Viborean ya
por paredes y pasillos de las escuelas secundarias bonaerenses los augurios y
opiniones futuristas acerca del cambio en el régimen académico que se
implementará en 2025. Está anunciado. La comunidad educativa entera ha
recorrido las páginas del documento, intentando con mayor o menor éxito
descifrar si le afectará de buena o mala manera, cada uno desde su rol, autoridades,
docentes, preceptores, familias, alumnos.
Si
esperás, estimado lector, que estas palabras lleven luz o
colaboren dando certeza a alguna de tus hipótesis, te aviso en este segundo
párrafo que podés dejar de leer. No tengo habilidades de pitonisa, y dejé de
revolear los ojos hace años, cuando acepté que trabajar con adolescentes
implica adaptarse constantemente al cambio y nadar en un océano de
frustraciones que únicamente deben significar que las estrategias que hemos
utilizado en nuestras clases han dejado de servir y es momento de buscar otras
o resignarse a ser otra barcaza hundida por ahí.
Escribo
para decir otra cosa.
Mis clases navegan entre la Literatura, la escritura y la construcción de la ciudadanía.
Mis alumnos de Ciclo Básico utilizan una jerga diferente a la que usan los de
Ciclo Superior. Escuchan otra música, se ríen de otros memes, usan diferentes
formas de inteligencia artificial para hacer sus tareas en clase o avisarme que
lo que estoy diciendo está mal. Los más grandes estaban en el Ciclo Básico
durante la pandemia y es notoria la necesidad de volver y volver a contenidos
que no han adquirido por esa razón. Usan google para buscar información. Copian
y pegan de Wikipedia. Una antigüedad. También usan el celular para decirme que
lo que estoy diciendo está mal, pero sus habilidades argumentativas no son tan
exitosas como las de los más pequeños y suelen terminar aniquiladas con un
simple “por qué”. Ninguno entiende una
tira de Mafalda sin que yo explique largamente antes, hecho que arruinaría
hasta una tira de Mafalda. Muchísimo material fotocopiado de mi biblioteca se
volvió obsoleto y cada jornada es un desafío. Hacer interesante una clase sobre
Martín Fierro, sobre el Cid, sobre mi querido don Quijote. Pero me voy del
tema.
Termino
2024 chocando contra una nueva realidad que tiene que ver con un cambio de
paradigma que creo que excede el del nuevo régimen académico. Pertenezco al
siglo pasado. Mi educación, mi forma de pensar, de leer y de enseñar, comenzó
en ese mundo, que tenía reglas diferentes. Soy una privilegiada: así como
aprendí a usar el teléfono discando (después de haber vivido casi toda una vida
sin teléfono), con cospeles, con monedas, con teclas, con o sin cable, así como
tuve desde el ladrillo querido que no entraba en ninguna cartera hasta el
celular que tengo ahora cerca las 24 horas del día, con todo, todo, todo lo que
implica para los lectores que tienen más o menos mi edad y han pasado por los
cambios de la tecnología y del mundo cotidiano, hasta ahora, sigo a flote. (Si te perdiste con mi prosa, lector, lo que
quiero decir es que todavía no estoy con la tecnología como una viejita en un
cajero automático, comparación expresada con todo el respeto que siento por nosotras,
las viejitas).
El nuevo
paradigma “fluye”. La gente que tiene menos años que yo, que es muchísima,
opina muy diferente acerca de cómo planificar las clases, qué contenidos son
relevantes, cómo resolver los problemas de comprensión lectora de los alumnos o
escribir en el pizarrón, directamente. Cual digno vejestorio me muevo con
soltura organizando mi desempeño con mi mente vetusta y largo telarañas y polvo
cada vez que abro la boca y me asombro ante la poca capacidad de adaptación al
cambio de toda esa misma gente que acude a mí para preguntar cómo demonios hice
para hacer algo (y como soy la más vieja, imaginen que son un montón los que acuden).
Se cortó internet y tengo un archivo puesto acá y lo necesito pasar acá,
entonces no puedo. Tomá un pendrive. Qué carancho es eso. No tengo tiempo para
tipear. Usá chat gpt, se lo leés y te lo tipea. El qué y qué lo qué. Cómo voy a leer eso si es una banda. Es un montón. El cronograma
lo puse en el padlet. Ay, dios mío. Te paso el link. La gente que fluye no usa
cronogramas. (Ja, agarrate después fluyendo entre el caos adentro de una
escuela). Tengo que ir a no sé dónde y se me rompió la pantalla del celular y
no veo. Y ahí debería ponerme a narrar al estilo de Landriscina que hubo un
tiempo en donde la gente usaba guías para moverse por la ciudad con los
colectivos, pero solamente recuerdo que hubo un tiempo donde la gente usaba la
memoria para retener los nombres de las calles, los números de teléfono y los
datos que se consideraban indispensables para sobrevivir que, dicho sea de paso,
son los mismos que los que se necesitan ahora.
Concluyendo:
nadando saludablemente entre la gente que está aprendiendo a adaptarse a los
cambios del régimen académico y de las nuevas tecnologías, estamos sin
salvavidas y más o menos en buena forma unos cuantos que venimos mutando e
incorporando habilidades desde hace rato. Somos los que además de enseñar los contenidos de nuestras áreas, organizamos eventos. Los que sabemos cuál es la llave (y, en general, los que la tenemos en el bolso
junto a otras muchas llaves), los que entramos en el aula donde se armó alto
despiole (nótese que mi edad no me permite escribir palabrotas) y con una
simple arqueada de cejas llevamos la paz y la armonía. Los que ponemos agua
oxigenada y una curita (que obviamente teníamos en el bolso al lado de las
llaves), los que estamos presentes en las reuniones de padres, los que
alcanzamos el micrófono y sabemos dónde está la cinta de papel, los que nos
sabemos de memoria los protocolos de cómo actuar ante absolutamente todas las
cosas que suceden o pueden llegar a suceder adentro de una escuela (ni te
imaginás, lector, te lo aseguro), los que tenemos sentido común y los que, si
nadamos saludablemente adentro de todo ese caldo condimentado de la escuela
decimonónica mezclada con algunos cuentos de Assimov, imaginate, lector, si no
vamos a estar preparados para un cambiecito de régimen académico 2025.
El año que
viene, te sigo contando.