PROYECTO PIBE LECTOR

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jueves, 30 de julio de 2015

El Chizo hechizado

Este relato fue publicado en: http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/05/02/el-chizo-hechizado/
5. El Chizo hechizado

ilustración de Aylén Giraudo

Se me ocurrió durante una hora libre, de puro aburrida. Los chicos estaban portándose mal, como siempre: éramos la pesadilla de los profesores y del Chizo, nuestro pobre preceptor, que ya no sabía qué hacer con nosotros. En lo que iba del año habíamos logrado que renunciara la de Inglés y la de Matemáticas; el de Geografía había sacado licencia un montón de veces y la de Prácticas del Lenguaje no daba el brazo a torcer, pero no perdíamos las esperanzas.
Éramos horrendos. El de Construcción de la Ciudadanía había abierto la boca para putearnos, estoy segura, cuando vio que le abrimos el maletín. Yo sigo pensando que reprimir la mala palabra fue lo que hizo que llorara: se le piantó un lagrimón y se hizo el gil, el que tosía, qué sé yo. En mi escuela verdadera no pasaban estas cosas, para mí, ese año, fue como estar en un carnaval. En el mundo del revés. En una fiesta descontrolada. Me llevó un tiempo reconocer que estaba enojada: parecía que esta vez de verdad se divorciaban mis padres y no era un falso amague… aproveché la situación impune y me convertí en malvada. Personalmente no me importó, lo tomé como unas vacaciones: siempre supe que al año siguiente volvería a mi colegio, cuando regresara a vivir con mi papá. Y a ellos, a esos que en ese entonces eran mis compañeros, nos les importaba nada porque no tenían idea de lo que estaban haciendo… parecían una jauría de cachorros de lobo desenfrenados adentro de una jaula. No los paraba nadie. Repito: ese lugar era el mundo del revés, una falsa escuela, una farsa. Y yo, ahí, era la líder de los lobeznos.
Estábamos en hora libre y me hago cargo de que la idea, fue mía. El aula no era un aula: simulábamos tener clases en un sector del enorme gimnasio que hacía las veces de comedor, alejados del resto de los salones, porque no alcanzaba el lugar o porque nos odiaban, vaya uno a saber. Uno de los varones se había subido a una de las mesas y rasqueteaba con una trincheta el enchufe que se usaba para los actos; el resto de los chicos estaba prendido al alambre tejido de las ventanas del segundo piso, gritándole obscenidades a los transeúntes. Mary dormía sobre una mesa, toda despatarrada, ajena al griterío. Tres de las chicas, en sus islas personales, estaban inmersas en sus auriculares y celulares. Yo pensé que si seguían haciendo semejante escándalo, en cualquier momento iba a aparecer el Chizo, el preceptor.
_ Uuuuhhhhhhhhhhh.
(Espamentosa corrida.Ventanas despejadas. Gritos de mujer elevándose desde afuera)
_ ¡Le diste a la vieja en la cabeza!
_ ¿Quién? ¿Yo? ¿Qué te pasa?
Pensé que si no decía algo, otra vez iba a haber piñas. Elevé la voz y pregunté:
_¿Y si le hacemos un gualicho al Chizo?
_¿Un qué?
_ Una brujería… Una cosa mágica… algo así. Un hechizo al Chizo.
_ ¿Para?
_ No sé, porque rima.
A nadie se le ocurrió cuestionar la absurda propuesta, ni los métodos, ni el problema moral, ético o religioso que encerraba. Instantáneamente me rodeó el grupo de la ventana, expectante, en silencio.
_ Hay que tener un objeto perteneciente a la víctima…
_ ¿A quién?
_ Al Chizo, tarado.
Uno me alcanzó una lapicera azul.
_ Hay que hacer silencio y concentrarse al mismo tiempo en la cara del preceptor mientras yo digo las palabras mágicas mentalmente para hacer el conjuro.
_ Dale.
_Shhhhhhhhh.
Entró un auxiliar al comedor llevando una bandeja. Me costó reprimir la risa ante su cara de sorpresa por la escena; nos arrojó una mirada de desconfianza y se alejó.
_ Ya está. El Chizo está hechizado a partir de ahora. Es nuestro, nos pertenece.
_ ¿Y qué le podemos hacer?
No pude con mi genio; largué una sarta de inventos con toda naturalidad. Ni lo pensé, divertida ante la credulidad (o inconciencia) de ese conjunto de adolescentes caóticos y violentos, desesperados, rebelados ante la permisividad, la falta de límites, el abandono, condenados a la ignorancia supina.
_ Y después de todo eso que les dije, se va a morir.
_ ¿Cuándo?
_ No sé. En algún momento, seguro.
Me sentía tan superior, tan inteligente. Claro que se iba a morir, todos nos íbamos a morir en algún momento: memento mori. Aburridos ya de mi jueguito, se fueron a buscar más proyectiles para lanzar desde el agujero en el alambre que habían hecho. Me puse los auriculares ( lo recuerdo como si fuera ayer), y seguí leyendo.
La anécdota sería sonsa si terminara ahí. Terminé de cursar mi tercer año en el comedor, sin estudiar ni aprender nada nuevo, y pasé, como todo el mundo, a cuarto. Regresé a mi escuela, junto a mis compañeros de toda la vida, y recobré mi verdadera personalidad, por dentro y por fuera: abandoné el lápiz labial negro y volví a comportarme correctamente.Tuve que estudiar como nunca en la vida para poder alcanzar a los demás y mantener mis calificaciones, que cayeron en picada. Y no existiría ninguna razón para recordar el año perdido en la escuela falsa de no ser por esto: ayer a la noche estaba en facebook y recibí una solicitud de amistad. Era Mary, la bella durmiente del aula del comedor, ya lejana. Al oprimir aceptar, apareció el siguiente texto en mi muro:
“Hola, bruja. Te escribo para avisarte que ya conseguimos una bruja mejor que vos. Dejanos en paz. No te aguantamos más. Ahora vas a ver lo que se siente cuando te pasen cosas”.
Demás está decir que bloqueé inmediatamente a Mary, eliminé el escrito de mi muro y apagué la computadora. Mi cabeza se inundó de preguntas… ¿Le habrá pasado algo al pobre preceptor?, ¿será una broma de mal gusto?, ¿me habrán hecho algo de verdad?
Probablemente, el chiste del año pasado me salga caro. Por ejemplo: mientras les contaba el final de esta historia se me cayó el celular y se le partió la pantalla. ¿Es que estoy bajo la influencia de un hechizo? ¿Acaso me voy a morir?
No es muy consoladora la respuesta a la última pregunta, pero es la misma que articulé en el olvidable comedor: todos nos vamos a morir en algún momento. Exista o no la causalidad mágica, no hay nada que un humano pueda hacer para contrarrestar eso. Al final, me dieron de tomar mi propia medicina, los chicos de la escuela falsa: anoche no dormí, no creo que hoy pueda tampoco. Tan viva que me creía, una piola bárbara, tan superior, tan racional… ¡quién hubiera dicho que me iba a quitar el sueño pensar en las brujas! Será porque las brujas no existen, pero como dice la frasecita famosa, que las hay, las hay.

martes, 28 de julio de 2015

Ese muchachito, solitario

Este relato fue publicado en: http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/04/25/ese-muchachito-solitario/

4. Ese muchachito, solitario

imagen de Aylén Giraudo

Miraba la vidriera distraído, haciendo girar la moneda ya tibia entre los dedos, cuando vio la caja al lado del anillo: unos simples lentes de contacto bastarían para cambiar la situación. Estaba llegando al punto sin retorno: todos lo molestaban, los compañeros, los profesores, las preceptoras… Cuando era chico se lo había dicho a las señoritas, a la directora, a su mamá (la moneda le pareció aún más caliente cuando resonó “mamá”; cerró los ojos y disfrutó el reverberar de la sonora palabra un instante). Ahora era la secundaria, ya no había padres y si no hacía algo rápido, no habría remedio.
Descartó con un gesto de hombros las no menos sonoras “paranoico” y “culpable” que ingresaron sin permiso en su cabeza, entró en el local y gastó los arduos ahorros de dos años completos en la pequeña cajita. La vendedora, una chica que hacía cosplay de un personaje que no reconoció, se mostró sorprendida ante su ignorancia absoluta respecto al ojo de Ciel.
_¿Seguro que son para vos?
Y como si cometiera una infame herejía, con cara de repugnancia (como la de sus compañeros, la de los profesores, la de las preceptoras… y la voz antigua de mamá saltando detrás “¡pero ves que sos vos!”), le explicó cómo ponérselos, cuidarlos, guardarlos.
_Vení y te cuento por lo menos quién es el personaje y de qué se trata la historia. Éste lo tenés que tapar con un parche.
_ Sí,sí. Va a estar bueno vivir esto_ pensó en voz alta, estremecido ante lo que iba a hacer.
A metros de la puerta de la escuela, al otro día y con los lentes puestos, la idea no le pareció tan buena. ¿Y si se reían de él? ¿Si lo señalaban, si se burlaban, si lo mandaban a dirección y lo obligaban a sacárselos? Se puso el pelo sobre la cara, cubriendo el ojo maravillosamente ornamentado, y se dirigió hacia el shopping. ¿Y si le pegaban? ¿Si lo encerraban otra vez en el baño y le metían la cabeza debajo del agua? ¿Y si llamaban a su casa? Caminaba absorto en sus pensamientos. Eran las siete y media de la mañana, pero parecía noche cerrada. “Nadie en la escuela sabe lo que significa el ojo, nadie me puede decir nada y si alguien me dice algo yo…”
Sintió el golpe del hombro en su hombro, pero venía ensimismado imaginando el ataque así que giró sobre su pie y la cara que mostró hizo juego con lo que le salió de las entrañas, una voz ronca, harta de las patadas, de las burlas, de los papeles pegados en la espalda, de los sobrenombres, del miedo, la humillación y la vergüenza:
_¿Qué?
Eran dos. Uno tenía la mano dentro del bolsillo. La moneda caída tintineaba en las baldosas, musicalizando el silencio. Un colectivo se iba, lucecitas rojas, lejano.
Lo miraban desconcertados. No dijeron nada.
Se dio vuelta y caminó, sin prisa, los dientes apretados. El viento agitó su sobretodo y se figuró protagonista de una filmación pasada en cámara lenta. Pasó corriendo un esponjoso gato blanco. Recién cuando llegó a la esquina el miedo le permitió darse vuelta y mirar: corrían los dos ya lejos, como si los persiguiera el mismísimo demonio. El reflejo del vidrio de la juguetería le devolvió la cordura y le regaló generoso una explicación razonable: “Me iban a robar”… “Con razón… ¿ése soy yo?”… “Ése soy yo… ahora”.
Detrás de su nueva imagen, el reloj del negocio marcaba serenamente las 7:38. Una empleada lo observaba fijamente, pero a él no le importó. No era tarde. Decidió no levantar su moneda y se sintió hermoso, delicado, elegante, enigmático y poderoso; se quitó el oscuro pelo que volaba hacia su cara y lo sintió suave. “Existe un antes y un después”, pensó. “Porque ahora, yo soy el del reflejo”.
Entró en la escuela nuevamente distraído, pensando en cuánto tiempo le llevaría ahorrar lo suficiente para comprar el anillo, sin percibir siquiera el rumor que su paso provocaba, acostumbrado para bien o para mal a la soledad, sin saber que ingresaba en  ese mismo instante en su personal e intrincado laberinto, en donde se perdería durante la interminable adolescencia en la  búsqueda incesante de encontrarse a sí mismo fingiendo ser otro.

Nomofobia (El Acontecimiento)

El siguiente relato apareció publicado en: http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/04/18/el-acontecimiento/
3. El Acontecimiento
(Nomofobia)


Quién se iba a imaginar que las consecuencias de algo tan inocente, común y corriente, iban a ser catastróficas. Les cuento:
El invento ya era antiguo, pero en 2026 se perfeccionó. Fue Bill Soul, un discípulo de Bill Gates, el que descubrió la forma económica de dotar a los celulares de las múltiples funciones robóticas que los completaron y los volvieron FULL.
Fue tan revolucionario el resultado que, vertiginosamente, en 2029, los FULL fueron integrados a los Derechos del Niño y los mandatarios del mundo tuvieron que garantizar uno disponible para cada bebé desde el minuto cero de su vida.
La forma humana y la voz estuvieron prohibidas desde ese año para los aparatos, fueran estándar o no. La gente conocía bastantes historias de ciencia ficción como para prevenir las consecuencias, así que los aparatos se parecían a tradicionales grúas mecánicas o a cafeteras con ruedas. En 2029, cada bebé se entregaba al cuidado de su FULL apenas nacido y el aparato realizaba los controles médicos completos, lo vestía, alimentaba, controlaba su temperatura e higienizaba las veinticuatro horas del día. Las madres contaron entonces repentinamente con un pediatra formidable, niñera experta y ángel de la guarda de privilegio, todo en uno: se produjo un cambio social de inmediato, la mortalidad infantil bajó a prácticamente cero, el mercado laboral se vio desbordado de mujeres que sólo necesitaban echar un vistazo en su propia pantalla para cerciorarse de lo feliz, regordete y abrigado que estaba su bebé y el mundo debió comenzar a adaptarse a este gran cambio.
Lo primero que desapareció fue la inseguridad, porque pudo impedirse de ahí en adelante que sucedieran accidentes e incidentes. Los FULL educaban con valores y mensajes positivos; la nueva generación de niños jamás hubiera concebido el robar algo, patear un gato en la calle, bajar de un hondazo un pajarito. Porque si lo hubieran pensado, si se hubiese al menos esbozado mínimamente la idea en la típica frase: “¿Qué sucedería si yo…?”…  todos sabían que el FULL no lo hubiera permitido: instantáneamente sonaban centenares de alarmas y los padres, policías y otros FULL hubieran aparecido.
Nadie tenía hambre, ni frío, era golpeado, ni maltratado o abusado: no había modo de apagar al FULL; las baterías eran eternas y su inteligencia artificial, invencible. Lo único que no podía dar era amor, amistad, compasión… pero brindaba tantos otros servicios que pronto la gente comenzó a hacer de cuenta que eso también estaba incluido.
En 2032 desaparecieron las escuelas. El FULL era tutor: Bill Soul había perfeccionado tanto los modelos estándar que se terminaron de volver obsoletas (obviamente ya lo eran). Los edificios escolares se transformaron en gimnasios; se iba allí a hacer ejercicio dos horas por día, con el FULL como entrenador. Por ley, los estándar caducaban cuando el niño cumplía los 16 años; en ese momento podía ingresar a la universidad si estaba en condiciones de adquirir su propio personal aparato: el COOL, de venta libre. Y eso no era nada difícil: los estándar eran relativamente baratos para los gobiernos, la calidad de vida mundial había mejorado increíblemente y sí, a qué negarlo, nacía menos gente, así que los COOL eran accesibles y nadie, pero nadie, nadie, hubiera renunciado a su adorada maquinita.
Ya no había delincuencia (los aparatos vigilaban).
Ya no había accidentes (los aparatos protegían).
Ya no había ignorancia (los aparatos educaban).
Ya no había aburrimiento (los aparatos entretenían).
La  lista de los “ya no” se hizo larga, pero nacía menos gente. Y la que había, bueno, cómo decirlo… si un habitante del siglo XX la hubiera visto… hubiese pensado que era bastante rara.
Como nacía menos gente, faltaba menos la comida y abundaba la energía; el mundo se volvió próspero y positivo… y que el uso de las máquinas le pareciera malo a los viejos barbudos y llenos de canas, la verdad, pareció poco importante. La gente pasaba sus días observando y manipulando su aparato, que se usaba para hacer absolutamente todo, así que a quién iba a importarle si había menos fiestas de cumpleaños, la desaparición del fútbol y de los clubes, la increíble elevación de la producción farmacológica (las máquinas prevenían o curaban cualquier enfermedad, física o mental, y el suicidio se había extinguido por ser imposible de concretar). En 2050 hasta un FULL estándar estaba equipado para hacer cirugías a corazón abierto y se parecía mucho menos a una cafetera con ruedas que al principio.
La cosa es que un buen día, a un chico que estaba pronto a cumplir 16 años se le ocurrió una idea que su FULL no pudo prevenir. Preocupado por la cercanía del momento en que debería cambiar su aparato, tuvo un sueño revelador. Este muchachito no quiso exterminar nada, no pensó en liberar la humanidad de su estado de sopor e inhumanidad, no fue impulsado por los ideales de la revolución de la resistencia ni nada por el estilo, como en algunos textos de historia se nos quiere hacer creer. Sólo tuvo un ocurrente sueño, en donde él mismo se preguntaba: “¿Qué pasaría si invento una forma para que mi FULL se renueve y se vuelva COOL sin tener que desprenderme de él?”.Lo soñó tan claro que saltó de su cama, tecleó muy rápido e introdujo el nuevo código… y el FULL no tuvo tiempo de reaccionar y se infectó. Y claro, añares sin que hubiera necesidad de hackers, hasta el modelo más moderno hubiera sucumbido; por más Bill Soul y la mar en coche, nada se pudo hacer.
Las máquinas formaban una inmensa red: se apagaron simultáneamente.
El hacker que no sabía que era un hacker abrió los ojos con asombro ante lo que había hecho.
Habían sido demasiados años continuos: los más jóvenes no sabían vivir sin su FULL… los adultos se habían acostumbrado tanto a ellos que no pudieron superar el ACONTECIMIENTO.
Fue igual que en las guerras, pero con las mujeres jóvenes y adultas  incluidas, y sin guerra. Sólo quedaron los niños pequeños, los viejos y las viejas. Hubo que reconocer masivamente que los FULL y los COOL habían provocado una adicción insana, y la gente sucumbió al síndrome de abstinencia mansamente, sin patalear ni quejarse: cada habitante se acostó en algún lugar, en algún momento, con su adorada maquinita apagada sobre el pecho, y entre estertores calladitos, simplemente, dejó de respirar.

sábado, 25 de julio de 2015

Trabajo infantil

Relato publicado en el blog de Infobae: Proyecto Pibe Lector

2. Trabajo infantil

para Nora


_¿Y Ortega?
La pregunta rasgó el aire espeso de la pecera y provocó que absolutamente todos sus compañeros lo miraran. La profesora nueva volvió a pensar en el cardumen que se había figurado cuando había escuchado por primera vez el nombre del salón: todos separados… de golpe juntos para mirar al otro… de nuevo todos separados…
_ Ya les expliqué hace como diez minutos, se jubiló, ahora estoy yo.
Vladi bajó la mirada para disimular su enojo, pero cerró los puños. Iba a extrañar a Ortega, no parecía tan vieja como para jubilarse, seguro que era una mentira, eso, los había abandonado, se había ido a un trabajo mejor, no iba a volver más. Clavó la vista en la fotocopia que la nueva le alcanzaba y leyó al pasar: “Día mundial contra el trabajo infantil”. Pensó: “No soy ya un niño, qué me tienen que hacer leer eso. Yo trabajo desde chico porque mi papá me está enseñando un oficio, una profesión; yo voy a ser alguien en la vida y eso gracias a que no estoy todo el día en la calle, estoy en el negocio ayudando y atendiendo a la gente y eso no tiene nada de malo, si Ortega sabe que trabajo y ella entiende, qué me dice esta otra que andá a saber de dónde salió.”
_ ¿Y cuando mi mamá me dice que limpie la pieza y me arme la cama, eso no es trabajo?
“Ahí pregunta la bobada, la princesa. Bien que todos saben que ella no sirve para nada… pero Priscilla sí sabe, ahí baja la cabeza, está de mantera con la tía desde hace mil años, si yo la veo con frío y con calor ahí cerca de las vías, un frío que ni acá en la pecera se pasa, y no se queja nada de nada, porque nosotros no somos unos inútiles y tenemos que ayudar.”
_ ¿Y si me piden que cuide a mis hermanos, eso no es ilegal? ¿No puedo denunciar a mi mamá?
“Y dale con las bobadas, la princesa. Si todos acá cuidamos a nuestros hermanos, si nuestros padres trabajan, si ahí está Mariana que está en la panadería todas las madrugadas, y Lorenzo, que se acuesta a las mil quinientas porque se queda hasta que cierran el locutorio de al lado del bar.”
Vladi se encuentra a sí mismo oliéndose las puntas de los dedos, en el ademán que lo avergüenza tanto como ese vozarrón grave que desde hace meses se cuela sin permiso cuando articula la voz. Esconde la mano como si le quemara…
_¿Qué tenés ahí?
_ Nada… mi mano.
_ ¿Qué pensás acerca del Trabajo Infantil?
_ Nada… que está mal.
Interrumpe la princesa:
_ ¿Y si los padres obligan a trabajar a los menores, dónde hay que hacer la denuncia? ¿Qué se debe hacer? Si una va caminando y ve chicos trabajando por todos lados y nadie hace nada…
Enmudece la pecera… se vuelve turbia… los ojos se ponen espesos…  Se va hundiendo, liviana, la frase inconclusa… qué pensás, qué pensás…
(Que está mal porque me tengo que levantar temprano y porque tengo frío a veces y la gente me asusta cuando se hace de noche y el negocio se pone oscurito.)
(Que está mal porque no puedo ir a jugar a la pelota, ni siquiera los domingos.)
(Que está mal porque cuando tengo tarea la tengo que hacer con la carpeta apoyada en cualquier lado.)
(Porque siempre tengo que comer en la calle.)
(Porque no puedo ni siquiera conversar con alguna amiga.)
(Que está mal porque yo estoy todo el día ahí y nadie nunca me paga. Como si fuera un esclavo.)
Toca el timbre, justo. Alguien abre la puerta de la pecera con una tijera (ya un picaporte es impensable a esa altura, al igual que paredes verdaderas) y los alumnos desaparecen tan rápido que la nueva queda con la boca abierta, articulando algo inaudible. Si fuera Ortega, piensa Vladi, hubiera sabido qué contestarle a la princesa. Y se siente tan solo, que otra vez, sin darse cuenta, se lleva la mano a la cara, buscando el olor de su casa en sus dedos.

sábado, 18 de julio de 2015

Violeta

Éste es el primer relato publicado en el blog de Infobae: Proyecto Pibe Lector
http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/04/05/violeta/#more-19

1. Violeta.


Picasso
A Paloma le dicen Violeta. Cuando escribo esta historia, ni siquiera el nombre le queda.  No recuerda cuándo fue, exactamente, el instante preciso en que la palabra quedó  olvidada, desplazada, hecha un bollo de papel manchado, como todo lo suyo, ahí en la caja de cartón que hace las veces de tacho de basura en el aula. Porque fue en la escuela, eso sí lo guardó su memoria, y fue ese chico alto que le parecía tan hermoso antes de  que el aire se terminara de cubrir con el velo gris que ahora lo nubla todo, el que le dijo: “Otra vez, nena, usá manga larga, tendrías que llamarte Violeta, vos”. Y le quedó Violeta. Un Violeta indeleble, como el moretón viajero que al principio era injuria inexplicable y luego, con el tiempo, fue encontrando lugar estable más allá de cualquier piel, imborrable, por ahí, en cualquier lado.
Paloma se volvió Violeta cuando su mamá decidió volver a la tierra de sus antepasados. “Quedate con tu padrinito”, le dijo, “yo vuelvo enseguidita de visitar a mis paisanos, hacé caso, portate bien”. Cuando uno es niño el tiempo es inasible en horas; lo verdadero fue la esperanza de la vuelta, que no ocurrió. Paloma volvía de la escuela, guardapolvo gris, encorvada bajo el peso de la mochila desmesurada, y tuvo la certeza de la mentira: ése fue el momento que para siempre significaría el inicio de su  adolescencia. Se le acercaba la mano de su primo agitando una foto y un dedo de uña mugrienta señaló a una señora bajita, rechoncha, de cara colorada. “Tu vieja”, decía el dedo. “Mi vieja”, susurró alguien adentro de Paloma que ella no reconoció.
Y eso fue todo. El espejo no volvió a devolverle la imagen conocida, pero qué importaba, si había que taparse los brazos y esperar, esperar, esperar a terminar la escuela para escapar, escapar, escapar de Violeta, porque la vieja esperanza de ser rescatada había dado paso a una nueva, a la de que Violeta no se le hubiera metido por todas partes, al bello sueño de que por dentro estuviera blanca Paloma sin tatuajes dispuesta a desplegar alas y dejar atrás tanta soledad, injusticia y tristeza.