PROYECTO PIBE LECTOR

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miércoles, 22 de abril de 2020

¿Qué blog? (¿Igual había que hacer cosas de la escuela?)




   Ya pasó más de un mes desde la última vez que estuve adentro del aula, con mis alumnos.  Nos habíamos levantado temprano, acicalado, teníamos útiles más o menos nuevos en las mochilas; nos habíamos abrazado y saludado, nos habíamos reído y amontonado adentro de un salón más sucio que limpio en un mundo por ahora imposible por lo diferente.

   Basta con que cualquiera de nosotros necesite algo que quedó guardado adentro de la cartera o mochila “del trabajo” para que experimentemos la sensación de extrañeza al palpar eso que perteneció al pasado, a cuando todo estaba bien y vivíamos sin pensar en la existencia de los virus y las pandemias.

  Escribo esto pensando en el desconcierto que me produce el cambio de paradigma abrupto del que somos protagonistas y en el problema que estamos viviendo los que integramos las comunidades de la escuela pública. Hay quienes piensan que la desigualdad que se está viviendo es ocasionada por la ausencia de tecnología apropiada o de internet en los hogares de los alumnos humildes. Otros piensan que el desconocimiento del uso correcto de las tecnologías existentes es "El Factor." Yo creo que el problema pasa por todos esos lugares, que es algo complejísimo y que necesitará de perspectiva temporal para ser apreciado correctamente, pero que por ahora puede denominarse como, lisa y llanamente, un problema de comunicación.

  Pocas escuelas públicas contaban con plataformas virtuales activas y eficientes. La mayoría de las  páginas eran administradas por docentes que lo hacían voluntariamente y sin un salario. Eso es fundamental para comprender el caos y las diferencias existentes entre la forma de enfrentar la incomunicación ante la pandemia.

  De buenas a primeras hay que dar clases en forma no presencial. ¿Hay que enseñar a distancia? ¿Cómo se hace? En las redes circulan videos graciosísimos de padres atrapados bajo toneladas de tareas junto a sus hijos. ¿Mandamos las actividades por mail? ¿Sabemos los correos? ¿Hacemos grupos de whatsapp? ¿Abrimos un classroom? ¿Usamos un blog que abra alguien que entienda de eso y le damos la contraseña a todos los profesores para que suban sus materiales? ¿Todos saben manejarse con la tecnología de la misma manera? ¿Todos disponen de computadoras personales, celulares modernos, de internet ? ¿Subimos links a páginas de internet y ponemos un cartel para que los alumnos descarguen todo por sí mismos?  

  El solo enumerar estas cuestiones provoca angustia. Se tuvieron y se tienen que ir buscando soluciones rápidas para todo lo que surge, se necesita que se involucren especialistas en educación y que se invierta dinero para resolver esta emergencia. Mientras tanto, lo están haciendo los docentes con buena voluntad y en forma que excede sus horas de trabajo pagas, con resultados diversos que se van corrigiendo sobre la marcha. Por ejemplo, una de las cosas que me desvela sobre todas las demás cuestiones, es encontrar la respuesta al siguiente hecho tragicómico: de cada cinco alumnos que logro contactar, cuando les pregunto si entraron al blog de nuestra escuela ( blog gratuito administrado voluntariamente por alguien que le está dedicando muchísimas horas diarias y que probablemente el lector sospeche que soy yo), al menos tres me contestan: “¿Qué blog?”

Demasiadas preguntas. Qué blog, qué classroom, qué materia.  Qué mal. Cada escuela está sobrellevando la situación a su manera, sorteando obstáculos para lo que al principio iban a ser unas semanitas y ahora es algo incierto. El tiempo dirá si algunos de nosotros tuvimos o no éxito. A las preguntas planteadas, se suman las relativas al porqué los alumnos, a pesar de tanto sitio con fotos y tanto trabajo docente hasta altas horas de la madrugada, no están respondiendo como esperaríamos. ¿Estarán bien? ¿tendrán internet? ¿Tendrán computadoras o celulares? ¿Sabrán cómo descargar archivos, ingresar códigos, enviar correos con adjuntos?

La pandemia nos expulsó de las aulas, nos alejó presencialmente de los alumnos y nos dejó en un mundo desconocido que debemos explorar; afuera, munidos de barbijos y extrañas coberturas caseras, adentro de nuestras casas, descubriendo un camino viable para comunicarnos nuevamente con nuestros chicos y, más allá de lograr entregarles (y que entreguen) sus tareas, lograr enseñar, que es el objetivo de la escuela, esté o no adentro de un edificio.  

martes, 24 de marzo de 2020

El mundo que no sabe (El mundo sin escuelas)






Ya pasaron muchos días, pocos días, desde que nos vimos obligados a vivir en un mundo desconocido, y muchos profesores nos preguntamos si los alumnos estarán haciendo las tareas que estamos enviando por medio de internet. Porque las escuelas estarán vacías, pero los docentes fuimos buscando caminitos, más o menos convencionales, para llegar a los González, Gutiérrez y vaya a saber quiénes; el año comenzó y se puso de golpe en pausa, sin aviso, y las listas nuevitas con nombres agregados con lápiz quedaron guardadas hasta vaya a saber cuándo.

Quizás todos crean que saben, como siempre, porque la vapuleada escuela y sus alumnos son parte de las sociedades de una manera indisoluble y férrea. Cómo será en otros países, ni idea, pero acá los docentes sabemos perfectamente que hasta principios de marzo de este año todos siempre creyeron que sabían cuánto debíamos cobrar, cómo deberíamos hacer nuestro trabajo, qué contenidos  enseñar, y bla, bla, bla. Pero esta vez, por lo menos por ahora, esa cosa despectiva del argentino omnisapiente se rompió. O se puso en pausa, también, como el 2020. No se sabe. Esta vez, de verdad, no se sabe qué va a pasar con innumerables aspectos de nuestra vida; repentinamente no se saben cosas y mirás por la ventana y no ves a nadie, mirás la tele y te cubrís de un manto de espanto tejido de la frase “no se sabe” y en un impulso ancestral mirás hacia el cielo, ves un pajarito volando y te acordás de que el mundo era así y asá y tenés que mandarle trabajos a tus alumnos por internet.

¿Estarán haciendo las tareas, mis chicos?, pensás, mientras adjuntás imágenes que te parecen atractivas y geniales. En estos momentos de pandemia triste, es mejor no dejar volar la imaginación demasiado, pero no podés evitar preguntarte eso, al mismo tiempo que lo hacen, seguramente, millones (sí, ¡millones!) de profesores y maestros encerrados en sus hogares, sentados ante una pantalla.

Quizás no estén entregando las tareas porque no tienen mail y no saben cómo abrir uno.

Quizás las estén haciendo en papel y nos las van a dar en mano, cuando todo esto termine.

Quizás estén en un lugar donde no hay internet, o no tengan computadora, o no entiendan cómo ampliar la foto del libro, o no sepan cómo hacer con el código de classroom, o estén hacinados en algún lugar donde no están bien, o estén rodeados de problemas de convivencia por la cuarentena, o no tengan comida suficiente, o no se hayan enterado del blog, o del facebook, o del Instagram de la escuela, o no hayan dejado su mail.  

Es prematuro aún analizar por qué muchos alumnos no están enviando sus tareas. Es prematuro analizar si las clases virtuales son eficaces leyendo a quienes sí la están enviando hecha. Es prematuro aún todo pensamiento, porque en este mundo nuevo y cambiado, que quizás sea transitorio y quizás no, la escuela como la conocemos es imposible y todo lo que sabemos sobre ella se desvanece al confrontarlo con la imposibilidad de saberlo todo.

Termino de repasar cuidadosamente mi post. Es feriado y en el mundo de antes no había clases, pero en el de ahora quizás sí, quién sabe, así que hago click en comentarios y luego en “En espera de moderación”. Con alegría veo que hay algo esperándome, recuerdo el pájaro, sonrío apenas, me pongo los anteojos y finalmente leo un “Profe, tengo miedo”.

 No sé qué contestar.