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1. Violeta.
Picasso |
Paloma se volvió Violeta cuando su mamá decidió volver a la tierra de sus antepasados. “Quedate con tu padrinito”, le dijo, “yo vuelvo enseguidita de visitar a mis paisanos, hacé caso, portate bien”. Cuando uno es niño el tiempo es inasible en horas; lo verdadero fue la esperanza de la vuelta, que no ocurrió. Paloma volvía de la escuela, guardapolvo gris, encorvada bajo el peso de la mochila desmesurada, y tuvo la certeza de la mentira: ése fue el momento que para siempre significaría el inicio de su adolescencia. Se le acercaba la mano de su primo agitando una foto y un dedo de uña mugrienta señaló a una señora bajita, rechoncha, de cara colorada. “Tu vieja”, decía el dedo. “Mi vieja”, susurró alguien adentro de Paloma que ella no reconoció.
Y eso fue todo. El espejo no volvió a devolverle la imagen conocida, pero qué importaba, si había que taparse los brazos y esperar, esperar, esperar a terminar la escuela para escapar, escapar, escapar de Violeta, porque la vieja esperanza de ser rescatada había dado paso a una nueva, a la de que Violeta no se le hubiera metido por todas partes, al bello sueño de que por dentro estuviera blanca Paloma sin tatuajes dispuesta a desplegar alas y dejar atrás tanta soledad, injusticia y tristeza.
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