PROYECTO PIBE LECTOR

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domingo, 29 de junio de 2014

Ser o no ser estudiante, ésa es la cuestión



Hace unos días fui convocada por el Bachillerato de Bellas Artes de La Plata: se cumplen 25 años desde que egresé de la institución. Con una sonrisa, leí en el bello programa donde figuraba mi nombre, que éramos la promoción XXX. En una ceremonia emotiva e inolvidable, me encontré asombrada ante un grupo de adolescentes que, desde el escenario del salón de actos, interpretaron en nuestro honor, un tango. Su profesora, Paula Mesa, egresada de mi promoción, había logrado darles la libertad de tocar sus instrumentos admirablemente, de cantar: durante unos minutos fuimos todos estudiantes, atemporales, felices, bañados por la música que borró edades e historias.

Me quedé pensando en ellos: para tocar un instrumento con libertad, es preciso pasar años practicando, estudiando, ensayar. Para ser músico, es preciso ser estudiante.

Hace 25 años, los alumnos de Bellas Artes sabíamos que debíamos esforzarnos y practicar para desarrollar habilidades: todos éramos estudiantes. No serlo, podía significar tener que abandonar esa escuela. Por otro lado, hace 25 años, como señaló una de mis compañeras graduadas, no se podía elegir libremente en Bellas Artes ofrecer un tango. Fuimos la promoción que entró con la democracia, tomó tiempo que las cosas cambiaran. Los que nos dedicamos a la docencia sabemos que hubo muchísimos cambios en las escuelas, buenos y no tanto. Fue una alegría saber, mirando a esos chicos que nos lanzaban miradas entre tímidas y burlonas, que el espíritu de mi escuela sigue vigente, que los cambios fueron buenos y que sus alumnos siguen siendo estudiantes, como lo fuimos nosotros.

Se preguntarán a qué me refiero con "ser estudiante". En mi opinión, el mero hecho de que un niño o un adolescente esté adentro de una escuela, no lo hace "estudiante" mágicamente. Para mí, una de las cosas que ha cambiado para mal en los últimos 25 años, es que los adultos hemos puesto en un lugar secundario el enseñar la importancia de ser "estudiantes" a los niños y adolescentes y no asumimos la culpa de las consecuencias que eso ha ocasionado. Lo voy a explicar, sean pacientes:

Si un niño sólo come comida chatarra, por ejemplo, y se enferma, la culpable es su mamá. Nadie en su sano juicio le echaría la culpa al chico: no se debe permitir a los niños hábitos inconvenientes para su salud. Si un niño fuma o bebe alcohol, todos estaríamos de acuerdo: estamos ante algo que está mal. Sus padres serían culpables. Si un niño se niega a aprender a leer y a escribir, a sumar, a restar, a saber que vive en Argentina, a oprimir el botón "power" para prender la tele, a usar el control remoto... evidentemente algo está muy mal. Si un niño o adolescente se niega a leer, a hacer el esfuerzo de comprender algún texto, no intenta escribir en forma coherente algo con un grado mínimo de formalidad... ¿quién es el culpable de habérselo permitido? ¿Quién no le ha hecho entender las inmensas e importantes cosas que se pierde? ¿En qué momento la sociedad ha dejado de considerar que eso está terriblemente mal?  Para ser libre de estudiar lo que me apetezca (o no estudiarlo), de investigar, de leer o dejar de leer, debo poseer esa habilidad, que demanda práctica y esfuerzo. Para tocar el piano y acompañar un tango, debo haber estudiado, practicado y ensayado durante años. Alguien ha olvidado enseñarle a ese jovencito imaginario de mi ejemplo la importancia de ser estudiante, tan crucial como la de no alimentarse exclusivamente de grasas ni ser fumador.

En las  universidades y en los terciarios hay que entender los textos para poder aprender. Para ingresar en un trabajo hay que llenar formularios, superar entrevistas en donde hay que hablar y escribir. El joven que desee hacer algunas de estas cosas y descubra que no posee las habilidades necesarias, deberá cambiar su actitud y desarrollar en corto tiempo las habilidades que podría haber cultivado durante los doce o trece años que duró su educación formal. O dedicarse a otra cosa, que no demande esas habilidades. Se puede vivir sin saber tocar el piano. Se puede vivir sin saber leer, pero no estaríamos hablando de libertad en ese caso.

Como sociedad, deberíamos replantearnos las "libertades" que estamos permitiendo a los niños y dejar de confundirlas con sus "derechos". Los chicos deben alimentarse en forma saludable por su bien (la palabra "alumno" quiere decir "el que es alimentado intelectualmente", ya que menciono los alimentos). Deben ejercitarse y no ser sedentarios. Deben aprender a comunicarse, las cosas relativas a su cultura, deben jugar, leer leyendas, cuentos, novelas, hacer cuentas, resolver problemas, escuchar música, dibujar, diferenciar lo que es bueno y lo que es malo, lo que conviene y lo que no conviene para poder, en el futuro (que es su futuro) ser adultos jóvenes libres y responsables.

Si le damos la posibilidad a alguien de elegir no hacer el esfuerzo por aprender, le damos pruebas a carpeta abierta con preguntas previamente conocidas, aceptamos pasivamente que su escritura sea incoherente y plagada de errores de ortografía, estamos haciendo lo mismo que si le decimos que no es necesario lavarse los dientes, levantarse por las mañanas, bañarse, desayunar saludablemente, ir a la escuela, estudiar... en definitiva, estamos haciendo todo lo posible para que esa persona no sea saludable ni libre.  Un chico dormido o jugando al counter al lado de un piano no es un estudiante, es un chico. Un chico que probablemente no será ni bueno ni malo tocando el piano, porque no podrá hacerlo.

Estudiante: el que estudia algo. Del verbo estudiar: dedicarse con atención, con aplicación, con celo a algo.Como si fuera un maleficio, la idea de que aprender demanda esfuerzo ha dejado de ser natural y se desparrama la idea contraria, poderosa. Muchísimos chicos se niegan a dedicarse con atención a estudiar. Como docente, debo enseñar la importancia de ser estudiante para poder comenzar a enseñar.

Sonó el timbre del recreo en el Bachillerato, mientras continuábamos dándonos besos, abrazos, y exclamando "¡Estás igual!", en una postal digna de ser musicalizada con lo mejor de los 80. Estremecidos por un escalofrío, los de la promoción XXX contemplamos la salida de los estudiantes. El presente joven pasó por entre nosotros,  que somos también presente, pero adulto. Estábamos en nuestra escuela. Fue fenomenal; aprendí allí a ser libre responsablemente, elijo gracias a eso trabajar hoy enseñando el valor que tiene esa libertad. Gracias totales.

Este texto puede leerse en: http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/07/01/ser-o-no-ser-estudiante-esa-es-la-cuestion/

jueves, 19 de junio de 2014

Cuando nos muramos



_ Profe, ¡no me diga que eran así los dioses!
_Boludo, ¡sos boludo!
_ La boca. No sabemos qué hay más allá de la muerte, la humanidad trató de imaginar qué pasa en ese momento a través del arte, de las religiones, de la ciencia, pero no logró todavía descubrir la verdad.
_ Para mí, no hay nada. Te morís y ya fue.
_ Bueno, lo vamos a saber cuando nos muramos.
_¡Profe! ¡Qué mal hablada!
_ Después nos dice a nosotros...

viernes, 13 de junio de 2014

11. Un ángel es


"El ángel" Rembrandt (detalle)
Habitación de adolescente. Ella, en la cama, durmiendo.
Comienza a sonar la música. El volumen es alto. Despierta. 
No mueve sus labios, pero se oye su voz claramente, sobre la música.  

Me levanto de un salto y me pongo las zapatillas, ya, ya; están atadas para hacer todo rápido y esa parte es un santiamén. Veo gotas pequeñitas, sospechosas, en una de las baldosas; la silueta de mi pie se recorta sobre lo mojado y me viene luminosa la oscura certeza: el perro me arruinó las zapatillas... Asqueroso. ¿Y ahora, qué hago? Hago como que no importa, si no hay nada que hacer.

Se mira rápidamente en el espejo. Se coloca una mochila. Acomoda sus auriculares.

 Ya me puse todo y mientras cierro con llave me acuerdo de la campera con pielcita en la capucha que tiene Raquel. La odio, la odio, la tiene tan fácil, a ella le compran y yo puro perro, perro inmundo. Igual es mejor que cualquier camperita; yo quiero a mi perro y él me quiere a mí.

Sale de su departamento y camina rápidamente por el pasillo, hacia
la puerta de entrada del edificio. Pasa por adelante del portero, que mueve los labios. Sale.

  Portero baboso. Siempre lo mismo. Ya está, ya salí, me sacudo las babas que me dejó pegadas; podría ser mi abuelo, qué asco son los viejos, "buen día, preciosura", susurrado, indecente... Sabe que no me queda otra y se pone día tras día, ahí.

Apagón. Abruptamente se interrumpe la música. Silencio absoluto. Se oye la voz del portero,
repitiendo en eco: "Si te agarro te parto, nena, te parto, nena
te parto, nena".
Luz repentina. Calle desierta, oscura, atemorizante. 
Continúa la música, siempre con el mismo volumen alto. Ella camina resueltamente.Se vuelve a oír su voz. 

  Me pego contra la pared porque sé que hay un tipo que duerme en esa puerta, está, está, no está, qué alivio me da, faltan pocas cuadras, ya voy a llegar.

Apagón. Abruptamente se interrumpe la música. Se oye la voz del ciruja, que sueña
placenteramente desde el contenedor de basura que en este momento ella
roza con sus dedos, descuidada, al caminar. Está cantando el arrorró, porque en su sueño, 
arrulla a un cachorrito que tuvo cuando niñito.
Continúa la música, ensordecedora. Ella sigue caminando por veredas
solitarias, inhóspitas. A lo lejos, se acerca otra adolescente. In crescendo, 
se oye una música diferente, que se mezcla con la melodía que se escucha desde el principio.
Se vuelve a oír su voz.

 Zapatillas hediondas, nada que hacer. Ahí viene una sola, ¿me animo?, ¿me animo? Parecen lindas, sería tan fácil si mi cuerpo fuera un cuerpo... aplastarla de sorpresa contra la pared; penumbra solitaria de la madrugada, codo contra el cuello, ahí, tomá, tomá dos veces, como me hiceron el año pasado, dame todo, dame todo, tomá de nuevo otra vez.

La otra adolescente pasa caminando. A medida que se aleja, se difumina la melodía que
la acompañó en su pasar. A pesar del alto volumen de la música original, que se 
aleje la otra melodía es un alivio. Se oye claramente la voz de la chica. 

Ya pasó, ya se fue. Si es pensado, no es malo, sólo es idea y nadie puede saber.

Apagón. Abruptamente se hace silencio. La joven pasa ante la puerta de una casa
antigua, en donde se ve una luz por debajo de la puerta. Se adivina en
esa luz, una silueta. Se oye la voz de una vieja, que dice, repitiendo en eco:
"Ahí estás, puntual, ángel hermoso, te vigilo, te cuido, te acompaño
con mis ojos, yo rezo por vos, rezo, rezo por vos, un ángel es, ángel sos, en las madrugadas,
 un ángel es, caminando, caminando, caminando".

Continúa la música, que va subiendo el volumen para el gran final, 
ensordecedora,  insoportable. La chica sigue su camino, esta vez, 
acercándose a la puerta de un edificio que parece una escuela. La voz, sobre la música 
desmesurada, va subiendo el tono y se convierte en gritos desaforados, a pesar
de que la jovencita continúa caminando tranquilamente hasta entrar en 
el nuevo edificio y desaparecer. 

 Darle con el codo a la de zapatillas limpias delante de un ciruja que duerme y hoy no estaba, escupir la lamparita de la casa de la vieja que sé que me está espiando por las hendijas de la persiana, meterle diez piñas a la que me robó sin importarle que yo estaba en la primaria, veinte patadas, tramontina, romper toda la vereda, gritarle a la vieja chismosa para que se muera del susto, arrancarme los pelos, patalear como loca, quedarme descalza porque el perro se meó en mis zapatillas y no tengo otras... Mientras no me anime a nada y sea soñar despierta, seguro voy al cielo. Lindo imaginar, te deja en los labios saborcito del sueño, se hace amable la caminata y ya llegué, apago ahora mis auriculares y por fin, entro.

Abrupto silencio. Apagón. 

sábado, 7 de junio de 2014

"Alumnos" adentro, "menores" afuera

Como si existieran en dos dimensiones absolutamente separadas y extrañas entre sí, están los alumnos y los menores de edad. Dentro de la escuela, el menor de edad se convierte en "alumno". Para dirigirse a él se utiliza el diálogo sereno, la paciencia, la comprensión. Si algún alumno destruye el mobiliario de la escuela, escribe las paredes y bancos o arroja cosas dentro de los calefactores, por ejemplo, se debe citar a los papás y conversar entre todos para reparar la situación y que no se vuelva a repetir. Personalmente, estoy de acuerdo con que es la manera correcta de enfrentar y resolver el problema. Así es como, en la actualidad, trabajamos los docentes.

Fuera de la escuela, el "alumno" se convierte en "menor". No es usual que los chicos, cuando están en sus casas, escriban las paredes, las mesas o arrojen cosas dentro de los calefactores. Sin embargo, muchos se portan mal. A éstos, la gente los llama de muy diversas y coloridas maneras, que en general terminan con las palabras "de mier...". Y, lo que se propone para "disciplinarlos", es muy diferente (abismalmente diferente) a lo que se dice y hace adentro de la escuela.

"Disciplina" no significa lo mismo en los hogares, en la calle, en la escuela. Los alumnos lo saben.

Un conjunto de adultos que ingresa en una escuela de Quilmes llevando cadenas en sus manos y desmaya a un profesor, le rompe la mandíbula, le rompe un dedo a otro, le da piñas en el pecho a una auxiliar, por el simple hecho de ser pariente de "una alumna" y estar adentro de la escuela, es denominado como "un grupo familiar con el cual hay que trabajar intensamente". Estoy de acuerdo, evidentemente existe un grave problema allí. ¿Qué sucedería si lo mismo, exactamente lo mismo, pasara en un ámbito que no fuera el escolar? Si un grupo de adultos con cadenas en sus manos ingresara en un Ministerio y lastimara a un conjunto de ministros, al intendente, al gobernador, ¿cómo se lo denominaría?

Qué quiero decir con esto: que la sociedad reacciona diferente ante lo que sucede dentro y fuera de las escuelas. Que existen reglas y métodos diferentes, y eso no trae aparejado nada bueno. Lo que sucedió en Quilmes es un hecho extremo, pero ilustrativo de muchos casos cotidianos que igualmente son violentos. Un alumno "se portó mal". Se cita a los papás. Algunos padres entablan un diálogo con sus hijos. Otros defienden la conducta inapropiada de los chicos, o, directamente, no concurren a la citación. O, en una actitud opuesta, le dan una paliza al desobediente. La escuela debe enseñar a los padres a dialogar con sus hijos, a interesarse en ellos, a comprender por qué actúan de manera incorrecta, a no utilizar con ellos la violencia en ningún sentido. Sí, la escuela también hace eso en este momento.

 Es época de mensajes contradictorios. De fractura entre utopía y realidad. De falta de concordancia. De diferencia entre la teoría y su utilidad en la práctica. De una escuela desbordada, emitiendo mensajes de solidaridad, de paz, de armonía, de convivencia, en soledad.

Una abuela, en la puerta de una escuela primaria, se quejaba en voz alta ante una mamá y preguntaba: "¿Por qué, si yo me esfuerzo en hacer que mi nieto de siete años me obedezca cuando le ordeno algo, acá en la escuela, aprende que puede decirme que no y no me hace caso?". La pregunta de esta abuela quedó sin respuesta, retórica, flotando. Recuerdo que respondí mentalmente: "Está bien que el niño aprenda a pensar por sí mismo, aprenda que tiene derecho a decir que no". Si fuera un mundo coherente, eso sería lo ideal. Pero en este momento, ¿tiene razón la abuela que se está quejando? ¿Los chicos aprenden a no respetar las normas, paradójicamente, en la escuela, que es el lugar en donde se las enseñamos? ¿O es al revés? El presente texto también está planteado así, como una pregunta, ante un problema que debemos resolver urgentemente. ¿No será el momento de reconciliar "alumno" con "menor de edad" e "hijo" y comprender que debemos educar en forma coherente, que los acuerdos de convivencia y los métodos para lograr que sean respetados deben ser los mismos tanto dentro como fuera de la escuela? Quizás ésa, exactamente, sea la punta del ovillo, la clave que nos conduzca a una sociedad menos agresiva y mejor.

Este texto se puede leer en: http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/06/12/alumnos-adentro-menores-afuera/

viernes, 6 de junio de 2014

10. "El momento en que te hiciste mujer"



El juego consistía en formular preguntas en papelitos, arrugarlos y luego ir sacando de a uno, fingir sorpresa y escribir brevemente, contestando "la verdad".  "¿Cuál fue el momento más terrible de tu vida?", "¿Tu mayor miedo?", "¿Tu deseo más secreto?"; pasaban las frasecitas y matábamos el aburrimiento entre chicas, durante las horas libres en la nocturna. "El momento en que te hiciste mujer". Nos habíamos reído, pudorosas. No recuerdo a quién le tocó contestar.La jornada finalizó como todas, pero entre las hojas que quedaron sobre mi mesa apareció una con el siguiente relato, escrito con caligrafía extraña. Si es verídico, hasta ahora no lo he podido saber (de lo que tengo certeza es que ninguna de las presentes lo hubiera escrito de esa manera).Transcribo la historia; la he corregido apenas ( han pasado tantos años que no creo cometer una indiscreción al publicarla):
"Cuando estaba en tercer año de la primaria, me enfermé gravemente. En la escuela pidieron explicaciones y certificados médicos; no hubo manera de ocultar que había pescado un virus raro en un avión. Se armó un escándalo considerable cuando las señoritas se enteraron de mis viajes, y terminé de buenas a primeras en otra institución. Según mis recuerdos, asustada ante el enojo de mi mamá, prometí guardar nuestro secreto.
En esa época no me importaba mucho: diferentes lugares, diferentes compañeras. Yo pensaba que era normal, que todos tenían valijas y bolsos, se subían a aviones, la gente nunca llegaba a conocerse del todo. Las personas eran buenas. Si me sentía sola, bastaba con preguntarle a alguna chica: "¿Querés ser mi amiga?". La amistad duraba un rato de plaza o de conversación sobre ropita de muñecas y nada rompía la armonía de estar siempre atravesando algo... de estar en proceso, en tránsito, llegando a algún lugar.
La maestra de quinto se dio cuenta. Ella era más atrevida, más curiosa que las demás. Leyó con atención uno de mis trabajos prácticos y afirmó en voz alta que era un hermoso hotel el de mi descripción. Entré como un caballo. Dije: "Sí, es el de España". Por primera vez tomé conciencia de que lo único que conocía de ese país, era el hotel. El mismo, catorce veces (infinitas, para mí).
_ ¿Y te gustó la comida de allá?
_ ¿Hacía frío?
_¿Cómo andaban vestidas las chicas por la calle?
_¿Fuiste a ver algún museo?
_¿Es verdad que hay toros corriendo sueltos por las plazas?
_¿Se le entiende a la gente cuando habla?
Nada. Ni la posibilidad de inventar respuestas para ellos, para mí. Descubrí que mi cabeza estaba absolutamente vacía, que mi vida consistía en dar la mano para cruzar la calle, abrigarme bien en invierno y armar la mochila, que sólo yo conocía la palabra pasaporte y que algo raro había en el tema de los viajes como para que mi mamá no me dejara decir nada y mis recuerdos se limitaran a una habitación de hotel.
El día que nos detuvieron en el aeropuerto, la despiadada mujer que me trajo un vaso de agua me explicó por qué era malo para mí "ser mula". Ése fue el preciso, el exacto momento, en que me hice mujer. Entendí que mi mamá me estaba haciendo algo innombrable, adiviné su vergüenza indigna. Finalmente, comprendí.
No la perdoné en ese momento, no la perdono ahora. El final de mi infancia coincide con el nacimiento de mi desprecio por los adultos, con la repugnancia que me inspiran sus traiciones, infamias que los niños son incapaces de cometer.  El final de mi historia es tan banal que opaca el relato: me detuve finalmente, dejé de ser cosa al mismo tiempo que niña, pasé a ser persona y me limito a vivir.