PROYECTO PIBE LECTOR

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jueves, 15 de octubre de 2015

Hoy nos toca Cortázar

El presente texto fue publicado en http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/08/29/hoy-nos-toca-cortazar/
Susana, una alumna de la nocturna, contó una anécdota que me dejó pensando. Su marido había sido remisero en épocas en donde los remises eran sólo para la gente adinerada y había ido a buscar a alguien importante al aeropuerto. Mientras conducía de regreso, el pasajero le preguntó: “¿Usted sabe quién soy yo?”. El buen señor lo miró por el espejito retrovisor y le dijo que no sabía. “Debe ser muy afortunado, entonces”, contestó el pasajero conversador. “Yo soy Julio Cortázar”.
La historia me fascinó, quizás por lo sencilla. Me quedé pensando en cómo se verían los rostros en la penumbra, en la posibilidad de tener a Cortázar sentado en el asiento trasero del auto y poder decirle cosas, preguntarle, darle fuego o fumar un cigarrillo con él. Me pregunté qué le hubiera dicho si hubiera estado en el lugar del conductor en ese viaje. Después de pensar mucho, creo que sólo le hubiera agradecido por haber escrito cada una de sus páginas y le hubiese contado que, por esas cosas de la vida, la gente que lo lee con fruición termina llamándolo “Julio” y queriéndolo un poquito o mucho. Y que sus historias se convierten día a día en las aulas argentinas en la llave que inaugura la experiencia con la literatura. De eso se trata el siguiente texto, de Cortázar y la experiencia de descubrir la literatura en la secundaria:

21. Hoy nos toca Cortázar


Cada año, arranca nuestro domingo por la tarde cuando comienzan las clases. Soy peugeot. Subo a la autopista y me voy embotellando. Los demás autos, los necesarios, son hostiles al principio. Observan rebosando desconfianza,  distantes y exultantes, desafiantes o indiferentes. Algunos lanzan piedritas; los futuros Taunus blancos son los primeros en interpretar las palabras cuando empezamos a leer. En las primeras horas de la mañana comienzan a decir frases erizadas de “qués” y “que”  (es culpa mía, por supuesto, sucede porque lo permito):
-¿Para qué vino?
-¿Por qué no se calla?
-¿Para qué sirve leer esto? ¿Que quiere que haga qué cosa?
Durante los embotellamientos, toma tiempo organizarse. La pregunta que aún siendo ya modelo antiguo no puedo responder es la de por qué no soy Taunus. No puedo serlo, simplemente. Si me resuelvo e intento ser Taunus, inmediatamente, en el milésimo segundo transcurrido entre mi decisión y el ir a aplicarla, vuelvo a ser el ingeniero. No hay caso.
-¿Por qué no es Taunus? ¡Tiene que ser Taunus!
No sé si es porque no quiero; lo segurísimo… es que no puedo.
 La cosa es que transcurre el tiempo y, en general, los embotellamientos devienen en juegos en el subterráneo (en el metro), a mediados del año. Es pura rutina  relampagueante la que vamos urdiendo: la prédica sobre el tigre, la continuidad de los parques, las hormigas, cefaleas, bombones y venenos nos atraviesa y eriza la piel en momentos gloriosos que son vida cotidiana y mi mester. A la hora de la siesta ( cuando ya estamos cansados), nos ponemos el pullóver o nos corre un indio.  Cuando se hace primavera empieza el asuntito incómodo de que toco tu boca y a la hora de la sed y el hambre es otra cosa y hasta podemos dormir, porque siempre soñamos y lo que para los demás son pesadillas, para nosotros es maravilla del universo.
 Hoy nos toca Cortázar. Ahora es.
 En un embotellamiento, lleva tiempo cambiar las miradas de los otros autos en puro ojos para adentro. Es peliagudo, complicado, como si fuera otro idioma ( por ahí sería más fácil si yo fuera Taunus, lo lamento tanto). El caminito es arduo: hacerles saber que conozco sus gestos, motores, carburadores, circuitos. Que me interesan sus ruidos porque los escucho con atención,  sus costumbres y preferencias. Que lo interesante es lo que pasa en el cuento, primero explicado y luego, una vez entendido, fantaseado, imaginado, pensado y repensado.
Cae el atardecer cuando sucede. Fue necesario tener paciencia. Si abrieron la portezuela del auto, podrán arroparse pensando en la gloria de ser boxeador y escuchar cómo suena el jazz. Si no la abrieron y permanecieron indiferentes, no podrán.
En la autopista, todo es condicional y matizado de “quizás”. Lo único inexorable es el transcurrir del tiempo.
En diciembre el camino se despeja, aceleramos por fin, atravesamos el puente, nos perdemos de vista. Dejamos el lugar fantástico y nos vamos al otro, donde no soy peugeot viejo sino andá a saber qué cosa familiar polvorienta y multiuso. Los que leyeron llevan historias indelebles en su corazón, los demás quizás vuelvan algún día a buscarlas. Cada uno termina en su casa, donde está el armario con los conejitos escondidos y el axolotl. Por mi parte, me dedico a descansar mientras cargo el combustible para volver a embotellarme al año siguiente: así es mi árbol mondrianesco; soy cuidadosa al seguir las instrucciones. Eso sí, tienen razón los que me acusan de esperar imposibles: durante las vacaciones dejo en la biblioteca linternas, abrigos y paraguas, no sea que a algún pobre diablo se le ocurra seguir leyendo, se meta y no pueda, con ese clima y la luz apagada.

Booz, inmigrante, busca inventar casa

El siguiente relato fue publicado en: http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/08/22/booz-inmigrante-busca-inventar-casa/


20. Booz, inmigrante, busca inventar casa

Braque


Allá lejos, Booz subió al micro con lentitud estudiada. Intentaba no exteriorizar lo que sentía; la mirada de la gente le molestaba. La sensación de estar en ridículo, de algo vergonzoso, lo apresuraba. Hundido en su asiento y en sus auriculares, el viaje de 40 horas se le hizo una pesadilla. “Te espera tu padrino, con los primos”, había dicho su abuelo. “En las vacaciones te van a buscar tus papis. Sé bueno, Pórtate bien”.
Con doce años, un viaje solitario puede convertirse en aventura. Para Booz sólo significó tener hambre, sed feroz, frío y desconcierto. El asiento se le pegó a la piel. Recién cuando llegó se dio cuenta de que no había ido al baño. Ignoraba que existía uno en el micro y, por miedo a que partieran sin él, no se había bajado en el camino ni una sola vez. 
Con la misma estudiada lentitud despectiva del inicio de su viaje, Booz se bajó en Liniers. Llevaba una mochila con algunos útiles escolares, ropa interior, un abrigo, un peine. Nadie parecía buscarlo, nada le era demasiado ajeno, inserto en un paisaje con paisanos suyos caminando hacia todas las direcciones. Esperó pacientemente, primero. Esperó con desesperación, luego. Esperó. Cuando amanecía el segundo día de la espera, vomitó algo espeso y amarillo y se desmayó.
La señora del locutorio de la Terminal le permitió llamar gratis, con la condición de que algún día le devolvería el favor. La voz del abuelo sonó tan cerca que lo vivido pareció una broma siniestra. La señora también habló. Luego le dio agua, jugo, salchipapa. Unos días después, lo anotó en el colegio.
En la actualidad, Booz pasa sus días en un Taller, garrapateando trazos ininteligibles en un cuaderno cuadriculado y en la escuela. Un día alguien le preguntó qué pensaba y dijo que estaba juntando. No aclaró qué, pero yo creo que junta de todo: dinero, resentimiento, sueños, nostalgia, soledad. Sentado en la vereda con su cuaderno no espera ya a su inexistente padrino, sino que se le pase la adolescencia y le llegue la adultez, para poder inventar una casa sin penas y poder así, cada tarde, comenzar a volver.

Delicia de velorio

El siguiente relato fue publicado en: http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/08/15/delicia-de-velorio/

19. Delicia de velorio

Goya

Quienes conocieron a Delicia sintieron algo inquietante al enterarse de la noticia de su muerte. Parecía mentira; era infinitamente vieja y la gente se había resignado. La hora llegó cuando la mujer se había convertido en una arruga color beige clarito, de ojos como bolitas verde agua, brillantes, bajo pestañas ralas. Siempre impoluta, enfundada en su guardapolvo tieso, engalanado por los años de blancura. La directora Delicia. Falleció. Lamentamos el deceso. ¿Se murió? Nuestras sinceras condolencias.   
La gente fue llegando al velorio con cara de circunstancia. No somos nada. Delicia había sido maestra en la 79 cuando era la 14, en la primaria, y se contaban de ella leyendas que habían sentado las bases de un poderío indescriptible. Alumnos que se habían orinado encima sólo porque Delicia había pronunciado su nombre. Padres obsequiosos que se habían enamorado de sus ojos cuando eran oscuros y le habían regalado un visón, un viaje a Europa, un gato persa. Un día estamos y al otro no.  Madres despechadas por la adoración que provocaba, celosas, rindiéndole pleitesía durante los actos del Día del Maestro, entregándole ramos de rosas con espinas.La Delicia, la de la época del puntero, la pluma y el tintero. La vida, este valle de lágrimas. 
Murmullo de velatorio, entretejido de chismes, anécdotas, santiguaciones. Que descanse en paz. Palabras de Delicia no pronunciadas por su boca muerta sino por el runrún de la sala, hojarasca sobrevolando el hedor de las calas podridas:
“El guardapolvo no se mancha”, “Se debe ser y aparentar lo que se es” ,“Maestra, con Mayúsculas”, “Para ser Maestra, hay que tener vocación verdadera” “Los educandos nos agradecerán en el futuro todo el rigor que les impongamos en el presente”, “Es por su bien, no por el nuestro”… Una enorme pérdida. Dios nos ayude a soportar tan grande ausencia.
Delicia fue secretaria, después de ser maestra. Luego, directora. Se murió en la escuela, con el guardapolvo puesto, detrás del escritorio a donde la habían relegado a causa de su pura vejez, mirando sin ver el transitar de docentes jóvenes, chiquillos impetuosos, auxiliares, padres, equipos de música, trajín de escuela, en fin, “aire que respirar”, en sus palabras. No hay lágrimas suficientes. ¿Hijos no tuvo? Shhh, siempre señorita. Nunca se casó. 
Una mujer espía escondida por una corona. No sabe que el resto de las mujeres presentes conocen su secreto. (Todas saben e ignoran que las demás saben). Nos ha abandonado en cuerpo, pero su espíritu permanecerá eterno. Cada una cree que Delicia le hizo algo personal, que fue con ellas el asunto de la pregunta. Jamás sabrán que formaban parte de un cosmos construido por una tirana increíblemente perversa, porque no compartirán su dolor: es un secreto teñido de vergüenza. Delicia, despojadora de la inocencia virgen del deleite del primer día de clases.  Era de Dolores, pero acá no se ve ningún pariente. ¿Se habrán enterado? Era muy vieja.
Durante su reinado infinito, Delicia recibió con una sonrisa de dientes afilados a cada mujer de cara emocionada. Le dio un paseo por la escuela, le dio papeles que firmar, ofreció té, le hizo la prueba. Las que aguantaron, se quedaron. “En esta escuela enseñan las maestras con vocación, la escoria que vaya a otra parte”. Había perfeccionado su método: un pequeño niño, angelical, suave, se acercaba a la maestra que, radiante, acababa de apoyar su cartera en la silla ante el escritorio. La nueva se inclinaba, solícita, para escuchar al pequeño. Delicia observaba desde la puerta: a veces pasaban años sin oportunidad de ver la escena. El pequeño pronunciaba la pregunta. En la reacción de la interrogada, Delicia medía cuidadosamente cuánta vocación tenía, cuán duradera sería… Delicia, la alquimista de la esencia docente. La desfloradora. La que arruinó la vida de tantas. La que perturbó las ilusiones. La que causó dolor. Le llegó, por fin, la muerte. A todos nos llegará. ¿La querría alguien? Los acompaño en el sentimiento.
En el mujeril velorio, la que espiaba finalmente tomó coraje. Fue fácil hacerlo: nadie había entrado a ver el cadáver que descansaba entre velones inmensos y solemnidad fétida. Cuando quedó frente a la muerta, se sintió más sola que antes. No sabía que representaba en ese momento a decenas de mujeres dañadas de la misma manera. Se oía perfectamente el murmullo de afuera. Una partida anunciada, pero no por ello poco sentida. Recitaban hazañas de la directora, su fortaleza, sus logros, su despotismo, su crueldad, su fiereza. Lo siento tanto. Se han enlutado nuestras almas. La mujer se acercó al cadáver, se agachó, pegó su boca a los oídos llenos de algodón y pronunció la pregunta que el pequeño enviado le había hecho hacía décadas. Ella era de las que había durado solamente un día: no había pasado la prueba. Delicia había recibido su renuncia con inocultable sorna. Taquicardia. Sudoración. Mareo. Repitió la frase ajena, la dijo una, dos, veinte veces. No sintió nada. Había esperado pacientemente la muerte de la vieja. La muerte nos ha cubierto con su manto oscuro. Había jurado que se vengaría y ahora estaba ante un cajón. No alcanzaban las palabras. En un rapto de desesperación, la mujer desabotonó el guardapolvo que enfundaba el cadáver y se lo quitó.
Antes de salir corriendo, con una fuerza sobrehumana, levantó la tapa que estaba apoyada contra una pared y cerró el ataúd. Dobló cuidadosamente el guardapolvo que ya no era mortaja, vació uno de los enormes floreros, lo introdujo en él y lo quemó. Causa una tristeza profunda perder un ser querido.
Si alguien hubiera podido ver el rostro de Delicia cuando se hizo el silencio, cuando las luces se extinguieron, se hubiera estremecido. Desnuda hasta del alma, amarillenta, blanda y cerosa, la sonrisa se le hizo mueca y así marchó hacia el otro mundo, para responder despojada su propia, personal e inevitable pregunta.

La Bestia Peluda

El siguiente relato fue publicado en http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/08/08/la-bestia-peluda/

18.

La Bestia Peluda

ilustración de Aylén Giraudo

 El primer registro de la existencia de la Bestia Peluda data de 1962: una empleada lavaba las tazas del personal y vio un extraño ser observándola desde el ventiluz que da al patio de la 11, entre las ramas de una higuera. Presa de una crisis nerviosa, la mujer corrió hacia las escaleras, con tanta mala suerte que cayó y se lastimó seriamente. En el libro de actas, bajo la fecha, figura el siguiente relato, de puño y letra de la directora de ese momento: “Rita describió detalladamente al animal que le provocó el susto relacionado con su accidente. Dijo que tenía el cuerpo de un gato mediano, la parte superior de la cabeza parecida a la de una nutria, ojos como avellanas, relucientes, dientes amarillos, corvos, grandes, orejas parecidas a las de un ser humano. Las patas eran perrunas, y sobresalían garras de todas ellas. Una cola finita y larga, como de rata, pero prensil, envolvía parte de su cuerpo. Por supuesto, estamos seguros de que ningún animal existente tiene semejante aspecto y esperamos que los médicos que atiendan a nuestra compañera encuentren la explicación para semejante confusión, ya que nada parecido a eso existe en la escuela”.
egún un profesor, alumno de la 11 en esa época, el episodio realmente sucedió y provocó comentarios risueños durante muchos meses. No hubo mayores novedades hasta el 16 de marzo de 1985, fecha en la que la criatura hizo su segunda aparición pública. Esta vez, salió de una rejilla mal cubierta, algo oculta entre las plantas que adornaban en ese entonces el patio. Un grupo de alumnas que jugaban al elástico en esa zona quedó estupefacto ante la oronda caminatita de la Bestia Peluda, como quedó bautizada desde ese momento por un niño que estaba jugando al chupi sentado en el piso: al ver al animalejo, se puso de pie y salió corriendo hacia el enorme portón que comunica el patio con el interior de la escuela gritando: “¡La Bestia Peluda, la Bestia Peluda!” con una vocecita aguda que le rompió los tímpanos a todos y concentró la atención en él y no en el bicho, que muy tranquilamente le guiñó un ojo almendrado a la chica más linda del grupito y volvió a meterse dentro del hueco. Las niñas realizaron dibujos retratando la Bestia; uno de ellos fue tan bueno que ganó un concurso organizado por el Banco Provincia y quedó colgado hecho cuadro, con un bello marco dorado, desde el momento de la premiación, en la dirección de la escuela.
La descripción de las niñas coincidió con la de Rita, pero ese crucial elemento probatorio de la realidad de la Bestia Peluda no se conoció hasta muchos años más tarde, cuando llegó como directora una controversial y estrafalaria señora que decidió poner patas para arriba todo para limpiar. Abrió puertas que estaban cerradas desde hacía décadas, arrancó telarañas ya sólidas y espesas de mugre acumulada, plumereó los maravillosos murales decorativos, lustró maderas, escritorios, los ornamentados armarios de la biblioteca. Descubrió recovecos, una salita en donde había un banco de carpintero y herramientas oxidadas, el agujero en el alambre tejido por donde entraban las palomas al abandonado salón de actos y… el libro de actas en donde estaba el relato de Rita, copiado al principio del presente informe. Recuerdo que entré en la dirección y ahí estaba, la señora directora, inmersa en la lectura del enorme libraco encuadernado en cuero.
_ Mirá, mirá lo que encontré, qué interesante… escrito con lapicera fuente, ¡qué belleza!
Leí de reojo, por compromiso, justo, de casualidad, la descripción del animal. Pensé que me estaba haciendo una broma.
_ Sí, claro_ le contesté, evitando mirar el cuadro que colgaba burlonamente sobre nuestras cabezas_ Si no fuese porque lo separan décadas, diría que coincide con el retrato de la Bestia Peluda de la 11.
No hizo falta más. Cerró la puerta con llave (hecho que me causó una conmoción mayor que la pretendida realidad de la leyenda urbana de la escuela) y me exigió el cuento, con lujo de detalles.  Hasta hizo una recreación de los grititos del niño de las figuritas, según dijo, para estar segura de que había entendido bien. Cuando finalmente me dejó salir, agobiada y preocupada por su salud mental, se precipitó blandiendo el librote hacia la cocina, se dio vuelta y me gritó:
_ ¡No te preocupes, Lara, si hay una Bestia Peluda en la 11, la voy a encontrar! ¡Como que me llamo Nora!
Y desapareció.
Literalmente, desapareció. Cuando volví a trabajar, la semana siguiente, la leyenda de la Bestia Peluda circulaba vigorosa, con un interesante agregado. Después de escuchar aproximadamente cien versiones contadas por cada alumno y personal de la escuela que quiso dar testimonio sobre el caso, yo misma anoté, utilizando una lapicera común y corriente, en el gigantesco libro de actas de 1962 (único vestigio hallado durante la búsqueda de Nora dentro del edificio), el siguiente  relato de lo sucedido durante la tarde del 18 de diciembre de 2011 y la mañana del 19 :
“La señora directora de la 11 ha abandonado su cargo en forma irregular, por no presentar la documentación adecuada para ello. Existe una versión fantástica acerca del por qué de su partida; a pedido de ciertos profesores la registraré aquí, a modo de curiosidad:
Nora decidió emprender la búsqueda del legendario monstruo de la escuela, la Bestia Peluda, convencida de su realidad. Dejó este libro sobre la mesada de la cocina y se dedicó imprudentemente a desatornillar las rejillas, destapar canaletas, abrir ventiluces, destrabar ventanas y a vaciar la cocina de todos los chirimbolos útiles e inútiles que hay en ella. Se hizo la hora de partir y el personal auxiliar se marchó; ella, a pesar de las advertencias que le hicieron sus compañeros de trabajo, no quiso abandonar la insólita búsqueda y se quedó sola dentro de la escuela, encerrada, ya que la señora Mary declaró ante la policía que cerró con llave al salir y que era la única que disponía de copia en ese momento.
(Cuando Mary me contó su versión, añadió algo que me pareció inventado en el momento, por puro afán poético. Me dijo que esa noche en un sueño caminó frente a la escuela y al llegar a la esquina se dio vuelta para mirar el enorme edificio, vio luz en la ventana de la cocina y la sombra vacilante de Nora, recortada sobre el vidrio, observando algo que se movía sobre donde deberían estar las hornallas. Dijo que, a pesar de que en el sueño era consciente de que estaba soñando, sintió un escalofrío premonitorio y desagradable.)
Un vecino que había salido con su perro para que hiciera sus necesidades declaró que escuchó una voz de mujer que gritaba: “¡Te agarré, guacha!” o algo por el estilo aproximadamente a las dos de la madrugada, hecho que causó gran regocijo entre el alumnado (por imaginar a la directora a los alaridos pronunciando la palabra “guacha”) y pavor en el vecino, que no se pudo explicar el por qué de semejantes voces a esa hora en una escuela y se fue a dormir alarmado. Antes de acostarse, llamó a un móvil policial y notificó lo que había escuchado. Por eso es que todos sabemos que a las 2:30 ya no había nadie en la escuela. El móvil llegó, revisaron el perímetro del lugar temiendo un robo (cosa habitual en esa zona y en esa época), llamaron a más efectivos y se quedaron haciendo guardia hasta el otro día, cuando Mary llegó nuevamente y abrió el enorme portal. Declararon que nadie salió mientras estuvieron esperando. Nadie entró. Por eso deduzco que Nora, a las dos treinta, ya no estaba dentro de la escuela.
Lo que para mí es una broma de mal gusto que ya lleva demasiado tiempo para causar gracia, para el resto de la gente es cosa de la Bestia Peluda. Contra todo mi sentido común termino el informe, y aclaro que no creo una sola palabra del mismo:
Dicen que, al quedarse sola, Nora prendió las hornallas de la cocina y el horno. Había destapado y abierto todos los huecos de la cocina.
Dicen que esperó allí hasta la medianoche, y como no pasaba nada, exclamó sin darse cuenta que le vendería el alma al diablo a cambio de ver al monstruo.
Dicen que la Bestia Peluda, instantáneamente, ingresó a la cocina por el ventiluz que la misma Nora había abierto, usando como plataforma las ramas de la vieja higuera.
Dicen que se miraron fijamente, las dos, durante unos minutos que parecieron durar horas. Algunos aseguran que fueron horas que parecieron minutos.
Dicen que Nora exclamó en ese momento el famoso: “¡Te agarré guacha!”, que inmortalizó la frasecita, en vigencia aún en la localidad.
Dicen que la Bestia la miró con tristeza y luego agachó la cabeza, haciendo ruiditos de lamento, cuando apareció Satanás en persona bajo la figura de un apuesto hombre maduro y gentil.
Dicen que Nora, extasiada, se aferró al brazo del galán y se fue con él hacia el patio de la escuela.
De Nora, desde ese momento, no hubo noticia alguna.”
De la Bestia Peluda hay, de vez en cuando, no sólo en la 11. Se reportan apariciones de Bestias Peludas en otras escuelas, en edificios públicos o privados de todo tipo, solas o en grupo, pero estoy convencida de que es la imaginación de la gente, desmesurada, que en lugar de ver ratas ve cualquier cosa. Por si acaso, descolgué el cuadrito que adornaba la dirección, no vaya a ser que por culpa de una Bestia Peluda nos quedemos nuevamente sin autoridades… Hay que estar atentos y despiertos; ya lo dijo un gran artista: “El sueño de la razón, produce monstruos”.
Goya

domingo, 4 de octubre de 2015

Ausencia con presencia


Pasó como pasaron todas las cosas: de repente se puso de moda entre los adolescentes usar pasamontañas y zas, ahí tenés, una invasión de encapuchados igualitos a los ladrones de bancos de las películas viejas llegando a cualquier hora con paso cansino a las escuelas y a las casas.
Al principio las chicas les ponían pines, les hacían algún arreglo con brillitos... pero eso también pasó de moda y fueron quedando iguales, de negro, cabezas con forma de cabeza pero sin rostro paradas o sentadas por ahí debajo de las capuchas, gorros y viseras, por más calor, transpiración y solicitudes que se recibieran. Porque no vayan a pensar que los padres y docentes no pusieron el grito en el cielo al principio, los inadaptados, los incapaces de comprender. Había que verlos (u oírlos): 
_ Oiga, señor, sáquese todo eso de la cabeza. 
_ No quiero. 
Y listo. El pibe (o la piba, no había ya forma de saberlo), resguardado en su funda de lana, había levantado otra pared. 
Los estudiosos de la adolescencia y la educación, que son infinitamente superiores en su sabiduría a los padres y docentes, salieron inmediatamente al cruce. Esgrimieron argumentos gastados, pero eficaces en el paradigma moderno: 
_ El pasamontañas, al igual que la visera y las zapatillas (¿y a quién le importan las zapatillas?) son IDENTITARIAS y debemos respetarlas. 
_  En educación NO IMPORTA SI ES CHICA O CHICO, NO IMPORTA CÓMO ES LA CARA.
Y bueno. No importó, no importó. No importó que los docentes dijeran que los chicos se pasaban los auriculares por debajo de las capas de tela, que dijeran que no largaban el celular y que no había forma de saber quiénes eran, de hablar con ellos, de verles la expresión del rostro.... de enseñar algo de toda la lista de cosas importantes que había que enseñar. No importó que los padres dijeran que habían perdido toda posibilidad de diálogo con sus hijos. Qué sabés, qué sabés, si no sabés nada, si ya todos sabemos que padres y docentes están INCAPACITADOS. 
Ufff.
Había que CAMBIAR LAS ESTRATEGIAS.  
Fue así que hubo que limitarse a las decisiones personales. 
Hubo padres que se desentendieron de lo que sucedía debajo de las capuchas y finalmente, los DEJARON SER. 
Con los docentes fue más variado. 
Hubo quien decidió continuar explicando la voz pasiva, la teoría de la evolución, el gobierno de Rosas y la irregularidad del verbo ser ante quien deseara escucharlo, a pesar de no poder saber quiénes eran. 
Hubo quien decidió que nada podía hacer de esa manera, se cruzó de piernas ante el escritorio y se puso a jugar on line o a leer a Kafka. 
Algunos renunciaron al trabajo y se pusieron un kiosquito.
Hubo quien se sintió atemorizado ante los encapuchados. Se multiplicaron las licencias psiquiátricas, los ataques de pánico. Las ausencias con presencia. 
Porque no vaya a pensarse que solamente los pobres chicos, así camuflados ante la vida y los registros de asistencia, pasaron a considerarse "ausentes en presencia". Hubo docentes que se quedaron ahí, estando sin estar, con la cara al viento. 
Una de las analistas del suceso escribió en su libro El manifiesto del adolescente del s. XXI que quizás esos docentes, padres y encapuchados sólo estaban esperando a Godot. 
Casi nadie lo entendió.