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viernes, 1 de enero de 2016

Mentiras piadosas

Este texto fue publicado en: http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/10/31/mentiras-piadosas/

30. Mentiras piadosas

Albert Anker

Cuando nació Catita, su familia no supo qué pensar. Decidieron esperar un tiempo, para asegurarse de que la criatura era realmente así… darle un changüí. Pero no pasó nada, la chica fue creciendo y cada vez fue más evidente que no se parecía en nada a sus parientes.
_ Los niños son crueles- dijo el abuelo.
_ Debemos protegerla- dijo la mamá.
Decidieron esconder a Catita de la sociedad, para evitar daños. Elaboraron un catálogo entero de mentiras piadosas. En la casa no había espejos ni superficies que reflejaran.
“La gente que no tiene nariz, Catita, es hermosa”, le decían a diario. “Catita: las manos bellas no tienen cinco dedos necesariamente”, “La gente es linda cuando sus piernitas no son del mismo largo”… “Es agradable no tener ni un pelito en la cabeza”, “Nada como las sonrisas sin labios para ser bello”, “Ese hundimiento del pecho es una cosa digna de admirar”.
_ Ojo. Que nadie la vea y que no vea a nadie. Se va a dar cuenta al instante y ahí nos quiero ver. Ni pensar si se junta con otros chicos, hay que alejarla de las escuelas. Los niños son crueles.- repetía el abuelo en secreto.
_ Nosotros la amamos y ella nos ama.
_ Es cierto que le mentimos, pero es por su bien.
La farsa se terminó el día que la abuela se cayó por las escaleras y se rompió la prótesis de la cadera. Hubo que abrir el portón  para que la ambulancia ingresara, y con ella, la vida real. No hubo caso: no sólo los chicos eran crueles. Ante el llamado (y los movimientos inusuales), ante la apertura de la puerta siempre cerrada, la gente del barrio se acercó a espiar.
_ ¡Hay una nena encerrada en esa casa!- aseguró una vecina a quien quiso escucharla.
Diez días después del accidente, la asistente social tocó el timbre y comenzó el caminito que llevó a Catita hasta 4to grado de la primaria del barrio, a su primer guardapolvo y a ser incomprendida por el resto de su vida.
_ Acordate de que la verdadera belleza, es la interior_ le había dicho su mamá, abrazándola fuertemente a pesar de su falta de brazos.
La nena salió, conoció a su maestra, a sus compañeros, se miró en las vidrieras del camino, en el espejo del baño de la escuela, en las cucharas del comedor, en el papel del alfajor que le regaló su nueva compañera de banco y descubrió la verdad. Antes de que terminara la jornada, según su maestra, dijo que no quería regresar a la casa. Muchos años después, la mujer confesó que había mentido al asegurar que la chica había pedido eso. “Hablaba de una forma muy particular, como si recitara poesías. Usaba las palabras cargándolas con significados novedosos, hecho que producía en el oyente un extrañamiento.” La niña había usado el término “Monstruos”, con todas las letras, el día de su salida, de eso estaba segura.”Por piedad”, había iniciado el trámite en el juzgado inmediatamente, y se había llevado a Catita a vivir con ella. “Ustedes hubieran hecho lo mismo que yo”, confesaba públicamente. “Sé que mentí, pero fue una mentira piadosa: no podía ni pensar que una nena tan bonita viviera entre gente así”.
La maestra y el abuelo confirmaron con la presunta actitud de la niña que los chicos son crueles por naturaleza, tal como lo sospechaban acientíficamente. Se puso en marcha un mecanismo que no contempla la existencia de la piedad relacionada con la mentira. Lo cierto fue que a Catita, al principio, lo monstruoso le pareció la tergiversación del término belleza. A continuación, lo monstruoso fue, para ella, la incomunicación. Era como si fuese de otro planeta, pero no del todo. Para ella, “monstruos” significaba “mentirosos”. “Lindo”, significaba “asimétrico”. “Belleza”, significaba “deformidad”. Gracias a las “mentiras piadosas” de su familia, para ella las palabras significaban cosas diferentes, y eso le dificultó para siempre la comunicación con el resto de la humanidad. Gracias a la “mentira piadosa” de su maestra, la niña fue a vivir con una familia sustituta y su familia verdadera quedó desolada. No hubo manera de subsanar los errores de Catita en cuanto al significado de las palabras; la nena, desanimada, terminaba señalando con el dedo lo que necesitaba, o haciendo dibujos. Se cansó de pedir que la llevaran a su casa: le decían que sí, que pronto llovería, o cualquier cosa sin sentido porque no la entendían.
Con los años, Catita dejó de parecerle a la gente tan bonita. El mundo se desinteresó de esa chica extraña que hablaba en acertijos y garabatos y se quedó absolutamente sola. De vez en cuando, por piedad, alguien fingía interesarse en ella y le decía alguna mentira. Ella huía, y la gente interpretaba que lo hacía porque era cruel.
No tuvo hijos. “Por las dudas”, aclaraba. Los que conocían su historia pensaban que tenía miedo de que el niño heredara las malformaciones familiares y fuese un monstruo. Sólo ella, bien en el fondo, sabía la verdad. Nunca pudo expresarla con palabras.

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