Ya pasaron muchos días, pocos días, desde que nos vimos obligados a vivir en
un mundo desconocido, y muchos profesores nos preguntamos si los alumnos estarán
haciendo las tareas que estamos enviando por medio de internet. Porque las
escuelas estarán vacías, pero los docentes fuimos buscando caminitos, más o menos convencionales, para llegar a los
González, Gutiérrez y vaya a saber quiénes; el año comenzó y se puso de golpe en
pausa, sin aviso, y las listas nuevitas con nombres agregados con lápiz quedaron
guardadas hasta vaya a saber cuándo.
Quizás todos crean que saben, como siempre, porque la vapuleada
escuela y sus alumnos son parte de las sociedades de una manera indisoluble y
férrea. Cómo será en otros países, ni idea, pero acá los docentes sabemos perfectamente
que hasta principios de marzo de este año todos
siempre creyeron que sabían cuánto debíamos cobrar, cómo deberíamos
hacer nuestro trabajo, qué contenidos enseñar, y bla, bla, bla. Pero esta vez, por
lo menos por ahora, esa cosa despectiva del argentino omnisapiente se rompió. O
se puso en pausa, también, como el 2020. No se sabe. Esta vez, de verdad, no se
sabe qué va a pasar con innumerables aspectos de nuestra vida; repentinamente
no se saben cosas y mirás por la ventana y no ves a nadie, mirás la tele y te
cubrís de un manto de espanto tejido de la frase “no se sabe” y en un impulso
ancestral mirás hacia el cielo, ves un pajarito volando y te acordás de que el
mundo era así y asá y tenés que mandarle trabajos a tus alumnos por internet.
¿Estarán haciendo las tareas, mis chicos?, pensás,
mientras adjuntás imágenes que te parecen atractivas y geniales. En estos
momentos de pandemia triste, es mejor no dejar volar la imaginación demasiado,
pero no podés evitar preguntarte eso, al mismo tiempo que lo hacen,
seguramente, millones (sí, ¡millones!) de profesores y maestros encerrados en sus
hogares, sentados ante una pantalla.
Quizás no estén entregando las tareas porque no tienen
mail y no saben cómo abrir uno.
Quizás las estén haciendo en papel y nos las van a dar
en mano, cuando todo esto termine.
Quizás estén en un lugar donde no hay internet, o no
tengan computadora, o no entiendan cómo ampliar la foto del libro, o no sepan
cómo hacer con el código de classroom, o estén hacinados en algún lugar donde
no están bien, o estén rodeados de problemas de convivencia por la cuarentena,
o no tengan comida suficiente, o no se hayan enterado del blog, o del facebook,
o del Instagram de la escuela, o no hayan dejado su mail.
Es prematuro aún analizar por qué muchos alumnos no están enviando sus tareas. Es prematuro analizar si las clases virtuales son eficaces leyendo a quienes sí la están enviando hecha. Es prematuro aún todo pensamiento, porque en este mundo nuevo y cambiado, que quizás sea transitorio y quizás no, la escuela como la conocemos es imposible y todo lo que sabemos sobre ella se desvanece al confrontarlo con la imposibilidad de saberlo todo.
Es prematuro aún analizar por qué muchos alumnos no están enviando sus tareas. Es prematuro analizar si las clases virtuales son eficaces leyendo a quienes sí la están enviando hecha. Es prematuro aún todo pensamiento, porque en este mundo nuevo y cambiado, que quizás sea transitorio y quizás no, la escuela como la conocemos es imposible y todo lo que sabemos sobre ella se desvanece al confrontarlo con la imposibilidad de saberlo todo.
Termino de repasar cuidadosamente mi post. Es feriado y
en el mundo de antes no había clases, pero en el de ahora quizás sí, quién
sabe, así que hago click en comentarios y luego en “En espera de moderación”.
Con alegría veo que hay algo esperándome, recuerdo el pájaro, sonrío apenas, me pongo los anteojos y finalmente leo un “Profe, tengo miedo”.
No sé qué
contestar.