PROYECTO PIBE LECTOR

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jueves, 24 de septiembre de 2015

Reproches a un mal padre

Este texto fue publicado en: http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/08/01/reproches-a-un-mal-padre/

17. Reproches a un mal padre

(fantasía en un acto)

 Memento mori
Picasso

Habitación de clínica, sencilla, limpia. Por la ventana se ve un atardecer violáceo y bello que, a medida que transcurren los minutos, se transforma en noche.  Un hombre de cincuenta años está en la única cama, arropado, con suero, inmóvil. Es el moribundo. Una mesita de luz con velador, jarra y vaso de agua completan la escena. En una silla, la esposa teje al crochet sin cesar, absorta en el tejido y sus pensamientos.  Tiene la quietud de la araña, sólo mueve imperceptiblemente sus dedos. El hijo del hombre que está por morir se pasea por el escenario, gesticula, acompaña  los movimientos de la luz del atardecer que se vuelve incandescente a medida que avanza la escena  y al final se apaga. Tiene poco más de treinta años, viste traje, camisa, corbata. Monologa: 
_Me preguntás, viejo, qué tengo para reprocharte. Considerás que tengo permitido hasta eso… te metés en una cama y con el último aliento que te queda, en lugar de declarar algo, de decir la frase que te haga inmortal en el recuerdo, cedés la palabra y el protagonismo. Voy a contestarte, entonces, diré lo que no debería jamás haberse dicho. Al articular lo que se piensa y siente, viejo, uno se convierte en autor y crea una historia. Qué tengo para reprocharte, para recriminarte en tus últimos momentos. Estás dispuesto a resignar el concentrarte en el ritmo de tu respiración para dejarte llevar por un marasmo emocional, pedís que sea yo el que desencadene los titanes primigenios.
Deberías arrepentirte de olvidar tu propia infancia. Si no hubieras sepultado cada minuto de inocencia, cada momento que pasaste absorto jugando con un muñequito o repasando  figuritas sobadas, sentado en algún rincón de la casa, olvidado en el suelo… te hubieses reconocido en mis manos cuando era niño. Tenía las manos chiquitas, tibias, suaves, sucias, con las uñas comidas… no lo sabés, no podés recordarlas porque nunca las tuviste entre las tuyas. No permitiste que las pasara por tu pelo, que entrelazara mis dedos entre tus dedos. Te mostraste ante mí como un hombre, imperfecto, titubeante, mentiroso, mezquino; pretendías que yo no era infante como si en eso residiera lo indigno. Recordá tu cuerpo niño en este momento, reconstruí la esencia con fragmentos tomados de tus sueños. La leche de la merienda, tu mamá haciendo tostadas, un regalo de cumpleaños, algo. Quizá si lográs verte niño, me veas. Fuiste un ciego, a pesar de que siempre estuve ahí. Ése podría ser mi primer reproche.
Consideraste que siempre fui adulto, no me protegiste. Me arrojaste una parva de objetos y actividades para consolarme de tu ausencia. Ninguno tenía tu voz, tu mirada, la temperatura de tu piel. No me señalaste el camino para descubrir los libros, dejaste a los demás la tarea de conocerme, inquietarme, estimular mi pensamiento. No me escuchaste, sólo me hiciste guiños y dijiste que confiabas en mí, que tenía un camino despejado y sin horizonte ante mis pies. Con eso, te pareció suficiente. Mi segundo reproche es decir que no alcanza con las frases hechas cuando uno es adolescente. ¿Cómo pudiste hacer eso? Te mostraste como un ser vacilante y turbio, justo cuando necesitaba apoyarme sobre tu firmeza. No existen los caminos; sin una mano paternal que guíe la vida se convierte en desconcierto. Un sendero colgante que se mueve a cada paso, me diste, al decir cosas vanas y desentenderte; yo, envuelto en el disfraz de la juventud timorata y bella, trastabillé, vacilé, me caí, me equivoqué. Me dejaste solo todo el tiempo, viejo, con el pretexto de que era libre de construir mi destino. Para ser libre, hay que ser conciente primero de qué es la libertad. Negando mi infancia y mi adolescencia, no me dejaste elección y me convertí en este adulto temeroso e incapaz, que ve con horror que en su futuro se recorta una silueta, como un molde, como una pieza de rompecabezas: tu silueta… A partir de este momento, mi vida consistirá en una batalla perdida para no convertirme en lo que vos fuiste, ya que con tu muerte, precipitás el desenlace de la historia, no dejás posibilidad de continuar narrando, me recordás que soy mortal. Ése es, viejo, mi último reproche.
Sale de la habitación, con la cara desfigurada por el dolor, mesándose el cabello. Al escuchar el sonido de la puerta al cerrarse, el hombre postrado en la cama abre sus ojos y mueve uno de sus brazos. Se escucha su voz, ronca, cavernosa, desgarrando el silencio:
_ ¿Me perdonás?
Se termina de ir la luz. La mujer deja de tejer, se pone de pie y enciende el velador.
 TELÓN

El Fierro, Latícher y la rata

El siguiente relato apareció publicado en: http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/07/25/el-fierro-laticher-y-la-rata/

16. El Fierro, Latícher y la rata

(chat estilizado)


Van Gogh

Estoy con mi primo, en Entre Ríos. Supe que baleaste una rata, contame.
Holaaaaaaaaa!! Si ya sabés para qué te voy a contar. Qué hay allá.
Contame que mi primo no me cree.
Qué no te cree.
Lo del fierro.
Eso es lo de menos. Martínez me andaba molestando y ya le había dicho a todo el mundo que me iba a agarrar, con los pibes del barrio de él y todo. Así que fui y le dije a mi padrino qué hacía y me dio el fierro, pero no andaba.
¿Era de mentira?
No, era posta, pero no andaba por algo, igual me dijo que se lo tenía que devolver porque servía para otras cosas. Me lo dio y lo llevé en la mochila. La cosa es que todos sabían que me iba a pegar y nadie hacía nada, faltaba que vendieran entradas. ¿Qué primo es?
¿Y no mostraste el fierro antes? ¿No era para evitar la pelea? Mi primo Corven, de Entre Ríos, es. No hay mucho acá, un río; a la noche se ve el cielo estrellado en el agua. ¿Y qué tiene que ver Latícher?
Bueno, la cosa es que salimos y se me pusieron atrás unos pibes y me hicieron caminar hasta abajo del puente, ahí cerca de la garita. Yo pensé que como no eran del barrio no sabían de la policía y zafaba así, pero ahí me hicieron una especie de círculo, apareció Martínez, se juntaron todos los del colegio con cara de sanguinarios para ver cómo me desfiguraba y yo saqué coraje de andá a saber dónde, porque me temblaban las patas y me acordé de Martín Fierro y pelé fierro ahí nomás.
Dice mi primo que con el sonido del chajá.
Y ahí entre las caras de los pibes y las pibas (porque había más mujeres, ahora que lo pienso, que pibes), veo a lo lejos a Latícher que me miraba con una cara más rara… como con odio, no sé, parecía una muerta y me olvidé de Martínez. ¿Qué es un chajá?
¿Y qué hacía Latícher ahí, si es más buena…?
 Estaba entre la multitud y me apuntaba con un revolvito negrito chiquito como ella, que parece un fideo y yo ahí como un perejil haciéndome el malo con el fierro de mi padrino que supuestamente no andaba y todos me miraban a mí y nadie a ella, que me iba a matar la asesina. ¿Cómo es un cielo estrellado en el agua?
Un chajá gritó cuando Fierro estaba por pelearse fiero con los policías en un zanjón para entregar cara su vida, facón en mano. Es un pájaro enorme. Y ahí conoce a Cruz.
 La cosa es que yo me quedo inmovilizado y todos gritaban y nadie la miraba a Latícher y yo debo haber puesto los ojos como huevos duros y en dos segundos me acordé de todo lo que le había hecho a la pobre, que nunca me había hecho nada malo ni faltado el respeto y pensé que no la contaba porque me iba a morir ahí de una balita del revolvito. ¿Qué zanjón? ¿Qué decís?
Mi primo, que no sé qué dice de algo que leyó. El río queda como iluminado con los reflejos de las estrellas. ¿Vos qué le hiciste a Latícher? Si es más buena…
Le dije que la iba a mandar a matar como mil veces, que sabía dónde vivía, que le iba a hacer algo al hijo… Cuando me llevé inglés le pinté todo el paredón con aerosol, le pateé el auto y le abollé una puerta. Y la hice llorar tres veces; ahora que lo pienso seguro que no estaba enferma cuando faltó como dos semanas el año pasado en diciembre y volvió más flaca… Tenía una cara…
Pero si Latícher es más buena…
Ahí entendí lo que ella sentía porque le había pasado conmigo como a mí con Martínez, éramos los dos una misma persona en la reacción… yo a Martínez nunca le hice nada, pero él me odia igual. Cortala, loco, ¿estás de parte de Latícher vos? ¿No te digo que estaba enfierrada apuntándome? ¿Qué hacés en Entre Ríos? ¿Es cerca? Desde acá también se ven estrellas a la noche en el cielo.
No te enojés. Mi primo dice que acá si le dicen esas cosas a los profesores los meten en un reformatorio. Y que en la historia que él leyó Latícher le hubiera apuntado a Martínez. ¿La rata qué tiene que ver?
 Decile a tu primo que el trastornado es él con el chajá, la cruz y el facón, que no sé a qué vienen porque no están en esta historia. La rata salió de abajo del contenedor de basura que corrí sin querer porque cuando vi a Latícher con la pistola me fui como para atrás y ahí me sale una rata grande que el chajá de Entre Ríos no existe al lado y me hace con los dientes como un ruidito horrible y yo, del sobresalto, no voy que le apunto con el fierro de mi padrino y pum, disparo.
Naaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
¿Para qué me pedís que te cuente si no me vas a creer? Latícher podría haberle apuntado tranquilamente a Martínez, la traidora, porque él le tajeó una rueda del auto el año pasado y ella sabe.
No, perdón, es que con mi primo nos estamos muriendo acá, no se puede creer. ¿Qué pasó después? ¿Quemaste la rata? Lo que me contaron es que la desparramaste…
No. No pasó nada, eso que dijeron es mentira. Salieron todos corriendo cuando escucharon el estampido, no sabés la cara de Martínez. Yo del susto me caí y tiré el contenedor del todo. Cuando me levanté no había nadie, ni Latícher, ni la rata, ni los pibes, ni el loro, y corrí porque la garita con el policía estaba ahí nomás y no iba a quedar pegado. Estuvo bueno porque Martínez ni se me acerca ahora.
¿Y Latícher?
 No me creyó nadie lo del revólver. Ni yo lo hubiera creído. Me salvó la rata, porque me parece que me mataba, se lo vi en los ojos. Igual, por las dudas, la empecé a tratar con respeto.
Dice mi primo que sos un inadaptado, que vos empezaste con lo de Martín Fierro, que Entre Ríos queda cerca de Buenos Aires, que acá la gente es normal y los profesores no andan armados, que las ratas no hacen nada y que la historia es inverosímil.
Bueno, te dejo, inverosímil es él, que habla de cosas que no entiende nadie, se llama Corven y vive en un río con estrellas donde hay reformatorios. Saludos al chajá, nos vemos cuando vuelvas. Chau.
Chau.

Comentarios:
Larva Moribunda: Los pibes de verdad no hablan así, menos los que usan fierro, este chat es cualquiera.
Mireya: La autora del relato aclaró que se trata de un “chat estilizado” al principio, estimado Larva Moribunda. Creo que quiso decir que está adaptado el estilo.
Larva Moribunda: Igual es cualquiera.
Macanudo Chespirito (comentarista destacado): No es cualquiera, yo estuve ahí y lo de la rata es cierto. No le pegó el balazo porque salió medio atontada, pero se escapó. Lo que no sé es lo de Latícher, porque dicen que estaba en la escuela a esa hora y nadie la vio.
María: ¡Qué dulce el cuento, nene! ¡Morí de ternurita! No estiliza porque me pesé y la balanza dice que sigo igual que antes, pero igual es altamente recomendable.
Pony Little: Tal cual. En el cielo, las estrellas.

sábado, 19 de septiembre de 2015

Cuando suene el timbre



"Los alumnos decidirán si ingresan al aula cada vez que suene el timbre". El titular, que pertenece al diario Elentrerios.com, podría ser un chiste. ¿El tiempo verbal es correcto? ¿Se trata de una publicación satírica? ¿De una ficción?

La nota detalla (y critica) una propuesta simple: los alumnos podrán, además de contar con casi cuarenta inasistencias durante el año para utilizar a gusto y placer, decidir su asistencia a clases durante la jornada educativa. Me gusta Matemáticas, voy. No me gusta, me quedo andá a saber dónde y bajo la responsabilidad de quién (haciendo vaya a saber qué cosa). Esta propuesta (y muchos otros proyectos y directivas acerca de lo que debe suceder dentro de una escuela) se basa en "la inclusión" entendida en su forma más aberrante: estar, de vez en cuando, algunas horas adentro de un edificio escolar.

La opinión acerca de si es placentero, divertido o fácil estudiar, no parece haber cambiado con el tiempo. No es raro escuchar a los adultos decir: "Cuando era adolescente estudiaba porque en mi casa, si me llevaba alguna materia, cobraba". No se estudiaba por gusto; en general, era por obligación. En otras épocas, llegar tarde, hacerse la rata, no aprender adrede... eran la excepción y no la regla.

No olvido la educación en tiempos de dictadura militar. Por supuesto, no estoy añorando tiempos espantosos repletos de censura y de miedo. Escribo sobre inclusión y sobre cómo cambió la tarea de enseñar, palabra que ha adquirido un matiz negativo a causa de un pasado que no debemos olvidar ni repetir.

Un adolescente del siglo XXI es diferente a los que vivieron en otras décadas porque el contexto en el que se inserta es diferente. Las familias cambiaron y la tecnología brinda posibilidades que antes no existían, pero la adolescencia continúa siendo la etapa de ebullición, de torpeza corporal, de confusión y desazón, de enamoramientos. Creer que un adolescente, por el mero hecho de que tiene un celular en la mano, está capacitado para decidir si aprende o no en la escuela, es una verdadera ingenuidad. Los jóvenes de hoy continúan necesitando la guía de los adultos, la sensación de seguridad que dan los límites claramente demarcados, las obligaciones, derechos y responsabilidades. 

El adolescente vive en el presente, rara vez piensa en el futuro, aunque sea el propio. Sencillamente, porque es adolescente.

En lugar de permitir que los chicos no ingresen a las aulas, mejoremos lo que sucede dentro de ellas. El adolescente ideal que maneja su presentismo, su trayectoria escolar, su aprendizaje e intereses y planifica su futura carrera profesional, no existe. Eso lo hacen los adultos jóvenes que recibieron una educación adecuada durante su adolescencia. 

A la manera de quien ideó el proyecto entrerriano, podríamos proponer absurdamente abrir dentro de las escuelas "salones de contención inclusiva".  Se solucionaría el dramático problema docente de evaluar y calificar situaciones incalificables todos los santos trimestres, de un plumazo. Podríamos cambiar las planillas (que muchas veces dicen "año 19..." y "bolilla N°" y traen demasiados casilleros) por otras multicolores, alegres, donde no hubiera aprendizajes que medir sino emoticones divertidos. Los docentes (o los compañeros) podrían decirle a los alumnos que no desean participar de las clases o están perturbando el clima áulico : "X, estimado, ¿no prefiere retirarse al salón de contención inclusiva a hacer lo que está haciendo, para que podamos continuar con la clase?"...

La mayor objeción a este tipo de ideas es que, si continuamos presentando el aprendizaje como hasta ahora, probablemente, quedarán muy pocos chicos adentro de las aulas... aunque quizás para los ideólogos de las propuestas de este tipo eso no sea un problema.  Otro detalle que se me ocurre tiene que ver con que en el modelo de examen de ingreso de la Universidad de la Matanza del año pasado, por tomar un ejemplo al azar, hay un texto de Teun van Dijk. Los chicos que elijan no entrar, probablemente, no lograrán comprenderlo. Tampoco podrán cumplir con la pretensión de ésta y otras universidades acerca de la corrección ortográfica y la producción de textos coherentes.

Ni los niños ni los adolescentes están capacitados para decidir no aprender, aunque la afirmación suene autoritaria. El chico que toma estas decisiones y se abandona al mero vegetar adentro de un edificio, intentará en un futuro acceder a la universidad y no podrá. Intentará leer y no entenderá. Se presentará a una entrevista de trabajo y no lo conseguirá. Y, además de lamentar el haber tomado tan malas decisiones durante su adolescencia, culpará a los adultos responsables de su educación por habérselas permitido, con toda la razón del mundo. 

Es hora de tomar el problema de los cambios que se necesitan en la escuela secundaria de forma seria. Relajar normas básicas únicamente excluye. Interpretar cualquier límite como autoritarismo o el aprendizaje como algo banal e innecesario, excluye. Vaciar de significado el horario de entrada, el sonido del timbre, la puntualidad y la participación en las clases... excluye. El adolescente del siglo XXI expresa la confusión de valores y comportamientos contradictorios de muchos adultos del siglo XXI, que creen que educar a un joven consiste en librarlo a su buena suerte, que es lo mismo que dejarlo solo.

Este texto fue publicado en: http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2015/09/21/cuando-suene-el-timbre/

domingo, 13 de septiembre de 2015

Si mi papá fuera Charles Ingalls

Este relato fue publicado aquí: http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/07/18/si-mi-papa-fuera-charles-ingalls/

15.

Si mi papá fuera Charles Ingalls


Monet

Se dio cuenta de que temblaba cuando chocó su rodilla contra la punta metálica de la caja de su abuela y un relámpago de dolor la devolvió a la realidad. Se inclinó y observó la herida, le pasó saliva con la punta de los dedos. Sintió lástima por su cuerpo, autocompasión infinita. Arrastró la pesada caja y se sentó sobre ella, a esperar.
Sabía lo que contenía. Cuando era niña, solía abrirla porque extrañaba a su mamá, para mirar fotos viejas, con el pretexto de que estaba aburrida. Recordó el cuaderno Gloria de tapas duras, el juego de los Ingalls, que tantas veces había calificado de ridículo. Buscó en su celular imágenes de la serie para que los minutos fueran menos largos.
Envidiaba a su abuela cuando jugaba con su mamá. “Tu papá se fue a Mankato”, decía, y se desternillaban de risa las dos, poseedoras del código secreto. Ningún hombre en la familia, durante dos generaciones, y ella era la tercera. La había tenido a los catorce años, sola, durante diez había compartido su vida en la casa grande, llena de primos, hermanos y tíos de la misma edad; se había marchado sin decirle quién era su padre. Justificaba todo: “Y qué querés, qué pretendés de mí, si te tuve a los catorce”. Ahora ella tenía quince, y pensaba que no era excusa válida, pero antes no sabía, no entendía. “Se fue a Paraguay con un chongo”, decía la abuela, usando un lenguaje que pretendía ser moderno. La abuela, que debía tener no más de cincuenta. La abuela, esa mujer sin hombre, inmensa, que alimentaba a todos, sopapeaba, acariciaba, daba remedios y llevaba a la salita a las tres de la mañana. Sintió el corazón inundado de amor y se concentró en las imágenes.
No necesitaba leer el cuaderno, ni abrir la caja. Recordaba el juego. Debajo de recortes de revistas en donde se veían los actores de la serie y resúmenes de los capítulos favoritos, la abuela había comenzado a escribir en su infancia una serie de continuaciones a una frase inicial, nunca reformulada, escrita en imprenta y decorada con corazones y florecitas: “Si mi papá fuera Charles Ingalls, me diría…” Su mamá también había escrito, con letra apretada y azul. Ahora que tenía quince y estaba sentada en el baño mirando de reojo el reloj, refugiándose del ruido infernal de doce niños y adolescentes que tenían su misma sonrisa, comprendía perfectamente a las dos mujeres deseosas de ser abrazadas, tener trenzas y llamarse Laura. Escribió con su celular, en su muro de facebook, con emoción, mientras acariciaba su rodilla lastimada:
 Si mi papá fuera Charles Ingalls, me diría que mi cuerpo es una nave, mi bote, y que soy su capitana. Yo suspiraría y pensaría que la vida se extiende a mi alrededor, haciendo las veces de océano. No pude decidir qué mar es, ni qué cielo completa el paisaje en el que estoy inserta, ahí, sobre el agua, pero hay cosas que puedo elegir, según mi papá. Cuidar el barco, convertirlo en balsa, en buque de guerra, en crucero, en goleta… eso depende de mí y de mi esfuerzo. A veces, el mar es amable y cálido, como una piscina en verano, y me puedo deslizar en mi joven barquito plácidamente, sola o entre ajenos navíos, con gaviotas en el cielo y brisa fresca. Me diría: “A veces, Pequeña, el mar se revuelve como un monstruo y se vuelve oscuro y frío, las olas parecen tragarte y llueve, hay relámpagos, parece que Dios está enojado o no existe … pero el secreto es capear el temporal, amarrarse fuerte a la nave si es necesario y tener fe… porque todo pasa y, a tu edad, estás aprendiendo a navegar sola y todo tiene solución, menos la muerte”.
 Sonrió, se puso de pie y acarició la tapa de la caja. “Papá se fue a Mankato”, dijo en voz baja, y tomó decidida la barrita sumergida en el pequeño recipiente, para ver el resultado del test de embarazo.