Ya pasó más de un mes desde la última vez
que estuve adentro del aula, con mis alumnos. Nos habíamos levantado
temprano, acicalado, teníamos útiles más o menos nuevos en las mochilas; nos
habíamos abrazado y saludado, nos habíamos reído y amontonado adentro de un salón
más sucio que limpio en un mundo por ahora imposible por lo diferente.
Basta con que cualquiera de nosotros
necesite algo que quedó guardado adentro de la cartera o mochila “del trabajo”
para que experimentemos la sensación de extrañeza al palpar eso que perteneció
al pasado, a cuando todo estaba bien y vivíamos sin pensar en la existencia de
los virus y las pandemias.
Escribo esto pensando en el desconcierto
que me produce el cambio de paradigma abrupto del que somos protagonistas y en
el problema que estamos viviendo los que integramos las comunidades de la escuela pública. Hay quienes piensan que la desigualdad que se
está viviendo es ocasionada por la ausencia de tecnología apropiada o de internet
en los hogares de los alumnos humildes. Otros piensan que el desconocimiento
del uso correcto de las tecnologías existentes es "El Factor." Yo creo que el
problema pasa por todos esos lugares, que es algo complejísimo y que
necesitará de perspectiva temporal para ser apreciado correctamente, pero que
por ahora puede denominarse como, lisa y llanamente, un problema de comunicación.
Pocas escuelas públicas contaban con
plataformas virtuales activas y eficientes. La mayoría de las páginas eran administradas por docentes que lo
hacían voluntariamente y sin un salario. Eso es fundamental para comprender el
caos y las diferencias existentes entre la forma de enfrentar la incomunicación
ante la pandemia.
De buenas a primeras hay que dar clases en
forma no presencial. ¿Hay que enseñar a distancia? ¿Cómo se hace? En las redes
circulan videos graciosísimos de padres atrapados bajo toneladas de tareas
junto a sus hijos. ¿Mandamos las actividades por mail? ¿Sabemos los correos?
¿Hacemos grupos de whatsapp? ¿Abrimos un classroom? ¿Usamos un blog que abra
alguien que entienda de eso y le damos la contraseña a todos los profesores
para que suban sus materiales? ¿Todos saben manejarse con la tecnología de la
misma manera? ¿Todos disponen de computadoras personales, celulares modernos,
de internet ? ¿Subimos links a páginas de internet y ponemos un
cartel para que los alumnos descarguen todo por sí mismos?
El solo enumerar estas cuestiones provoca
angustia. Se tuvieron y se tienen que ir buscando soluciones rápidas para todo
lo que surge, se necesita que se involucren especialistas en educación y que se
invierta dinero para resolver esta emergencia. Mientras tanto, lo están
haciendo los docentes con buena voluntad y en forma que excede sus horas de
trabajo pagas, con resultados diversos que se van corrigiendo sobre la marcha.
Por ejemplo, una de las cosas que me desvela sobre todas las demás cuestiones,
es encontrar la respuesta al siguiente hecho tragicómico: de cada cinco alumnos que logro contactar, cuando les pregunto
si entraron al blog de nuestra escuela ( blog gratuito
administrado voluntariamente por alguien que le está dedicando muchísimas horas
diarias y que probablemente el lector sospeche que soy yo), al menos tres me
contestan: “¿Qué blog?”
Demasiadas preguntas. Qué blog, qué
classroom, qué materia. Qué mal. Cada
escuela está sobrellevando la situación a su manera, sorteando obstáculos para
lo que al principio iban a ser unas semanitas y ahora es algo incierto. El
tiempo dirá si algunos de nosotros tuvimos o no éxito. A las preguntas
planteadas, se suman las relativas al porqué los alumnos, a pesar de tanto sitio con fotos y tanto trabajo docente hasta
altas horas de la madrugada, no están respondiendo como esperaríamos. ¿Estarán
bien? ¿tendrán internet? ¿Tendrán computadoras o celulares? ¿Sabrán cómo
descargar archivos, ingresar códigos, enviar correos con adjuntos?
La pandemia nos expulsó de las aulas, nos
alejó presencialmente de los alumnos y nos dejó en un mundo desconocido que
debemos explorar; afuera, munidos de barbijos y extrañas coberturas caseras,
adentro de nuestras casas, descubriendo un camino viable para
comunicarnos nuevamente con nuestros chicos y, más allá de lograr entregarles
(y que entreguen) sus tareas, lograr enseñar, que es el objetivo de la escuela,
esté o no adentro de un edificio.
Excelente!
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