Dedicado a los
docentes jovencitos.
Te encargan un
trabajo.
Ponés manos a la
obra: trabajás.
Planificás,
anticipás, pensás, imaginás, confeccionás, anotás, soñás, fantaseás, imprimís,
bocetás, armás, garabateás cositas en tus agendas y libretitas.
Todo a tu estilo.
Si sos un perfeccionista, si sos un vago, si sos un apasionado, si sos un
desengañado, meticuloso, desprolijo, innovador, conservador; el producto lleva
tu impronta.
Y llega la
fatídica hora de coordinar la manera en que vas a ejecutar, exponer, realizar,
compartir o lo que sea para finalizar tu trabajo, sonreír y decir: “Salió todo
muy lindo”.
Acá viene la
parte violenta.
No voy a escribir
en este caso sobre las violencias que experimentamos o ejercemos dentro del
aula. Esa es interesante para estudiarla, modificarla, educar, que es lo que
hacemos los docentes. Es una violencia oxímoron, porque sirve de desafío y
motivación. Esa no me molesta tanto porque me las doy de miembro amazónica de
la Liga de la Justicia y la combato. Voy
a referirme a algo que hacen los adultos que me molesta sobremanera.
Como tengo una antigüedad
inconfesable, he escrito largamente sobre la violencia que recibimos los
docentes dentro de la escuela pública. Violencia que ahora se traduce en mails
trasnochados e incesantes que hay que abrir y desentrañar debajo de listas interminables
de los correos de andá a saber quién para encontrarse con algo importante que
es para mañana o que era para ayer y ya sonaste y se te fue el tren.
Violencia que se
traduce en mandatos y reprimendas más o menos justas impartidas por autoridades
varias que se excusan con que reciben órdenes de gente “que jamás pisó un aula”,
cliché absolutamente falso ya que la escuela debe ser la única institución que
permanece impartiendo masivamente su estructura a nivel mundial y trasciende
clases sociales y culturas: si existís, seguramente en algún momento de tu vida
fuiste a la escuela. Ni que fueras
extraterrestre. “Profesora, tiene que cambiar sus estrategias”. Cosechás esa
clase de hierbas y yerbas que ni siquiera son para fumar de lo infumables que
te pegan en el alma cuando andás frustrado por ahí tratando de enseñar cosas
como que la docena tiene doce unidades y tus alumnos de 5to secundaria te
contestaron delante de la inspectora que trae cuatro.
Violencia que se
desparrama por el aire tangible del edificio escolar que tiene agujeros,
vidrios rotos, calores o fríos incontrolables, falta de mobiliario, libros arratonándose
en cajas, aromas varios y un baño que el lector puede imaginar como pintoresco,
pero nunca con papel higiénico. O quizás, uno que no está porque está
clausurado.
Y acá viene la de
este texto. La inexorable. La que llega el día ese que te decía en la
introducción cuando ya agotaste las hojitas borrador y venís con todo armadito
para terminar el trabajo y volver a tu casa a la noche con la sensación esa de “salió
re lindo” y dormir bien: la violencia que ejercen sobre tu trabajo tus
compañeros de trabajo. Sí, leíste bien, lo redundante fue adrede, si te habían
agarrado ganas de corregirme.
Vas y necesitás
que los miembros de tu equipo cuiden una puerta o cuelguen un cartel y te
encontrás con frases como “Aflojá, despreocupate, dejá que todo fluya”. Pedís
que chequeen un cronograma que te llevó meses coordinar y no, no se puede pedir
que entren al link que mandaste por whatsapp porque no usan whatsapp porque no
están obligados a usar whatsapp y te piden que no los agregues al grupo
transitorio que armaste para el momento en cuestión porque están saturados y
hartos de que los pongan en grupos. Tienen razón: a vos te pasa lo mismo. Cambiás
la estrategia (porque le hacés caso a las críticas siempre constructivas de la inspectora): imprimís y hacés fotocopias del coso en cuestión y les hacés
hojas de ruta personalizadas que dicen cosas como “de 8 a 9:15 hs te toca
moderar el debate en el aula 25” y te encontrás en el aula 25 a las 10 hs con
todos los pibes solos porque el profe perdió la fotocopia la semana pasada y no
se acordó de pedirte otra. Y cuando te está por agarrar el soponcio te
encontrás con otra vez la frase de que todo fluya, que no se sabe para qué te
preocupás porque a nadie le importa y nadie lee nada y te va a hacer mal y
capaz te enfermás y estos profes, siempre lo mismo, se la pasan de licencia.
Y te acordás de
cuando fuiste alumno de la secundaria y te tocaba hacer un trabajo en grupo.
Porque TODOS fuimos alumnos en algún momento de nuestra vida.
Podría seguir
veinte hojas poniendo ejemplos por el estilo, pero me parece innecesario. Si tu
impronta es la de la perfeccionista, imagínate lo que se siente. Si es la del
despreocupado que fluye, igual te vas a sentir mal. Porque es tu trabajo el que
está siendo despreciado, desmerecido, obstaculizado, saboteado, boicoteado,
pisoteado. “Ado” hasta el Hades. Es tu trabajo el que está siendo víctima de
violencia, naturalizada bajo una sonrisita y las palabras “¿Y para qué
trabajaste tanto, si a nadie le importa?”.
Esta vez, no
escribo estas líneas a modo de desahogo solamente. Lo hago para decirte que si
sos jovencito y te pasa algo similar, existe en el refranero uno que es una
especie de conjuro y de antídoto para precisamente esta clase de violencia. Está
de moda aconsejar sobre la vida, y yo intento mantenerme actualizada. Acá va:
incluí en tu libretita la frase “No le pidas peras al olmo”. Del olmo pueden
brotar hasta cosas repugnantes, pero peras, olvídate. Que esta frase sea tu
amuleto en esta época en donde la ficción de que todo fluye, la realidad se
construye manifestando, haciendo tapping y siguiendo los consejos de los coach
de Tik Tok. Millonario siendo docente no te vas a hacer aunque te levantes a
las cinco de la mañana, estimadísimo. Mi deseo para el lector que llegó a esta
parte final en estas épocas donde nadie lee es que todo el refranero de Sancho
Panza te vuelva inmune a lo que se siente el día que presentás un trabajo en
una escuela y que ayude a que, haya pasado lo que haya pasado, apoyes tu cabeza
en la almohada esa noche con la sensación de que le ganaste a los molinos de
viento.
NOTA: Obviamente, hay compañeros de trabajo espectaculares que trabajan hombro con hombro con una. Si no existieran, el trabajo grupal sería un calvario. Que te hayas ofendido o identificado con lo que leíste, tiene que ver con tu autopercepción del asunto. Saludos y hasta la próxima nota.