora que siente oprimido el corazón ante la foto de cada chica asesinada que sonríe desde los diarios. Escribo porque me gusta imaginar una realidad donde ser mujer no sea ser víctima de absolutamente nada. Pido disculpas por los olvidos y espero que los lectores encuentren en el espacio de los comentarios la forma de subsanarlos.

Ángeles Rawson y su mamá. Foto tomada de "La Nación"





domingo, 15 de mayo de 2016

Cómo ser un pequeño saltamontes



Esto es más o menos lo que le digo a esos chicos de mis clases que contestan a la pregunta "¿Qué vas a ser cuando seas grande?" con: "Médico", "Arquitecto" o "Neurocirujana" con los auriculares puestos y la carpeta hecha un bollo, mientras piden a los gritos que alguien les preste una lapicera:

"Querido alumno, venir a la escuela no es sólo "venir" de vez en cuando a discutir conmigo si tuviste ganas de ponerte ojotas o andar con toda la panza afuera desafiando las reglas del Consejo de Convivencia por millonésima vez. Venir a la escuela tiene que ver con hacer realidad tus sueños futuros. Dale, reíte. Recién me contestaste que querías ser médico (o arquitecto, o neurocirujana, o lo que sea que hayan contestado). Bueno, vos venís a la escuela para prepararte para cumplir tu sueño".

Y al llegar ahí uso un discursito que durante décadas me resultó infalible:

Supongamos que en lugar de "médico", vos decís que querés ser luchador del UFC. Campeón. El mejor. Bueno, para lograr eso deberías entrenar mucho, ¿no es cierto? Deberías aprender varias artes marciales primero. Supongamos que comenzás hoy, que ésta es tu primera clase de, digamos, kung fu. ¿Podrías venir vestido como vos querés? No, por supuesto, hay reglas para eso. ¿Podrías estar con auriculares en tu cuello o en tus orejas? Tampoco. ¿Podrías estar tirado en el piso con el celular wasapeando con tu novia o novio? Menos. ¿Podrías interrumpir a cada rato porque tenés ganas o echarte a dormir en el medio del salón?  El profesor te diría que no estás participando de la clase o te llamaría la atención. Tu conducta significaría una pérdida de tiempo para todos, una molestia. Ni siquiera hace falta decir que no aprenderías absolutamente nada de kung fu. 

Supongamos que insólitamente el profesor no te dijera nada y te dejara hacer lo que querés. Y pasara un año, y vos continuaras en la clase de kung fu escuchando música y con la wasapeada y las ojotas, "jodiendo con los pibes" y paveando en lugar en entrenar y aprender ...¿qué te parecería si el profesor, en diciembre, te entregara en una ceremonia el cinturón negro y te dijera que estás preparado para un torneo?"

El otro día una chica me contestó que el profesor sería un corrupto reverendo hijo de puta si hiciera eso.
Cuando los pequeños saltamontes dicen cosas así, soy yo la que se queda pensando.


Este texto fue publicado en Infobae: http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2016/05/19/como-ser-un-pequeno-saltamontes/

sábado, 23 de abril de 2016

Los adolescentes, entre el centeno y sin guardián



A veces me toca presenciar el cambio de conducta, pero lo que más me impresiona es el cambio en el rostro.
Caritas que aplaudieron entusiastas el final de alguna lectura, que bajaron ojos emocionados al recibir elogios, se vuelven grises. La mirada pierde el aura que le da la inocencia, se vuelve turbia. Y el chico, luego de pasar más o menos años "portándose mal" dentro del aula, corta la conexión con la escuela porque ahora siente vergüenza.
El abandono no es abrupto, pero tarde o temprano sucede.
Lamentablemente, la escuela gimotea aliviada ante otro problema espantoso que fue incapaz de resolver.
¿Qué se hace dentro de un espacio cerrado con 20, 25, 30, 35 o más adolescentes que provienen de diversas realidades? Chicos que saben (o no saben) distintas "cosas escolares", que se niegan a quitarse los auriculares y a abandonar sus celulares (un ratito, es porque estoy explicando algo importante y quiero que entiendas, por favor), chicos que se duermen cerrando los ojos más o menos porque se quedaron toda la noche navegando en internet, buceando, buscando y buscando en el único campo que creen despejado y que en realidad está plagado de peligros y es el campo de centeno, pero sin guardián.
Cuando la escuela respira impotente me agobian las preguntas y me pierdo yo también.
¿Qué hace un adulto ahí encerrado, rodeado de adolescentes que no quieren estar ahí, que se sienten mal por cualquier tipo de razón, que están enojados por cualquier otro tipo de razón, que se comportan en forma extraña porque quizás consumieron alguna sustancia prohibida, que se aburren soberanamente, que no le ven sentido alguno a estar ahí pero tampoco al estar en algún otro lugar en ese exacto momento?
Esta semana me la pasé escuchando dentro de mis aulas que los jóvenes muertos en la fiesta electrónica eran unos chetos que se habían drogado mal y que debían joderse (aunque "pobres, las familias"). Ninguno de mis alumnos se considera "cheto", así que ignoro qué habrán razonado en aquellas otras aulas que jamás pisé donde los adolescentes experimentan realidades "chetas" que ignoro. Mis alumnos son pobres. Muchos trabajan desde su infancia. Saben lo que es el hambre, lo que duelen los golpes, la discriminación y la indiferencia, que no se confunda el lector ante el detalle de los auriculares y el celular. Muchos conocen el mundo de la noche adulta desde mucho antes de ser adultos. Saben de alcohol, cigarrillos, marihuana, paco. Algunos son padres y madres a pesar de que no han dejado de ser casi niños. "Drogarse bien", decían. Me hicieron enojar, pero reaccioné; la pregunta dejó de ser retórica, patética y existencial para volverse significativa: "¿Qué hace un adulto dentro del aula?"... Educa. Habla con los adolescentes, se comunica con ellos, los escucha, les contesta, los ayuda a encontrar el camino personal para desenmarañar el hilo del razonamiento propio y el pensamiento crítico, que está vagando por entre el centeno en soledad.
Intenta que permanezcan, que no se pierdan.
Los fracasos son estadísticamente mayores a los éxitos: la cantidad de alumnos que egresan de la escuela secundaria y sus desempeños académicos lo demuestran. Si un alumno aprobó todas sus materias y egresó luego de por lo menos doce años de educación formal sin comprender lo que lee... algo muy grave está pasando y tiene que ver con que existe una contradicción entre la ponderación de los contenidos mínimos obligatorios que el alumno ha alcanzado cada año y la forma en que se lo evaluó y promocionó.
El de las drogas es un problema más que se suma al "clima inapropiado dentro del aula" y la vuelve un lugar inhóspito y complicado, pero me parece más fácil resolver por parte de las autoridades este tema que la enorme desidia en la que se han envuelto los chicos desde que el mundo de los adultos ha decidido abandonar sus tareas de guardián y los ha dejado solos.
En las escuelas necesitamos ayuda urgentemente. Las preguntas se vuelven retóricas y los docentes a veces nos agotamos en ellas, de puro cansancio por desgañitarnos en soledad gesticulando como locos ante molinos de viento.


Este texto fue publicado en: http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2016/05/06/los-adolescentes-entre-el-centeno-y-sin-guardian/