PROYECTO PIBE LECTOR

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martes, 18 de marzo de 2014

¿Pensaste qué pasaría si no me tomo la cicuta?

Me siento mal. Yo, que trabajo de "explicadora", estoy cansada hoy de dar explicaciones. En febrero escribí "Todos contra los docentes" en un arranque de indignación y el texto dio vuelta por redes sociales y medios, se convirtió en palabras que salieron de mis dedos y expresaron la indignación de muchos docentes que se sintieron heridos igual que yo. Hoy el fogonazo encolerizado que me llevó a enumerar puntos y defender mi trabajo, se apagó. 

Mi trabajo no es como cualquier otro trabajo. Esa frase la puede decir cualquier trabajador: es cierto, todos los laburantes somos engranajes de una maquinaria inmensa llamada Argentina,  la cargamos sobre nuestros hombros y hacemos que la amada abstracción se plasme en la realidad cada día, exista, funcione, amanezca, atardezca, se vaya a dormir. Mi trabajo es el más importante del mundo. También es una afirmación que cada obrero, cada operario, cada profesional, guarda más o menos íntimamente en su corazón y atesora en su latir. Tengo derecho a protestar si no estoy conforme con las condiciones en las que trabajo. Y ahí, estamos en un problema. 

Periodistas, panelistas, opinólogos, gobernantes, candidatos, vecinos, parientes, "comentaristas destacados", masivamente, me están diciendo que no, que no tengo derecho. Que mi reclamo es válido, que tengo razón, que mi sueldo es miserable, que el edificio en donde trabajo da vergüenza. Entre medio de la avalancha de insultos y descalificaciones espantosas, me miran asombrados, horrorizados, y me interpelan: "¿Qué clase de persona horrenda deja a los pobres chicos (a los chicos pobres) sin educación?" El "Andá a laburar" es el final de cada frase, y el imperativo se justifica con que "me tienen que tratar con firmeza", porque estoy haciendo algo increíblemente desubicado... ESTOY PROTESTANDO PORQUE NO ESTOY CONFORME CON LAS CONDICIONES EN LAS QUE TRABAJO.

Andá a laburar. Metete en la escuela, con los pibes, adentro del aula y educalos. Si elegiste un trabajo así, andá a cantarle a Magoya. Callate, dejate de protestar y reclamar y METETE EN LA ESCUELA CON LOS PIBES. Así nomás. 

Anoche, con desolación, leía un artículo escrito por un doctor en Derecho, Mauro Cristeche,  que finalizaba con esta frase:  "Ninguna transformación social se ha hecho sin romper con la ideología dominante y sin poner en cuestión el orden existente." Ante una sociedad que está de acuerdo con que la educación pública deja mucho que desear, con que los docentes están trabajando en condiciones paupérrimas, con que las tareas que se cumplen en las escuelas no tienen que ver con la pura enseñanza de los contenidos curriculares sino con una lista interminable de parches a falencias sociales que los alumnos acarrean... yo estoy poniendo en cuestión el orden existente al protestar. Me estoy poniendo bajo la lupa, bajo la mira de los cascotes,  me estoy quejando de una manera lícita: lo estoy escribiendo.

Retomando el inicio de mi texto: hoy no estoy indignada. No estoy prendida fuego por dentro, con ganas de salir al cruce y llevarme el mundo por delante para proclamar a los gritos que trabajo como cualquier trabajadora, que amo mi profesión, que dejé la salud de mis cuerdas vocales en las aulas y que no soy ninguna corrupta ni haragana ni ignorante. Hoy mis dedos corren por el teclado y aceptan que la sociedad me interpela, me dice que estoy equivocada, que debo bajar los brazos y dejar de alterar el orden de las cosas aunque estén mal. Está bien, entendí el mensaje, creo que todos los docentes lo entendimos. Ahora hace falta que escuchen bien todos, que entiendan mi respuesta. ¿Les digo que sí y cierro la boca, me meto en el aula y sigo fingiendo que todo está genial y el mundo sigue girando y dejamos las cosas como están? NO. PIENSO SEGUIR PROTESTANDO, PIENSO SEGUIR ESCRIBIENDO Y CONTANDO QUE ESTA REALIDAD QUE ESTAMOS VIVIENDO ME PARECE MAL. Pienso seguir intentando cambiar este mundo de desigualdad, el destino de los pibes que llegan escribiendo mal y con problemas para comprender. Pienso meterme en el aula,que es donde estoy metida desde hace 16 años,  sentarme tranquilamente al lado de cada uno de ellos y explicarle por qué ahí va una coma, qué significa la Constitución Nacional, qué se siente leyendo "El Golem" y por qué se me llenan los ojos de lágrimas cuando llegamos a la parte de "...polvo serás, mas polvo enamorado", como lo hice desde el primer día que entré en una escuela como docente. La educación es el camino para poder ser, para experimentar sensaciones, reflexionar y encontrarse con las inquietudes que hacen titilar las lucecitas en todos los ojos humanos y les permiten SER, la educación es la que les da a los alumnos la opción de la esperanza, la que nos da a todos la opción de ser artífices de nuestros destinos.

Los docentes somos las herramientas de la transformación social, especialmente los de las escuelas públicas. Yo soy eso, y además trabajo de eso. Me apena que hoy no me reconozcan de ese modo. Me apena tanto, pero tanto, que mis dedos andan como entumecidos y vacilan al buscar las palabras exactas.... No soy el adversario, soy la persona que le lee a Kafka a tu hijo, la que le enseña el uso de la coma y los recursos argumentativos. No soy un espíritu etéreo que trabaja bajo ninguna bandera: soy una persona que necesita percibir un salario. No merezco ni debo permitir que mis alumnos estén junto a mí en un lugar en donde en cualquier momento se puede caer el techo.... Ahhh, ya empecé a explicar, no puedo contra eso de que soy la explicadora. Termino abruptamente entonces: Soy la persona que va a luchar porque los alumnos de las escuelas argentinas aprendan en condiciones dignas. No esperen menos de mí, porque los docentes no sólo trabajamos de eso, sino que somos eso. Si los políticos de turno no defienden esos intereses... ¿quién los va a defender, sino nosotros? Sí, nosotros. Sólo abran los ojos y vean cómo únicamente intentando cambiar el mundo se puede lograr cambiarlo.

Este texto puede leerse en: http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/03/19/derecho-a-protestar/

miércoles, 12 de marzo de 2014

Profe, me están diciendo que soy un burro.

Esto es para los adolescentes que van a las escuelas públicas de la provincia de Buenos Aires. Sé que es mucho pedir, porque no me conocen, así que me voy a dirigir a los chicos que fueron mis alumnos y que saben que si les digo: "A ver, chicos, escuchen que es muy importante", saben que vale la pena oír. Y si uno nuevo se anima a leer, genial, le digo: "Hola, soy Lara, la de Literatura. Escuchá esto, por favor". Y empiezo:

Chicos. Están asistiendo a algo que nos pone angustiados a todos. Los profes estamos  peleando por nuestros derechos, y andamos por ahí aguantando que nos digan cosas violentas y agresivas. Ustedes están escuchando eso  fuera de las escuelas, en la calle, quizás en sus casas, en la radio, en la tele. Los que fueron mis alumnos estudiaron que uno de los recursos argumentativos más sucios y eficaces es la "descalificación del adversario". ¿A quién se lo hubiera ocurrido que los docentes iban a ser vistos como "adversarios"? A nadie, pero parece que están pasando. Nos dicen "vagos", "parásitos", "criminales", "ineptos". Ustedes saben, porque son adolescentes y tienen criterio, que eso no tiene que ver con lo que pasa adentro de la escuela, que no se puede generalizar (que dicho sea de paso, es otro recurso argumentativo muy eficaz). Pero no me voy a poner a explicar eso hoy, quiero decirles algo más importante. Y ahora sí, lean con atención:

Los chicos que van a colegio privado, están en clases. Los chicos que van a colegios de Capital, también. Este conflicto salarial se va a resolver, y vamos a volver a las aulas en cualquier momento. Y en la tele, en los diarios, también escucharon y leyeron que hablaban de ustedes, "los de la pública". ¿Y qué decían? Que son burros, que no aprobaron las pruebas PISA, que los docentes no les están enseñando nada, que no entienden lo que leen, que no saben nada... Resuena "vago" para el docente junto a "burro" para los alumnos de la pública, y bla, bla, que los que van a privado sí saben, que los de Capital sí saben, que entre ellos y ustedes se abre un abismo de desigualdad y que eso es culpa de, culpa de, culpa de y bla bla bla.

Paremos acá. Y después les digo lo que quiero para este año. Estoy harta de que pase eso. Saben perfectamente que los profes que estamos con ustedes son los mismos que los de las escuelas privadas y los de las escuelas de Capital. Y saben que eso de que no aprobaron las pruebas PISA y que cada vez se aprende menos ES EN MUCHOS CASOS CIERTO. NO DEJEMOS QUE SIGA SUCEDIENDO ESTO. Son ustedes los que junto a los profes pueden cambiar esta situación lamentable, son ustedes los dueños de sus cerebros. PAREMOS ESTO.

¿Y qué puede hacer cada uno de ustedes para ayudar a revertir esta situación, que los sabios y los intelectuales no saben cómo resolver? Les digo cómo: Este año, chicos, mantengan el celular en el bosillo. Lleguen puntualmente y no falten a clase. Si mamá o papá no les compraron hojas, ocúpense o avisen en la escuela, si hay problemas más graves, avisen, veremos cómo ayudar, no se queden callados ni dejen de venir. Si no les prestan atención en casa, y bueno, es un bajón, pero ocúpense ustedes de ustedes mismos, ya no son ningunos bebés. ¿Van a hundirse en la ignorancia porque sus parientes no los atienden? Allá ellos, a ustedes les va a ir bien porque son ustedes los dueños de su destino y nadie más que ustedes. Tengamos la carpeta linda, prolija, usemos cartuchera y pongamos una lapicera adentro. Chicos, BASTA DE PERDER EL TIEMPO EN CLASE CON ESTUPIDECES, BASTA DE LA PELEA CON APAGAR COSAS, CON DORMIR, CON NO PRESTAR ATENCIÓN. BASTA DE AGREDIR A LOS PROFESORES, DE INSULTARLOS, DE DECIRLE TOMÁTELA, porque NOSOTROS ESTAMOS TRABAJANDO Y NOS MERECEMOS SU RESPETO. Si no entendemos una clase, preguntemos. Si no pudimos venir, pidamos la tarea.  SI TENEMOS COMPAÑEROS QUE SE PORTAN MAL, NO PERMITAMOS QUE ESO SIGA SUCEDIENDO. Si un alumno no permite que se den las clases, ¿quién se perjudica? Todos. BASTA DE ECHARLE LA CULPA A LOS DOCENTES DE ABSOLUTAMENTE TODO. USTEDES SON GRANDES, SABEN CÓMO HAY QUE COMPORTARSE. Y saben perfectamente cómo hacer para que las cosas salgan bien. Tenemos las netbooks, tenemos todo para poder igualar y hasta superar a cualquier alumno que tiene papás que pueden pagar una privada. NO HAY GENTE MÁS INTELIGENTE QUE OTRA DE NACIMIENTO, LA INTELIGENCIA SE DESARROLLA. Hay que esforzarse, hay que leer, hay que dejarse de embromar con eso de que la escuela es un lugar para haraganear y copiarse los trabajitos prácticos hechos por otro porque total no pasa nada. Sí pasa. CAMBIEMOS ESO.

Ya sé lo que están pensando, no, no estoy enojada con ustedes ni pienso que tengan la culpa de, culpa de, culpa de. Estoy enojada con eso de que nos traten mal desde todos lados. Porque ustedes deberían tener lo mejor, y no lo tienen. Pero aprovechemos lo que tenemos. Hay libros nuevos, hay compus, hay hojas, hay lapiceras, hay profes y hay chicos. APROVECHEMOS LO QUE TENEMOS.

Chicos, no digo que va a ser fácil. Voy a hablar por mí ahora. Yo me comprometo a trabajar igual que todos los años, con la misma atención y el mismo esfuerzo. Yo enseño los mismos contenidos que se enseñan en las escuelas privadas, al igual que todos sus profes. Pero sola, no puedo ayudarlos. Necesito que me escuchen cuando explico, que estén atentos, que anoten, que lean, que investiguen, que se rían, que conversemos, que aporten ideas, que discutamos, NO MÁS TRABAJOS COPIADOS, NO MÁS GENTE DURMIENDO, NO MÁS EXCUSAS, NO MÁS PELEAS POR PAVADAS QUE SÓLO HACEN PERDER EL TIEMPO.

No les pidos que sean unos nerds (aunque yo lo haya sido cuando estaba en la escuela, pero shhh, guárdenme el secreto). Les pido que sean alumnos. Les pido que se pongan las pilas. Les aseguro, les prometo, que se puede. La única forma de aprobar pruebas, de comprender lo que se lee, de escribir bien, es empezando a ser alumno y dejando de ser un número, uno de esos "pobres que son hijos de los que no pueden pagar una privada". BASTA DE QUEDARSE AFUERA, MEJOREMOS LA EDUCACIÓN PÚBLICA CAMBIANDO LA ACTITUD, CHICOS, DEMOSTREMOS QUE PODEMOS SER LOS MEJORES.

Eso es todo. Que este 2014 que empezamos tarde no nos encuentre cansados de dar batallas por la educación pública, que nos encuentre lúcidos y con ganas; levantémonos contra la pobreza, las cosas que nos faltan, los obstáculos,  demostremos que no tenemos por qué ocupar el último lugar, demostremos que cuando queremos, podemos.

Este texto puede leerse en:
http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/03/28/carta-a-mis-alumnos-sin-clase/

domingo, 9 de marzo de 2014

Escena de escuela. Acerca de los Consejos de Convivencia


"La letra con sangre entra" Goya



A veces las concepciones mentales  que la gente tiene de la escuela chocan con la realidad. Una de ellas es la que tiene que ver con el funcionamiento de la disciplina y las sanciones que debieran aplicarse ante la violación de las reglas. Cuando ocurren situaciones extremas que llegan a los medios de comunicación, la sociedad asiste estupefacta  a relatos que, fuera del contexto actual, hacen que los comportamientos de las autoridades de las escuelas parezcan carentes de sentido.  Recuerdo el caso de lo que hicieron algunos alumnos del Colegio Nacional dentro de la Iglesia de San Ignacio de Loyola el pasado septiembre, por ejemplo, o el conjunto de padres que decidió hacer justicia por mano propia y golpeó al papá de un niño de 11 años presuntamente acosador  en la puerta de una escuela de Caballito, en noviembre. ¿Qué es lo que reclamaba la gente en esos casos? La expulsión de los alumnos en cuestión.

Es cotidiano para los que trabajamos en las escuelas que padres y alumnos reclamen sanciones que años atrás eran consideradas como lo correcto y aún están legitimadas en la opinión de gran parte de la sociedad. Amonestaciones, jefes de disciplina, expulsiones y penitencias más o menos creativas están naturalizadas desde más allá de los tiempos de Juvenilia, en donde Cané cuenta su adolecer de adolescente ungido de la famosa arenilla dorada. Además del sencillo hecho de que el niño o el adolescente de hoy vive y se comporta de modo acorde a una realidad absolutamente diferente a la de las generaciones anteriores, existió un cambio de paradigma en el tratamiento e interpretación de cuestiones disciplinarias y ese cambio está vigente en la escuela actual. 

Sumado a las decisiones que pueden tomar los directivos, existe en las escuelas (o debe existir) el Consejo Institucional de Convivencia. Este Consejo debe estar conformado por un conjunto de profesores elegidos como referentes por cada curso, un preceptor, alumnos delegados y subdelegados electos de igual manera y, dependiendo de las características de cada institución, puede integrar auxiliares y papás. El Consejo debe ser coordinado por un docente de la institución, preferiblemente electo por sus pares. En una situación ideal, el coordinador debería percibir un salario y ser un profesional psicopedagogo, psicólogo, mediador, etc. La gran mayoría de las veces (quizás haya situaciones que desconozco), el docente coordinador se vale de sus buenas y desinteresadas intenciones, su tiempo y su sentido común.

 El Consejo de Convivencia tiene que ver con un modelo  democrático de inclusión y de reflexión sobre las normas y el incumplimiento de las mismas, y llevado adelante en forma eficaz, en mi opinión, además de ser un órgano fundamental de resolución de problemáticas cotidianas es un generador que propicia situaciones ricas para desarrollar el pensamiento crítico de los alumnos. En estos momentos en donde la violencia asoma o irrumpe por todos lados, ser delegado de un curso puede ser para un chico una experiencia que lo enfrente con la necesidad de elaborar y defender  una argumentación. Doy un ejemplo concreto que resuelve un problema cotidiano (y no un caso extremo como los mencionados en el primer párrafo, que exceden lo que pueda hacer un Consejo de Convivencia por sí solo y demandan ayuda del gabinete psicopedagógico, de directivos, autoridades y familias):

Problema: Profesor ingresa en el salón de clases de un 3er año. Un alumno, recostado sobre su mesa, habla por teléfono. Todos deambulan, la mayoría celular en mano, hacia sus respectivos asientos. Una vez allí, continúan usando el celular apoyándolo en sus piernas, más o menos escondidos. Tres alumnos tienen colocados unos auriculares gigantescos, como de disc-jockeys, otros usan los que son pequeños, la gran mayoría los deja colgar de bolsillos o cuellos. El profesor se dirige al alumno que está sobre la mesa:
_ ¡González! (siempre hay algún González) ¡Estamos en clase!
Y ahí empieza la interminable pulseada, que durará más o menos minutos, según la personalidad que despliegue el profesor en cuestión: "Es mi abuela, que está internada", "Mi mamá me puede llamar en cualquier momento porque está por morir mi... mi abuela" (siempre las abuelas, eso es atemporal), "No puedo, profe, soy adicto al celu", "Yo estoy tranquilito así y no molesto a nadie", "No quiero", "Tomátelas" (sí, al profesor), etc., etc., etc.

Norma: No se puede usar en el aula celulares, auriculares, etc, en forma indebida.

La norma es sencilla y la dicta el sentido común: ningún alumno puede aprender nada en clase si está jugando on line o escuchando música. La propuesta es votada y aprobado lo siguiente: cada delegado llevará una caja al salón en donde se depositarán voluntariamente los aparatos “para no caer en la tentación de usarlos”. ¿Qué pasará si un alumno incumple la norma? Deberá entregar el aparato en cuestión en dirección y le será devuelto a sus padres. Todos satisfechos en el Consejo porque se terminarán la pérdida de tiempo y las discusiones interminables sobre el bendito tema (sólo los lectores que trabajan en las escuelas públicas entenderán la magnitud de este problema moderno). Finaliza la reunión.

En mi ejemplo, las dificultades comenzarán al trasladar las decisiones en el aula (y no está mal que eso suceda). Muchos alumnos pondrán el grito en el cielo y  no querrán dejar de utilizar su música y juegos durante todo el tiempo. En ese momento será necesario que los profesores respaldemos a los delegados y a las decisiones del Consejo, que conversemos en clase sobre el por qué de lo que se ha establecido y, fundamentalmente, que nos informemos y no desautoricemos la norma en ningún sentido. Si estamos personalmente en desacuerdo con algo o tenemos sugerencias, podremos dirigirnos al coordinador o participar en una reunión del Consejo para proponerlas.

Para finalizar, enunciaré algunas sugerencias para aumentar la eficacia del Consejo de Convivencia:

. Crear un grupo de Consejeros voluntarios. Los alumnos de años inferiores suelen escuchar  a sus pares “grandes” con más atención que a sus profesores cuando se trata de problemas cotidianos. Además, de este modo se reduce la brecha que produce la edad y se promueve el intercambio de experiencias, el diálogo y el sentido de pertenencia a la institución.

. No limitar las funciones del Consejo a impartir sanciones reparadoras, sino extender sus atribuciones a actividades de fomento y prevención. Si el Consejo está presente todo el tiempo en las formas de organizador de concursos, recaudador de dinero para comprar regalos y mejoras para la escuela, excursiones, etc., si los padres intervienen activamente, los alumnos lo considerarán algo útil y que los representa, y volveremos a esa noción tan saludable que teníamos cuando los de cierta edad éramos adolescentes y “adolecíamos”:  “Existe una regla, si la rompo deberé enfrentar X consecuencias y hacerme cargo”. De eso se trata el Consejo, de enseñar a respetar normas, de darle sentido a las mismas y de que si alguien tomó la decisión de transgredirlas, hay que enseñarle a hacerse cargo.

¿Se puede "hacer reflexionar" a los alumnos que dañaron la Iglesia de San Ignacio de Loyola? ¿Se puede hacer algo para que cambie ese nene de 11 años acusado de ser violento? Repito: el Consejo de Convivencia en soledad no puede hacer nada significativo en esas situaciones; la resolución de problemas graves demanda la intervención  de la comunidad educativa en pleno. Hechas las preguntas anteriores en un trabajo de investigación a modo  de "sanción reparadora", una alumna contestó: "Mi papá me contó que mi abuelo le hizo lo de la letra con sangre entra. Es más fácil pegarle un cachetazo a un chico o echarlo que tomarse el trabajo de sentarse tranquilo y conversar con él, preguntar por qué pasó lo que pasó... Él hizo eso conmigo hoy y yo voy a hacer eso con mis hijos cuando los tenga, porque quiero que sean buenas personas y es la única forma de lograrlo".

Este texto puede leerse en: http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/03/10/escena-de-escuela-acerca-de-los-consejos-de-convivencia/

sábado, 1 de marzo de 2014

En silencio respetuoso

La voy a hacer corta:

Primer día de clases en una escuela bonaerense bien argentina. La docente aguarda emocionada ante la puerta del aula. Impecable, luce un peinado de peluquería, demasiado maquillaje, alhajas estridentes, zapatos cómodos bicolor con taco bajo. Bajo el rollizo brazo oprime la cartera de cuero liviana en esta época del año, flamante cofre que atesora una agenda primorosa (regalo del marido comisario), lapicera fuente azul, negra y roja, cuadernos vírgenes especialmente seleccionados, forrados, foliados y etiquetados... En el escritorio de roble espléndidamente lustrado la aguarda una humeante taza de té. Las blancas palomitas, no menos emocionadas, aguardan de pie en silencio respetuoso el: "Buenos días, alumnos", para comenzar la jornada, tomar asiento y finalmente estrenar las no menos etiquetadas y esplendorosas lapiceras.

Digno de una novela... del siglo pasado, de los recuerdos almibarados de alguien de más de medio siglo de edad, de otros tiempos que se fueron para jamás volver. El "silencio respetuoso" dejó de ser impuesto, afortunadamente, pero en las escuelas de hoy el docente debe ganárselo. Porque no le es inherente, no le es atribuido, no viene con las blancas palomitas inculcado de las casas. De eso estamos hablando, cada uno a su manera, los docentes que salimos a protestar ante las acusaciones diversas donde suena de trasfondo la palabra "vago" a cada rato en este momento de discusión salarial.

Si entre todos no cambiamos esa concepción y no reconocemos al docente como un profesional de la educación (que no debe ser un sacrificado e ineficaz sacerdocio desde ningún punto de vista), los niños y los adolescentes argentinos continuarán escuchando en sus casas y televisores que la persona que está entrando en el aula no merece su respeto y las consecuencias de ese imaginario colectivo se verán en la educación argentina del siglo XXI, no en la del XX ni en la del XIX. Si le ponemos onda, lograremos el cambio.

Este texto se puede leer en: http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/03/03/en-respetuoso-silencio/