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jueves, 15 de octubre de 2015

Booz, inmigrante, busca inventar casa

El siguiente relato fue publicado en: http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/08/22/booz-inmigrante-busca-inventar-casa/


20. Booz, inmigrante, busca inventar casa

Braque


Allá lejos, Booz subió al micro con lentitud estudiada. Intentaba no exteriorizar lo que sentía; la mirada de la gente le molestaba. La sensación de estar en ridículo, de algo vergonzoso, lo apresuraba. Hundido en su asiento y en sus auriculares, el viaje de 40 horas se le hizo una pesadilla. “Te espera tu padrino, con los primos”, había dicho su abuelo. “En las vacaciones te van a buscar tus papis. Sé bueno, Pórtate bien”.
Con doce años, un viaje solitario puede convertirse en aventura. Para Booz sólo significó tener hambre, sed feroz, frío y desconcierto. El asiento se le pegó a la piel. Recién cuando llegó se dio cuenta de que no había ido al baño. Ignoraba que existía uno en el micro y, por miedo a que partieran sin él, no se había bajado en el camino ni una sola vez. 
Con la misma estudiada lentitud despectiva del inicio de su viaje, Booz se bajó en Liniers. Llevaba una mochila con algunos útiles escolares, ropa interior, un abrigo, un peine. Nadie parecía buscarlo, nada le era demasiado ajeno, inserto en un paisaje con paisanos suyos caminando hacia todas las direcciones. Esperó pacientemente, primero. Esperó con desesperación, luego. Esperó. Cuando amanecía el segundo día de la espera, vomitó algo espeso y amarillo y se desmayó.
La señora del locutorio de la Terminal le permitió llamar gratis, con la condición de que algún día le devolvería el favor. La voz del abuelo sonó tan cerca que lo vivido pareció una broma siniestra. La señora también habló. Luego le dio agua, jugo, salchipapa. Unos días después, lo anotó en el colegio.
En la actualidad, Booz pasa sus días en un Taller, garrapateando trazos ininteligibles en un cuaderno cuadriculado y en la escuela. Un día alguien le preguntó qué pensaba y dijo que estaba juntando. No aclaró qué, pero yo creo que junta de todo: dinero, resentimiento, sueños, nostalgia, soledad. Sentado en la vereda con su cuaderno no espera ya a su inexistente padrino, sino que se le pase la adolescencia y le llegue la adultez, para poder inventar una casa sin penas y poder así, cada tarde, comenzar a volver.

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