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domingo, 4 de octubre de 2015

Ausencia con presencia


Pasó como pasaron todas las cosas: de repente se puso de moda entre los adolescentes usar pasamontañas y zas, ahí tenés, una invasión de encapuchados igualitos a los ladrones de bancos de las películas viejas llegando a cualquier hora con paso cansino a las escuelas y a las casas.
Al principio las chicas les ponían pines, les hacían algún arreglo con brillitos... pero eso también pasó de moda y fueron quedando iguales, de negro, cabezas con forma de cabeza pero sin rostro paradas o sentadas por ahí debajo de las capuchas, gorros y viseras, por más calor, transpiración y solicitudes que se recibieran. Porque no vayan a pensar que los padres y docentes no pusieron el grito en el cielo al principio, los inadaptados, los incapaces de comprender. Había que verlos (u oírlos): 
_ Oiga, señor, sáquese todo eso de la cabeza. 
_ No quiero. 
Y listo. El pibe (o la piba, no había ya forma de saberlo), resguardado en su funda de lana, había levantado otra pared. 
Los estudiosos de la adolescencia y la educación, que son infinitamente superiores en su sabiduría a los padres y docentes, salieron inmediatamente al cruce. Esgrimieron argumentos gastados, pero eficaces en el paradigma moderno: 
_ El pasamontañas, al igual que la visera y las zapatillas (¿y a quién le importan las zapatillas?) son IDENTITARIAS y debemos respetarlas. 
_  En educación NO IMPORTA SI ES CHICA O CHICO, NO IMPORTA CÓMO ES LA CARA.
Y bueno. No importó, no importó. No importó que los docentes dijeran que los chicos se pasaban los auriculares por debajo de las capas de tela, que dijeran que no largaban el celular y que no había forma de saber quiénes eran, de hablar con ellos, de verles la expresión del rostro.... de enseñar algo de toda la lista de cosas importantes que había que enseñar. No importó que los padres dijeran que habían perdido toda posibilidad de diálogo con sus hijos. Qué sabés, qué sabés, si no sabés nada, si ya todos sabemos que padres y docentes están INCAPACITADOS. 
Ufff.
Había que CAMBIAR LAS ESTRATEGIAS.  
Fue así que hubo que limitarse a las decisiones personales. 
Hubo padres que se desentendieron de lo que sucedía debajo de las capuchas y finalmente, los DEJARON SER. 
Con los docentes fue más variado. 
Hubo quien decidió continuar explicando la voz pasiva, la teoría de la evolución, el gobierno de Rosas y la irregularidad del verbo ser ante quien deseara escucharlo, a pesar de no poder saber quiénes eran. 
Hubo quien decidió que nada podía hacer de esa manera, se cruzó de piernas ante el escritorio y se puso a jugar on line o a leer a Kafka. 
Algunos renunciaron al trabajo y se pusieron un kiosquito.
Hubo quien se sintió atemorizado ante los encapuchados. Se multiplicaron las licencias psiquiátricas, los ataques de pánico. Las ausencias con presencia. 
Porque no vaya a pensarse que solamente los pobres chicos, así camuflados ante la vida y los registros de asistencia, pasaron a considerarse "ausentes en presencia". Hubo docentes que se quedaron ahí, estando sin estar, con la cara al viento. 
Una de las analistas del suceso escribió en su libro El manifiesto del adolescente del s. XXI que quizás esos docentes, padres y encapuchados sólo estaban esperando a Godot. 
Casi nadie lo entendió. 

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