PROYECTO PIBE LECTOR

#PROYECTOpibeLECTOR: Para leer alguna de las 59 ficciones de mi blog en Infobae, accedé haciendo click aquí.
Buscá la fan page del Proyecto en Facebook, click aquí: PROYECTO PIBE LECTOR.

sábado, 28 de septiembre de 2024

Pedirle peras al olmo. El día que presentás un trabajo que te pidieron en una escuela pública

 

                                                                                 Dedicado a los docentes jovencitos. 

Te encargan un trabajo.

Ponés manos a la obra: trabajás.

Planificás, anticipás, pensás, imaginás, confeccionás, anotás, soñás, fantaseás, imprimís, bocetás, armás, garabateás cositas en tus agendas y libretitas.

Todo a tu estilo. Si sos un perfeccionista, si sos un vago, si sos un apasionado, si sos un desengañado, meticuloso, desprolijo, innovador, conservador; el producto lleva tu impronta.

Y llega la fatídica hora de coordinar la manera en que vas a ejecutar, exponer, realizar, compartir o lo que sea para finalizar tu trabajo, sonreír y decir: “Salió todo muy lindo”.

Acá viene la parte violenta.

No voy a escribir en este caso sobre las violencias que experimentamos o ejercemos dentro del aula. Esa es interesante para estudiarla, modificarla, educar, que es lo que hacemos los docentes. Es una violencia oxímoron, porque sirve de desafío y motivación. Esa no me molesta tanto porque me las doy de miembro amazónica de la Liga de la Justicia y la combato.  Voy a referirme a algo que hacen los adultos que me molesta sobremanera.

Como tengo una antigüedad inconfesable, he escrito largamente sobre la violencia que recibimos los docentes dentro de la escuela pública. Violencia que ahora se traduce en mails trasnochados e incesantes que hay que abrir y desentrañar debajo de listas interminables de los correos de andá a saber quién para encontrarse con algo importante que es para mañana o que era para ayer y ya sonaste y se te fue el tren.

Violencia que se traduce en mandatos y reprimendas más o menos justas impartidas por autoridades varias que se excusan con que reciben órdenes de gente “que jamás pisó un aula”, cliché absolutamente falso ya que la escuela debe ser la única institución que permanece impartiendo masivamente su estructura a nivel mundial y trasciende clases sociales y culturas: si existís, seguramente en algún momento de tu vida fuiste a la escuela.  Ni que fueras extraterrestre. “Profesora, tiene que cambiar sus estrategias”. Cosechás esa clase de hierbas y yerbas que ni siquiera son para fumar de lo infumables que te pegan en el alma cuando andás frustrado por ahí tratando de enseñar cosas como que la docena tiene doce unidades y tus alumnos de 5to secundaria te contestaron delante de la inspectora que trae cuatro.

Violencia que se desparrama por el aire tangible del edificio escolar que tiene agujeros, vidrios rotos, calores o fríos incontrolables, falta de mobiliario, libros arratonándose en cajas, aromas varios y un baño que el lector puede imaginar como pintoresco, pero nunca con papel higiénico. O quizás, uno que no está porque está clausurado.

 

Y acá viene la de este texto. La inexorable. La que llega el día ese que te decía en la introducción cuando ya agotaste las hojitas borrador y venís con todo armadito para terminar el trabajo y volver a tu casa a la noche con la sensación esa de “salió re lindo” y dormir bien: la violencia que ejercen sobre tu trabajo tus compañeros de trabajo. Sí, leíste bien, lo redundante fue adrede, si te habían agarrado ganas de corregirme.

Vas y necesitás que los miembros de tu equipo cuiden una puerta o cuelguen un cartel y te encontrás con frases como “Aflojá, despreocupate, dejá que todo fluya”. Pedís que chequeen un cronograma que te llevó meses coordinar y no, no se puede pedir que entren al link que mandaste por whatsapp porque no usan whatsapp porque no están obligados a usar whatsapp y te piden que no los agregues al grupo transitorio que armaste para el momento en cuestión porque están saturados y hartos de que los pongan en grupos. Tienen razón: a vos te pasa lo mismo. Cambiás la estrategia (porque le hacés caso a las críticas siempre constructivas de la inspectora): imprimís y hacés fotocopias del coso en cuestión y les hacés hojas de ruta personalizadas que dicen cosas como “de 8 a 9:15 hs te toca moderar el debate en el aula 25” y te encontrás en el aula 25 a las 10 hs con todos los pibes solos porque el profe perdió la fotocopia la semana pasada y no se acordó de pedirte otra. Y cuando te está por agarrar el soponcio te encontrás con otra vez la frase de que todo fluya, que no se sabe para qué te preocupás porque a nadie le importa y nadie lee nada y te va a hacer mal y capaz te enfermás y estos profes, siempre lo mismo, se la pasan de licencia.

Y te acordás de cuando fuiste alumno de la secundaria y te tocaba hacer un trabajo en grupo. Porque TODOS fuimos alumnos en algún momento de nuestra vida.

Podría seguir veinte hojas poniendo ejemplos por el estilo, pero me parece innecesario. Si tu impronta es la de la perfeccionista, imagínate lo que se siente. Si es la del despreocupado que fluye, igual te vas a sentir mal. Porque es tu trabajo el que está siendo despreciado, desmerecido, obstaculizado, saboteado, boicoteado, pisoteado. “Ado” hasta el Hades. Es tu trabajo el que está siendo víctima de violencia, naturalizada bajo una sonrisita y las palabras “¿Y para qué trabajaste tanto, si a nadie le importa?”.

Esta vez, no escribo estas líneas a modo de desahogo solamente. Lo hago para decirte que si sos jovencito y te pasa algo similar, existe en el refranero uno que es una especie de conjuro y de antídoto para precisamente esta clase de violencia. Está de moda aconsejar sobre la vida, y yo intento mantenerme actualizada. Acá va: incluí en tu libretita la frase “No le pidas peras al olmo”. Del olmo pueden brotar hasta cosas repugnantes, pero peras, olvídate. Que esta frase sea tu amuleto en esta época en donde la ficción de que todo fluye, la realidad se construye manifestando, haciendo tapping y siguiendo los consejos de los coach de Tik Tok. Millonario siendo docente no te vas a hacer aunque te levantes a las cinco de la mañana, estimadísimo. Mi deseo para el lector que llegó a esta parte final en estas épocas donde nadie lee es que todo el refranero de Sancho Panza te vuelva inmune a lo que se siente el día que presentás un trabajo en una escuela y que ayude a que, haya pasado lo que haya pasado, apoyes tu cabeza en la almohada esa noche con la sensación de que le ganaste a los molinos de viento.


NOTA: Obviamente, hay compañeros de trabajo espectaculares que trabajan hombro con hombro con una. Si no existieran, el trabajo grupal sería un calvario. Que te hayas ofendido o identificado con lo que leíste, tiene que ver con tu autopercepción del asunto. Saludos y hasta la próxima nota.