PROYECTO PIBE LECTOR

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sábado, 21 de febrero de 2015

¡Avísen a los docentes que se viene marzo!

Imagen que circula por facebook, seguramente elaborada con photoshop
Carta escrita por la ficticia señora Doña Rosa:

Está finalizando febrero, no puede hacerse nada para evitarlo. No te das cuenta por el clima, eso no, porque desde que empezaron las cosas del calentamiento global y las demás macanas que la humanidad se viene mandando, un día hace un frío de morirse, otro diluvia y otro estás sudando. Hay que gastar un dineral en boutiques y salones de belleza actualmente, hasta dónde iremos a llegar. Es un dilema para todas saber qué ponerse sin dejar de estar a la moda, toda una fatalidad.

La mejor manera de saber la fecha es leyendo noticias sobre los docentes en los diarios: todo el mundo sabe que en marzo empiezan las clases y que esos desgraciados siempre, pero siempre, siempre, siempre, andan por ahí pataleando para evitarlo. ¿Hasta tenemos que avisarles que no se puede detener el paso del tiempo? ¡Son unos soñadores, unos románticos, obvio! Siempre pensé que para elegir una carrera como la docencia, hay que ser fantasioso y estar un poquito tocado... ¡Pero los febreros no pueden ser eternos! ¡Confórmense con los feriados de carnaval, que son bastantes, y paren un poquito con la cantinela que ya nos la sabemos de memoria!

El mundo está patas para arriba... Pero es así, una fija: esta gente horrenda, ignorante, desconsiderada y desaprensiva que tiene tres meses de vacaciones, trabaja cuatro horitas y se la pasa panza arriba de licencia en licencia, todos los santos años amenaza con que las clases no inician, con que van a tomar las escuelas, con que no quieren cobrar en negro, que se les cae el techo, el mate cocido con pan, esto y lo otro y la mar en coche. Y hay que tener cuidado, porque hasta el año pasado nadie tomaba en serio esos berrinches porque perro que ladra no muerde y se mandaron un paro de 17 días que dejó millones de familias desesperadas sin saber dónde meter los chicos para ir a trabajar. Fue una verdadera catástrofe nacional, si hasta los políticos más importantes salieron en la televisión a decirle a los maestros que volvieran. Una vergüenza, a dónde está la vocación. Las casas se vieron invadidas por chicos "rehenes", fue un problema que dejó huellas indelebles y jamás vamos a olvidar.

Quedamos todos traumados. Por supuesto, no nos pasó a nosotros personalmente, porque mandamos a nuestros chicos a colegios como la gente, pero no hay que tener mal corazón y hay que pensar en la sociedad como un todo; a fin de cuentas, somos argentinos y hermanos seamos rubios o morochos, ricos o pobres, provincianos o porteños ... ¿o no?

Ahora que todo el mundo anda haciendo periodismo y publica en internet, yo tomé la iniciativa como buena ciudadana de doble apellido que siempre fui y decidí colaborar para avisarle a los docentes que se viene marzo. Mis amigas van a tener un soponcio cuando vean que me hice un facebook y un twitter... Ésta es mi primera carta para el pueblo argentino. Tendré mis añitos pero no me asusta la tecnología; lo hago por sus hijos, que merecen tener educación.

En fin, esperemos que la manga de vagos y atorrantes esta vez no tome de rehenes a los niños y empiece las clases, aunque no les den un peso. Yo pienso que no se lo merecen, es evidente que la educación que le están dando a la gente no vale nada más de la miseria que cobran. El otro día escuché a una mujer, en la cola del banco, diciendo unas barbaridades que me dejaron pasmada. Que era docente y que en su escuela no había aula para los chicos y trabajaba adentro de una caja de durlock... eso no puede ser verdad. Que los chicos la maltrataban desde antes de conocerla, y le llevaba meses ganarse su respeto y empezar a enseñar, que iban a la escuela sin llevar ni lapicera, que tenían unos problemas familiares que nos dejarían con la boca abierta... Que un alumno el año anterior le había gritado que se callara, porque cobraba igual, y que en su casa su mamá decía que los docentes eran una lacra y que estudiar no servía para nada... Por suerte, seguro que eran todas mentiras: la mujer no parecía una docente de lo mal vestida, despeinada y sin maquillaje que estaba. Ni hablar de las ojotas de plástico que llevaba dentro del Banco. Un horror, una mitómana, seguro. Olvidémosla. Gente así no merece nuestra atención.

Se está terminando febrero, lo sé porque en los diarios andan diciendo que peligran las clases por los fracasos continuos de las negociaciones con los docentes. Es una fija que no falla, se repite y se repite. Vamos a ver qué nos depara marzo en este año.

NOTA DE LA AUTORA: Es tan serio para los docentes el tema, que esta vez decidí escribir en broma. La ficticia Doña Rosa que escribe este artículo refleja el pensamiento expresado en muchos comentarios hirientes. Por favor, lector, sea respetuoso al comentar.

Este texto puede leerse en: http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2015/02/24/avisen-a-los-docentes-que-se-viene-marzo/


viernes, 20 de febrero de 2015

¿Tu primer amor?

El siguiente relato pertenece al Libro de las Respuestas Imaginadas.

Leé atentamente. Luego, imaginá cuál sería tu respuesta. Usá  #ProyectoPibeLector y compartí lo que se te ocurrió con fotos, videos, canciones, cuentos y todo lo que quieras. 
                                                
                                                  ¿Tu primer amor?

Fue durante una tarde de sábado y verano, en la casa de mi abuela. A la hora la siesta, por más que hice caso y clavé los ojos en las cortinas de la ventana, incandescentes en su afán de ocultar el sol, el sueño no llegó nunca. El único que vino fue el aburrimiento. Había una puerta ruidosa que daba a un baño compartido por las otras piezas: no me quedó más remedio que romper un poco más el mosquitero de alambre y escapar por la ventana.
Me acuerdo perfectamente: di un gran salto y quedé descalza sobre el pasto, rodeada de una nube de mosquitos, o de jejenes, vaya una a saber. El patio me pareció un campo minado de bichos colorados, hormigueros y cardos: extrañé la penumbra fresca de la habitación, sus amables baldosas. Busqué un palo lo suficientemente largo para poder pescar mi mochila, adonde estaban el repelente y las ojotas. Absorta en esa tarea, no vi al chico hasta que me habló:
_ ¿Por qué no entrás a buscarla y listo?
Supuse que me espiaba desde el paredón, escondido entre las ramas de higuera. Justo cuando le iba a contestar, enganché la mochila. Experimenté una satisfacción tan grande que decidí continuar con la pesca: primero las flores de plástico del adorno en forma de vaso horrible con tapa, el almanaque de los benteveos, un paquete hecho de papel madera que estaba arriba del ropero. El vaso horrible con tapa.  A esa altura el chico ya había aparecido y me ayudaba;  apenas pasaban por el marco de la ventana las cosas se volvían opacas y caían haciendo nubecitas. Sucedió especialmente con el paquete: el pasto que lo rodeaba quedó marrón. Opiné que era por la tierra colorada, porque eso decía siempre mi abuela. Según el chico, pasaba porque éramos una familia de mugrientos.
Cuando ya no quedó nada posible de alcanzar con el palo, decidimos meter todo en el lavarropas. Tuve que ponerme las ojotas porque daba pequeñas descargas eléctricas... puntaditas, agujitas invisibles que me hacían cosquillas. Por suerte no pudimos encenderlo: años después supe qué había adentro del paquete. Y, por supuesto, me alegro de no haber lavado a máquina el vaso con tapa, que en realidad es la urna que aún guarda las cenizas de mi bisabuelo.
Batallar contra el tedio de una tarde de siesta es más fácil de a dos. Conversamos sobre las incomprensibles mañas de los adultos, sobre las picaduras de abejas. Nos reímos juntos. Metimos las cosas en una carretilla para pasearlas por el patio sin ensuciarnos, divertidísimos. El chico tuvo una idea original: nos ataríamos a la roldana del viejo aljibe y bajaríamos hasta que diera la cuerda. A esa altura no podíamos contener las carcajadas; era como si nos conociéramos de toda la vida, nuestros corazones latían al unísono. Nuestras frentes perladas por el esfuerzo se rozaron en el borde del pozo, en la siesta soleada, tierna cómplice. El campo que rodeaba la vieja casona se extendía hasta el horizonte, desierto.
Sorteamos el primer turno y me ganó. Minutos después, lo habíamos hecho. Cuando la soga se terminó, se oyó un ruido seco. Me asomé peligrosamente, buscando rastros. El patio se inundó de silencio. De tanto escudriñar la oscuridad, el aire se pobló de lucecitas. Ahí fue cuando el chico, sofocado por la risa contenida, apareció de golpe, se aferró a mi cuello y me arrastró hacia el abismo. Sujeté una rama del limonero erizado de espinas y lo miré de frente por primera vez, agitada y sorprendida. Desapareció, esta vez, definitivamente. Me sangraba la mano, pero me había salvado. Se escuchó la voz de mi abuela:
_ ¡Nena! ¡Te va a pasar como a Narciso! ¿Qué estás haciendo tan cerca del pozo?
Estaba enamorándome por primera vez, pero todavía no me había dado cuenta.