PROYECTO PIBE LECTOR

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miércoles, 30 de diciembre de 2015

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Este relato fue publicado en: http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/10/24/404/

29. @

Ivo Pannaggi "Tren en movimiento"


_ Me enteré así, no te digo… Fue porque estaba arrobada.
Escuchó la frase, nítida, cercana. No acostumbraba estar despierta durante el día y la luz del vagón hirió sus ojos. Notó que la pierna rebosaba, hinchada: una masa dolorosa. Irradiaba un calor malsano. Imaginó un puntito en su cráneo. Convirtió el puntito en agujero, en vía de escape para que lo caliente saliera y no le abrasara el cerebro.
Viajaba, adormecida por el vaivén y el ruido del tren, envuelta en su olor a ciruja. No solía escuchar conversaciones ajenas, perdida en el abismo de su interior hirviente y putrefacto como su pierna. Buceaba en recuerdos nadando en mares de angustia, una jalea espesa y helada que la volvía un monstruoso oxímoron viviente de frío y calor. Sobrevivía, a su manera.
_ Estaba arrobada, fue una casualidad.
Dos chicas se levantaron y se alejaron, sin notar su presencia. La frase fuera de contexto la había arrancado de su sopor; esperó que sus ojos se acostumbrasen a la luz y miró por la ventanilla. Qué cambiado estaba todo, cuánta miseria. Casillas junto a las vías, nenes descalzos arrojando piedritas a los rieles. Un chiquilín la miraba fijamente parado junto a una mujer de cara cansada.
Arrobada. Recordó la sensación de ver a su esposo por primera vez, sentado junto a una ventana, en la escuela secundaria.  Lo había visto miles de veces, pero ese día descubrió que era hermoso, notó el pliegue que se le hacía en la comisura de los labios, el color perfecto de su piel.
Se había cambiado de banco; había mudado hacia él sus intereses, el foco, el sentido de la vida. Se había inundado de amor, había permitido que el haz multicolor que significó amarlo tanto la atravesara.
Arrobada. Inspiró profundamente el aire de la mañana. Flores. Se vio caminando junto a él, feliz, entre las plantas. Caballito. Ahí estaba, con los zapatos nuevos, besándolo. Once. La angustia continuaba derramándose junto al calor por el agujerito imaginario: un chorro de hielo hirviendo. Se orinó encima, sobre orines antiguos, desbordada de pena. Lloró suavecito, recordando la tibieza de las sábanas, la suavidad de su pelo cuando se puso blanco.
Otra gente subió al tren, despacio primero, luego en ráfagas violentas. Permaneció inmóvil en el caos, inmutable entre el movimiento, el insulto, la corrida. Protegida por su hedor indescriptible, nadie dejó de notarla, pero ninguno se le acercó. Cuando el vagón se puso en movimiento, le pareció verse a sí misma entre la multitud, bellísima, arrobada y arrebolada, caminando hacia el arrabal. Agradeció ese instante a Dios antes de volver a hundirse en su interior espeso.
Años después, el chiquilín hecho adolescente escribió un poema horrendo, acerca de una mujer mendiga. Finalizaba con el siguiente verso:
“Ella buscaba curar su depresión cubriéndose con palabras”
Cuánta razón.

Tragedia pavota

Este relato fue publicado en: http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/10/17/tragedia-pavota/

28. Tragedia pavota


Umberto Boccioni "La risata"

En Salinas se conocen todos, la gente se aburre fácilmente y suele perder repentinamente el interés por las cosas. Uno de los entretenimientos más comunes consiste en criticar a los demás. Otro, no menos popular, es hacer apuestas. La “tragedia pavota”, por ejemplo, es un caso que ilustra a la perfección esas características del pueblo. Aquí va la historia:
Se llama Lidia, pero desde chiquita le dicen “la hija de la Pavota”. Todos saben que ella pronuncia esa frase cuando se siente menoscabada, ofendida, enojada o humillada. A la gente le parecía tan gracioso, que  la pobre mujer la pasaba mal bastante seguido, hecho que atribuía a su mala suerte. Por ejemplo, si había llovido la noche anterior, el chofer del colectivo que tomaba diariamente se arrimaba los metros necesarios para que no puediese subir sin mojarse los inmaculados zapatos, hecho que la obligaba a molestarse y decir algo parecido a esto: “¡Qué se piensa, hombre! ¿Que soy la hija de la Pavota?”. Colectivero y pasajeros reían ante las esperadas palabras. Ni siquiera tenían la delicadeza de aguardar a que Lidia descendiera de la unidad para repartirse el dinero de las apuestas: además de previsible en sus frases, todos sabían que la mujer no se daba cuenta de nada. Era como si viviera en otra dimensión: los habitantes de Salinas podían tirarse al piso agarrándose la panza de tanto reír, en su cara, sin que ella diera señales de percibir la causa. Su distracción era tan legendaria como sus frases. Por supuesto, el relato lo hago en pasado porque después de que sucedieron los hechos que voy a narrar, a pesar de que seguramente continúa siendo distraída y diciendo la palabra “Pavota” de vez en cuando, Lidia ya no vive en Salinas.
Ingresaba puntualmente a las 8:30 a su trabajo. Saludaba a la recepcionista con un beso, a la señora que limpiaba con un gesto cortés, a su compañera con una sonrisa forzada y a Mario, que estaba en la oficina contigua, con una mirada cargada de pasión que le dejaba la cara congestionada por el esfuerzo durante unos veinte minutos. Enseguida se ponía a trabajar: sellaba papeles, controlaba que estuvieran firmados y procedía a escanearlos. En eso consistía su trabajo: sello, vistazo y escáner durante ocho horas seguidas.  Según Lidia, empleada administrativa. Según los demás: la hija de la Pavota, motivo de algarabía y dinero, desafío diario para los bromistas.
Algunos ejemplos: entraba uno. “Te traje un café”. Estaba hirviendo: Lidia, quemada. “¿Pero querido, qué te pensás, que nací ayer? ¡Esto está que pela chanchos!”. Algazara general; la frase sobrevolaba los dos pisos del edificio y las oficinas. “¿De verdad dijo “pela chanchos”? ¡No vale! ¡Siempre gana la recepcionista, que la conoce mejor!”, repicaba entre los cubículos. Hasta que se gastaban la gracia y el dinero, y había que provocar una nueva reacción.
Le desenchufaban el escáner. Tras 48 minutos de desesperación y de oprimir el botón de power setecientas veces, comenzaba a hablar sola: “¡Ya vas a ver, guacho podrido, ya vas a ver!”, “¿No querés andar, retobao? Retobate, pavote, que la que ríe último, ríe mejor!”. Nadie trabajaba, ninguno podía concentrarse; la ponían en el altavoz. El dinero en juego era cada vez una suma mayor. Finalmente se oía: “¡Pero si seré Pavota! ¡Está desenchufado este coso de mierda!”. No solía decir malas palabras: el pozo quedaba vacante. Las risas se escuchaban hasta la terraza, hasta la calle. Los vecinos, que esperaban el resultado en la vereda, se arrancaban los pelos de pura desesperación, entre risas histéricas: Salinas entero había perdido masivamente sus apuestas.
La semana anterior a la tragedia, un empleado nuevo, audaz, jovencito, pegó un post-it en el tapado de Lidia. Les guiñó un ojo a todos, compenetrado con su broma. Los empleados antiguos se horrorizaron con regocijo ante el atrevimiento del cadete. “Irrespetuoso”, “Maleducado”, encontraron eco por los pasillos y se desparramaron por la ventana. Esa tarde se hizo eterna hasta que finalmente, Lidia se marchó dejando tras de sí un cortejo de miradas burlonas, que habían esperado su paso para leer el cartel. Las risas se escucharon hasta en la iglesia: el sacerdote, líder respetadísimo en el pueblo, participaba en las inocentes apuestas. El policía de la cuadra me contó que quedó riéndose solo durante toda la noche y la mañana siguiente, al recordarlo. “Soy la Hija de la Pavota”, decía claramente el cartelito. Lidia no lo vio, no se enteró: el cadete juntó más dinero que nunca recaudando el botín. Así como lo pegó, despegó el post-it, impunemente. Lidia, como siempre, no escuchaba, no se daba cuenta. No sólo apostaban sobre qué diría, sino también sobre su estupidez.
El día que cambiaron las cosas, nadie pudo evitar lamentar no haber descubierto antes su otra peculiaridad. La broma esa mañana iba a ser espectacular: el jefe había modificado la cafetera para que hiciera un cortocircuito y Lidia se llevara un buen susto. Salió mal, como suele pasar con esas cosas: el corto se produjo antes de que Lidia llegara y comenzó un incendio. Todos estaban adentro, acechando, encerrados en la salita contigua a la cocina, reprimiendo grititos, aguardando el resultado de la broma. Hasta el cadete estaba: había salido una hora antes de su casa para no perderse los gritos que daría la mujer cuando el artefacto explotara entre sus manos. Su apuesta decía que Lidia exclamaría: “¡Si seré Pavota!”. La de Mario: “¿Pero este coso qué se piensa? ¿que soy la hija de la Pavota?”. Gente de pueblo, que creía divertirse sana e inocentemente. Gente pavota. Esa mañana, el que ganara las apuestas se haría dueño de una pequeña fortuna.
Cuando Lidia bajó del colectivo, el edificio estaba en llamas y se escuchaban los gritos desaforados, unificados, aunados, de sus compañeros de trabajo quemándose. En ese momento sucedió lo imprevisto: abrió una boca muy grande, desmesurada, y desde lo más profundo de sus entrañas, como si fuera un vómito ancestral, se le desgarró una carcajada nítida, aguda, siniestra, tan espeluznante que provocó un pequeño silencio en el caos. Mientras morían, adentro de la oficina más de uno pensó que era una pena no haberla escuchado reír antes: hubiera sido más fácil hacerle cosquillas, por ejemplo, que molestarla. Cuando los bomberos llegaron, hubo poco que hacer. Tuvieron que superar el estremecimiento: era un cuadro dantesco… centenares de personas se agolpaban para mirar a Lidia, parada entre las llamas, presa de una risa diabólica que no cesó hasta mucho después de que todo quedó reducido a cenizas, a silencio, a ruina.
La tragedia pavota dio que hablar durante pocos días. La gente se preguntó que pasó con Lidia cuando el tema se agotó, aburrida por la rutina diaria. Meses después, de casualidad, se enteraron de su partida a Buenos Aires, de su trabajo allá, en otra oficina. Hubo quien pensó en averiguar, en inventar algún plan para que la mujer regresara y continuar con las bromas y las apuestas. Afortunadamente, el sacerdote del pueblo advirtió públicamente que la mujer quizás estuviese poseída por un demonio que se reía; en fin, maldita. “Ah”, dijeron  todos al enterarse. El mismo respetado líder señaló que había notado que uno de los monaguillos tenía el poder de predecir el tiempo, porque llevaba con inusitado acierto un paraguas en ocasiones de lluvia inesperada. Se podía apostar con eso. A los diez minutos de escuchada esa frase, se olvidaron de Lidia para siempre.

El Chirimbolito de la Galaxia

Este relato fue publicado en: http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/10/10/el-chirimbolito-de-la-galaxia/

27.  El Chirimbolito de la Galaxia


Toulouse-Lautrec  "Miss Dolly"


Conversación entre dos señoras gordas, blondas a la fuerza, cargadas de bijou, años y  perfume a jabón Heno de Pravia. Viajan sentadas en el primer asiento de un colectivo. Las oigo a pesar de la música que brota de mis auriculares, así que decido escuchar desfachatadamente y me los quito: 
 _ Llevamos veinte minutos acá y no parás con el chirimbolito ese…
_ No te quejes, Beba, que estoy juntando la mejor data. Y no es un chirimbolito, es un Samsung de la Galaxia, o algo así, lo último, regalo del Día de la Madre.
_ Mirá vos, de la Galaxia y de los ocho cuartos, me aburro como una ostra, pasame la data por lo menos…
_ ¡No me digas que no te enteraste de lo que le pasó a la hija de Marisa! ¡Estoy chateando con ella por face y no se puede creer!
_  Buena mandarina, ésa. ¿Qué hizo?
_ Tuvo un caso de inseguridad.
_ ¡No te digo! ¿Atacó a alguien? Siempre me pareció peligrosa esa chica, si tiene más espalda que Rubén Peucelle, que en paz descanse …
_ No, Beba, no, fue ella la víctima del caso…
_  Obvio, eso le iba a pasar cualquier día, ¿no viste cómo anda vestida, la mosquita muerta?
_ No sé, siempre la veo pasar con el uniforme de la salita donde  trabaja… Usa esa ropa de médico que es parecida a una bata. ¿Vos cómo la viste?
_ Yo hace como diez años que no la veo, pero no hace falta porque las chicas del club me mantienen al tanto de todo. No sé cómo hacen, pero siempre tienen la mejor data. ¿Me estás hablando de la que es morochita, parecidita a un mono tití? Seguro que usa la bata ajustada. Hoy las chicas jovencitas andan con la ropa interior toda marcada para provocar… ¿Y a qué hora fue el caso?
_ Iba a las 5:30 a tomar el colectivo, para ir a la salita. Me dice Marisa que está haciendo las prácticas de la Facultad, que le falta poco para recibirse y trabaja, pero no cobra plata. Y ahí, en la parada, tuvo el caso cuando se le apareció un tipo.
_ ¡5:30! ¡Pero si es de noche todavía! Las mujeres decentes no deberían andar a esas horas por la calle, ¡dan lugar a malentendidos! Todo el mundo sabe que los hombres salen de los bares y ¿qué van a pensar si la ven a una? ¿eh? ¡Que UNA, es una cualquiera! Yo siempre dije que Marisa no sabe cómo criar a una chica como Dios manda, no es culpa de ella que le haya salido tan fea sino de la familia del marido… Además, es un horror que trabaje gratis. No está escuchando ahora por el chirimbolito, ¿no?
_ Pero no, Beba, el chat es sin audio si no querés… Es por la Facultad…
_ Menos mal. No, digo que es un horror, porque si todo el mundo trabajara gratis, ¿qué sería de los que trabajamos por sueldo? ¿eh? ¡Seríamos comunistas! Igualita a la madre, salió esa chica, bien que a Marisa le gustaban los bares en sus años mozos, y nadie puede negar que le gustaba lo hippie. ¿Tampoco nos puede ver por el chirimbolito de la galaxia?
_ Era un miércoles, qué bares decís, si por la casa de Marisa es puro campo y vacas… No, no se ve, si no puse la camarita, Beba… pero pará que me fijo por las dudas.
_ Peor, entonces, le pasó por andar con los hombres campesinos: andaban necesitados de diversión y la vieron en batita ajustada con la ropa interior de hilo dental y seguro se le tiraron encima a pesar de la espalda del Ancho de Titanes en el Ring y el Planeta de los Simios.
_¿Vos estás bien de la cabeza, Beba? Pará un poquito con la perolata, estás hablando de cosas que no pasaron: la nena estaba ahí, yendo a hacer las prácticas, hacía un frío de morirse y creo que hasta un poncho se había puesto, acá se ve una foto. Me dice Marisa que en la parada del colectivo se le apareció un tipo solo, no varios, UNO, ¿entendés?
_ Con intenciones non sanctas.
_ Al parecer quería robarle la mochila, pero nunca se sabe. La chica es cinturón negro de judo. ¿Te acordás que cuando era chiquita Marisa nos invitaba a las entregas de las medallas? Una agrandada, siempre le gustó ostentar. Cuando la hija se reciba de médica no la va a a aguantar nadie. Le dio una biaba al tipo que no va a olvidar fácilmente. Recién me pasó el parte médico: Le fracturó la mandíbula, un brazo, la tibia y el peroné. Y le dio tantas patadas en el quetejedi que supongo que se le van a ir las ganas de hacerse el machito por muchos años.
_ Yo siempre dije que Marisa crió a esa chica como a una marimacho. Judo, medicina… todas cosas que no corresponden a las señoritas. ¿Vos viste cómo anda vestida?
_ Sí, la verdad es que la bata de médica no la favorece … parece una bolsa de papas. Y lo de la espalda ancha … a qué negarlo, tampoco es muy femenino que digamos.
_ Habrase visto, a las patadas en la calle… ¿habrá hecho el juramento Hipocrático ya? Si lo hizo y anda lastimando a la pobre gente, es una vergüenza eso también, una vergüenza… Preguntale, dale, a ver si lo hizo. Habría que denunciar a la gente así. Ésa no consigue un novio ni que se cumpla lo del roto para el descosido, pobre Marisa, que espere sentada que le lleguen los nietos…
_ ¡Cuánta razón tenés!  El mundo está patas arriba, Beba, cuánta violencia, no sé a dónde vamos a ir a parar.
_ Acá, si ésta es nuestra parada…
_ Vos siempre tan ocurrente, amiga. (Ríen las dos) Qué sería de mí sin tu buen humor y tu chispa. Bajemos, dale, tocá timbre.
_ Dorame la píldora, dale. Bien que me dejás sola cuando te ponés con tu novio el chirimbolito … (Se pone de pie y toca el timbre) Tendríamos que ir a visitarla, a Marisa. Digo, por lo que le pasó a la nena, para no quedar mal. Imaginate cómo nos sacarían el cuero si se enteran en el club de que supimos lo del caso de inseguridad y no fuimos ni siquiera a cebarle unos mates…
_ Cuando tenés razón, tenés razón, Beba. Las chicas del club son terribles cuando le dan a la lengua, si yo digo que si se muerde una cae envenenada en el momento… Pura maledicencia. Hay que andar con cuatro ojos con la gente…
_ ¡Y cuatro oídos, Beba! Dale, bajá. Vamos hoy, así nos enteramos de los detalles y tenemos algo para contar a esa manga de chismosas…Qué data ni qué lata… Ahora que el chirimbolito de la Galaxia nos da la data no pueden competir.  (El colectivo se detiene. Baja en primer lugar, Beba. Cuando está por bajar la segunda señora, el colectivo parece moverse levemente. Las mujeres gritan, dirigiéndose al colectivero) ¡Pare!, ¡Espere, chofer! ¿No ve que baja una señora mayor? ¿No tiene madre?  
_ ¡No hay respeto, no hay consideración!¡La juventud está perdida!
(Beba, ya en la vereda,  toma de la manga a su amiga, tironea, y finalmente quedan las dos en la calle. La puerta del colectivo se cierra y arranca, mientras las dos señoras se toman del brazo y continúan su sabroso diálogo, perdiéndose entre la multitud. Decepcionada, me vuelvo a colocar los auriculares y sigo pensando en mis cosas.)