PROYECTO PIBE LECTOR

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jueves, 28 de agosto de 2014

Aprobar alumnos, medir aprendizajes.

Imagen tomada de Facebook


El tema de las calificaciones escolares irreales irrumpe en los medios a partir de un caso que se hizo público: en la Secundaria N°12 de Moreno un director firmó una nota en donde se solicita al personal docente de la escuela que pase por alto la situación de los alumnos que no están en condiciones de aprobar el segundo trimestre al evaluar "para no perjudicarlos". Es una noticia absurda, pero verdadera. Otra vez, desde los medios, queda al descubierto la necesidad de cambio que la escuela necesita y pide hace años.

La medición científica de los aprendizajes que se realizan en la escuela aún está estructurada en torno al sistema de calificaciones. Existen trimestres, notas, promedios, boletines. No han cambiado los horarios de ingreso a los establecimientos, las edades correspondientes a la división en años, la cantidad aproximada de materias consideradas como indispensables para la formación de la cultura general, el simple hecho de tener que estar sentado ante una mesa, poseer carpeta o usar lapicera para poder escribir lo que se copie en el pizarrón o se dicte, la existencia de los recreos; la escuela tal como la conocemos desde hace veinte, treinta o más años continúa allí, idéntica en muchos sentidos. La comunidad educativa entera funciona con sus reglamentos explícitos y con los ocultos (los no dichos en voz alta, pero no menos legítimos e importantes que los otros). Sin embargo, entre lo que es al parecer inalterable, muchas otras cosas han cambiado.

En primer lugar, a la escuela, en la actualidad, no sólo se va a aprender. Los alumnos van a comer, a jugar, a socializar con sus pares, a pasar el tiempo ahí adentro. La obligatoriedad de la escuela secundaria ha incluido a miles de jóvenes que no hubieran continuado ese trayecto, y ése ha sido un cambio muy positivo. Sin embargo, lo que debería haberse convertido en la oportunidad de profundizar las habilidades adquiridas muchas veces se va desvirtuando y a la hora de calificar se llega a situaciones como la mencionada al principio. Otra de las cosas que ha cambiado es la concepción que la sociedad tiene del saber, de lo que significa aprender, la premiación del esfuerzo personal, el esmero, la dedicación al estudio, la consideración del aprendizaje como medio para alcanzar la realización personal. Los modelos de éxito divulgados por los medios de comunicación poco tienen que ver con los que se proclama desde la escuela. Sentarse ante una mesa a comprender una consigna, escribir correctamente un texto, leer comprensivamente, realizar operaciones matemáticas, prestar atención durante mucho tiempo no tienen que ver con la satisfacción inmediata y superficial sino con una labor que demanda esfuerzo, atención y responsabilidad.

Hay que adaptar la escuela a la realidad. Es necesario e imperioso realizar cambios para solucionar problemas que cada vez se están haciendo más graves. No sólo se pierde tiempo a causa de los paros, del ausentismo docente, de los problemas de luz, gas o agua. Y el tiempo que se pierde es, justamente, el que debería haber sido utilizado para aprender lo que debe ser evaluado.

El cierre de los trimestres en las escuelas muchas veces encierra un dilema. Muchos alumnos se han esforzado, tienen sus carpetas completas, han venido puntualmente a clases, han cumplido su rol de alumnos. Es fácil calificarlos. A Fulanito y Menganito, que no se han desempeñado de la misma manera, se les da otra oportunidad: se llama a las familias, se dialoga con ellas para que ayuden a cambiar la consideración que tienen sus hijos de la importancia de aprender. ¿Cómo se califica el mero hecho de estar en la escuela, si no se ha aprendido porque no se ha estudiado? Se despliegan estrategias, se diseñan actividades especiales para ellos. ¿Y si continúan sin cumplir el rol de alumnos? ¿Deberían ser aprobados como si hubieran aprendido, como manera de incluirlos? ¿Le echamos la culpa al mundial de fútbol, a los paros? Quizás sería más provechoso cambiar la manera de considerar el tema y proponer un sistema de evaluación de lo que sucede adentro de la escuela que sea diferente, ya que éste no está dando resultado en esos casos.  

Esta nota fue publicada por Infobae: http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/08/30/aprobar-alumnos-medir-aprendizajes/

viernes, 22 de agosto de 2014

Che, virgen, vení que te estreno

_ Mamá, ¿qué quiere decir "virgen"?
_ Que todavía no tuvo relaciones sexuales. ¿Por qué? ¿Dónde lo escuchaste?
_ En la escuela hay una chica que me pega patadas y me dice eso.
_ ¿Qué te dice?
_ "Che, virgen, vení que te estreno".
_ Ah...
_ ...
_ ¿Y es más grande, la chica?
_ No, de mi grado, de cuarto... tiene ocho años.
_ ...
_ ¿Y entonces no está bien que yo no tenga relaciones sexuales?
_ Estaría mal que tuvieras, si sos chiquito. Esa chica debe hablar sin saber qué quiere decir.
_ ¿Y por qué me dice "vení que te estreno"?
_ ...
_...
_ No sé, cuando seas grande te explico. Voy a tener que ir a hablar con la maestra.
_ La seño ya sabe. Cuando escuchó le dijo que ella ya estaba estrenada y clausurada por bromatología, pero eso lo entendimos menos.
_ Dios mío. Bueno, mi amor, andá a ver videos en tu compu y no te preocupes por esas cosas.
_ Bueno.

sábado, 9 de agosto de 2014

"Mi hijo sabe más que yo"

Imagen tomada de internet

Durante las últimas semanas, algunas noticias relacionadas con el comportamiento preadolescente y adolescente actual han sido tratadas por los medios de comunicación y repercutido en las redes sociales. Confusa, contradictoria e incoherentemente, se volvió a escuchar de trasfondo el novedoso: "Los chicos de ahora saben más que nosotros" que causa, en mi opinión, más estragos que beneficios y agrega otro obstáculo a los que ya enfrenta la educación formal.

Si uno, como  papá, declara ante su hijo que éste sabe más que él, está abandonando su rol de padre, primero, y de adulto, después. Los niños actuales pueden ser más hábiles que los adultos manejando ciertas tecnologías, por el simple hecho de haber nacido en la era digital. Nada más. Hace unas décadas, hubiera sido impensable hacer semejante declaración acerca de un niño: el mundo de los adultos se presentaba como un universo pleno de secretos, vedados en su totalidad, que se develarían a los 18, primero, a los 21, después. Los papás durante la infancia eran percibidos como los protectores y proveedores. El niño era vestido, alimentado, abrigado, cuidado y educado por los adultos, que velaban por él, y no tenía poder de decisión sobre esas cosas. Cuando se transformaba en adolescente, en ese mundo abstracto que estoy esbozando sin hacer juicios de valor (y que, por supuesto, en la realidad adquiría diversos matices), había un adulto ocupando claramente un rol de autoridad contra quien reaccionar, para oponerse, para pelearse, para rebelarse y adolecer.

La claridad de los roles se ha desdibujado en la actualidad. La televisión e internet han develado el mundo secreto de los adultos, al que se puede acceder haciendo un click a cualquier edad. Los adultos se muestran ante los niños sin pudores como seres imperfectos, defectuosos, vacilantes. Se equivocan, se insultan, se amenazan sentados en silloncitos en los paneles de programas de televisión a las dos de la tarde, usan un vocabulario espantosamente informal en contextos formales, se traicionan, se desnudan. Como una corte de dioses olímpicos, los  adultos del siglo XXI se han humanizado y hacen gala de cada una de sus miserias ante las cámaras de televisión, repitiendo hasta el cansancio que se puede mentir, pero que hay que decir la verdad, se puede defraudar, engañar, traicionar, insultar, que los mejores son los más operados, los más lindos, pero que lo importante es lo de adentro, que lo que vale es la plata, que estudiar no sirve para nada en la vida, pero que hay que estudiar... Cómo vamos a pretender que los chicos que están observando y escuchando atentamente esos mensajes nos vean como ejemplo, como modelo, si el efecto que debemos causar es el contrario. Si el mundo adulto es semejante caos, si "los chicos de ahora la tienen clara" y "saben más que nosotros", si no hay secretos ni privilegios al "ser grande"... para qué crecer.

Así, se tergiversan los roles, se anulan, se pervierten. Veamos las noticias: los niños pueden elegir qué comer, y se elevan las cifras de obesidad infantil. Los chicos no sólo pueden elegir conducir un cuatriciclo en la playa y ocasionar un accidente, en un caso extremo, un niño de 11 años fue detenido hace unos días mientras conducía con su padre como copiloto por la Autopista Buenos Aires-La Plata.  Pudo morir haciendo eso, causar la muerte de los demás avalado por la persona cuyo deber es cuidarlo. Una niña huyó de su casa por haberse peleado con el papá. Pasó la noche en una casa ajena, con desconocidos, y mantuvo relaciones sexuales "consensuadas" con un hombre del doble de su edad. Fue escalofriante para mí como educadora y como madre leer los comentarios de algunos adultos acerca de este suceso que jamás debería haber ocurrido. Una chica de 15 años fue secuestrada por un taxista cuando el amigo con quien estaba se bajó del vehículo. Eran las 6 de la mañana y estaban tomando una cerveza en un bar. Fue violada una chica en un boliche durante una fiesta en donde "vale todo". La sociedad adulta pasmada ante el significado de ese "vale todo".

Chicos que beben alcohol hasta "sacarse" en las "previas" en sus propias casas, fuman, andan solos, enardecidos en la noche violenta, en una sociedad que justifica, comprende lo incomprensible. En una sociedad que, al declarar que los chicos saben más que los adultos, lo único que hace es desentenderse de su deber de velar por ellos y dejarlos solos.

Cómo hallar la coherencia entre la escuela y una sociedad así. Toda la estructura descansa sobre conceptos opuestos: en la escuela, los docentes son los adultos responsables. Para que se lleve a cabo el proceso de aprendizaje, los roles deben estar claramente definidos y ocupados: el educador es el docente, que es el adulto que tiene la autoridad, y el alumno complementa la dupla, y debe participar activamente poniendo en juego sus saberes previos, prestando atención. El respeto por las reglas de convivencia dentro de la escuela es fundamental para que se lleve adelante el aprendizaje.

¿Qué es lo que sucede, cuando los niños y adolescentes que viven en un mundo que los deja decidir comportarse como se les antoja y les ha declarado que saben más que los adultos, se enfrentan con la realidad de que deben asumir su rol de alumnos dentro de la escuela? No es una pregunta retórica. Sucede que surge el "clima de aula inapropiado" para aprender. Surgen los problemas para enseñar que enfrentamos los docentes cotidianamente dentro de las aulas.

Se puede poner al educador más preparado del universo al frente de una clase, pero si la sociedad ha decidido que es indigno de ocupar ese puesto, va a ser muy difícil que los alumnos ocupen su rol de alumnos plenamente. Para que la educación formal sea exitosa, se debe buscar la manera de dotar a las escuelas de la investidura de escuela y jerarquizarlas como tales, junto a la comunidad educativa que las compone. Eso no se hace sólo con dinero, involucra cambiar el imaginario social. Un primer paso sería que los adultos volvieran a ocupar su rol de padres y dejaran de asegurar que los niños son los que saben todo. Los chicos deben volver a ocupar su rol de chicos, para ser protegidos, crecer saludablemente, educarse y poder elegir libremente, al ser adultos, su futuro. Una obviedad, que en el siglo XXI, los adultos debemos recordar.

Esta nota puede leerse en: http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/08/10/mi-hijo-sabe-mas-que-yo/

sábado, 2 de agosto de 2014

Amnesia



Mientras estoy muerta, soy un punto que levita, inserto en el Universo. Suspendida, soy parte del Todo. En ese estado, planifico historias extraordinarias u ordinarias, elijo tejer una trama en donde tanto hilos como agujas pertenecen a mi imaginación.
Mientras estoy viva, leo. Escribo, no sé si a causa del afán melancólico por recuperar la memoria de lo que urdí, o por nostalgia de ser  partícula flotante.