PROYECTO PIBE LECTOR

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jueves, 18 de diciembre de 2014

Inclusión educativa



Cierra otro año lectivo, cargado de problemas y deficiencias. No se cumplieron los 180 días de clases. Continúan los problemas de infraestructura, los docentes siguen cobrando muy poco, hubo alumnos que abandonaron la escuela y, los que se quedaron, no recibieron una educación de calidad óptima.  Al parecer, la sociedad argentina finalmente se ha puesto de acuerdo con respecto a estos puntos y reconoce que urge un cambio.

En estas épocas de precisión terminológica y eufemismos, la primera medida que deberíamos tomar es llamar las cosas por su nombre y, ya que reconocemos la existencia de un problema, actuar para resolverlo. Dejar de emitir mensajes contradictorios sería un buen comienzo, y eso se puede hacer hoy mismo, en los hogares. Términos como "Divertirse" y "Entretenerse", por sólo tomar dos ejemplos, no tienen necesariamente relación directa con lo que sucede cuando se lleva adelante una situación de aprendizaje. Distinto es el caso de "Interesarse", que sí la tiene. La sociedad debe comprender y transmitir a sus hijos que aprender da trabajo, que demanda un esfuerzo y un compromiso. La escuela debe crear y promover situaciones de aprendizaje motivadoras e interesantes para sus alumnos, que son individuos con diferentes características, saberes previos y preferencias, y están juntos durante lapsos de tiempo largos dentro de aulas. "Te compadezco porque tenés que ir a la escuela", "La escuela no sirve para nada", "Los docentes no están capacitados", "Pérdida de tiempo" no pueden ir junto a "Tu obligación es ir a la escuela"; no son mensajes positivos para nadie. El apoyo familiar que recibe cada alumno y lo que sus padres opinan acerca de lo que debe suceder durante las horas que los chicos están dentro de la escuela inciden sobre el desempeño individual, lógicamente. Si la actitud del alumno hacia el aprendizaje formal es negativa, la calidad de la educación que reciba no será la mejor, independientemente de los esfuerzos que hagan o no hagan sus docentes. Y la palabra que resuena por todos lados: "Inclusión", se quedará siendo una mera palabra.

Los niños y los adolescentes deben estar todos los días adentro de la escuela, pero la "inclusión" no se logra obligando a la gente a meterse adentro de un edificio. Inclusión tiene que ver con el objetivo final que persigue cada institución: lograr que sus alumnos, al finalizar el proceso de escolarización, sean buenos ciudadanos, capaces de insertarse en el ámbito laboral o continuar estudiando en niveles superiores. Ayudar a los alumnos a desarrollar sus capacidades, estimularlos para que sean pensadores críticos libres de elegir entre muchos caminos es incluir. Mejorar la forma en que se está trabajando en las escuelas sería una forma de lograrlo.



"No hace falta acumular memorísticamente contenidos, porque existe internet y los pibes se mueven por el ciberespacio como pececitos en el agua". Estamos de acuerdo en ese punto, hasta que los pibes contestan que el siglo XX es el de las dos cruces o señalan que Latinoamérica queda en el medio del Atlántico en un mapa. Tenemos que dejar de confundir la existencia de la tecnología y la posibilidad del acceso a ella con el saber. Localizar en Wikipedia un artículo sobre los números romanos, imprimirlo y entregarlo sin leerlo no es lo mismo que realizar un trabajo práctico sobre el tema, comprenderlo y aprender. Los resultados de la confusión están a la vista: demandamos un mínimo de cultura general a los jóvenes al mismo tiempo que destruimos la idea de que ese mínimo es necesario. Dotar a los jóvenes de una sólida cultura general es incluirlos dentro del número de los privilegiados que completarán sus estudios obligatorios y podrán elegir continuar estudiando lo que deseen.

No comprender lo que se explica o lee en clase, excluye: la escuela se convierte en ininteligible. Es prioritario resolver este tema que provoca deserción, reacciones violentas, frustración, repitencia y fracaso, logren o no los alumnos finalizar su trayectoria. Creo que una buena medida sería convertir las áreas de Lengua (para usar la palabra que conocemos todos) y Matemáticas en ejes troncales. Sociales y Naturales, con todas las asignaturas vigentes, deberían relacionarse con las troncales integralmente, con los docentes trabajando de a dos bajo la forma de "pareja pedagógica". El objetivo mínimo a conseguir en Lengua sería la comprensión lectora, desde todos los ángulos, mientras los alumnos adquieren una cultura general interdisciplinariamente, que les permitirá comprender más y más temas. El objetivo en Matemáticas lo supongo, ya que no es mi área: sería poder resolver las cuatro operaciones básicas y problemas de todo tipo.

No hace falta explayarse en las ventajas que trae el trabajo en equipo. La pareja pedagógica permanente provocaría la existencia de un "clima propicio" en el aula y daría fin al problema inmenso de las horas libres, las acusaciones de subjetividad al evaluar, facilitaría que los docentes se actualicen y mejoren la planificación de sus clases, el compromiso con la Institución, el conocimiento de la comunidad educativa que la compone. Los docentes podrían concentrar su carga horaria en las escuelas con mayor facilidad y dejarían de ser "profesores taxis" trabajando tres turnos en muchas escuelas: otro problema grave.

Todas las escuelas deberían contar con su gabinete psicopedagógico para concretar la "inclusión" de todos los alumnos y alumnas. El "contener a los chicos" debería ser realizado por personal competente y no por docentes. Cuando hubiera un alumno (o varios) que con su comportamiento afecta el normal desarrollo de las clases (que es el de las situaciones de aprendizaje interesantes y no un calvario en donde hay que repetir de memoria cosas sin sentido que no le importan a nadie), éste debería ser llevado con premura al gabinete para recibir la atención completa de profesionales que lo ayuden a corregir los comportamientos incorrectos. Puro sentido común: lo único que se logra cuando un alumno perturba el desarrollo de una clase es que todos, incluido el alumno que se comporta inadecuadamente, queden excluidos. Se pierden horas valiosísimas con problemas de este tipo, y el resultado es que los que querían aprender no pudieron, el chico o chica que necesitaba contención adecuada no la recibió y tampoco aprendió nada y el docente... hizo lo que pudo. Un "clima del aula desagradable" excluye y provoca ausentismo, repitencia y deserción. Se necesitan profesionales para contener. El cuadro lo completaría un coordinador asalariado del Consejo de Convivencia (que debería funcionar en cada escuela), un profesional especialista en mediación y resolución de conflictos presente durante la jornada escolar para hacer eso: resolver los conflictos que se presenten e impidan el normal desenvolvimiento de las clases y prevenirlos.



Afirmé que son tiempos de precisiones terminológicas: el año próximo habrá elecciones. Son tiempos de creación, de bocetos, de formular respuestas. Un equipo de especialistas debería pasar el verano elaborando cómo resolver muchísimas cuestiones relativas a la educación pública, que por supuesto exceden a las señaladas en mis textos. Quizás comencemos mejor el ciclo 2015. El candidato o candidata que presente una propuesta para mejorar la educación pública que vaya más allá de prometer mejoras salariales a los docentes y rasgarse las vestiduras señalando falencias, posiblemente, será un candidato o candidata a tener en cuenta a la hora de votar.

Este texto fue publicado en http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/12/19/inclusion-educativa-una-mera-palabra/


viernes, 5 de diciembre de 2014

Todos contra los alumnos



Para comprender una situación es necesario contemplar todos los aspectos involucrados.

Últimamente, después de algunos hechos tremendos que tomaron dimensión pública (el presunto envenenamiento del profesor Porro, el video del docente golpeado en Formosa, la pelea de las alumnas de Monte Grande, por mencionar algunos ejemplos), se ha retomado el desagradable hilo narrativo abandonado en marzo, que tenía como protagonistas a los docentes y a los alumnos. Los "burros", como se repitió hasta la náusea en los medios de comunicación durante los 17 días de paro docente (estos últimos, "los vagos"), se han transformado al parecer en homicidas en potencia, en pichones de Circe, en "salvajes".

Quién diría, la vieja antinomia de la civilización y la barbarie, pulida y remozada por las camaritas de los celulares, en televisión.

Se trata el tema de las "AULAS SALVAJES" en mitad de pantalla, ilustrado profusamente por videos en donde se ven chicas agarrándose a las trompadas y a las patadas como si estuvieran en la jaula de UFC. Algunos canales le ponen una nubecita sobre el rostro, por pudor ( han tomado en cuenta que las gladiadoras son menores de edad). Otros difuminan la imagen (han notado que es muy violenta, quizás, como para que la vean los televidentes mientras almuerzan). Otros ponen el video como está, total, para qué ser hipócritas. Lo musicalizan con heavy metal, que combina muy bien. Mientras desfilan circularmente las imágenes, se habla mal de los alumnos y de los docentes. ¿Y de los padres? Al parecer, por ahora, en el relato de marras, los papis brillan por su ausencia.

Los alumnos, fuera de la escuela, son "menores". No es lo mismo interpretar un intento de asesinato o una agresión física dentro de la escuela que en un boliche, en la calle, en el ámbito familiar. Estemos o no de acuerdo, la comunidad educativa tiene sus reglas, sus protocolos, sus normativas. Obviamente, si se ha incrementado el nivel de violencia en nuestra sociedad, lo mismo pasará adentro de las escuelas, que forman parte del tejido social. En el modo en que está reaccionando la escuela ante este incremento está el problema que hay que resolver, y de eso deberíamos hablar, con seriedad. 

Así como los docentes no somos superhéroes ni estamos capacitados para reaccionar ante una situación que requiere especialistas en contención (recordemos que los docentes están capacitados para enseñar Matemáticas, Química, Literatura, etc. y no para separar contrincantes ni esquivar golpes), los alumnos no son "burros" ni "salvajes".

Los chicos de la Argentina de 2014 que se comportan de manera violenta (que no son todos, por supuesto) están reaccionando a su manera ante una realidad que los excluye y los agrede, ante la pobreza, la soledad, la disgregación familiar, la ausencia de valores positivos, los mensajes contradictorios que les envía el mundo adulto.

Todos estamos de acuerdo en que la Escuela está cumpliendo actualmente la función de CONTENER. Todos estamos de acuerdo con que los docentes deben ENSEÑAR los saberes y herramientas necesarias para que sus alumnos egresen siendo ciudadanos responsables y capaces de ingresar en el mundo laboral o continuar sus estudios superiores. Falta algo, a todas luces. Los docentes que están conteniendo, no pueden enseñar al mismo tiempo. O, por lo menos, no pueden hacerlo de la mejor manera.

En lugar de continuar descalificando, insultando y echando leña al fuego, incorporemos a las escuelas personal capacitado para contener: es imprescindible y urgente. Una vez que los alumnos estén "contenidos" por quienes saben hacerlo, se podrá comenzar a recorrer el camino arduo que los especialistas llaman "reconstrucción del tejido social". Así, en el futuro, tal vez haya menos chicos que necesiten ser "contenidos" y las aulas dejen de ser "salvajes" para ser lugares cálidos en donde se construya aprendizaje con respeto y, a veces, los alumnos hagan travesuras.

El texto anterior fue publicado por Infobae: http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/12/06/todos-contra-los-alumnos/

sábado, 15 de noviembre de 2014

Al compás de... ¿Antón Pirulero?


Para Antonio

Un docente entusiasta, apasionado por la Literatura y la escritura, anuncia en su muro de Facebook algo que puede sintetizarse así: "Hasta acá llegué". Debajo de los incomprensibles "me gusta" aparecen comentarios de agradecimiento y saludos: nadie pide explicaciones. Yo tampoco.

Los tiempos cambian, los profesores históricamente han ido amoldándose, acomodándose a las formas de vestir, a las jergas, a los contextos que influyen en el comportamiento de los niños y adolescentes. Desde "arriba", durante los últimos quince años, han "bajado" cambios que marcaron el ritmo del baile... que nunca se caracterizó por ser lento ni tranquilo. Entre el "arriba"  y la sociedad, hoy suena una intrincada milonga. El que no puede seguir el ritmo o hacer bien los firuletes, queda caído en el borde de la pista, o con la lengua afuera, por lo menos, hasta que logra tomar nuevamente aire para seguir.

Sucede algo nuevo y descorazonador. Los roles se han desdibujado, las contradicciones (que provocarían una sonrisa al ser vistas desde "afuera"), asoman por todos los agujeros y agujeritos. Cantidades de agujeros y agujeritos, rincones y rinconcitos. La sociedad, ante cualquier noticia relativa a menores que se cuela por uno de esos orificios pregunta, impetuosa y petulante: "¿Y dónde estaba el adulto responsable cuando sucedía eso?". Contestar parece en vano: los adultos no responsables parecen interpelar sin estar dispuestos a oír respuestas. Sólo se acusa, se señala, se culpa. Al parecer, a nadie le interesa escuchar los porqué. Quizás ésa sea la razón, la "culpable" de la crisis educativa, el motivo que lleva a dejar las aulas a un docente de inmensa vocación que "antes" "lograba" que los alumnos que no leían "con nadie", con él, lo hicieran.

Ojalá alguien quisiera escuchar o espiar un poco por los agujeritos para entender por qué estamos teniendo problemas con la calidad educativa en las escuelas públicas. Por un lado, como siempre, es cuestión de dinero: salarios bajos, problemas edilicios. A eso, uno puede acostumbrarse, a pesar de la carga simbólica que coloca sobre los hombros de los integrantes de la comunidad estar en un lugar indigno y la falta de dinero. Repito: uno puede acostumbrarse. Pero hay cuestiones a las que, sencillamente, no puede. Cuestiones que te declaran la guerra a nivel personal, cuestiones que te despabilan y te enfrentan a tomar decisiones como la que tomó mi colega.

Se necesita ayuda en las escuelas. Gabinetes con personal preparado para afrontar situaciones conflictivas todos los días, todos los turnos. Personal capacitado para resolver conflictos. Reglamentos nuevos para prevenir y manejar problemas. Todo eso que está escrito, en teoría, se vuelve complejo al llevarlo a la práctica. El comportamiento de los chicos, de las familias, el ausentismo, las situaciones que surgen a diario, no facilitan en nada el aprendizaje ni el trabajo de nadie. Se necesita urgentemente un cambio de actitud general y que cada cual asuma su rol con coherencia. Los profesores no son otra cosa que profesores... y necesitan que los chicos sean alumnos para poder enseñar las disciplinas que les corresponden. No son médicos, ni psicólogos, ni guardianes, ni animadores de cumpleaños, ni personajes de caricatura, ni superhéroes, ni carceleros, ni niñeras, ni acompañantes terapéuticos, ni padres de hijos ajenos, ni cocineros, ni auxiliares, ni conductores de televisión, ni directivos, ni preceptores, ni asistentes sociales, ni campeones de artes marciales mixtas, ni una larga lista de sustantivos que indican profesiones para las cuales no están preparados. Dejando ironías de lado, la solución es simple: o se prepara a los docentes de los nuevos tiempos en otros campos o se agrega personal idóneo en las escuelas para cumplir los roles que sean necesarios. De esa manera, los docentes podrán dedicarse a la tarea que les compete: enseñar.

Existe un peligro mayor al de perder buenos docentes si la milonga sigue siendo ejecutada de forma tan vertiginosa. Podemos comenzar, al igual que sucede con lo salarial y lo edilicio, a acostumbrarnos a que cada vez se enseñe menos, a que se aprenda menos y menos. Cambiemos la milonga por el Antón Pirulero, entonces, y que cada cual atienda su juego, antes de que nos acostumbremos a más cosas impensables.

Este texto fue publicado en: http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/11/17/por-que-los-buenos-maestros-dejan-la-escuela-publica/

domingo, 26 de octubre de 2014

¿Qué pretende usted de un profesor de secundaria?


Ser profesor en escuelas secundarias significa tener que hacer muchas cosas.

Se debe ser puntual y no faltar, como en todos los trabajos. Cuando suena el timbre de finalización del recreo (o de ingreso a la escuela, según sea el caso), el docente debe conseguir que sus alumnos ingresen en el aula y se ordenen en sus respectivos lugares. Debe buscar a los chicos que deambulan afuera o que tardan. Debe conseguir que todos tengan lapiceras y papel para escribir, en el caso que espere que los alumnos escriban. Debe conseguir que los alumnos traigan sus netbooks, las enciendan y no comiencen inmediatamente a jugar al Counter o al GTA (cabe destacar que el docente, en la actualidad, debe incluir la netbook en sus planificaciones didácticas para utilizarla eficazmente)Debe haber planificado una clase que esté de acuerdo a los saberes previos de los alumnos, a su heterogeneidad, y sea motivadora, creativa, divertida, interesante. Debe haber previsto que algunos de sus alumnos no habrán comprado ni llevado ni conseguido los materiales que pidió, por lo cual, deberá llevarlos él mismo, en el caso que la clase necesite de materiales de apoyo. Debe conseguir que los alumnos se ordenen y comiencen a prestarle atención para llevar adelante la clase. Debe conseguir que los alumnos respeten las normas de convivencia de la escuela. Debe lograr que dejen de utilizar incorrectamente sus celulares y tecnologías diversas para jugar o distraerse en clase. Debe lograr que, si hay alumnos durmiendo, se despierten. Debe ganarse el respeto de sus alumnos, ya que no le es inherente por ser profesor, clase a clase. Y debe conseguir que, cada día, aprendan.

El profesor debe diagnosticar, elaborar planificaciones, proyectos, papeles. Debe confeccionar trabajos prácticos, debe diseñar evaluaciones a medida de lo que enseñó, para corroborar y comprobar que lo que él cree que sucedió en su clase, sea correcto. Esto lo debe hacer constantemente: si los alumnos no vinieron, no participaron, no entregaron los trabajos, no quisieron hacerlos o cualquier cosa que haya sucedido, debe comunicar estos hechos por escrito, diseñar otros trabajos y esperar que los hagan esta vez. Y si sucede otra vez: debe hacerles otros.

Debe estar atento ante problemáticas diversas: posibles agresiones entre los alumnos, casos de bullying, ausencias reiteradas, problemas familiares, problemas de salud, adicciones, estados alterados. Debe saber si existe la probabilidad de que alguien posea un arma, esté bajo los efectos de alguna sustancia, haya planificado una travesura de cualquier tipo; debe anticiparse a lo que pueda suceder. Todo lo que detecte, debe escribirlo y comunicarlo debidamente. Todo lo que suceda durante su clase, será su responsabilidad. Todo. Lo bueno y lo malo. Todo lo que no detecte y esté sucediendo fuera de su clase, en la calle, dentro de las casas de sus alumnos, y no haya comunicado debidamente a las autoridades, también es su responsabilidad. Use usted su imaginación para cargar de significado la palabra "todo"  y recuerde que está imaginando un aula contemporánea y no la suya, de cuando era adolescente. Los tiempos han cambiado, estimado lector: visualice un adolescente actual. ¿Ya lo hizo? Siga leyendo, entonces.

El profesor no debe estigmatizar al alumno de ningún modo. Si uno o más alumnos incumplen las normas de convivencia de la escuela, debe comunicarlo en forma escrita para que se reúna el Consejo de Convivencia o derivar el caso a Gabinete Psicopedagógico. Si sospecha que sucede algo malo, deberá seguir el protocolo que corresponda. Jamás debe dramatizar: aunque la situación le parezca gravísima, deberá conservar la calma. Si la escuela no cuenta con Consejo de Convivencia ni con Gabinete Psicopedagógico, Equipo de Orientación, etc.,deberá elevar por escrito lo que observó a las autoridades. El profesor no puede desesperarse, llorar, insultar, gritar, amenazar, sancionar, diagnosticar algo: no es médico, psicólogo, psicopedagogo, autoridad alguna: es un profesor. Sólo puede describir lo que sucede, y debe hacerlo por escrito. Ante cualquier suceso, debe cambiar sus estrategias para resolver el problema. Ante cualquier desastre, será responsable.

Mientras dura el lapso de tiempo entre timbrazo de recreo y timbrazo, un conjunto de adolescentes del siglo XXI están bajo la responsabilidad del profesor, que debe hacer todo lo que enumeré anteriormente. Cuando termina ese lapso, el profesor marcha hacia otro curso, que puede quedar o no dentro de la misma escuela. Debe llevar y realizar todo lo que enumeré anteriormente, de nuevo y distinto: el grupo tendrá otras características o le corresponderá otro diseño curricular por ser otro año. Y así, el profesor de escuela secundaria deambula por diferentes establecimientos durante sus mañanas, tardes y noches.

Yo me pregunto cómo la sociedad no valora a quienes realizan esta tarea tan difícil.

Vivimos en una actualidad donde la violencia es lo común y corriente, donde la juventud no reconoce fácilmente figuras de autoridad ni respeta reglas elementales. Yo me pregunto quién estaría dispuesto a ingresar en un salón de clases cualquiera para intentar enseñar el teorema de Pitágoras o el uso del Modo Subjuntivo a un conjunto de adolescentes cualquiera. Yo me pregunto a quién se le ocurrió que se puede, al mismo tiempo, respetar la diversidad y la heterogeneidad y enseñar los mismos contenidos a todos los chicos. Cómo se pretende enseñar a los filósofos presocráticos y el pensamiento de Michel Foucault a chicos que no comprenden lo que leen, cuando primero se debe resolver ese tema, que no me parece menor. A chicos que ingresaron a la escuela en agosto, en septiembre, porque tuvieron algún tipo de problema. A chicos que han decidido dormir en clase, o jugar a algún jueguito. Cómo se pretende que un profesor sea una especie de superhéroe formidable que logre imponer respeto y orden con su mera presencia, cuando los profesores de verdad son seres humanos que están trabajando en su profesión para ganarse la vida y realizarse, y no les sale una coraza de energía de adentro de sus cabezas. No hay amonestaciones, sanciones, sistema disciplinario, persona idónea y adecuada que se encargue de la disciplina. No hay marco que contenga, que oriente, que ayude a no perder tiempo con el tema de la inconducta de los adolescentes, con excepción del Consejo de Convivencia, que a veces no funciona (o no funciona bien, porque está basado en la buena voluntad de... un docente y no de un asistente social, psicólogo, psicopedagogo, médico, o profesional por el estilo). A veces no hay Gabinete, ni Equipo de Orientación. Y, muchas veces, no hay aula, ni bancos, ni sillas, ni estufa, ni ventilador, ni padres a quienes citar para pedir ayuda o consultar sobre algún problema.

Existe un problema relacionado a la calidad educativa de nuestra educación. Hay informes serios que lo afirman.

Quizás si se modificaran algunas de las pretensiones actuales sobre los docentes, éstos podrían realizar su tarea mejor.

No existe nada, nada más desgastante y más difícil que ser (o trabajar de) profesor de secundaria y comprobar que tus alumnos no están aprendiendo.

Me corrijo: sí existe algo peor. La certidumbre de que no hay, en el horizonte, indicios que auguren que próximamente habrá cambios.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Las madres (y los padres) ya no son lo que eran antes

Los papás de Mafalda... por Quino


Los padres no son lo que eran antes. No es un juicio de valor, es una simple observación. Tampoco el mundo es lo que era antes: hace veinte años, hace diez, hace cinco. Las reglas van cambiando, la historia se precipita, los ciudadanos nos vemos envueltos en una avalancha de innovaciones, modificaciones, pequeños detalles o monstruosas diferencias que inciden sobre nuestras vidas. Se produce una mezcla, una interacción. La gente se adapta a los cambios o no lo hace, directamente, y se va formando un mosaico de generaciones, cada una con sus propias reglas y costumbres, con mayores o menores problemas de convivencia.

Detengámonos en los padres, en las madres. Se aproxima el Día de la Madre y carteles y propagandas continúan diciendo lo mismo que hace décadas: las mamás necesitan artefactos  variados para ejercer con mayor liviandad su oficio de ama de casa. Planchas, licuadoras, microondas, lavavajillas te pueden convertir en un mejor hijo. Las mamás "modernas", jóvenes, delgadas, que aparecen en los comerciales, necesitan telefonía celular de última generación, tablets, netbooks, notebooks. Planchitas para el cabello, maquillajes, perfumes. No se necesita ser especialista para notar que la concepción de lo que debe ser una madre, entendida desde el mundo de los publicistas, al parecer permanece  inmutable. Quizás haya matices: las mejores madres de la actualidad dejan que los hijos se ensucien y salpiquen con harina o barro cualquier superficie de sus inmaculadas casas... porque existen productos limpiadores muy eficaces que sólo ellas manipulan con sus bellas y cuidadas manos y no los quieren estigmatizar: los dejan "ser" en "libertad" (y después, limpian). Una real simplificación de mensajes, cuando se los compara con los que circulan en la vida real.

Los papás y las mamás del s. XXI difieren según la edad que tengan, más allá de las edades de sus hijos y la clase social a la que pertenecen. Una enorme franja de padres lo han sido cuando eran adolescentes, y es un fenómeno muy interesante analizar cómo se comportan con sus hijos. En la actualidad existen papás que consideran que cuidar, amar y pasar tiempo con los chicos es imprescindible, al igual que darles "un buen ejemplo". Esos papás, que dicen frases como "Al que madruga, Dios lo ayuda"o "Siempre que llovió paró" y se aseguran de que sus chicos tengan lo necesario en su mochila para ir a la escuela, conviven con otros papás, que consideran que sus hijos saben acerca de todo innatamente y sólo necesitan para su existencia un celular y un poco de bebida y comida. Esta convivencia de "maneras de criar" es un hecho que genera una diversidad en los comportamientos de los niños muy interesante de observar, más que notoria en sus desempeños escolares y respeto por las pautas de convivencia en general.

Hay una enorme cantidad de padres que consideran que ser padre no implica tarea ni compromiso alguno. Eso hace que existan chicos y adolescentes librados a su buena suerte, que se ven obligados a tomar decisiones respecto a cosas que otros chicos ni soñarían, como el color del auto que se comprará su papá, la alimentación que le corresponde, participar en fiestas para adultos, la cantidad de horas que debe estudiar e, incluso, si debe hacerlo o no. Papás y mamás que andan a los chancletazos (por suerte, los menos) educan a su manera junto a papás que no vienen nunca, mamás que despilfarran su sueldo en el bingo, mamás que jamás tienen diez minutos para conversar con alguien porque trabajan 14 horas para mantener la casa, papás que viven en la misma casa que mamá pero han formado otra familia y comparten el mismo techo por una cuestión económica. Siglo XXI, siglo de mezcla de lo antiguo y lo nuevo: la letrina en el baño, el inodoro con cadena y los inodoros inteligentes, térmicos y autolimpiantes... porque la humanidad continúa necesitando ir al baño. Los viejos parados en la puerta abierta, conversando con la gente que pasa, junto a la inseguridad y la paranoia de las puertas blindadas. Una vez perdonada mi comparación escatológica, pregunto por qué no habría de pasar con los papás, que también son una necesidad básica y característica de la humanidad.

Más allá de la eficacia de las  propagandas que no cambian sus métodos para vender licuadoras, hecho que ignoro absolutamente, termino esta reflexión señalando un detalle que no ha cambiado y que se desprende de mi experiencia como docente: el comportamiento de los padres con sus hijos influye en el comportamiento de éstos. Los chicos de antes, en eso, son iguales a los chicos de ahora: necesitan guía, reglas, límites claros, atención, afecto. Mamás y papás que les pregunten cómo estuvo su día, quiénes son sus nuevos amigos, dónde queda la fiesta a donde van a ir esa noche. Mamás que digan que estudiar es genial y ayuden a aprender las tablas de multiplicar, papás que acompañen a jugar a la pelota, a la cancha o, simplemente, a dar una vuelta de manzana, para charlar a solas un ratito. No hay nada como escuchar a alguien en quien uno confía decir eso de que "Siempre que llovió, paró" cuando se tiene un problema, se tenga la edad que se tenga.  En este s. XXI, que muchas veces prioriza intereses por sobre el de cuidar integralmente a los chicos, jamás debería olvidarse lo fácil que es perder el norte de la brújula: nada hay más importante para el futuro de una Nación que la educación de sus niños y jóvenes.  Nada.

Esta nota fue publicada aquí: http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/10/19/las-madres-y-los-padres-ya-no-son-lo-que-eran/

sábado, 11 de octubre de 2014

Orientación vocacional: cómo trabajar de lo que sos

Nowhere Boy


En estos tiempos locos, querido alumno, vos pensás que no es fácil tener 18 años, terminar la escuela, tener que elegir qué hacer con tu vida de golpe, sin ayuda. Cada vez que lo decís en voz alta delante de un adulto te encontrás con la misma reacción: te dicen que nunca fue fácil y alguno, de vez en cuando, se pone a contarte su propia historia de juventud; te mirás en ese espejo y no te ves ni por casualidad, ¿no es cierto? Y te da más angustia.
Te cuento, querido alumno, que tener 18 nunca fue fácil. Pero las condiciones que hacían "difícil" vivirlos no son las mismas, o, por lo menos, son muy dinámicas y se van metamorfoseando. Prometo no usar palabras difíciles, esa sola, permitime. Te lo voy a explicar mejor:

Ser adolescente apesta. Los adultos tenemos la costumbre de olvidar esa parte de nuestras vidas, precisamente por eso. Ya sabés lo que pasa físicamente: te lo explican en la escuela usando nombres científicos como "pene", "ovulación", "menarca"; hasta láminas te muestran. Hoy usás internet y superás las ilustraciones: "Tarea de investigación: La genitalidad humana". Cualquier chico de primaria tiene al alcance de unos clicks la información apasionante que consistió en el secreto mejor guardado por el mundo adulto durante milenios.
Por más que sepas científicamente lo que te está pasando, igual apesta.
Te salen granos, estás grasoso, tenés olor a transpiración, a pies, no crecés nunca. Tus amigos parecen Gokú y vos Krilin, y si sos chica, el corpiño no lo llenás nunca o lo llenás demasiado. Pero lo peor es lo que se siente por adentro. Eso sí que apesta. Y eso sí que cambió con la época, querido alumno, te lo aseguro.

Los adultos te dicen que era normal odiar a los padres, pelearse con ellos, tener ganas de irse de la casa, no tener ganas de estudiar, estar todo el día tirado en la cama escuchando Pink Floyd, los cambios de estado de ánimo... Ya sé, todo eso te pasa ahora, pero hay una enorme diferencia que posiblemente esos mismos adultos con los que estuviste hablando no ven. Hoy, en este mundo loco en el que te toca ser adolescente, querido alumno, tenés la posibilidad de concretar en la realidad esas ganas peligrosas... estás sin red de seguridad, diría yo. Los padres ya no son los padres de antes, son padres modernos, que andan por ahí, en la suya, y te dejan solo... ¿no es cierto? Y si te hablan, se hacen los amigos y no los padres... Y posiblemente tengas la tremenda certeza desde hace ya muchos años de que eso de ser padre, el tuyo, lo hace bastante mal...

Lo digo con otras palabras, ya sé, te hice un lío. Antes los padres nos mostrábamos ante nuestros hijos como si fuéramos perfectos, sin defectos. Obviamente éramos un desastre muchas veces, pero lo disimulábamos o lo escondíamos, porque teníamos que "darle el ejemplo" a ustedes, nuestros hijos. Ahora no pasa eso, vaya a saber por qué, los padres sienten que tienen permiso para no ocultar que son un desastre... y ustedes se quedaron sin ejemplo a seguir. Qué cosa, no. Si uno lo piensa, es bastante confusa la situación... pero basta con prender la tele y ver cómo los adultos andan diciéndose barbaridades, enojados, metiéndose en la vida privada de los otros, criticando; en fin, haciendo todo lo que uno diría que no hay que hacer si estuviera dando un buen ejemplo.

Los padres no son lo que eran antes. Hay que aceptarlo. Tampoco es una tragedia. Lo que sí es una tragedia es eso de que si no tenés ganas de estudiar, ahora, puedas hacerlo. Cuando un adulto te dice que se llevaba todas las materias porque era un vivo bárbaro, te está hablando de otro mundo, querido alumno, en donde los chicos que no estudiaban eran los menos y se arruinaban el verano recuperando las materias y rendían en febrero. Ahora es al revés,lo sabés bien. Te alcanzaría con sacar de la biblioteca un viejo manual del alumno bonaerense y ver qué estudiaban en 1960 los chicos en primer año  de la secundaria. Te caerías sentado. Ahí sí que se ven los cambios, y ojito, no estoy diciendo que los contenidos fueran mejores. El mundo se transformó. Por eso tenés que ser muy, pero muy conciente, cuando elegís no estudiar, no esforzarte, no practicar. Ir a la escuela tiene que ser para vos como ir a clases de karate: vas a aprender karate únicamente si entrenás duro, no si te la pasás en clase sentado por ahí usando el celular y con los pies cruzados. No te darían el cinturón negro de Karate si hicieras eso... te aseguro que si un profesor de karate te lo diera, hasta vos te irías a denunciarlo por estafador. ¿O no? Con la escuela es un poco más complicado porque no hay cinturones, pero vas a aprender a entender, a criticar, a cuestionar, a ser una persona pensante y autónoma únicamente si estudiás y aprovechás el tiempo. Los adultos que te dicen que cuando eran adolescentes no tenían ganas de estudiar tienen razón, pero estudiaban igual. Porque si no, te las veías oscuras con tus padres, que te mandaban a la escuela para que estudiaras y no para pasar el tiempo como si estuvieras en un club. Eso cambió. No dejes que te perjudique ese cambio.

Hoy irte de tu casa antes de tiempo implica peligros, igual que antes. Hay gente muy mala, ya lo sabés, los noticieros abundan en detalles. Vos pensás que no te va a pasar nada: los adolescentes creen que son omnipotentes. Ojito con eso: te repito, hay gente muy mala. El vivo que te deja pasar en un boliche y te vende alcohol se está dando cuenta perfectamente de que sos menor de edad: tenés un cartel luminoso encima de tu cabeza que dice que sos un adolescente, por más que fumes, tomes, andes solo a las cinco de la mañana y te hagas el adulto. Ese vivo es un delincuente y merecería estar preso por aprovecharse de vos, por más simpático y amable que te parezca. No dejes que te manipulen, que te usen. En estos tiempos locos, lamentablemente, el vivo tenés que ser vos y aprender a cuidarte mejor, porque mucha gente grande se ha olvidado de que tiene que cuidar a los chicos.

Ya termino, tené paciencia. Estamos llegando a lo mejor. Te dije que ser adolescente apesta, pero ¿sabés qué es lo que no apesta para nada y está buenísimo? Ser adolescente. También. Sí, no estoy distraída, ya me di cuenta de que es contradictorio lo que te escribí. Lo que pasa es que se trata de sólo una etapa, vas a ver que con los años te convertís en un adulto joven y se terminan los granos y las ganas de escuchar ... no sé, iba a escribir de nuevo Pink Floyd pero seguro no tenés ni idea de quiénes son. En fin, algo triste. Crecés, y ya está. Se te vienen la adultez, las responsabilidades, el trabajo, los impuestos, pagar el garage y cosas así. Pero no es eso lo que te quiero decir, es esto:

Fantaseá, querido alumno. Estás terminando la escuela, o casi, y sos adolescente. No hay cadenas, lazos, sogas, candados, para la fantasía. Imaginate con barba, con pelada, con panza, no, no, imaginate detalladamente. Un día tuyo en el futuro, viajá con tu imaginación en el tiempo. ¿Qué te haría feliz, allá lejos, a los 20, a los 30, en plena vejez de los 40? Imaginate como quieras, con casa o sin casa, viajando, bañando perros, entrenando delfines, estudiando rocas dentro de una caverna, sacándole sangre a la gente en un hospital, mirando estrellas con un artefacto, arreglando motos, pintando casas o cuadros, en una oficina, en un parque, en un zoológico... imaginate, querido alumno, detalladamente. Porque lo que no apesta para nada es eso de que uno es artífice de su propio destino, y que estás precisamente en la edad de tomar decisiones, de elegir caminos, de inventar tu futuro...

Por supuesto que incide la suerte, la plata que tiene tu familia, si tenés la suerte de ser bonito o no encajás con el cartelito de "buena presencia"... Pero si no tomás la iniciativa y no trabajás en vos mismo, si no te ponés a edificar tu día a día... lo más probable es que te quedes diciendo "para qué voy a hacer eso", "no hagamos nada..." y no te pase nada digno de un ratito de fantasear. Haceme caso, vos, que hoy estabas cabizbajo con un libro de Orientación Vocacional en la mesa, desolado. Dejá de buscarte en nombres de carreras que no entendés y usá la fantasía primero... buscate en tus sueños, deseos e ilusiones, visualizá lo que te gustaría hacer y lo que no harías ni loco... El nombre de la carrera, de la profesión, del trabajo, vienen de la mano de ese sueño. No hagas al revés.

Querido alumno, pronto vas a dejar de ser mi alumno. De eso trabajo yo, de tener alumnos que me preguntan cosas y responderles lo mejor que puedo, porque me imaginé, cuando era adolescente, lo genial que sería trabajar hablando de cuentos, de mitos, de poesías y fantasías a la gente, y sin darme cuenta, me encontré con que quería trabajar de ser lo que soy. Parece un trabalenguas, pero sé que me entendiste. Contame quién sos vos cuando logres imaginarlo... no tengas miedo, quizás la suerte acompañe y si ponés esfuerzo y ganas, termines como yo, trabajando de lo que sos, que es la mejor receta para ser feliz que hay en la Tierra.

martes, 9 de septiembre de 2014

Qué hace feliz a un maestro (A los docentes, en su día)



Me han preguntado muchas veces por qué, si los docentes estamos en disconformidad con tantas cuestiones relativas a nuestro trabajo, no tiramos el guardapolvo y nos dedicamos a otra cosa. ¿Cómo es que si tu salario es bajo, si las condiciones edilicias y de higiene no son apropiadas, si tu obra social es insatisfactoria, si te ves en la situación cotidiana de cumplir con tareas que no tienen que ver con tu formación ni tus expectativas, seguís adentro de la escuela?

Son preguntas lógicas, desde la teoría. Los docentes somos personas que elegimos trabajar enseñando disciplinas que nos apasionan a chicos que no son nuestros hijos. La palabra "apasionan" no suena a nada sensato. Más aún cuando, en esta sociedad violenta y caótica por momentos, explicar un "para qué hacés tal cosa..." se vuelve ininteligible si no viene acompañado de "para ganar X dinero".

El 11 de septiembre es el Día del Maestro. Vos sos papá, mamá, hermano, abuelo, abuela, amigo. Seguramente tenés algún vínculo con un chico o chica que es alumno: estás invitado, naturalmente, a la ceremonia escolar que se llevará a cabo en su escuela para conmemorar el fallecimiento de Sarmiento. Te propongo descubrir en la práctica la respuesta a las preguntas planteadas en el primer párrafo: animate, aceptá la invitación y entrá en la escuela por un ratito.

(Podés entrar sintiéndote parte: pertenecés a la comunidad educativa. Podés entrar en calidad de espectador. Elegí vos).

Te cuento lo que va a pasar. Ingresarán las banderas, con sus abanderados y escoltas. Se entonarán las estrofas del Himno Nacional Argentino, y luego, las del Himno a Sarmiento. Se pronunciarán palabras, seguramente algún alumno o alumna leerá algo que escribió para la ocasión. Quizás un profesor de música tocará el piano o la guitarra y los chicos de algún curso cantarán. Se despedirá a las banderas y luego los chicos entregarán, a modo de souvenires, regalitos artesanales a los docentes presentes. Y habrá aplausos.

Vos preguntabas, papá, mamá, hermano, abuelo, amigo, por qué los docentes seguimos en la escuela a pesar de todo. Ahí, estimado interrogador, está ante tus ojos la respuesta, en el acto escolar sencillo que te estoy describiendo. Mirá bien: ¿Viste a la preceptora, corriendo presurosa para colocar la escarapela olvidada en la solapa de uno de los escoltas? Sus ojos brillaban de orgullo; el chico, emocionado, le agradeció con un gestito de afecto. ¿Oíste cómo cantaron los chicos? Salió todo muy bien. Mirá al director de la escuela, dirigiendo unos ojos emocionados al profesor de música, que está tan contento con el desempeño de sus alumnos que disimula unas lagrimitas haciéndose el que guarda en su estuche la guitarra. Unos minutos de canción que llevaron meses de ensayo. Contentos los chicos, su profesor, los presentes. Todos.

Los souvenires entregados fueron realizados con la profesora de plástica, que logró con esfuerzo conseguir gratis el material y está aplaudiendo allá, al fondo (también fue ella la que hizo la cartelera que está pegada en la puerta, que tanto admiraste al entrar). La profesora de Prácticas del Lenguaje (bueno, sí, tenés razón, la de Lengua), se deshace en sonrisas, souvenir en mano, escuchando la lectura de la alumna que produjo un texto bello y coherente, y que levanta la vista al terminar de leer, tímida y satisfecha, buscando su aprobación. La encuentra, cómo no la va a encontrar. Todos la aplauden fervorosamente, sonriendo, felices.

Estimado papá, abuelo, mamá, hermano, amigo: la docencia es una profesión que excede tus preguntas, aunque las formules desde el más descarnado sentido común. Se trabaja de docente porque se es docente, y porque cada logro de los alumnos (de tus hijos, de tus nietos, de tus sobrinos, de tus amigos), por pequeño e intrascendente que parezca desde afuera, para nosotros es un objetivo cumplido que nos hace felices en nuestro día y todos los días.

Preguntás de nuevo: ¿Y por qué, entonces, si estamos tan felices con nuestros pequeños logros, no nos dejamos de protestar de una buena vez?

Te contesto yo, sin descripciones idílicas ni imágenes inventadas. Protestamos porque hoy somos docentes en el "mientras tanto". Queremos mejorar la educación que reciben los chicos argentinos. Queremos mejorar las condiciones de trabajo de los docentes argentinos. Esperamos cambios, queremos ser herramientas activas de esos cambios. Uno de los más importantes es terminar con el quiebre de nuestra relación con vos: incorporar activamente a las familias a la comunidad educativa y educar conjuntamente a los chicos. Si viniste al Acto del Día del Maestro y lograste ver qué hace felices a los docentes, tu percepción va a significar para nosotros un objetivo cumplido. Porque para transformar esta realidad hay que comprender, en primer lugar, y luego actuar, participar y ayudar. Dejá de ser espectador y asumí tu rol dentro de la comunidad educativa: demos a nuestros chicos, juntos, una educación mejor. Este 11 de septiembre, acercate a la maestra de tus nenes para acompañarlos a desearle "Feliz día". Puede ser un buen inicio, ¿qué te parece?

Yo, en la Expo 2013, feliz, con los libritos resultantes del concurso de cuentos del CIC

esta nota fue publicada en http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/09/11/que-hace-feliz-a-un-docente/




jueves, 28 de agosto de 2014

Aprobar alumnos, medir aprendizajes.

Imagen tomada de Facebook


El tema de las calificaciones escolares irreales irrumpe en los medios a partir de un caso que se hizo público: en la Secundaria N°12 de Moreno un director firmó una nota en donde se solicita al personal docente de la escuela que pase por alto la situación de los alumnos que no están en condiciones de aprobar el segundo trimestre al evaluar "para no perjudicarlos". Es una noticia absurda, pero verdadera. Otra vez, desde los medios, queda al descubierto la necesidad de cambio que la escuela necesita y pide hace años.

La medición científica de los aprendizajes que se realizan en la escuela aún está estructurada en torno al sistema de calificaciones. Existen trimestres, notas, promedios, boletines. No han cambiado los horarios de ingreso a los establecimientos, las edades correspondientes a la división en años, la cantidad aproximada de materias consideradas como indispensables para la formación de la cultura general, el simple hecho de tener que estar sentado ante una mesa, poseer carpeta o usar lapicera para poder escribir lo que se copie en el pizarrón o se dicte, la existencia de los recreos; la escuela tal como la conocemos desde hace veinte, treinta o más años continúa allí, idéntica en muchos sentidos. La comunidad educativa entera funciona con sus reglamentos explícitos y con los ocultos (los no dichos en voz alta, pero no menos legítimos e importantes que los otros). Sin embargo, entre lo que es al parecer inalterable, muchas otras cosas han cambiado.

En primer lugar, a la escuela, en la actualidad, no sólo se va a aprender. Los alumnos van a comer, a jugar, a socializar con sus pares, a pasar el tiempo ahí adentro. La obligatoriedad de la escuela secundaria ha incluido a miles de jóvenes que no hubieran continuado ese trayecto, y ése ha sido un cambio muy positivo. Sin embargo, lo que debería haberse convertido en la oportunidad de profundizar las habilidades adquiridas muchas veces se va desvirtuando y a la hora de calificar se llega a situaciones como la mencionada al principio. Otra de las cosas que ha cambiado es la concepción que la sociedad tiene del saber, de lo que significa aprender, la premiación del esfuerzo personal, el esmero, la dedicación al estudio, la consideración del aprendizaje como medio para alcanzar la realización personal. Los modelos de éxito divulgados por los medios de comunicación poco tienen que ver con los que se proclama desde la escuela. Sentarse ante una mesa a comprender una consigna, escribir correctamente un texto, leer comprensivamente, realizar operaciones matemáticas, prestar atención durante mucho tiempo no tienen que ver con la satisfacción inmediata y superficial sino con una labor que demanda esfuerzo, atención y responsabilidad.

Hay que adaptar la escuela a la realidad. Es necesario e imperioso realizar cambios para solucionar problemas que cada vez se están haciendo más graves. No sólo se pierde tiempo a causa de los paros, del ausentismo docente, de los problemas de luz, gas o agua. Y el tiempo que se pierde es, justamente, el que debería haber sido utilizado para aprender lo que debe ser evaluado.

El cierre de los trimestres en las escuelas muchas veces encierra un dilema. Muchos alumnos se han esforzado, tienen sus carpetas completas, han venido puntualmente a clases, han cumplido su rol de alumnos. Es fácil calificarlos. A Fulanito y Menganito, que no se han desempeñado de la misma manera, se les da otra oportunidad: se llama a las familias, se dialoga con ellas para que ayuden a cambiar la consideración que tienen sus hijos de la importancia de aprender. ¿Cómo se califica el mero hecho de estar en la escuela, si no se ha aprendido porque no se ha estudiado? Se despliegan estrategias, se diseñan actividades especiales para ellos. ¿Y si continúan sin cumplir el rol de alumnos? ¿Deberían ser aprobados como si hubieran aprendido, como manera de incluirlos? ¿Le echamos la culpa al mundial de fútbol, a los paros? Quizás sería más provechoso cambiar la manera de considerar el tema y proponer un sistema de evaluación de lo que sucede adentro de la escuela que sea diferente, ya que éste no está dando resultado en esos casos.  

Esta nota fue publicada por Infobae: http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/08/30/aprobar-alumnos-medir-aprendizajes/

viernes, 22 de agosto de 2014

Che, virgen, vení que te estreno

_ Mamá, ¿qué quiere decir "virgen"?
_ Que todavía no tuvo relaciones sexuales. ¿Por qué? ¿Dónde lo escuchaste?
_ En la escuela hay una chica que me pega patadas y me dice eso.
_ ¿Qué te dice?
_ "Che, virgen, vení que te estreno".
_ Ah...
_ ...
_ ¿Y es más grande, la chica?
_ No, de mi grado, de cuarto... tiene ocho años.
_ ...
_ ¿Y entonces no está bien que yo no tenga relaciones sexuales?
_ Estaría mal que tuvieras, si sos chiquito. Esa chica debe hablar sin saber qué quiere decir.
_ ¿Y por qué me dice "vení que te estreno"?
_ ...
_...
_ No sé, cuando seas grande te explico. Voy a tener que ir a hablar con la maestra.
_ La seño ya sabe. Cuando escuchó le dijo que ella ya estaba estrenada y clausurada por bromatología, pero eso lo entendimos menos.
_ Dios mío. Bueno, mi amor, andá a ver videos en tu compu y no te preocupes por esas cosas.
_ Bueno.

sábado, 9 de agosto de 2014

"Mi hijo sabe más que yo"

Imagen tomada de internet

Durante las últimas semanas, algunas noticias relacionadas con el comportamiento preadolescente y adolescente actual han sido tratadas por los medios de comunicación y repercutido en las redes sociales. Confusa, contradictoria e incoherentemente, se volvió a escuchar de trasfondo el novedoso: "Los chicos de ahora saben más que nosotros" que causa, en mi opinión, más estragos que beneficios y agrega otro obstáculo a los que ya enfrenta la educación formal.

Si uno, como  papá, declara ante su hijo que éste sabe más que él, está abandonando su rol de padre, primero, y de adulto, después. Los niños actuales pueden ser más hábiles que los adultos manejando ciertas tecnologías, por el simple hecho de haber nacido en la era digital. Nada más. Hace unas décadas, hubiera sido impensable hacer semejante declaración acerca de un niño: el mundo de los adultos se presentaba como un universo pleno de secretos, vedados en su totalidad, que se develarían a los 18, primero, a los 21, después. Los papás durante la infancia eran percibidos como los protectores y proveedores. El niño era vestido, alimentado, abrigado, cuidado y educado por los adultos, que velaban por él, y no tenía poder de decisión sobre esas cosas. Cuando se transformaba en adolescente, en ese mundo abstracto que estoy esbozando sin hacer juicios de valor (y que, por supuesto, en la realidad adquiría diversos matices), había un adulto ocupando claramente un rol de autoridad contra quien reaccionar, para oponerse, para pelearse, para rebelarse y adolecer.

La claridad de los roles se ha desdibujado en la actualidad. La televisión e internet han develado el mundo secreto de los adultos, al que se puede acceder haciendo un click a cualquier edad. Los adultos se muestran ante los niños sin pudores como seres imperfectos, defectuosos, vacilantes. Se equivocan, se insultan, se amenazan sentados en silloncitos en los paneles de programas de televisión a las dos de la tarde, usan un vocabulario espantosamente informal en contextos formales, se traicionan, se desnudan. Como una corte de dioses olímpicos, los  adultos del siglo XXI se han humanizado y hacen gala de cada una de sus miserias ante las cámaras de televisión, repitiendo hasta el cansancio que se puede mentir, pero que hay que decir la verdad, se puede defraudar, engañar, traicionar, insultar, que los mejores son los más operados, los más lindos, pero que lo importante es lo de adentro, que lo que vale es la plata, que estudiar no sirve para nada en la vida, pero que hay que estudiar... Cómo vamos a pretender que los chicos que están observando y escuchando atentamente esos mensajes nos vean como ejemplo, como modelo, si el efecto que debemos causar es el contrario. Si el mundo adulto es semejante caos, si "los chicos de ahora la tienen clara" y "saben más que nosotros", si no hay secretos ni privilegios al "ser grande"... para qué crecer.

Así, se tergiversan los roles, se anulan, se pervierten. Veamos las noticias: los niños pueden elegir qué comer, y se elevan las cifras de obesidad infantil. Los chicos no sólo pueden elegir conducir un cuatriciclo en la playa y ocasionar un accidente, en un caso extremo, un niño de 11 años fue detenido hace unos días mientras conducía con su padre como copiloto por la Autopista Buenos Aires-La Plata.  Pudo morir haciendo eso, causar la muerte de los demás avalado por la persona cuyo deber es cuidarlo. Una niña huyó de su casa por haberse peleado con el papá. Pasó la noche en una casa ajena, con desconocidos, y mantuvo relaciones sexuales "consensuadas" con un hombre del doble de su edad. Fue escalofriante para mí como educadora y como madre leer los comentarios de algunos adultos acerca de este suceso que jamás debería haber ocurrido. Una chica de 15 años fue secuestrada por un taxista cuando el amigo con quien estaba se bajó del vehículo. Eran las 6 de la mañana y estaban tomando una cerveza en un bar. Fue violada una chica en un boliche durante una fiesta en donde "vale todo". La sociedad adulta pasmada ante el significado de ese "vale todo".

Chicos que beben alcohol hasta "sacarse" en las "previas" en sus propias casas, fuman, andan solos, enardecidos en la noche violenta, en una sociedad que justifica, comprende lo incomprensible. En una sociedad que, al declarar que los chicos saben más que los adultos, lo único que hace es desentenderse de su deber de velar por ellos y dejarlos solos.

Cómo hallar la coherencia entre la escuela y una sociedad así. Toda la estructura descansa sobre conceptos opuestos: en la escuela, los docentes son los adultos responsables. Para que se lleve a cabo el proceso de aprendizaje, los roles deben estar claramente definidos y ocupados: el educador es el docente, que es el adulto que tiene la autoridad, y el alumno complementa la dupla, y debe participar activamente poniendo en juego sus saberes previos, prestando atención. El respeto por las reglas de convivencia dentro de la escuela es fundamental para que se lleve adelante el aprendizaje.

¿Qué es lo que sucede, cuando los niños y adolescentes que viven en un mundo que los deja decidir comportarse como se les antoja y les ha declarado que saben más que los adultos, se enfrentan con la realidad de que deben asumir su rol de alumnos dentro de la escuela? No es una pregunta retórica. Sucede que surge el "clima de aula inapropiado" para aprender. Surgen los problemas para enseñar que enfrentamos los docentes cotidianamente dentro de las aulas.

Se puede poner al educador más preparado del universo al frente de una clase, pero si la sociedad ha decidido que es indigno de ocupar ese puesto, va a ser muy difícil que los alumnos ocupen su rol de alumnos plenamente. Para que la educación formal sea exitosa, se debe buscar la manera de dotar a las escuelas de la investidura de escuela y jerarquizarlas como tales, junto a la comunidad educativa que las compone. Eso no se hace sólo con dinero, involucra cambiar el imaginario social. Un primer paso sería que los adultos volvieran a ocupar su rol de padres y dejaran de asegurar que los niños son los que saben todo. Los chicos deben volver a ocupar su rol de chicos, para ser protegidos, crecer saludablemente, educarse y poder elegir libremente, al ser adultos, su futuro. Una obviedad, que en el siglo XXI, los adultos debemos recordar.

Esta nota puede leerse en: http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/08/10/mi-hijo-sabe-mas-que-yo/

sábado, 2 de agosto de 2014

Amnesia



Mientras estoy muerta, soy un punto que levita, inserto en el Universo. Suspendida, soy parte del Todo. En ese estado, planifico historias extraordinarias u ordinarias, elijo tejer una trama en donde tanto hilos como agujas pertenecen a mi imaginación.
Mientras estoy viva, leo. Escribo, no sé si a causa del afán melancólico por recuperar la memoria de lo que urdí, o por nostalgia de ser  partícula flotante.

viernes, 18 de julio de 2014

15. Si mi papá fuera Charles Ingalls



Se dio cuenta de que temblaba cuando chocó su rodilla contra la punta metálica de la caja de su abuela y un relámpago de dolor la devolvió a la realidad. Se inclinó y observó la herida, le pasó saliva con la punta de los dedos. Sintió lástima por su cuerpo, autocompasión infinita. Arrastró la pesada caja y se sentó sobre ella, a esperar.
Sabía lo que contenía. Cuando era niña, solía abrirla porque extrañaba a su mamá, para mirar fotos viejas, con el pretexto de que estaba aburrida. Recordó el cuaderno Gloria de tapas duras, el juego de los Ingalls, que tantas veces había calificado de ridículo. Buscó en su celular imágenes de la serie para que los minutos fueran menos largos. 
Envidiaba a su abuela cuando jugaba con su mamá. "Tu papá se fue a Mankato", decía, y se desternillaban de risa las dos, poseedoras del código secreto. Ningún hombre en la familia, durante dos generaciones, y ella era la tercera. La había tenido a los catorce años, sola, durante diez había compartido su vida en la casa grande, llena de primos, hermanos y tíos de la misma edad; se había marchado sin decirle quién era su padre. Justificaba todo: "Y qué querés, qué pretendés de mí, si te tuve a los catorce". Ahora ella tenía quince, y pensaba que no era excusa válida, pero antes no sabía, no entendía. "Se fue a Paraguay con un chongo", decía la abuela, usando un lenguaje que pretendía ser moderno. La abuela, que debía tener no más de cincuenta. La abuela, esa mujer sin hombre, inmensa, que alimentaba a todos, sopapeaba, acariciaba, daba remedios y llevaba a la salita a las tres de la mañana. Sintió el corazón inundado de amor y se concentró en las imágenes. 
No necesitaba leer el cuaderno, ni abrir la caja. Recordaba el juego. Debajo de recortes de revistas en donde se veían los actores de la serie y resúmenes de los capítulos favoritos, la abuela había comenzado a escribir en su infancia una serie de continuaciones a una frase inicial, nunca reformulada, escrita en imprenta y decorada con corazones y florecitas: "Si mi papá fuera Charles Ingalls, me diría..." Su mamá también había escrito, con letra apretada y azul. Ahora que tenía quince y estaba sentada en el baño mirando de reojo el reloj, refugiándose del ruido infernal de doce niños y adolescentes que tenían su misma sonrisa, comprendía perfectamente a las dos mujeres deseosas de ser abrazadas, tener trenzas y llamarse Laura. Escribió con su celular, en su muro de facebook, con emoción, mientras acariciaba su rodilla lastimada:

Si mi papá fuera Charles Ingalls, me diría que mi cuerpo es una navecita, mi bote, y que soy su capitana. Yo suspiraría y pensaría que la vida se extiende a mi alrededor, haciendo las veces de océano. No pude elegir qué mar es, ni qué cielo completa el paisaje en el que estoy inserta, ahí, en mi botecito, pero hay cosas que puedo elegir, según mi papá. Cuidar el barquito, convertirlo en balsa, en buque de guerra, en crucero, en goleta... eso depende de mí y de mi esfuerzo. A veces, el mar es amable y cálido, como una piscina en verano, y me puedo deslizar en mi joven barquito plácidamente, sola o entre ajenos navíos, con gaviotas en el cielo y brisa fresca. Me diría: " A veces, Pequeña, el mar se revuelve como un monstruo y se vuelve oscuro y frío, las olas parecen tragarte y llueve, hay relámpagos, parece que Dios está enojado o no existe ... pero el secreto es capear el temporal, amarrarse fuerte a la nave si es necesario y tener fe... porque todo pasa y, a tu edad, estás aprendiendo a navegar sola y todo tiene solución, menos la muerte".

Sonrió, se puso de pie y acarició la tapa de la caja. "Papá se fue a Mankato", dijo en voz baja, y tomó decidida la barrita sumergida en el pequeño recipiente, para ver el resultado del test de embarazo.   

sábado, 12 de julio de 2014

Docente, decime qué se siente


Falta poco para las vacaciones de invierno. Como era de esperar, dos paros (uno para antes, otro para después), ya fueron anunciados. Entre el cantito de "Brasil, decime qué se siente" y las frases sobre lo que puede hacer Mascherano, desdibujados, los anuncios de la disconformidad, del reclamo perpetuo, del lamento lánguido, aparecen en los diarios, pequeños, llevando como la cola de un cometa la sarta de comentarios agresivos y denigrantes que caracteriza cualquier publicación que lleve la palabra "docente" en el título:
 "Vayan a trabajar, vagos", "Tres meses de vacaciones", "No tienen vocación", "Manga de ignorantes", "Se rascan a cuatro manos", "Están de licencia perpetua y por cada uno hay tres cobrando", "Alumnos rehenes", "Los chicos cada vez más burros", "Si tanto les molesta cobrar poco por qué no se buscan otro trabajo", "Trabajan cuatro horitas". Es la esencia, sin las malas palabras. 

¿Los comentaristas de los diarios reflejan la opinión pública? ¿Son el "termómetro" de lo que piensa la sociedad? Sería interesante analizarlo: si alguien se tomara el trabajo de leer los comentarios de todos los diarios, descubriría que los "comentaristas destacados" son una porción pequeña de la población lectora de periódicos, bastante estable. Hay comentaristas de notas políticas, de fútbol, de espectáculos. De notas sobre educación. Comentaristas que uno puede predecir que aparecerán, exultantes, escribiendo que los docentes son una especie de delincuentes que, a propósito, deja a la juventud de este país sumida en la ignorancia. Qué se siente, leyendo esas cosas. Se siente mal. 

El paro es una forma lícita de protesta. Es la única forma de hacer visible, al parecer, el problema que atraviesan los docentes de las escuelas públicas de la provincia de Buenos Aires. Y ese problema es complejo. Si los docentes gozaran de tres meses de vacaciones pagas, licencias indefinidas y les pagaran por cuatro horitas de no hacer absolutamente nada, difícilmente harían paros. Sería una cosa bastante extraña encontrar miles de personas malvadas, tácitamente puestas de acuerdo para sumergir al alumnado de bajos recursos en la ignorancia y desidia... y si eso fuera posible, tampoco necesitarían hacer paro. 

Las escuelas tienen problemas de infraestructura. Un aula digna es fundamental para poder enseñar y aprender, ya escribí sobre eso.

Los docentes tenemos variados problemas con nuestro sueldo, no sólo con que es escaso y quedó por debajo de lo que se necesita para vivir dignamente. Muchos no cobran, a pesar de que trabajan. O cobran mal. 

La obra social de los docentes deja mucho que desear, por decirlo diplomáticamente.

Y hay algo que no se dice: los docentes enfrentamos día a día el inmenso, monumental y heroico trabajo de contener al alumnado en primer lugar, para luego poder enseñar. Ninguna persona ajena a la realidad de lo que sucede en las escuelas tiene idea de la importancia de esa tarea, de lo difícil que es hacerla, de lo desgastante y reconfortante que es llevarla a cabo. Es cierto: no todos los docentes la realizan, o no todos en el mismo grado. No todos están dispuestos, ni todas las situaciones son las mismas. Contener implica algo que va más allá de la preparación académica de un docente: involucra sus emociones, involucra involucrarse, con todo lo que eso implica. Ponerle el corazón al chico que no comió, que está solo, que es maltratado, que está enojado, furioso, que no está en condiciones de sentarse tranquilamente en su sillita y ponerse a escuchar cómo se conjugan los verbos regulares. Nadie lo dice, ningún libro te lo enseña, no figura en los textos ni en las materias pedagógicas de la facultad, enfrentás la situación cuando aparece, día a día, al entrar al salón de clases e intentar comenzar a explicar un contenido ante un grupo de chicos que no quiere escuchar "porque". Sí, "porque". La tarea entonces, del docente, es investigar cómo continúa ese "porque" para completar la frase, buscarle una solución y, por fin, poder dar la clase en forma eficiente. Hay que ser docente para saber qué se siente explicar los verbos regulares ante una clase y que los chicos los aprendan, una vez develado y superado ese "porque". Se siente fenomenal. 

En el reclamo, se pide más dinero para los comedores escolares. Dar algo más que un mate cocido y un pedazo de pan es una manera de finalizar un "porque" y solucionar el problema: "No pueden aprender porque no comieron nada". En mis últimos textos, pido algo que solucionaría otro "porque", pero no se puede incluir en los motivos del paro: la ayuda de los señores padres en la tarea de educar a los chicos. Lindo sería, un paro hasta que los padres se hagan cargo de sus responsabilidades como padres. "No pueden aprender porque creen que el saber no sirve para nada". "No pueden aprender porque creen que los docentes son unos vagos despreciables que no tienen ningún saber respetable que transmitirles", "no pueden aprender porque en la casa tienen infinidad de problemas", "porque los papás no se preocupan ni siquiera de que tengan útiles", y así seguiría la lista. Es una falacia sostener que los chicos no aprenden porque los docentes no les enseñan a propósito. Puedo pensar en malos docentes, pero las escuelas exceden la individualidad, son instituciones que van más allá de las personas que trabajan en ellas... Todos hemos tenido buenos y malos docentes a lo largo de nuestra vida, cualquiera sea nuestra edad. No se puede generalizar sin faltar a la verdad. 

Docente, decime qué se siente. Se siente que el paro de principio de año no sirvió para nada. Se siente que uno no tiene derecho. Que la gente derrama sobre nosotros una catarata de agresiones. Que estamos remando solos contra múltiples cosas que nos superan. Que se vienen nuevos paros. Que contener cada vez es más desgastante y difícil. 

Como siempre, se siente mal. 


esta nota la podés leer en http://opinion.infobae.com/graciela-adriana-lara/2014/07/15/docente-decime-que-se-siente/

viernes, 11 de julio de 2014

14. Qué hacer en caso de pibe que rebota



Folleto informativo hallado en la sala de espera de una salita de primeros auxilios

INTRODUCCIÓN:

Existen los pibes que rebotan.
Algunos tienen la suerte de nacer en el seno de familias amorosas y atentas, que detectarán de inmediato que el niñito no deja de rebotar y lo abrazarán fuertemente, le darán té de tilo, lo llevarán a practicar básquet, a estudiar batería, a la iglesia o al pediatra. La familia en primer lugar y, luego, las señoritas, los profesores, los especialistas, harán las veces, para él, de suave y elástica red contenedora, juntos, unidos, acompañando su crecimiento. Para ellos, el futuro será más que promisorio. Serán eximios artistas, deportistas, profesionales exitosos, escalarán el Everest. Esos jovencitos no nos preocupan en absoluto.
Otros pibes no tendrán esa suerte. A pesar de que el sentido común indique que todas las familias son amorosas y atentas, en la realidad eso no sucede. El niño, entonces, no dejará de rebotar; como si fuera el pato Lucas, dará tumbos para el deleite de sus espectadores y desesperación de los adultos transitoriamente responsables. Lo hará entre redes improvisadas, nada elásticas ni suaves, o sin red.

Nota: Cabe destacar que, como no todo es blanco ni negro, en el medio existe una serie de matices que ayudará o entorpecerá la situación de los rebotes. 

CARACTERÍSTICAS:

Los pibes que rebotan suelen hacerlo de la misma manera.
Si están en la calle, andarán en moto, en bicicleta, skate, rollers o corriendo, según las posibilidades económicas de su familia, a la mayor velocidad que puedan.
Si están dentro de un espacio cerrado, sea cual sea la situación y el contexto (1), se arrojarán contra las paredes del lugar, mobiliario o seres vivientes, se pararán de manos, harán abdominales, lagartijas, imitarán a un cachorro desenfrenado y hambriento, etc., dando tumbos y acompañando sus movimientos desacompasados con gritos estridentes y risotadas destempladas.
Como suelen accidentarse en su andar atropellado, andan cubiertos de cicatrices, que varían en magnitud e intensidad. A esas heridas suelen sumarse las que obtienen cuando, de vez en cuando, alguien con poca tolerancia (o impotencia) los agarra bien a trompadas, justificando su actuar en el saludable objetivo de que dejen de rebotar.
Son delgados, finitos, les gusta mostrar sus costillas, panzas, el elástico de sus calzoncillos. Esta clase de pibes adora exhibir sus cortes, raspones y moretones. Se levantan la ropa, se bajan o arremangan los pantalones con la naturalidad de un lactante, sin pudor ni permiso, ante la mirada escandalizada de todo quien padece los rebotes.
Para comunicarse, comúnmente usan latiguillos. Sin embargo, esta pobreza de vocabulario es aparente, ya que los pibes que rebotan poseen un rico y variado repertorio del que harán gala en el caso de que se tenga un grano en la nariz, un lunar peludo, un ligero estrabismo, las raíces del pelo sin teñir, la sombra de un incipiente bigote, el cierre bajo, una mancha sospechosa en la parte trasera del pantalón ... El pibe describirá y adjetivará a los gritos, dejando nuestro defecto expuesto, fosforescente, refulgente e inocultable para toda la eternidad.
Es fácil identificarlos; mencionar otras señas carece de sentido. A los diez minutos de haber ingresado en un espacio físico donde hay un pibe que rebota, uno lo detectará. A los treinta minutos, deseará no haber ido a ese lugar. A la hora, la situación será tan insoportable que deberá tomar medidas acerca de la misma: marcharse, gritar, simular una descompostura, iniciar un incendio. Si debe tolerar esto durante meses o años, no le quedará otro camino que la meditación, la terapia, el yoga o las flores de bach. Porque estos pibes, cuando están sin red, no descansan. No hay forma humana en el universo de lograr que se queden quietos y se dejen de... rebotar. A medida que pasan los años, si sobreviven, el peso de la realidad hará que poco a poco se vayan quedando mustios, pero ya no serán pibes, será demasiado tarde para ayudar.

(1) Los pibes que rebotan sin red lo hacen en el cine, en un casamiento, en un bautismo, en la ceremonia de asunción de un presidente, en el acto del 9 de julio, en un velorio, durante una cirugía odontológica, etc., etc., etc. 

CONCLUSIÓN:

Los pibes que rebotan sin red, o con red precaria, muchas veces tienen "conclusiones" y terminan en esta salita. Se queman, se cortan, se lastiman, se meten en problemas graves o gravísimos, lastiman a los demás, se ven envueltos en calamidades que ni ganas dan de ponerse a contar. Arriesgan su vida a cada momento y pueden morir. Ninguna gracia causa cuando esto sucede: ahí es cuando los adultos toman conciencia de que han cometido un irreparable error y que estos chicos no se parecen ni remotamente al pato Lucas, que es un dibujito animado y si se rompe la cabeza, no pasa nada. Porque lo de rebotar es una metáfora desesperada, un intento de descripción emitido como un pedido de auxilio. En caso de pibe que rebota, lo primero que hay que hacer es recordarle a los papás que los pibes no rebotan, porque son pibes. Y si el que está leyendo el presente informe es el padre de uno de ellos, sí... del mocosito de pequitas y peinado con copete, es hora de dejar de hacerse el chacho rengo, ¿no le parece? Digo, antes de que sea demasiado tarde. Con cambiar a la criatura de colegio a cada rato no se soluciona nada, estimado señor. Los vecinos del barrio no dan más. Podría parar de tirarle la pelota a las pobres señoritas y a nosotras, las enfermeras, que aunque parezcamos de fierro somos personas como usted, y hacerse cargo de cuidar al nene, quererlo, ayudarlo y educarlo, cosas que, aunque parezcan tan naturales, a los adultos, se les suele olvidar tan seguido que necesitan que se las recuerden mediante un folleto.

viernes, 4 de julio de 2014

13. La isla del alumno autodidacta.



13. La isla del alumno autodidacta.
     Cuento dividido en dos partes.

Primera Parte.

Hace más o menos diez años, un excéntrico multimillonario al que llamaremos "X" notó con disgusto que los empleados de su empresa no trabajaban con el ahínco que esperaba. Contrató un equipo de especialistas para averiguar la causa de semejante desidia y, entre las posibles razones que ellos encontraron, una le pareció la culpable por sobre las demás: todos los empleados haraganes tenían hijos adolescentes. El adinerado señor tenía motivos personales para creer que ésa era la clave: su hijo de 13 años lo tenía angustiado, mareado y desvelado. "La piel de Judas", pensó al recordarlo. Y contrató un doctor especialista en educación, entonces.

Como llegado a este punto, al señor X le dio fiaca continuar involucrándose en la investigación que él mismo había iniciado, puso una considerable suma de dinero en las manos del erudito, le encargó que incluyera a su propio hijo en el proyecto y se olvidó por un tiempo del asunto.

El doctor sabio vio la posibilidad de llevar a la práctica una de sus teorías. Compró una pequeña isla y convenció a los empleados del señor X de que le entregaran a sus hijos para realizar una experiencia revolucionaria y educativa allí. Fundó desde su escritorio la  "Isla del alumno autodidacta", basada en el sencillo principio de la "autoeducación autodidacta por medio de las tecnologías modernas". La idea era vieja, pero engalanada con dinero y artefactos de última generación, parecía acertada. Todos sabían, ya en esa época, que la escuela tradicional era algo obsoleto. Y todos (menos el sabio, que no tenía hijos ni sobrinos y se sentía incómodo con los adolescentes, hecho por el cual los evitaba desde su propia, dolorosa y olvidable adolescencia) estaban en la misma situación inconfesable: no sabían qué hacer con sus hijos. Así que aplaudieron unánimemente las ideas del doctorcito, que muy impresionado hasta él mismo con su oratoria, su valor y su eficacia, logró sin tener la necesidad de viajar que en tiempo récord el edificio estuviera abierto para los educandos autodidactas, que comenzaron a deambular libremente por allí, conectados a sus músicas, juegos y aparatos.

El proyecto fue mutando: no por nada era una experiencia piloto, y el sabio estaba dispuesto a ser indulgente consigo mismo. El primer mes contrató un ejército de docentes especializados, elegidos estrictamente entre los mejores de sus respectivas áreas. Su función era estar ahí, al alcance de la mano del educando, por así decirlo, en caso de que éste tuviera una pregunta o necesitara orientación para algo. Se suponía que los jóvenes poseían innatamente la curiosidad y la avidez por el conocimiento que caracterizan a los seres humanos, así que ¿por qué no esperar de ellos preguntas más o menos funcionales, en el período de su autoinstrucción? Un equipo de nutricionistas se encargaba de la alimentación en la isla, había campos de deportes equipados profusamente y un gimnasio digno de un hotel de lujo. Todo estaba preparado para que las cosas anduvieran sobre rieles. El hijo del señor X había abandonado su prestigioso colegio privado y estaba ahí, en un ejemplo increíble de justicia e igualdad social (el sabio sentía un nudo en la garganta cuando pronunciaba esa frase y se le ponía la piel de gallina de la inmensa emoción). Y agregaba la pregunta retórica, dejada para el final:  ¿Qué podía tener de malo la autoeducación? Los más grandes sabios de la historia de la humanidad fueron autodidactas.

Las cosas cambiaron un poco cuando terminó el primer trimestre. Un equipo de docentes enviado por el Ministerio de Educación del país donde vivían los papás de los niños, el sabio y el olvidadizo señor X, viajó a la isla para realizar la evaluación parcial de los aprendizajes realizados por los chicos. Era la única condición que le habían puesto a la experiencia piloto para otorgar certificados oficiales y reconocer su validez.

En la isla no importaban la edad ni los conocimientos previos de los educandos. La única normativa era que los docentes no debían inmiscuirse ni molestar a los alumnos mientras se autoeducaban. La tecnología disponible tenía en los escritorios de sus pantallas las orientaciones mínimas, los gérmenes del conocimiento, lo que los docentes tradicionales llaman "contenidos mínimos obligatorios". Se esperaba que los jóvenes construyeran sus propios valores, se edificaran como ciudadanos, multiplicaran sus capacidades, sintieran nacer, crecer y desarrollar sus inquietudes mediante la manipulación de las máquinas. Internet evacuaría las dudas, brindaría las herramientas. Internet, hace diez años, ya era la biblioteca madre de las bibliotecas, la videoteca de las videotecas. Allí figuran los contenidos que un ser humano puede imaginar, ahí, al alcance de la vista de cualquiera. (El sabio, cuando pronunciaba esta frase sobre internet, se conmovía con su propia oratoria y sus ojos se humedecían de entusiasmo). Además, los docentes cobraban su sueldo igual, fueran o no solicitados sus servicios. ¿Qué podía salir mal?

En teoría, si a los 13 años un chico lograba demostrar ante los evaluadores del Ministerio de Educación que estaba capacitado, podría ingresar en la universidad, ¿por qué no? Y si tardaba más en adquirir los conocimientos, hasta los 18 años, por ejemplo... ¿cuál era el problema? Los tiempos de cada individuo son diferentes, y en la isla, la individualidad de los jóvenes se respetaba por sobre todas las cosas. Y ni hablar del ocio creativo y sus beneficios. Ni hablar.

En la práctica, esto fue lo que sucedió:

CONTINUARÁ (y finalizará) LA PRÓXIMA SEMANA

Comentarios:

Yésica (inició sesión en yahoo): ¿Desde cuándo estas notas van divididas en partes? Yo te digo cómo termina: bien, los pibes no son ningunos giles.

Jorge (comentarista destacado): Yésica, vos sola en el universo debés usar yahoo. Este artículo es para la gilada, si hubiera existido la isla esa ya nos hubiéramos enterado, si yo leo este diario todos los días y no sé nada. Además, ¿por qué le pone X la mina esta al tipo? Siempre protegiendo a los poderosos que se la mandan.

María: ¡Qué lindo, el cuentito! ¡Siempre escribís cosas lindas, nene!

Jorge (comentarista destacado): María, andate al carajo.

Juan: $$$$#"&%&//()&&&

Pedro: ¡Ni el PAPA nos va a salvar!


Segunda Parte.

La comisión del Ministerio volvió con el ceño arrugado y un visible malestar. Todos los jóvenes se habían negado rotundamente a realizar las pruebas que ellos les habían entregado. Algunos habían roto los papeles, los habían pisoteado, se habían enojado. Otros, después de escribir sus nombres en las hojas, ante la insistencia inusitada de los profesores desconocidos, habían garabateado frases como: "No ago la prueva por que no tengo gana". Junto a los evaluadores, la mitad de los docentes de la isla volvió al continente y presentó su renuncia. El señor X no emitió comentario alguno, pero mandó a buscar a su hijo y lo internó en un colegio más privado y prestigioso que el anterior a la experiencia isleña. El sabio leyó de reojo en uno de los informes: "Ningún alumno de la isla formuló preguntas o requirió los servicios del plantel docente". Vio, entre puntos luminosos, desfilar ante sus ojos frases sueltas: "Jamás me sentí tan humillado""Vejado""Frustrado""Como si yo no existiera"... "Insultado en mi dignidad de maestro". No leyó lo demás. Le pareció una injuria innecesaria.

A pesar de que ninguno de los chicos aprobó prueba oficial alguna, con la excepción de X, los padres no tuvieron objeciones. Y X no había dicho nada, así que "el que calla, otorga", pensó el sabio, quizás tuviese razones personales para privar a su hijo de la experiencia isleña. No se desesperó. Los empleados de la empresa veían a sus hijos cuando lo deseaban mediante un sistema de video cerrado, y hablaban o chateaban con ellos a diario. Algunos habían hecho apuestas sobre el hijo de quién aprobaría las pruebas antes. El rendimiento de los empleados había mejorado notablemente, y el señor X estaba conforme y continuaba aportando el dinero para el proyecto.

El erudito escribió seis libros sobre la experiencia autodidacta, omitiendo los incómodos (por el momento, esperaba internamente), resultados e informes docentes. Elevó la velocidad de internet en la isla y autorizó la apertura de un local de comidas rápidas, a pedido de los chicos, que "merecían" ese incentivo. Escribió sobre los enormes potenciales de los jovencitos, olvidando que no los conocía, que no tenía la menor idea de lo que esos mismos jovencitos estaban haciendo allá lejos, sin las caricias de sus padres, sin la palabra atenta de sus docentes, solitarios en la escuela que no era escuela. Pequeñas islas adentro de una isla.

Y así llegó otro año, y pasó otro, y pasaron otros, y en el escritorio del sabio hubo más informes, que decían exactamente lo mismo que los anteriores.

Tenía que ser un error. Era evidente que no podía ser cierto. Los padres estaban contentos, el señor X no había recordado el asunto, los chicos no mostraban señales de querer volver, ningún accidente había ocurrido, los libros sobre la isla eran best seller y el sabio estaba a punto de presentar su candidatura como Ministro de Educación en el continente. Bastaba con ignorar los papeles... o eso pensaba el erudito. Porque la vida tiene vericuetos impredecibles.

El señor X falleció. Así, de improviso, como suele suceder esa circunstancia. Su joven heredero, al revisar cuentas, consideró que la suma de dinero destinada a la educación isleña que se brindaba a los empleados era una cantidad exorbitante y aranceló la famosa escuela. Sabía a qué atenerse: había estado en la isla y realizado la experiencia. En su privado y prestigioso instituto había tenido que estudiar como nunca para recuperar el tiempo que había pasado sin hacer nada allí. Si lo hubiera deseado, el joven muchacho ex isleño hubiera podido derribar de un plumazo los trece best sellers sobre educación autodidacta del nefasto sabio. Pero había heredado no sólo la empresa, sino la fiaca del temperamento de su padre. "Que haga la suya", pensó, "a los que tenemos la plata, a los que manejamos las marionetas, no nos viene mal la carne de cañón". No por nada le llamaba cuando pibe "la piel de Judas" el papá, como ven. Una joyita, la moral del nene.

El erudito, el año que se privatizó el proyecto, de pura indignación, escribió su libro número catorce. Fue tan exitoso como los anteriores, hecho que motivó que estuviera muy ocupado el día que regresaron los originales jóvenes autodidactas de la isla (los padres de estos chicos eran empleados, recuerden, y no podían pagar cuotas elevadas en escuelas ubicadas en islas exóticas). Estaba de gira, dando conferencias sobre la educación autodidacta, y no ocupó el lugar de honor que le habían reservado en la ceremonia de bienvenida. Las teorías del sabio eran consideradas revolucionarias y ni siquiera él había pensado que los fracasos en las evaluaciones de los jóvenes podían ir en contra de su éxito editorial y promisorio futuro como político. Los padres estaban contentos; abrazaban a sus azorados hijos, les decían "qué bueno verte en carne y hueso", "cómo creciste", "ya tenés más barba que yo" y frases por el estilo. Las habitaciones de los niños, convertidas durante su ausencia en otras cosas, volvieron a ser habitaciones. Y los chicos, contra absolutamente todo lo que esperaban los resentidos docentes que habían renunciado al proyecto (que eran los únicos que esperaban algo malo, en realidad, de puro anticuados y malvados, al parecer), se insertaron en sus antiguas escuelas tradicionales, con o sin sus antiguos compañeros, como si nada. Eso sí, volvieron a fracasar en las pruebas de las comisiones evaluadoras. Pero como eso le pasaba a la mayoría, nadie pareció atribuirlo a la experiencia en la isla ni emitió comentario alguno.

Arancelada, paulatinamente la escuela de la isla se transformó en exclusiva, original y tradicional escuela. Los papás pagaban sus cuotas, por lo tanto, se inmiscuían y pretendían que los hijos estudiaran y aprendieran. No sólo lo pretendían, lo exigían: querían una es-cue-la. Con profesores, trabajos prácticos, deportes, plástica, música y pruebas orales y escritas. Y certificados oficiales.

El otro cambio se produjo en la empresa del difunto X, donde el joven heredero dejó de contratar adultos jóvenes y prefirió los adultos mayores, sin hijos. Y cuando el erudito sabio se suicidó luego de perder en las elecciones (un desgraciado y resentido ex docente de la isla había publicado informes sobre los rendimientos académicos de los chicos en un diario opositor, con un éxito demoledor para las teorías autodidactas), envió una corona de flores con el nombre de la empresa de su padre a la casa velatoria. Si algo había aprendido en la escuela, era a tener buenos modales. En la utópica y ridícula isla del alumno autodidacta no, ahí no había aprendido absolutamente nada, en la escuela verdadera. En la escuela. Es-cue-la.

FIN

Comentarios:

Yésica (inició sesión en messenger): Esperé una semana para leer el final de esto y les digo VIERON QUE YO TENÍA RAZÓN, NINGUNOS GILES LOS PIBES.

José (comentarista destacado): Yésica, vos sí que estás al cuete.

Matías (comentarista estrella): ¡Ese sabio se merece la ORCA por desgraciado!

Yésica (inició sesión en messenger): ¡Con delfines, con delfines!