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domingo, 2 de agosto de 2015

Crónica de un femicidio

Este relato fue publicado en: http://blogs.infobae.com/proyecto-lector/2014/05/16/cronica-de-un-femicidio/

7. Crónica de un femicidio
Ilustración de Aylén Giraudo

Un efectivo de la policía demasiado jovencito, atrevido y locuaz, me contó los detalles. Había conversado con muchos testigos, pero lo sabroso, lo clave, residía en lo registrado en el diario íntimo de la novia, hallado entre sus pertenencias. Según esas anotaciones, “cuando sucedió, pensó que había sido un error, que era su culpa, que lo tenía merecido. Lo había conocido bañada en soledad, metida bajo el caparazón de una tortuga marina, desesperada, de pie contra la escalera del boliche a donde iba a bailar”Una amiga había agregado datos que quizás podrían ser importantes para la introducción: en aquellas épocas, la víctima cumplía rituales.
El muchacho había profanado insólitamente el diario de la joven; pude ver su caligrafía impetuosa en los márgenes del pequeño libro: Palabras mejor amiga menor de edad (textual):  viernes por la tardecita, matineé; conseguir ropa prestada, bañarse, maquillarse, vestirse, secarse el pelo largamente, caminar lento hasta la puerta, mimetizarse con la multitud, camuflarse, desaparecer, la escalera y la barandita. Ahí: mirar, mirar, devorar a la gente con la mirada hasta encontrar unos ojos que coincidieran y hacerse notar. El juego de la media naranja, del príncipe azul, del amor de la vida: alguien que devolviera la mirada, por lo menos. Cruzar los dedos, anudar pañuelos, improvisar sortilegios. Si continuaba durante más de una noche, cualquier detalle bastaba para convertirlo en especial.”
La víctima había anotado en el diario todo lo sucedido usando una prosa omnisciente y florida que permitía prever al lector el dramático desenlace: ”Lo vio, él la vio, fue hacia él:  lo abordó, bailaron, se agitaron juntos. Entre brazos y piernas y pelo ajeno él le pasó la mano por la cintura y le gritó al oído algo que no entendió, pero no importaba nada a esa altura. Cuando lo vio venir hacia ella, de día, desde el banco de la plaza, vio caderas anchas, ropa estridente, cabello esponjado, papada, lunares, pecas, pero NO IMPORTABA.” El proceso de enamoramiento estaba descripto como el armado de un trabajoso rompecabezas: paso a paso ella iba descubriendo piezas desagradables, pero sometidas al proceso del “no importa” encajaban una a una, una a una, y lo que se veía dejaba de verse, lo que se olía dejaba de olerse, lo áspero se volvía imperceptible, el contexto desaparecía. ’Te amo’, ‘te amo’, ‘te amo’ escrito  por todas partes, susurrado, cantado, gritado, soñado, ‘TE AMO’ con mayúsculas, en cursiva, negrita o subrayado.”  ”Con la histeria y la abnegación de una fan”, en opinión del policía aspirante a la fama mediática. (Aquí el muchacho había abandonado el tono entusiasta y me había confesado sentir aprensión; incluso me alcanzó el diario para que me cerciorara de que no exageraba en un punto con la repetición de las palabritas y me permitió tomarle unas fotos).
“La primera vez fue un sonoro cachetazo”. Había testigos del hecho. Continuaba la trama en las páginas rosadas; la enardecida escritora enfrentaba el conflicto y emprendía su desarrollo ensayando una explicación: “El NO IMPORTA sonó hueco, pero sonó”. Tirones de pelo, mechones arrancados, luego, con o sin testigos. “El NO IMPORTA se reforzó con un sentimiento de orgullo y vanagloria… ser importante, no tener que ir a la matineé, no tener que hacer el simulacro para llegar a la escalera sin que la gente notara que estaba sola, no tener que fingir conversaciones con desconocidas en grupo para confundirme en la multitud, parecer normal, quitarme lo patético y… TIRAME del pelo, PEGAME en los brazos, RETORCEME las muñecas… Me caigo en el piso porque LO AMO y me pega porque me ama y no puede evitarlo.
“Vaya a saber usted qué número de agresiones habrá sufrido. Éste va a ser un caso de gran relevancia en los medios, seguramente, tendré que prepararme para enfrentar a las cámaras”, había agregado el policía, con la voz opaca, creando el clima propicio para arribar al final de la historia.
No lo soporté más. Era absolutamente previsible lo que iba a decir, qué misterio diferente al de la muerte podría encerrar otro librito de tapas rosas edulcorado, enfermizo y banal. Experimenté el intenso sufrimiento que durante las próximas horas caería sobre los seres queridos; la desesperación de una mamá, de un papá, de algún perrito, el tremendo escalofrío que atravesaría a los padres del novio criminal… el desastre, el dolor, la desolación que el entusiasmado oficial había comprimido dentro de la palabra “caso”. Me contaron días después que tuvo que ver con fuego, porque cuando el indiscreto narrador abrió la boca, insuflado de entusiasmo, para plagiar el desenlace, agitando el antaño íntimo diario vejado por todos lados… me sublevé contra sus ínfulas de relator de cuentos policiales y le pedí  bruscamente que no continuara. Con placer perverso contemplé las palabras no pronunciadas apagarse en su boca enmudecida, le dije que ya contaba con los datos suficientes para redactar la crónica y me alejé presa de un rapto de egoísmo supremo, temerosa de que la imagen final de la fallida novia se escapara de mi mente al ser articulada por alguien que no le concedía la menor importancia. A esta altura sé que sería tonto intentar explicarlo, decirle al policía ( o a alguien) que los casos, cuando son femicidios, para mí son voces fantasmas que me invocan y rodean hasta encarnar en un único relato incesante (en intento vano de exorcismo), garrapateado en mis personales, íntimos y enfermizos libritos rosados. Ya dejé de contarlas: son muchas; nunca volveré a estar sola. No me resisto: creo que ellas saben que el final, cuando lo escribo yo, nunca queda del todo cerrado.

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