PROYECTO PIBE LECTOR

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domingo, 27 de abril de 2014

5. El Chizo hechizado

Se me ocurrió durante una hora libre, de puro aburrida. Los chicos estaban portándose mal, como siempre: éramos la pesadilla de los profesores y del Chizo, nuestro pobre preceptor, que ya no sabía qué hacer con nosotros. En lo que iba del año habíamos logrado que renunciara la de Inglés y la de Matemáticas, el de Geografía había sacado licencia un montón de veces y la de Prácticas del Lenguaje no daba el brazo a torcer, pero no perdíamos las esperanzas.

Éramos horrendos. El de Construcción de la Ciudadanía había abierto la boca para putearnos, estoy segura, cuando vio que le abrimos el maletín. Yo sigo pensando que reprimir la mala palabra fue lo que hizo que llorara: se le piantó un lagrimón y se hizo el gil, el que tosía, qué sé yo. En mi escuela verdadera no pasaban estas cosas, para mí, ese año, fue como estar en un carnaval. En el mundo del revés. En una fiesta descontrolada. Me llevó un tiempo reconocer que estaba enojada: parecía que esta vez de verdad se divorciaban mis padres y no era un falso amague... aproveché la situación impune y me convertí en malvada. Personalmente no me importó, lo tomé como unas vacaciones: siempre supe que al año siguiente volvería a mi colegio, cuando regresara a vivir con mi papá. Y a ellos, a esos que en ese entonces eran mis compañeros, nos les importaba nada porque no tenían idea de lo que estaban haciendo... parecían una jauría de cachorros de lobo desenfrenados adentro de una jaula. No los paraba nadie. Repito: ese lugar era el mundo del revés, una falsa escuela, una farsa. Y yo, ahí, era la líder de los lobeznos.

Estábamos en hora libre y me hago cargo de que la idea, fue mía. El aula no era un aula: simulábamos tener clases en un sector del enorme gimnasio que hacía las veces de comedor, alejados del resto de los salones, porque no alcanzaba el lugar o porque nos odiaban, vaya uno a saber. Uno de los varones se había subido a una de las mesas y rasqueteaba con una trincheta el enchufe que se usaba para los actos; el resto de los chicos estaba prendido al alambre tejido de las ventanas del segundo piso, gritándole obscenidades a los transeúntes. Mary dormía sobre una mesa, toda despatarrada, ajena al griterío. Tres de las chicas, en sus islas personales, estaban inmersas en sus auriculares y celulares. Yo pensé que si seguían haciendo semejante escándalo, en cualquier momento iba a aparecer el Chizo, el preceptor.
_ Uuuuhhhhhhhhhhh.
(Espamentosa corrida.Ventanas despejadas. Gritos de mujer elevándose desde afuera)
_ ¡Le diste a la vieja en la cabeza!
_ ¿Quién? ¿Yo? ¿Qué te pasa?
Pensé que si no decía algo, otra vez iba a haber piñas. Elevé la voz y pregunté:
_¿Y si le hacemos un gualicho al Chizo?
_¿Un qué?
_ Una brujería... Una cosa mágica... algo así. Un hechizo al Chizo.
_ ¿Para?
_ No sé, porque rima.
A nadie se le ocurrió cuestionar la absurda propuesta, ni los métodos, ni el problema moral, ético o religioso que encerraba. Instantáneamente me rodeó el grupo de la ventana, expectante, en silencio.
_ Hay que tener un objeto perteneciente a la víctima...
_ ¿A quién?
_ Al Chizo, tarado.
Uno me alcanzó una lapicera azul.
_ Hay que hacer silencio y concentrarse al mismo tiempo en la cara del preceptor mientras yo digo las palabras mágicas mentalmente para hacer el conjuro.
_ Dale.
_Shhhhhhhhh.
Entró un auxiliar al comedor llevando una bandeja. Me costó reprimir la risa ante su cara de sorpresa por la escena; nos arrojó una mirada de desconfianza y se alejó.
_ Ya está. El Chizo está hechizado a partir de ahora. Es nuestro, nos pertenece.
_ ¿Y qué le podemos hacer?
No pude con mi genio; largué una sarta de inventos con toda naturalidad. Ni lo pensé, divertida ante la credulidad (o inconciencia) de ese conjunto de adolescentes caóticos y violentos, desesperados, rebelados ante la permisividad, la falta de límites, el abandono, condenados a la ignorancia supina.
_ Y después de todo eso que les dije, se va a morir.
_ ¿Cuándo?
_ No sé. En algún momento, seguro.
Me sentía tan superior, tan inteligente. Claro que se iba a morir, todos nos íbamos a morir en algún momento: memento mori. Aburridos ya de mi jueguito, se fueron a buscar más proyectiles para lanzar desde el agujero en el alambre que habían hecho. Me puse los auriculares ( lo recuerdo como si fuera ayer), y seguí leyendo.

La anécdota sería sonsa si terminara ahí. Terminé de cursar mi tercer año en el comedor, sin estudiar ni aprender nada nuevo, y pasé, como todo el mundo, a cuarto. Regresé a mi escuela, junto a mis compañeros de toda la vida, y recobré mi verdadera personalidad, por dentro y por fuera: abandoné el lápiz labial negro y volví a comportarme correctamente.Tuve que estudiar como nunca en la vida para poder alcanzar a los demás y mantener mis calificaciones, que cayeron en picada. Y no existiría ninguna razón para recordar el año perdido en la escuela falsa de no ser por esto: ayer a la noche estaba en facebook y recibí una solicitud de amistad. Era Mary, la bella durmiente del aula del comedor, ya lejana. Al oprimir aceptar, apareció el siguiente texto en mi muro:
"Hola, bruja. Te escribo para avisarte que ya conseguimos una bruja mejor que vos. Dejanos en paz. No te aguantamos más. Ahora vas a ver lo que se siente cuando te pasen cosas".

Demás está decir que bloqueé inmediatamente a Mary, eliminé el escrito de mi muro y apagué la computadora. Mi cabeza se inundó de preguntas... ¿Le habrá pasado algo al pobre preceptor?, ¿será una broma de mal gusto?, ¿me habrán hecho algo de verdad?
Probablemente, el chiste del año pasado me salga caro. Por ejemplo: mientras les contaba el final de esta historia se me cayó el celular y se le partió la pantalla. ¿Es que estoy bajo la influencia de un hechizo? ¿Acaso me voy a morir?
No es muy consoladora la respuesta a la última pregunta, pero es la misma que articulé en el olvidable comedor: todos nos vamos a morir en algún momento. Exista o no la causalidad mágica, no hay nada que un humano pueda hacer para contrarrestar eso. Al final, me dieron de tomar mi propia medicina, los chicos de la escuela falsa: anoche no dormí, no creo que hoy pueda tampoco. Tan viva que me creía, una piola bárbara, tan superior, tan racional... ¡quién hubiera dicho que me iba a quitar el sueño pensar en las brujas! Será porque las brujas no existen, pero como dice la frasecita famosa, que las hay, las hay.

viernes, 25 de abril de 2014

4. Ese muchachito, solitario.

para Mili

Ilustración: Aylén Giraudo


Miraba la vidriera distraído, haciendo girar la moneda ya tibia entre los dedos, cuando vio la caja al lado del anillo: unos simples lentes de contacto bastarían para cambiar la situación. Estaba llegando al punto sin retorno: todos lo molestaban, los compañeros, los profesores, las preceptoras... Cuando era chico se lo había dicho a las señoritas, a la directora, a su mamá (la moneda le pareció aún más caliente cuando resonó "mamá"; cerró los ojos y disfrutó el reverberar de la sonora palabra un instante). Ahora era la secundaria, ya no había padres y si no hacía algo rápido, no habría remedio.

Descartó con un gesto de hombros las no menos sonoras "paranoico" y "culpable" que ingresaron sin permiso en su cabeza, entró en el local y gastó los arduos ahorros de dos años completos en la pequeña cajita. La vendedora, una chica que hacía cosplay de un personaje que no reconoció, se mostró sorprendida ante su ignorancia absoluta respecto al ojo de Ciel.
_¿Seguro que son para vos?
Y como si cometiera una infame herejía, con cara de repugnancia (como la de sus compañeros, la de los profesores, la de las preceptoras... y la voz antigua de mamá saltando detrás "¡pero ves que sos vos!"), le explicó cómo ponérselos, cuidarlos, guardarlos.
_Vení y te cuento por lo menos quién es el personaje y de qué se trata la historia. Éste lo tenés que tapar con un parche.
_ Sí,sí. Va a estar bueno vivir esto_ pensó en voz alta, estremecido ante lo que iba a hacer.

A metros de la puerta de la escuela, al otro día y con los lentes puestos, la idea no le pareció tan buena. ¿Y si se reían de él? ¿Si lo señalaban, si se burlaban, si lo mandaban a dirección y lo obligaban a sacárselos? Se puso el pelo sobre la cara, cubriendo el ojo maravillosamente ornamentado, y se dirigió hacia el shopping. ¿Y si le pegaban? ¿Si lo encerraban otra vez en el baño y le metían la cabeza debajo del agua? ¿Y si llamaban a su casa? Caminaba absorto en sus pensamientos. Eran las siete y media de la mañana, pero parecía noche cerrada. "Nadie en la escuela sabe lo que significa el ojo, nadie me puede decir nada y si alguien me dice algo yo..."

Sintió el golpe del hombro en su hombro, pero venía ensimismado imaginando el ataque así que giró sobre su pie y la cara que mostró hizo juego con lo que le salió de las entrañas, una voz ronca, harta de las patadas, de las burlas, de los papeles pegados en la espalda, de los sobrenombres, del miedo, la humillación y la vergüenza:
_¿Qué?
Eran dos. Uno tenía la mano dentro del bolsillo. La moneda caída tintineaba en las baldosas, musicalizando el silencio. Un colectivo se iba, lucecitas rojas, lejano.
Lo miraban desconcertados. No dijeron nada.
Se dio vuelta y caminó, sin prisa, los dientes apretados. El viento agitó su sobretodo y se figuró protagonista de una filmación pasada en cámara lenta. Pasó corriendo un esponjoso gato blanco. Recién cuando llegó a la esquina el miedo le permitió darse vuelta y mirar: corrían los dos ya lejos, como si los persiguiera el mismísimo demonio. El reflejo del vidrio de la juguetería le devolvió la cordura y le regaló generoso una explicación razonable: "Me iban a robar"... "Con razón... ¿ése soy yo?"... "Ése soy yo... ahora".

Detrás de su nueva imagen, el reloj del negocio marcaba serenamente las 7:38. Una empleada lo observaba fijamente, pero a él no le importó. No era tarde. Decidió no levantar su moneda y se sintió hermoso, delicado, elegante, enigmático y poderoso; se quitó el oscuro pelo que volaba hacia su cara y lo sintió suave. "Existe un antes y un después", pensó. "Porque ahora, yo soy el del reflejo".

Entró en la escuela nuevamente distraído, pensando en cuánto tiempo le llevaría ahorrar lo suficiente para comprar el anillo, sin percibir siquiera el rumor que su paso provocaba, acostumbrado para bien o para mal a la soledad, sin saber que ingresaba en  ese mismo instante en su personal e intrincado laberinto, en donde se perdería durante la interminable adolescencia en la  búsqueda incesante de encontrarse a sí mismo fingiendo ser otro.

martes, 22 de abril de 2014

La importancia de un aula digna

En los viejos tiempos de mi trayecto por Humanidades de La Plata no existían los llamados "Talleres de Vida Universitaria"; te pasabas unas semanas perdido en pasillos, escaleras o baños con claraboyas buscando el aula 203 o la 305, entre pancartas y anuncios colgando y una marea de gente que, según uno creía, no dejaba de mirarte acusadoramente ante tu atrevimiento de novato. Cualquiera de los subsuelos hubiera merecido un capítulo aparte en el mencionado "Taller" de haber existido, y podría haberse titulado "Supervivencia en la húmeda oscuridad" o algo por el estilo. La nostalgia me hace ir por las ramas y ser contradictoria. Vuelvo.

A pesar de que a todas luces es evidente la influencia del espacio escolar en el desempeño de los alumnos, continúan levantándose voces que recuerdan su propia juventud transcurriendo sin estufas, sin ventiladores y en lugares inhóspitos. Yo misma, como alumna universitaria, puedo traer a esta página la descripción de memorables clases de Literatura Alemana en un aula del subsuelo mencionado en el primer párrafo, sin ventilación, dando la espalda a paredes por donde chorreaban líquidos de dudosa procedencia y poco dudoso aroma... y la conclusión es la misma: realicé mi proceso educativo igual. Pero eran otros tiempos, en la actualidad, el viejo edificio espera su demolición, los alumnos cuentan con nuevos lugares de estudio y eso es lo correcto: por más que se alcen miles de voces que aseguren que las condiciones ambientales que rodearon sus estudios no fueron las óptimas no se tiene por qué seguir así. Si uno tiene la suficiente fuerza de voluntad, puede aprender en un rancho, debajo de un árbol, en un club, una iglesia o un sindicato, con o sin estufa, con o sin ventilador (he dado clase en lugares no tradicionales  y escribo desde la experiencia). Sin embargo, nótese el resaltado de la frase "suficiente fuerza de voluntad": estar en lugares semidestruidos, incómodos, con frío o calor extremos no colabora en absoluto y suma un factor terrible a la larga lista de problemas que debemos solucionar;  una deficiente infaestructura es considerada, en los informes de la UNESCO, una falla en la eficacia, algo que puede generar una crisis en todos los niveles en la escuela y producir un colapso en su funcionamiento.
En “Enfoque, situación y desafíos de la investigación sobre eficacia escolar en América Latina y en el Caribe” F Javier Murillo sostiene: "Los datos indican que el entorno físico donde se desarrolla el proceso de enseñanza y aprendizaje tiene una importancia radical para conseguir buenos resultados. Por tal motivo es necesario que el espacio del aula esté en unas mínimas condiciones de mantenimiento y limpieza, iluminación, temperatura y ausencia de ruidos externos...". Durante el mes de febrero y parte de marzo los medios y redes sociales mostraron docentes declarando que sus escuelas y sus aulas dejan mucho que desear. Y las imágenes que circularon del problema fueron más que elocuentes.

¿Es tan difícil reconocer que hay que atender con urgencia el reclamo sobre las condiciones de los edificios escolares hecho durante el paro del comienzo del año por los docentes? Terminó el paro, los alumnos están dentro de las escuelas, pero muchísimas aulas están a años luz de la descripción idealizada de Murillo. No pertenezco a ningún gremio, sólo soy una docente de escuela pública de provincia. Nunca estuve dentro de un aula container, portable o como quieran denominarlas, pero no estoy en otro país sino en éste y conozco a fondo las paredes de durlock decoradas espontáneamente con hongos, la falta de ventilación, la humedad, las paredes electrificadas, los enchufes expuestos, los agujeros, la falta de vidrios, el ruido... todo eso sigue estando ahí. Las estufas pronto deberían encenderse, por más que todos los cuarentones salgamos a decir que "en nuestros tiempos no había estufas en la escuela y aprendimos igual".   Debería escribirse un curso de "Vida en la escuela", pero no para alumnos sino para docentes novatos, en donde se explique que su trabajo futuro se desarrollará en lugares increíblemente desagradables, entre paredes escritas y rotas, agujeros, humedad y clima desastroso, ruidos insoportables, etc.etc. No, mejor no escribamos eso, escribamos esto y pidamos nuevamente a las autoridades que cambien ese factor imprescindible que afecta la calidad educativa. Rápido. Porque se viene el invierno y ni los docentes ni los alumnos nos merecemos esto, por más que muchos nos acordemos de los sabañones y ese tipo de cosas por el estilo, que deben quedar en la idealización de los tiempos pasados y no hacer el daño que están haciendo en el presente.

Este texto puede leerse en: http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/04/24/la-importancia-de-un-aula-digna/

domingo, 20 de abril de 2014

3. El Acontecimiento



  Quién se iba a imaginar que las consecuencias de algo tan inocente, común y corriente, iban a ser catastróficas. Les cuento:

El invento ya era antiguo, pero en 2026 se perfeccionó. Fue Bill Soul, un discípulo de Bill Gates, el que descubrió la forma económica de dotar a los celulares de las múltiples funciones robóticas que los completaron y los volvieron FULL.

Fue tan revolucionario el resultado que, vertiginosamente, en 2029, los FULL fueron integrados a los Derechos del Niño y los mandatarios del mundo tuvieron que garantizar uno disponible para cada bebé desde el minuto cero de su vida.

 La forma humana y la voz estuvieron prohibidas desde ese año para los aparatos, fueran estándar o no. La gente conocía bastantes historias de ciencia ficción como para prevenir las consecuencias, así que los aparatos se parecían a tradicionales grúas mecánicas o a cafeteras con ruedas. En 2029, cada bebé se entregaba al cuidado de su FULL apenas nacido y el aparato realizaba los controles médicos completos, lo vestía, alimentaba, controlaba su temperatura e higienizaba las veinticuatro horas del día. Las madres contaron entonces repentinamente con un pediatra formidable, niñera experta y ángel de la guarda de privilegio, todo en uno: se produjo un cambio social de inmediato, la mortalidad infantil bajó a prácticamente cero, el mercado laboral se vio desbordado de mujeres que sólo necesitaban echar un vistazo en su propia pantalla para cerciorarse de lo feliz, regordete y abrigado que estaba su bebé y el mundo debió comenzar a adaptarse a este gran cambio.

Lo primero que desapareció fue la inseguridad, porque pudo impedirse de ahí en adelante que sucedieran accidentes e incidentes. Los FULL educaban con valores y mensajes positivos; la nueva generación de niños jamás hubiera concebido el robar algo, patear un gato en la calle, bajar de un hondazo un pajarito. Porque si lo hubieran pensado, si se hubiese al menos esbozado mínimamente la idea en la típica frase: "¿Qué sucedería si yo...?"...  todos sabían que el FULL no lo hubiera permitido: instantáneamente sonaban centenares de alarmas y los padres, policías y otros FULL hubieran aparecido.

 Nadie tenía hambre, ni frío, era golpeado, ni maltratado o abusado: no había modo de apagar al FULL; las baterías eran eternas y su inteligencia artificial, invencible. Lo único que no podía dar era amor, amistad, compasión... pero brindaba tantos otros servicios que pronto la gente comenzó a hacer de cuenta que eso también estaba incluido.

 En 2032 desaparecieron las escuelas. El FULL era tutor: Bill Soul había perfeccionado tanto los modelos estándar que se terminaron de volver obsoletas (obviamente ya lo eran). Los edificios escolares se transformaron en gimnasios; se iba allí a hacer ejercicio dos horas por día, con el FULL como entrenador. Por ley, los estándar caducaban cuando el niño cumplía los 16 años; en ese momento podía ingresar a la universidad si estaba en condiciones de adquirir su propio personal aparato: el COOL, de venta libre. Y eso no era nada difícil: los estándar eran relativamente baratos para los gobiernos, la calidad de vida mundial había mejorado increíblemente y sí, a qué negarlo, nacía menos gente, así que los COOL eran accesibles y nadie, pero nadie, nadie, hubiera renunciado a su adorada maquinita.

Ya no había delincuencia (los aparatos vigilaban).
Ya no había accidentes (los aparatos protegían).
Ya no había ignorancia (los aparatos educaban).
Ya no había aburrimiento (los aparatos entretenían).

 La  lista de los "ya no" se hizo larga, pero nacía menos gente. Y la que había, bueno, cómo decirlo... si un habitante del siglo XX la hubiera visto... hubiese pensado que era bastante rara.

Como nacía menos gente, faltaba menos la comida y abundaba la energía; el mundo se volvió próspero y positivo... y que el uso de las máquinas le pareciera malo a los viejos barbudos y llenos de canas, la verdad, pareció poco importante. La gente pasaba sus días observando y manipulando su aparato, que se usaba para hacer absolutamente todo, así que a quién iba a importarle si había menos fiestas de cumpleaños, la desaparición del fútbol y de los clubes, la increíble elevación de la producción farmacológica (las máquinas prevenían o curaban cualquier enfermedad, física o mental, y el suicidio se había extinguido por ser imposible de concretar). En 2050 hasta un FULL estándar estaba equipado para hacer cirugías a corazón abierto y se parecía mucho menos a una cafetera con ruedas que al principio.

La cosa es que un buen día, a un chico que estaba pronto a cumplir 16 años se le ocurrió una idea que su FULL no pudo prevenir. Preocupado por la cercanía del momento en que debería cambiar su aparato, tuvo un sueño revelador. Este muchachito no quiso exterminar nada, no pensó en liberar la humanidad de su estado de sopor e inhumanidad, no fue impulsado por los ideales de la revolución de la resistencia ni nada por el estilo, como en algunos textos de historia se nos quiere hacer creer. Sólo tuvo un ocurrente sueño, en donde él mismo se preguntaba: "¿Qué pasaría si invento una forma para que mi FULL se renueve y se vuelva COOL sin tener que desprenderme de él?".Lo soñó tan claro que saltó de su cama, tecleó muy rápido e introdujo el nuevo código... y el FULL no tuvo tiempo de reaccionar y se infectó. Y claro, añares sin que hubiera necesidad de hackers, hasta el modelo más moderno hubiera sucumbido; por más Bill Soul y la mar en coche, nada se pudo hacer.

 Las máquinas formaban una inmensa red: se apagaron simultáneamente.

 El hacker que no sabía que era un hacker abrió los ojos con asombro ante lo que había hecho.

  Habían sido demasiados años continuos: los más jóvenes no sabían vivir sin su FULL... los adultos se habían acostumbrado tanto a ellos que no pudieron superar el ACONTECIMIENTO.

 Fue igual que en las guerras, pero con las mujeres jóvenes y adultas  incluidas, y sin guerra. Sólo quedaron los niños pequeños, los viejos y las viejas. Hubo que reconocer masivamente que los FULL y los COOL habían provocado una adicción insana, y la gente sucumbió al síndrome de abstinencia mansamente, sin patalear ni quejarse: cada habitante se acostó en algún lugar, en algún momento, con su adorada maquinita apagada sobre el pecho, y entre estertores calladitos, simplemente, dejó de respirar.

miércoles, 16 de abril de 2014

La ciudad y el héroe




Se podría hacer una encuesta, pero me atrevo a predecir los resultados. Si se le preguntara a un niño o a un adolescente (de cualquier clase social, inserto en cualquier realidad familiar) quién preferiría ser, Cell o Gokú, el Mandarín o Iron Man, el Hombre de Arena o Spiderman, Darth Vader o cualquier caballero jedi... la mayoría contestaría inmediatamente que le gustaría ser el héroe.  Y lo elegirían porque en absolutamente todas esas historias, aunque el villano sea superpoderoso, brillante, ingenioso, y todos los "oso" que se puedan inventar... al final, siempre aparece el héroe y termina mordiendo el polvo, arrastrándose como un gusano, muerto, averiado o enjaulado. Todos reciben su merecido... tarde o temprano, y por más kryptonita que se interponga en el camino, el héroe demuestra que es el mejor.

¿Qué es lo que provocaría que en una historia una ciudad se colmara de villanos? ¿Qué podría ocasionar que repentinamente la gente se convirtiera en narcotraficante, se dedicara al sicariato, realizara secuestros virtuales y verdaderos, violara, asesinara, robara, golpeara salvajemente a los ancianos y a las ancianas? En una primera hipótesis uno podría pensar que el hambre y la necesidad llevarían a la perversidad a gente que no delinquiría en otras circunstancias, pero la lista anterior no evidencia que se trata de ese caso. Una ciudad en donde la gente muere día tras día al entrar con su auto en el garage, donde es abordada en las paradas de colectivos por otra gente que le quiere robar el celular, donde los subtes están infestados de pungas y viajar en el furgón del tren es una experiencia surrealista, una ciudad así planteada, en una historia, únicamente es concebible ante la ausencia del héroe. Y éste, no por nada, es el símbolo de la lucha contra el mal,  el representante de la Justicia.

Los chicos lo saben perfectamente y tienen amplia experiencia en el tema, por más pequeños que sean. Es la impunidad la que favorece el "ser villano", el portarse mal, el caprichito. Hay reglas, más o menos claras, y siempre está la posibilidad de transgredirlas. El problema surge cuando hay impunidad: "te portás mal (estás rompiendo una regla) y no pasa nada"... todo padre sabe lo que viene después de ese descubrimiento. Si el mensaje es: "el que rompe las reglas (el villano) no recibe sanción alguna porque....", cuando llegaste a ese punto de la frase ya te dejaron de escuchar. Obviamente muchos querrían ser  Lex Luthor, siempre y cuando no existiera Superman. El villano parece genial hasta que el héroe llega y lo eclipsa; el asesino serial puede ser tremendamente atractivo, pero al final aparece Horatio Caine y se lo lleva preso. Uno puede tener la tranquilidad de que se recuperará el orden, por más tragedia que haya sucedido, porque están las esferas del dragón, la posibilidad de los viajes en el tiempo, Sherlock o Robert Goren, que restablecen la paz en el universo hecho caos imponiendo la justicia. Hasta en la historia de la caja de Pandora, que es tan terrible y catastrófica, sale la esperanza, por último, para evitar un suicidio colectivo. Es una verdadera pena que en la realidad se esté haciendo tan larga la espera de la llegada del héroe.

Este texto puede leerse en: http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/04/18/la-ciudad-y-el-heroe/


miércoles, 9 de abril de 2014

2. Trabajo infantil


_¿Y Ortega?

La pregunta rasgó el aire espeso de la pecera y provocó que absolutamente todos sus compañeros lo miraran. La profesora nueva volvió a pensar en el cardumen que se había figurado cuando había escuchado por primera vez el nombre del salón: todos separados... de golpe juntos para mirar al otro... de nuevo todos separados...

_ Ya les expliqué hace como diez minutos, se jubiló, ahora estoy yo.

Vladi bajó la mirada para disimular su enojo, pero cerró los puños. Iba a extrañar a Ortega, no parecía tan vieja como para jubilarse, seguro que era una mentira, eso, los había abandonado, se había ido a un trabajo mejor, no iba a volver más. Clavó la vista en la fotocopia que la nueva le alcanzaba y leyó al pasar: "Día mundial contra el trabajo infantil". Pensó: "No soy ya un niño, qué me tienen que hacer leer eso. Yo trabajo desde chico porque mi papá me está enseñando un oficio, una profesión; yo voy a ser alguien en la vida y eso gracias a que no estoy todo el día en la calle, estoy en el negocio ayudando y atendiendo a la gente y eso no tiene nada de malo, si Ortega sabe que trabajo y ella entiende, qué me dice esta otra que andá a saber de dónde salió."

_ ¿Y cuando mi mamá me dice que limpie la pieza y me arme la cama, eso no es trabajo?

"Ahí pregunta la bobada, la princesa. Bien que todos saben que ella no sirve para nada... pero Priscilla sí sabe, ahí baja la cabeza, está de mantera con la tía desde hace mil años, si yo la veo con frío y con calor ahí cerca de las vías, un frío que ni acá en la pecera se pasa, y no se queja nada de nada, porque nosotros no somos unos inútiles y tenemos que ayudar."

_ ¿Y si me piden que cuide a mis hermanos, eso no es ilegal? ¿No puedo denunciar a mi mamá?

"Y dale con las bobadas, la princesa. Si todos acá cuidamos a nuestros hermanos, si nuestros padres trabajan, si ahí está Mariana que está en la panadería todas las madrugadas, y Lorenzo, que se acuesta a las mil quinientas porque se queda hasta que cierran el locutorio de al lado del bar."

Vladi se encuentra a sí mismo oliéndose las puntas de los dedos, en el ademán que lo avergüenza tanto como ese vozarrón grave que desde hace meses se cuela sin permiso cuando articula la voz. Esconde la mano como si le quemara...

_¿Qué tenés ahí?

_ Nada... mi mano.

_ ¿Qué pensás acerca del Trabajo Infantil?

_ Nada... que está mal.

Interrumpe la princesa:

_ ¿Y si los padres obligan a trabajar a los menores, dónde hay que hacer la denuncia? ¿Qué se debe hacer? Si una va caminando y ve chicos trabajando por todos lados y nadie hace nada...

Enmudece la pecera... se vuelve turbia... los ojos se ponen espesos...  Se va hundiendo, liviana, la frase inconclusa... qué pensás, qué pensás...

(Que está mal porque me tengo que levantar temprano y porque tengo frío a veces y la gente me asusta cuando se hace de noche y el negocio se pone oscurito.)

( Que está mal porque no puedo ir a jugar a la pelota, ni siquiera los domingos.)

(Que está mal porque cuando tengo tarea la tengo que hacer con la carpeta apoyada en cualquier lado.)

(Porque siempre tengo que comer en la calle.)

(Porque no puedo ni siquiera conversar con alguna amiga.)

(Que está mal porque yo estoy todo el día ahí y nadie nunca me paga. Como si fuera un esclavo.)

Toca el timbre, justo. Alguien abre la puerta de la pecera con una tijera (ya un picaporte es impensable a esa altura, al igual que paredes verdaderas) y los alumnos desaparecen tan rápido que la nueva queda con la boca abierta, articulando algo inaudible. Si fuera Ortega, piensa Vladi, hubiera sabido qué contestarle a la princesa. Y se siente tan solo, que otra vez, sin darse cuenta, se lleva la mano a la cara, buscando el olor de su casa en sus dedos.

domingo, 6 de abril de 2014

Cuaderno en la mesa de luz


La profesora me dio este cuaderno de mierda, y espera que yo no sé qué haga. No sé qué espera de mí, no sé que espera mi viejo de mí, no sé qué les pasa a todos que me rompen los huevos todo el día y yo les digo que se las tomen y me siguen jodiendo. Tuve un día de mierda, y el mundo es una mierda. Qué más voy a poner acá, si no encuentro ni la lapicera y ya me llevo todo y repito y me da tanto asco, asco, asco, que quiero que se las tomen y me dejen de joder. Nada más.
A ver: agarro la lapicera que acá hay una. Sí, mi viejo me compra lapiceras, qué se piensan todas esas viejas de mierda de la escuela, que es un rata y yo qué soy, qué se piensan, si tengo casa y tengo padres y ropa y comida y por qué no se van a la puta madre que las parió. Cuadernito de mierda. Te pongo, ¿querés que te ponga? te pongo: día, hora, todo lo que quieras te pongo: MORITE, VIEJA DE MIERDA, eso te pongo. Y terminé y ya está y me voy a dormir y se va todo el mundo a la mierda.
...
12 de septiembre de 2008
Hola, profe. Ya sé que empecé diciéndole que se muera, no quiero que se muera, de verdad no me importa lo que le pase a usted ni a nadie. Ni a mí, a mí, menos. Usted me pidió que yo contara qué hacía durante el día, o lo que pensaba, o hiciera las tareas, algo, no sé para qué si ya sé que me la llevo. Pero bueno, le digo de nuevo: NO ME IMPORTA. Voy a la escuela porque tengo que ir, porque me obliga mi viejo, porque si no voy mi vieja se pone insoportable, para que no me jodan y se vayan todos a cagar. Voy y me pongo la visera y la capucha y me subo el cierre de la campera y me acomodo ahí atrás y yo hago la tarea, ¿eh? qué se piensan ustedes, yo la hago, no sé por qué me vienen a bardear si yo hago casi todo. ¿Jodo? Sí, jodo, pero bueno, no soy perfecto ni soy un boludo. Solamente no me importa. Váyanse todos a cagar.
...
18 de septiembre de 2008.
Hoy entrené. Me quedé sin aire enseguida, y me boxearon hasta los más petisos que parecía que no valían un carajo, pero me la banqué y me gustó. Me gustaría ir, me parece. Mi viejo tenía esa cara de ojete que tiene siempre cuando me mira pero me pareció que estaba como orgulloso, y me tocó la espalda y me dijo algo como "Así se hace, amigo". Que se vaya a cagar. Apenas pueda irme me las tomo, si pudiera matarlo le rompería toda la cara a patadas y le haría pagar todo lo que me hizo porque es un viejo de mierda. Yo no voy a tener hijos nunca, nunca. Para qué tener hijos si te rompen los huevos todo el día y les tenés que dar de comer y todo eso. Yo me las voy a arreglar solo.

30 de septiembre.
Me dolía la panza y me llevaron al hospital de cómo gritaba. La cara de mi vieja estaba para la foto, si me acuerdo y me río y no quiero reírme porque me duele la herida. Me acordaba eso que me dijo usted, profe, la semana que nos conoció, que yo tenía la risa igualita a la de mis hermanos y que eso le traía un montón de recuerdos. ¿Recuerdos de qué? No sé por qué a los profesores les gusta estar en la escuela, para mí son todos unos fracasados, unos miserables, unas larvas que no hacen nada y se la pasan quejándose y puteándonos y por mí que se mueran todos, todos, todos.

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Es de noche. Yo pienso ¿Y si me abro la herida a propósito? Qué, qué pasaría. Mi vieja pondría otra vez la cara. Me dejaron solo como si fuera un perro, ni a un perro, ni a un perro. ¿Y si me arranco todas estas vendas de mierda y me pongo a mirar cómo sale la sangre? ¿Qué pasaría? ¿Me moriría? ¿Me dolerá? Me los imagino, viniendo a la mañana a cagarme a puteadas porque no me levanté y encontrándome fiambre, ahí tirado todo muerto, nadando en mi propia sangre y, ¿Y ahora? ¿Qué? ¿Quién se sentiría culpable, eh?  Si me cagaron a palos, si se cagaron en mí, si no le importé un carajo a nadie, si nadie me dio nada, si no sirvo para nada, si no tengo nada, si el mundo es una mierda, y ahora me arranco la venda y se va todo al carajo, y me encuentran mañana muerto y el problema es que hay que enterrarme y me comen los gusanos y a la mierda.
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Profe: me animé. Me saqué los puntos. No fue fácil al principio, pero ahora que lo hice me siento como más tranquilo, más quieto. Voy a poner el cuaderno arriba ahora, porque si no se puede manchar o perder y es suyo y se lo quiero devolver. Me gustó ese cuento del que mataba al viejo que nos leyó. Y el de la gallina también, y eso que me dijo de mi risa. Ahora si no me encuentran no la voy a ver más, ni a los pibes, pero no los traten mal. No tienen la culpa de ser tan bestias. Yo no tengo la culpa. No me acuerdo de cuándo empecé a tener ganas de no llegar a los 18, no me acuerdo de nada, pero bueno, ahora ya no importa. Por ahí mi vieja llora y ahora se arrepienten de todo y no se lo hacen más a nadie o por ahí se calientan conmigo y me cagan a patadas de nuevo pero ya soy cadáver y no me va a doler más. Por ahí voy a estar parado ahí al lado de ellos hecho fantasma y les cago la vida, profe, ay, no me quiero reír porque ahora sí que duele y no quiero gritar que mire si me salvan, les cago la vida, le juro, me pongo a moverles las cosas para que se asusten o les hago cosas, qué sé yo, se van a arrepentir todos de haberme hecho morir porque esto es culpa de todos ustedes. Y ahora no escribo más porque me duele y me duele y no quiero gritar al pedo porque por ahí me salvan y es peor porque se van a calentar conmigo por lo de los puntos y me van a hacer pensar que fue un error. Chau. Salude a los pibes de mi parte, y dígale al Poroto que los veinte pesos que le sacaron de la mochila no fui yo, fue el boludo de Mandrini que no se hace cargo de las cagadas que se manda porque no tiene huevos.
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jueves, 3 de abril de 2014

1. Violeta

Picasso, Pablo. "Niño con una paloma"


1.

Violeta.

A Paloma le dicen Violeta. Cuando escribo esta historia, ni siquiera el nombre le queda. No recuerda cuándo fue, exactamente, el instante preciso en que la palabra quedó olvidada, desplazada, hecha un bollo de papel manchado, como todo lo suyo, ahí en la caja de cartón que hace las veces de tacho de basura en el aula. Porque fue en la escuela, eso sí lo guardó su memoria, y fue ese chico alto que le parecía tan hermoso antes de que el aire se terminara de cubrir con el velo gris que ahora lo nubla todo, el que le dijo: “Otra vez, nena, usá manga larga, tendrías que llamarte Violeta, vos”. Y le quedó Violeta. Un Violeta indeleble, como el moretón viajero que al principio era injuria inexplicable y luego, con el tiempo, fue encontrando lugar estable más allá de cualquier piel, imborrable, por ahí, en cualquier lado.

Paloma se volvió Violeta cuando su mamá decidió volver a la tierra de sus antepasados. “Quedate con tu padrinito”, le dijo, “yo vuelvo enseguidita de visitar a mis paisanos, hacé caso, portate bien”. Cuando uno es niño el tiempo es inasible en horas; lo verdadero fue la esperanza de la vuelta, que no ocurrió. Paloma volvía de la escuela, guardapolvo gris, encorvada bajo el peso de la mochila desmesurada, y tuvo la certeza de la mentira: ése fue el momento que para siempre significaría el inicio de su adolescencia. Se le acercaba la mano de su primo agitando una foto y un dedo de uña mugrienta señaló a una señora bajita, rechoncha, de cara colorada. “Tu vieja”, decía el dedo. “Mi vieja”, susurró alguien adentro de Paloma que ella no reconoció.

Y eso fue todo. El espejo no volvió a devolverle la imagen conocida, pero qué importaba, si había que taparse los brazos y esperar, esperar, esperar a terminar la escuela para escapar, escapar, escapar de Violeta, porque la vieja esperanza de ser rescatada había dado paso a una nueva, a la de que Violeta no se le hubiera metido por todas partes, a que por dentro estuviera blanca Paloma sin tatuajes dispuesta a desplegar alas y dejar  atrás tanta soledad, injusticia y tristeza.

martes, 1 de abril de 2014

Calidad educativa, burros, vagos y otras yerbas.




Mucho se habló durante el último mes sobre los docentes de las escuelas públicas (a pesar de que, en general, son los mismos que dan clase en las escuelas privadas). Se desnudó públicamente cada maestro, se examinaron sus bolsillos, su vocación; se descalificó, acusó e increpó con la soltura que se acostumbra por estos pagos, donde se opina sobre cualquier tema como un experto. Quedaron como verdades absolutas los siguientes enunciados: los docentes son egoístas, vagos, desaliñados, viven de licencia médica, haraganean pudiendo trabajar ocho horas como cualquier mortal y no están suficientemente capacitados. 
Acompañando esa lista, resonó la palabra “burro” utilizada como adjetivo y sustantivo para designar a los alumnos de esos docentes, que según los mismos “expertos”, son los hijos de las empleadas domésticas, los obreros, los inmigrantes, los villeros y… los docentes. Gente que tiene “cosas que hacer” y necesita “depositar” a los chicos en las escuelas, relegadas a guarderías gratuitas. Precisamente a esta última afirmación voy a referirme a continuación.

No es mi intención conmoverlos afirmando que a los docentes nos dolió que nos agredieran. Tampoco señalando el simple hecho de que los alumnos (los pibes que estuvieron en las casas y son hijos de millones de argentinos de las más variadas profesiones) no fueron meros espectadores de esa marea de desprecio y violencia. Si se los consideró actores, no fue en su calidad de miembros indispensables de la comunidad educativa, sino como “rehenes” y como “burros”.

La mala calidad de la educación secundaria es algo que ya no se puede negar. Dejando de lado los eufemismos, apelar al viejo mote y a la “burrez” para designar “el producto que se obtiene después de largos años de educación obligatoria” es pegar y recibir un bofetazo; es hora de que las autoridades responsables y los especialistas se ocupen seriamente de los que está pasando, porque “el producto” son nuestros jóvenes, y que “están burros” significa que el Estado (independientemente de los gobernantes que hayan transitado por sus concretas oficinas) está fallando desde hace años en su obligación de garantizar que se cumpla el derecho a recibir una educación de calidad.

Vivimos cambios de todo tipo: en las incumbencias de los títulos, en las cargas horarias, en los contenidos, en los nombres de las áreas de estudio; se corrieron ejes centrales, se volvió accesorio o periférico lo que no lo era, se cambiaron reglas, se incorporaron otras. Se prolongó la infancia insertando la secundaria dentro de la primaria, se compartieron edificios, se multiplicaron los tabiques de durlock, se mezclaron las edades, los ruidos de los recreos. Llegaron libros nuevos,las netbooks, se invirtió mucho dinero y hoy, ahora, el resultado es que los docentes estuvieron en una larga huelga reclamando a los gritos, el estado de los edificios es desastroso y los alumnos no están calificados para aprobar pruebas o, simplemente, para comprender lo que leen.

Es muy fácil culpar a los docentes de eso, agregar a la agresiva lista el contundente e inverosímil hecho de que no están enseñando. Es simple: la gente continúa imaginando que en las aulas hay profesores de traje y maletín desarrollando temas ante alumnos proljamente sentados. ¿Es que las maestras se quedaron mudas, que el profesor intencionadamente está explicando mal? No hace falta profundizar demasiado en la idea para darse cuenta de que es un disparate.

La imagen del aula estática ya no existe, hoy la tarea de enseñar está mezclada con la de contener. Las aulas del siglo XXI son lugares en donde suceden situaciones que exceden a las explicaciones de los contenidos de las materias. ¿El mal concepto que la sociedad tiene de los docentes influye en la calidad educativa? Sí. ¿Los problemas edilicios? También. “Esta escuela es horrible” no es lo mismo que “Nuestra escuela es horrible”, y la mayoría de los alumnos prefiere la primera frase.¿Los problemas económicos que atraviesan las familias, influyen? Sin duda. El “clima del aula”no es el propicio para el aprendizaje. Es cierto. Muchos alumnos creen que aprender no les va a servir para insertarse en el mundo laboral ni para crecer a nivel personal. Los modelos de éxito, realización y “felicidad” no tienen que ver con el saber o ser buenas personas sino con “ser vivos” y “hacerla bien”. “El que la tiene clara” es a menudo el poderoso, y la violencia da poder.

¿Y qué solución hay? Desde mi humilde lugar de docente, daré mi opinión. En primer lugar, el gobierno debe atender ya mismo y con respeto los reclamos docentes, solucionarlos y comenzar a trabajar en lo que quedó planteado, más allá de que el paro haya finalizado. Los funcionarios e intelectuales de la educación deben ponerse a estudiar qué sucede con urgencia. Nuestros alumnos fueron acusados de burros. Personalmente pienso tomar eso como punto de partida: “Chicos, les dijeron burros. ¿Son ustedes peores que los alumnos que no van a las escuelas públicas? ¿Menos inteligentes? No. Podemos ser mejores. Esforzarnos más, aunque haya obstáculos. Estudiar. Involucrarnos. Aprender. Mejorar”. Si cada docente logra que cada alumno reaccione ante esta realidad aplastante que estamos viviendo (y si los docentes pueden dejar de tener 500 alumnos para sobrevivir, si se arreglan los edificios, si los papás se involucran, si mejoran los Consejos de Convivencia, etcétera, etcétera) la calidad educativa mejorará. Basta de guarderías en lugar de escuelas. Basta de simulacros, de fingir que se está enseñando y se está aprendiendo cuando a todas luces eso no es lo que sucede. Este inicio del año lectivo tan diferente puede ser el comienzo de un cambio serio y necesario, depende de un cambio de actitud de la sociedad entera lograrlo.


Este texto puede leerse en:
http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/04/05/calidad-educativa-burros-vagos-y-otras-yerbas/