PROYECTO PIBE LECTOR

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viernes, 1 de enero de 2016

Estafa educativa

Este texto fue publicado en: http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/11/07/estafa-educativa/

31. Estafa educativa

Fantasía en un acto

La isla del Alumno Autodidacta. Foto tomada por mí. 

En escena, una enorme entrada de edificio. Puertas cerradas, una puerta de ascensor. Un sillón. Una planta ornamental, de plástico. 
Un hombre se acerca a la puerta con timidez. Su preocupación es grande y se le va hacia las piernas, hacia los brazos. Una vez dentro del edificio no sabe qué hacer. No hay nadie; ningún cartel. Al rato baja de un ascensor un señor de lentes descomunales, que se queda mirándolo unos minutos. Se acerca al desconocido, que experimenta un alivio tal que parece a punto de llorar.
_ ¿Usted es…?
_ Soy el padre de Juan Pérez. El director me espera.
El señor de lentes parece sorprendido. Hace un gesto al padre de Pérez para que tome asiento en el sillón y se sienta a su lado.
_ Así que el padre de Pérez…
_ Sí.
_ Egresó hace ya cuatro meses, Juan Pérez. Acá no está.
_ Ya sé. Está en el continente, en mi casa. Viajé personalmente porque quiero entender qué pasó con mi hijo antes de presentar mi denuncia formal.
El de lentes permanece imperturbable. El padre de Juan Pérez, algo desconcertado ante la falta de reacción ante sus palabras, prosigue:
_ Juancito llegó y no supimos qué hacer. Mi señora y yo estamos desesperados. No sabemos quién es ese jovencito, realmente. Imagínese que hasta le hicimos un ADN para ver si era nuestro hijo, de lo cambiado que nos lo devolvieron. Esta institución…
_ Sí, ya sé, la Isla. Bueno, se suponía que el chico iba a poder ingresar a la universidad, que iba a tener intereses definidos, que iba a poder conseguir un trabajo estable y decente… El nene se niega a ponerse un traje para trabajar en mi empresa, se niega a salir de la casa, no quiere hacer nada que no sea estar en su habitación encerrado con su computadora y ni siquiera me mira a los ojos cuando le hablo…
_ Dijo que tiene una empresa…
_ Sí, soy empresario gastronómico.
_ ¿Y por qué mandó al chico a educarse a la Isla, entonces?
El padre de Juan Pérez parece desconcertado. El de lentes aprovecha su silencio y continúa:
_ Usted firmó un contrato con la Isla del Alumno Autodidacta para que se hiciera cargo de su hijo, ¿no es verdad? Bueno, aquí estuvo Juan Pérez viviendo durante los 16 años que duró su autoeducación formal, y jamás tuvimos ningún problema con él. Los problemas que usted enumera tienen que ver con la letra chica del contrato, que evidentemente no leyó.
_ ¿Letra chica? ¿Usted dice que el chico pasó acá 16 años y no sabe buscar trabajo en los clasificados del diario, las tablas de multiplicar, quién descubrió América y es MI CULPA por no leer una letrita en un contrato? ¿Ahora resulta que soy yo el estafador y no ustedes con su bendita Isla?
_ Exactamente. La Isla del Alumno Autodidacta se ocupa de la educación formal. Usted se comprometió a mantener un contacto virtual de … por lo menos tres veces semanales con su hijo para conversar con él sobre sus intereses, transmitirle valores, mostrarle afecto, interés y cariño. Si el chico resultó un huraño inseguro de sí mismo e inadaptado social es exclusivamente su culpa. Imagínese enseñarle el teorema de Tales a una persona así… imposible.
_ ¿Pero qué está diciendo?
_ Y lo que es peor: usted es un pésimo padre. Está descalificando a su hijo, hablando mal de él. Que no sepa las tablas de multiplicar no significa nada: él es un nativo digital y puede buscarlas en su celular en dos segundos si las necesita. Existen las calculadoras, ¿sabe? Cada jovencito tiene sus tiempos y aquí en la Isla la heterogeneidad de nuestros alumnos, sus intereses y particularidades, son lo más importante… Lo que pasa con el chico es SU CULPA. Nosotros no hacemos magia, sólo guiamos en la autoeducación…
_ Pero el chico no sabe ni hacer un huevo frito, y si le quiero enseñar me contesta cosas irreproducibles y se va a seguir durmiendo, que es lo único que parece gustarle hacer…
_ ¿Ve? Ya me voy acordando de Juancito… Usted va descubriendo lo que le gusta hacer. No se apresure, señor, ya van a ir conociéndose. ¿Hay necesidad de que el chico trabaje? Si a usted le va bien, se le ve en la ropa que lleva… ¿Demandar a la Isla? Pero hombre, relájese. No tiene por qué sentirse culpable, nadie nace sabiendo ser padre. La próxima vez que firme un contrato, lea la letra chica. La Isla podría demandarlo a usted si esto sale a la luz: nos dejó un chico durante 16 años, aquí, abandonado. ¿Qué es lo que ha hecho? ¿Ser un padre horrible es peor que no saber quién fue Colón? Hombre, pare un poquito con esta situación, reflexione, vaya a su casa… Hágase cargo: sea padre. Y si tiene otro hijo: no lo abandone en una Isla, edúquelo mejor. Podríamos demandarlo nosotros… por estafa educativa.
Confundido, el señor Pérez se pone de pie. Le da la mano al hombre  y se marcha apresuradamente. El de lentes se dirige hacia un cuartito que se ve al fondo y sale vestido con un mameluco, empuñando un escobillón enorme. Se pone a barrer. Se abre una puerta y aparece un hombre enorme, imponente, muy bien vestido.
_ ¿Con quién hablaba, Efraín?
_ Con un pobre hombre que andaba perdido, señor director… se fue rápido para no perder el avión de las seis.
_ Ah. Estaba esperando a un padre, pero ya no creo que venga. Una vez que iba a venir uno…
_Iba a ser un momento histórico, señor.
_ No sea impertinente, Efraín. Deje esto impecable, por favor. Hasta mañana.
 Fin

Mentiras piadosas

Este texto fue publicado en: http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/10/31/mentiras-piadosas/

30. Mentiras piadosas

Albert Anker

Cuando nació Catita, su familia no supo qué pensar. Decidieron esperar un tiempo, para asegurarse de que la criatura era realmente así… darle un changüí. Pero no pasó nada, la chica fue creciendo y cada vez fue más evidente que no se parecía en nada a sus parientes.
_ Los niños son crueles- dijo el abuelo.
_ Debemos protegerla- dijo la mamá.
Decidieron esconder a Catita de la sociedad, para evitar daños. Elaboraron un catálogo entero de mentiras piadosas. En la casa no había espejos ni superficies que reflejaran.
“La gente que no tiene nariz, Catita, es hermosa”, le decían a diario. “Catita: las manos bellas no tienen cinco dedos necesariamente”, “La gente es linda cuando sus piernitas no son del mismo largo”… “Es agradable no tener ni un pelito en la cabeza”, “Nada como las sonrisas sin labios para ser bello”, “Ese hundimiento del pecho es una cosa digna de admirar”.
_ Ojo. Que nadie la vea y que no vea a nadie. Se va a dar cuenta al instante y ahí nos quiero ver. Ni pensar si se junta con otros chicos, hay que alejarla de las escuelas. Los niños son crueles.- repetía el abuelo en secreto.
_ Nosotros la amamos y ella nos ama.
_ Es cierto que le mentimos, pero es por su bien.
La farsa se terminó el día que la abuela se cayó por las escaleras y se rompió la prótesis de la cadera. Hubo que abrir el portón  para que la ambulancia ingresara, y con ella, la vida real. No hubo caso: no sólo los chicos eran crueles. Ante el llamado (y los movimientos inusuales), ante la apertura de la puerta siempre cerrada, la gente del barrio se acercó a espiar.
_ ¡Hay una nena encerrada en esa casa!- aseguró una vecina a quien quiso escucharla.
Diez días después del accidente, la asistente social tocó el timbre y comenzó el caminito que llevó a Catita hasta 4to grado de la primaria del barrio, a su primer guardapolvo y a ser incomprendida por el resto de su vida.
_ Acordate de que la verdadera belleza, es la interior_ le había dicho su mamá, abrazándola fuertemente a pesar de su falta de brazos.
La nena salió, conoció a su maestra, a sus compañeros, se miró en las vidrieras del camino, en el espejo del baño de la escuela, en las cucharas del comedor, en el papel del alfajor que le regaló su nueva compañera de banco y descubrió la verdad. Antes de que terminara la jornada, según su maestra, dijo que no quería regresar a la casa. Muchos años después, la mujer confesó que había mentido al asegurar que la chica había pedido eso. “Hablaba de una forma muy particular, como si recitara poesías. Usaba las palabras cargándolas con significados novedosos, hecho que producía en el oyente un extrañamiento.” La niña había usado el término “Monstruos”, con todas las letras, el día de su salida, de eso estaba segura.”Por piedad”, había iniciado el trámite en el juzgado inmediatamente, y se había llevado a Catita a vivir con ella. “Ustedes hubieran hecho lo mismo que yo”, confesaba públicamente. “Sé que mentí, pero fue una mentira piadosa: no podía ni pensar que una nena tan bonita viviera entre gente así”.
La maestra y el abuelo confirmaron con la presunta actitud de la niña que los chicos son crueles por naturaleza, tal como lo sospechaban acientíficamente. Se puso en marcha un mecanismo que no contempla la existencia de la piedad relacionada con la mentira. Lo cierto fue que a Catita, al principio, lo monstruoso le pareció la tergiversación del término belleza. A continuación, lo monstruoso fue, para ella, la incomunicación. Era como si fuese de otro planeta, pero no del todo. Para ella, “monstruos” significaba “mentirosos”. “Lindo”, significaba “asimétrico”. “Belleza”, significaba “deformidad”. Gracias a las “mentiras piadosas” de su familia, para ella las palabras significaban cosas diferentes, y eso le dificultó para siempre la comunicación con el resto de la humanidad. Gracias a la “mentira piadosa” de su maestra, la niña fue a vivir con una familia sustituta y su familia verdadera quedó desolada. No hubo manera de subsanar los errores de Catita en cuanto al significado de las palabras; la nena, desanimada, terminaba señalando con el dedo lo que necesitaba, o haciendo dibujos. Se cansó de pedir que la llevaran a su casa: le decían que sí, que pronto llovería, o cualquier cosa sin sentido porque no la entendían.
Con los años, Catita dejó de parecerle a la gente tan bonita. El mundo se desinteresó de esa chica extraña que hablaba en acertijos y garabatos y se quedó absolutamente sola. De vez en cuando, por piedad, alguien fingía interesarse en ella y le decía alguna mentira. Ella huía, y la gente interpretaba que lo hacía porque era cruel.
No tuvo hijos. “Por las dudas”, aclaraba. Los que conocían su historia pensaban que tenía miedo de que el niño heredara las malformaciones familiares y fuese un monstruo. Sólo ella, bien en el fondo, sabía la verdad. Nunca pudo expresarla con palabras.