PROYECTO PIBE LECTOR

#PROYECTOpibeLECTOR: Para leer alguna de las 59 ficciones de mi blog en Infobae, accedé haciendo click aquí.
Buscá la fan page del Proyecto en Facebook, click aquí: PROYECTO PIBE LECTOR.

martes, 22 de marzo de 2011

Juguemos con un revólver mientras el lobo no está (pero el lobo está)

Goya. Fusilamientos del 2 de mayo

Leo en el diario: "Le disparó sin querer a un compañero en el aula". La nota es deliberadamente ingenua, pero agrega maliciosamente algunos datos al final y me recuerda algo que no viví directamente pero escuché entre recreo y recreo en la preceptoría hace sólo una semana.

¿Quién puede creer que un adolescente de 15 años no diferencia un revólver de juguete de uno verdadero teniéndolo en sus manos? ¿Quién cree que puede llevarlo a la escuela "para jugar" o "para mostrárselo a sus compañeritos"? Yo creo que nadie, realmente, y menos los que pertenecemos a comunidades educativas.

Según la nota, la profesora enseñaba teoría de espaldas al salón, concentrada en el pizarrón, y ahí se escuchó el tiro. En televisión, anoche, se mencionaba que la docente había contestado que el curso era muy numeroso ante la interpelación obvia (¿cómo pudo no darse cuenta de lo que estaba pasando?). Imagino la escena fácilmente: un segundo repleto, paredes descascaradas, mesas y sillas rotas, un ruido infernal que proviene de pasillos, patio y aulas linderas, una docente intentando enseñar inglés sea como sea (equivocadamente, en mi opinión) en medio del caos y los pibes pasándose el revólver envuelto en un buzo y haciéndose los pistoleros, apuntándose como en las películas y zas... el ruido fuera de contexto, el grito, las sillas que se caen y el pibe gritando que lo perdonen azorado ante la sangre y lo que ha hecho.

La vida adentro de la escuela se ha vuelto así, tal cual el relato anterior, que se puede leer como metáfora.

Los adolescentes juegan con cosas que saben que son peligrosas (con cigarrillos, con alcohol, con armas, con cuchillos, con golpes, con amenazas, con preservativos usados encontrados en la calle, con jeringas, con agujas, con trinchetas... y nombro objetos que se me vienen a la mente adheridos a anécdotas reales sucedidas en mis salones de clase), juegan a usarlas y ver qué pasa, a ver, vamos a ver qué pasaría si... y zas, suena el tremendo ruido que vuelve todo un silencio y el adolescente deja de ser actor para ser espectador del movimiento del mundo adulto que gesticula, que va y viene mesándose los cabellos y llama ambulancias, policía, padres, libro de actas, directivos, etc., según sea la gravedad del caso.

Un pibe lleva un cuchillo tramontina para asesinar a otro porque le quitó "la visera".

Una piba le roba los licores y otras bebidas alcohólicas al papá del almacén y lo bebe y comparte con sus compañeros en el baño de la escuela... y después en plena clase.

Un pibe se hace cortes en los brazos con una trincheta en clase.

Muchos pibes se hacen "tatuajes" lastimándose con lapiceras bic los brazos, pecho y manos... la bic devenida en bisturí, quién iba a pensarlo.

Y la historia reciente que mencionaba al principio... un pibe se toma ocho pastillas de algo en plena clase y termina con lavaje de estómago internado en el  Hospital de Niños. La cuento brevemente tal como la escuché:

Primera versión: El chico tenía una tableta con 10 pastillas de rivotril que debía llevar a su abuelita. Las compró él, con la receta, en la farmacia. Pobre la abuela. Y no sabe por qué, se las tomó con Coca Cola a las ocho. A las once una profesora lo notó confuso y vacilante, llamó a la preceptora, ésta a la directora, lo aislaron, el pibe contó a medias lo de las pastillas, la versión la dieron sus compañeros. Ambulancia, Hospital de Niños, lavaje.
(Mientras escucho esto, tomando un mate, exclamo "¡Menos mal que no pasó en mi hora!"... "¿Che, no se habrá querido suicidar?"... y me enojo al escuchar una profesora de esas que no me gustan decir "Pero no, si ocho rivotriles no son nada, conozco una chica que se tomó sesenta y no le pasó nada"... y me voy).

Segunda versión: (dos días después): Era mentira que eran rivotriles. Y lo de la abuelita de Caperucita también. Vino la madre del chico en cuestión y negó esa versión, y no se sabe qué eran las pastillas, pero eran amarillas, eso seguro. Uno de los chicos dijo que se las había robado a un "transa" en el parque. No se sabe por qué las tomó ni por qué dijo lo de la abuela. La madre lloraba. Está bien, no le pasó nada.
(Mientras escucho esto, tomando mate, pregunto: "¿No se habrá querido suicidar?"... nadie sabe... "¿Se le va a hacer un tratamiento psicológico?"... no se sabe... por suerte la profesora esa que no me gusta no está para reírse y decirme que son cosas de chicos y que no hay que preocuparse y que, a fin de cuentas, no es mi alumno así que qué me importa...).

¿En qué se parecen los dos casos que cuento: pibes-revólver que se dispara y pibe-pastillas amarillas? En que en los dos casos, los adolescentes mienten y mienten y mienten. El diario dice al final de la noticia que se habían escuchado rumores de que iban a jugar a la ruleta rusa en clase, y que el chico que iba armado lo hacía para defenderse de otros chicos amenazadores. Esas dos últimas informaciones parecen más verosímiles que la anterior afirmación de la confusión entre juguete y revólver, pero ¿cuál será la verdad?, ¿Podremos los adultos finalmente desentrañarla?, ¿qué haremos con ella cuando la tengamos ante nuestra cara?

La verdad es que los hechos son alarmantes, más allá de si la abuelita o si el juguete o cualquier explicación que venga al caso. En los salones de clase pasan cosas peligrosas que escapan al control que puede ejercer un docente o la institución entera, y no se trata de "hechos aislados" sino de una realidad cotidiana para los que pasamos buena parte de nuestro tiempo allí. Afortunadamente el adolescente herido de bala no murió, pero podría haber muerto, y esa posibilidad excede cualquier explicación que una inspectora pueda dar ante los medios de comunicación y cualquier historia que quiera justificar lo que pasó adentro de ese salón de clases. No fue un accidente, fue algo evitable. No es accidente que un chico de 15 años se tome ocho pastillas de algo tampoco. Paremos de justificar lo injustificable, paremos de excusar esas conductas y comencemos a reconocer la verdad: los adultos somos enormemente culpables de que sucedan situaciones peligrosas dentro y fuera del colegio y debemos encontrar urgentemente la forma de que dejen de suceder.